YUNTA SABÁTICA DE CRISTIANOS VIEJOS




TERTULIA TABERNARIA



Antier sábado me lo pasé la mayor parte del día con mis viejos amigos viejos. Es algo que cada día agradezco más. Desconectar este “chisme” y sumergirme en la realidad. Nos sentamos a la mesa de la taberna. Nos descorchan nuestras botellas de cerveza. Nos ponen algo que llevarnos a la boca entre trago y trago… Y va llegando uno y el otro, hasta que se completa la mesa de cuatro. Uno frisa los 70 años, el otro sus 65, y el mayor cumplió sus 80 por marzo. Y, allí los cuatro, “solucionamos España” hablando, ya que no podemos hacer otra cosa.

Ellos son viejos. Y no les gusta que se les diga eso de “persona de la tercera edad” o eufemismos similares, fabricados por esa susceptibilidad enfermiza llamada “lenguaje políticamente correcto”. Ellos son viejos y hacen profesión de viejos, lo cual es de agradecer. No se quitan años, sino que los llevan con mucha dignidad. Así puede explicarse el lector que me guste sentarme con ellos y aprender de ellos, pues a su vera se aprende más de su mundología que lo que puede aprenderse de las Universidades. Son sarcásticos cuando se burlan de algún viejo que, para ellos, idiota del bote y moderno de capirote, finge una “juventud” que perdió. A veces, sus comentarios incluso derivan a la evaluación negativa de la potencia sexual del "viejo" al que critican por camuflarse en chandal de deportista. Saben que el elixir de la eterna juventud no existe en ningún gimnasio, aunque esa juventud perenne puede prolongarse hasta la muerte si brota alegría de la fuente más diáfana que es el corazón.

Un corazón joven. Eso sí que lo tienen mis amigos viejos, cuando no hay de por medio un prójimo coetáneo de ellos haciendo el panoli. Un corazón joven que se alegra las pajarillas cuando se remontan en el tiempo y recuerdan para mí, también para ellos, su mocedad. Es ahí cuando salen a relucir nombres de gente que yo no he conocido, pero ellos sí: Lareta y el Ciego, por ejemplos, de ambos cuentan ellos que fueron músicos aficionados que, el uno por su invidencia apoyado en el brazo del otro, iban por toda la villa a petición de su clientela, para cantar acompañándose de la guitarra de uno y la bandurria del otro. Cantaban, me dijeron, letrillas que componía un bardo anónimo, trotamundos y del que nadie en el pueblo sabía nada, llamado por todos “el Poeta”. El “Poeta” vivía en una cueva a las afueras del pueblo, más allá de extramuros. Nadie sabía su oriundez y dudo que su nombre. Sus restos fueron a parar al osario común, después de pudrir ocupando un nicho de prestado.

Mis amigos viejos se alegran, cuando recuerdan la alegría de otros tiempos. Dicen que no la hay ahora. Y les pregunto por la música de aquellos años 40, y dicen ellos que en este pueblo lo que
sonaba era música de acordeón. Siempre hubo acordeones en Tosiria, hasta que llegaron estos tiempos modernos con los tocadiscos, los transistores y todos los tipos de reproductores musicales.

Le pregunté a uno de ellos, si creía que ahora se vivía mejor que antes. “Sí. No se trabaja como antes, que era vivir para trabajar y no trabajar para vivir. Pero, ¿te puedes dejar la puerta abierta? Antes sí te la podías dejar abierta. No había drogadictos, ni tanto extranjero de mal vivir. Todos nos conocíamos. Hoy nadie se conoce. Hasta las familias están peleadas.”

“¿Y qué podemos hacer con España?” –les pregunto yo.

-Esto sólo lo arregla un cataclismo. –me contesta el septuagenario.

El más joven de ellos se sonríe y dice:

-Pero, hombre, las cosas están mal, pero no tanto; digo yo.

El que roza los 70 años vuelve a la carga:

-Vamos a ver. Pronto aquí no habrá ni españoles. ¿Pero no ves que todo lo han invadido estos que se pasean por el parque? Muy pocos de ellos dan palo al agua, pero bien que viven de lo que venden en droga. Las niñas se arriman a ellos, que las he visto yo con estos ojos, pues se ha perdido toda vergüenza en la mujer, y mientras que cada vez se divorcian más matrimonios españoles, estos marroquines tienen más hijos que nosotros y nuestros políticos les dan la nacionalidad, como si ser español lo pudiera ser cualquiera. ¿Y dices que la cosa no está mala? Está peor… Y la juventud española ni se da cuenta.

-Hombre –dice el más joven de ellos- la juventud española está hoy más preparada que nunca. Mira, mi nieto se ha sacado una carrera y ahora va a sacarse la de dos.

-¡Sí, claro! Por estar tu nieto en el paro es que estudia, y ya puede aplicarse, pues le van a dar tiempo como para saber más que el Catón.

Muy mohíno por la referencia a su nieto en paro, el optimista tose y termina por decir:

-Las cosas no son así. Mira, nosotros también fuimos emigrantes.

-No me compares… no me compares. Que a nosotros nos miraban hasta la cera de los oídos, para entrar en Francia. Y ¿a ver si en el Garona, por doblar el espinazo, te hacían “francés”? ¿Tú qué dices… Pancracio?

Pancracio era el octogenario. Como estaba teniente del oído, más sordo que una tapia salvo cuando se habla de algo que le interese, dijo, como si lo de la emigración a Francia no hubiera sido dicho:

-Hoy no hay música. Hay mucho ruido, eso es lo que hay. Y mucho vicio. Todo se arregla si tiramos todos los televisores por la ventana. Por ahí entra todo lo malo en las casas.

Me represento aquella Tosiria añeja, la de Lareta y el Ciego, y el Poeta sin nombre ni apellidos. Y siento nostalgia al evocar las perdidas melodías del acordeón, de cuando en vez alegres para animar los bailes de la vecindad. En aquel entonces era imposible ver chilabas ni vestimentas exóticas por nuestras calles. Una insondable melancolía se apodera de mí. Este era mi pueblo, pero me lo están cambiando. Le pregunto a Pancracio:

-¿Y usted, Pancracio, qué cree que podemos hacer los jóvenes para que esos acordeones vuelvan a sonar?

Sacando su reloj de bolsillo, dice:

-Eso no puede ser. Nunca he visto que la aguja de este reloj fuese para atrás. Ya sólo parece que haya ruido y vicio, irreligión y forasteros: así está nuestra patria… Pero, por mal que esté todo: con estos bueyes hay que arar… Y eso es lo que a Dios le importa, que con la yunta que nos dé Él hagamos por arar.




Publicado por Maestro Gelimer

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