De entre los países que componen Occidente solo los Estados Unidos permanece fiel a lo mejor de nuestra civilización. Unos valores que las elites dirigentes estadounidenses han pervertido.
Los que somos aficionados a la pintura popular norteamericana –no a Andy Warhol y otros mamarrachos– comprendemos como aquellos autores supieron entender como nadie el espíritu de un país que aglutinó la sangre más vital de Europa. En The prayer at Valley Forge, Arnold Friberg ha sabido entender como nadie la idea latente en el nacimiento de los Estados Unidos. En él, George Washington aparece arrodillado, en pose de oración, en uniforme del ejército continental junto a su caballo. La nieve le rodea y el Sol se abre camino por entre las copas de un bosque denso. En Valley Forge no hubo ninguna batalla pero el recién formado "ejército continental" luchaba contra el caos organizativo, la precariedad y la desmoralización, enemigos que por entonces parecían insuperables. La vinculación del hombre con su tierra y la desesperación que hace poner las últimas energías disponibles en las manos de Dios demuestran cual era el espíritu de los fundadores de aquella gran nación surgida en lucha contra todos y contra casi todo.
Pero las razones que dejan traslucir este cuadro serían anecdóticas si no fuera por que ese mismo espíritu se ha manifestado una y otra vez en mil ocasiones históricas o no. La tradición rural y caballerosa de los soldados de la Confederación –hoy desnaturalizada por la estafa histórica de una Guerra de Secesión librada para combatir la esclavitud–, los exploradores intrépidos que iban abriendo camino a los colonos, la épica que se hace evidente en el género cinematográfico del western, verdadera renovación de la épica europea más genuina, todo ello hace que aquél que estudie los fundamentos que dieron vida a Occidente –y que aún le mantienen- no pueda menos que admirar profundamente a los Estados Unidos.
Por el contrario, la corrupción imperante en la Europa moderna, su creciente ética del dinero y del bienestar material, al tiempo que la pérdida absoluta de cualquier vinculación con la trascendencia, lleva a muchos a poner los ojos en aquél gran país de allende el Atlántico. Por desgracia, la corrupción de lo mejor conduce a lo peor, como reza el viejo adagio latino, y fuerzas oscuras –de carácter político, ideológico y financiero- parecen haberse conjurado para que el pueblo americano abandone aquellos fundamentos que le llevaron a conquistar desde Nueva Inglaterra hasta Alaska.
Hoy más que nunca asistimos a la escisión entre la cábala política de Washington y los norteamericanos que verdaderamente aman a su país. El cariz que están tomando las cosas a este respecto equivale a una catástrofe y sinceramente no creemos que Occidente pueda recuperarse nunca de la senda de decadencia por la que le está conduciendo uno de los peores presidentes que jamás ocuparon el despacho oval.
Desde esta columna, hemos clamado durante años para que el publico español distinguiera entre lo que son los intereses de los Estados Unidos –vinculados necesariamente a Europa porque ese país es un país hecho por europeos, no es un país "multicultural" de minorías diversas– y lo que son los intereses de una turbia cábala que lleva operando en los entresijos del poder desde hace por lo menos cien años. Hoy en día, cualquier europeo sensato no puede ser anti-americano más que en la medida que conozca cómo ese siniestro club de ideólogos ha secuestrado el sentido del patriotismo americano para decirnos que quién no apoya su política suicida es "anti-patriota" y "anti-occidental".
Recientemente, Pat Buchanan, uno de los patriotas americanos más sinceros y con conciencia del destino de Occidente, ha escrito uno de esos artículos llenos de amargura (¿Un "annus horribilis" por venir?), donde acaba diciendo:
"En casa, con los precios de las casas cayendo, floreciendo los desalojos y con el FED bombeando dinero para impedir que la economía se colapse, la nación podría estar entrando en recesión. Sin embargo, con el dólar hundiéndose en el exterior, podríamos enfrentarnos a una inflación recurrente.
Estamos amargamente divididos acerca de la inmigración, legal e ilegal, y el asunto alcanza a cada estado. Dado que el mundo no va a dejar de venir aquí, la cuestión no va a apagarse. Mientras tanto, la cultura de la guerra, enraizada como está en los conceptos conflictivos de moralidad y patriotismo, sigue rugiendo. Incluso la formal iglesia episcopalita no puede permanecer al margen. A pesar de que presumimos de nuestra diversidad, parece que cuanto más diversos somos como nación, menos estamos unidos como pueblo… Dos tercios de la nación creen que América va en la dirección equivocada. La América que el próximo presidente dirigirá no podrá ganar o acabar sus guerras, defender sus fronteras o aplicar sus leyes de inmigración, equilibrar su presupuesto, eliminar el déficit crónico que ahora alcanza el 6% del PIB o mantener el valor del dólar. No salvaremos nada.
Aunque somos adictos al petróleo, rehusamos perforar las costas de nuestro propio territorio. Mientras tanto, los árabes y los asiáticos, ahogados en dólares, están comprando nuestros activos estratégicos y haciéndose con nuestras carreteras de peaje. Hay un gran negocio en la ruina de una nación, dijo Adam Smith, y parece que vamos a aprenderlo. Feliz Año Nuevo".
El grito desesperado de Buchanan es el de alguien que tiene un sentido histórico de las cosas. Es precisamente este sentido el que hay que buscar en los análisis. Por eso, cuando lamentamos que la guerra de Irak, montada a base de mentiras, esté sangrando a los EEUU y sembrando el odio contra Occidente como nunca antes, cuando lamentamos que el cheque en blanco dado a los israelíes para su atroz política antipalestina hipoteque la credibilidad de nuestros países –véanse los recientes asentamientos autorizados–, cuando denunciamos que la invasión a los EEUU por parte de millones de inmigrantes inasimilables supone el fin de aquella nación como supondrá el de las nuestras, cuando afirmamos que existe un Partido de la Guerra que busca conscientemente un conflicto con Irán para beneficio de terceros, o cuando decimos que el libre comercio sin restricciones está destruyendo la industria americana como destruirá la nuestra, no lo hacemos por un odio cerril contra los EEUU sino precisamente por constatar cuales son los factores que están hundiendo más y más a Occidente.
Es necesario, cuanto antes, revertir el proceso: hay que cesar la política suicida del mesianismo ideológico y de querer imponer la democracia a todo el mundo. Solo hay que intervenir allí donde los intereses occidentales se vean directamente amenazados. El modo de vida es cosa suya y si no quieren el nuestro será su problema. Hay que tratar la alianza con Israel como si fuera otro país cualquiera, en plano de igualdad, y no defender lo indefendible a costa de millones y millones de dólares entregados a fondo perdido para pagar el martirio de todo un pueblo. Es necesario asegurar nuestras fronteras: el Islam no es un peligro estratégico sino demográfico, que prolifera desde hace años dentro de nuestras fronteras sin que todos los que claman por la nueva guerra contra Irán hicieran absolutamente nada cuando nuestros países estaban siendo invadidos por millones de "ciudadanos" islámicos.
Por último, hay que imponer la idea de que el mercado es un instrumento técnico al servicio del pueblo y no un nuevo dios al que no se le puede ni rechistar; la deslocalización –de personas, puestos de trabajo o capitales– debe acabarse porque atenta contra la existencia de los pueblos y de su libertad.
Con un horizonte político más sombrío tras el asesinato de Benazir Bhutto, los EEUU y todo el Occidente entran posiblemente en una nueva fase histórica, en la que posiblemente irrumpa una potencia islámica nuclear. Los EEUU, con su absurda política, han hecho al integrismo islámico el enorme favor de concederle nuevas levas de reclutas. De entre todos los candidatos a las presidenciales no conozco uno solo que tenga las cosas claras salvo el sencillo y aparentemente apacible Dr. Ron Paul, un hombre que en España resulta censurado –como en el pasado ocurriera con la información de la guerra de Irak– por nuestra propia prensa y por los medios conservadores en general.
Eduardo Arroyo
http://www.elsemanaldigital.com/blog...49&idautor=008
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