TARTESSOS Y NUMANCIA
EL MITO DE UN PAÍS QUE LLAMARON TARTESOS
Con motivo de la publicación de “ La historia de España, novela a novela “, el autor analiza la cultura tartesa, a la cual estará dedicada la segunda entrega de esta colección, que llegará a los kioscos el 14 de Mayo, con “ ABC “
POR JOSÉ MARÍA LUZÓN, CATEDRÁTICO DE ARQUEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE
Así se llama el ministro de los Metales del reino tarteso en la novela de Jesús Maeso, Tartessos. Es el personaje principal de una fascinante historia que se desencadena a partir de la desaparición de la adivina del templo. Esta obra es la segunda entrega de la colección de novela histórica que empezará a publicar “ ABC “ el próximo domingo 7 de Mayo con Isabel, la Reina
Cuando en la Antigüedad los primeros escritores y geógrafos se referían a las tierras del lejano Occidente, las noticias que transmitían estaban adornadas de leyenda. Se describía un país en el que abundaban los metales, las ciudades estaban organizadas con antiquísimas leyes y en los campos pastaban abundantes rebaños. En época más reciente, cuando Hispania ya es una provincia de Roma y lo que quedaba de aquella época eran solamente recuerdos, los escritores hablan de un pasado legendario. Pausanias, por ejemplo, que escribía en el siglo II d.C., cuenta que había un río en el país de los íberos que provocaba grandes avenidas, al que llamaron antiguamente Tartesos, pero que en su tiempo le llamaban Betis. Y junto a ese río, o entre dos brazos de su desembocadura, había quienes decían que hubo una ciudad que llevaba el mismo nombre.
Durante toda la Antigüedad Tartesos fue la tierra mítica a la que habían llegado los primeros colonizadores y navegantes orientales, en una fecha imprecisa y llena de connotaciones legendarias. Ningún historiador o geógrafo pondría en duda que se referían a la Turdetania, a las costas y puertos de más allá de las Columnas de Hércules, a las llanuras agrícolas del valle del Guadalquivir, o a las regiones mineras de las montañas que flanquean su margen izquierda, desde el Algarbe hasta Sierra Morena. El bronce de Tartesos se había convertido, en los centros comerciales del Mediterráneo oriental, en algo tan preciado y valorado, que se hacía especial mención de su procedencia, cuando lo dedicaban en los santuarios como ofrenda del retorno feliz. Así lo hizo el navegante Coleos de Samos, en el siglo VII a.C., después de una expedición de la que volvió con inmensas riquezas.
En diferentes momentos los escritores que se referían a Tartesos, marcaban el acento de su localización atendiendo a la prosperidad o el desarrollo de su época de diferentes lugares. Unas veces hacen hincapié en la abundancia de toda clase de metales, mientras que otras nos están hablando de algún centro comercial, cercano al mar y en la desembocadura de algún río. Por ello, la historiografía que se consolida con prospecciones y excavaciones arqueológicas a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se ocupó durante más de un siglo en disquisiciones geográficas. Se trata, sobre todo, de localizar una ciudad en un paraje que cumpliese con determinados requisitos sugeridos por las fuentes. El más conocido, por la popularidad de sus ediciones, fue durante algunas décadas el libro de estudio y divulgación que publicó el arqueólogo alemán Adolf Schulten. Cualquier persona de cultura media que quisiera ahondar en las raíces remotas de nuestra historia, navegaba por las páginas de este libro y los versos del derrotero de nuestras costas, que había escrito en la Antigüedad tardía Rufo Festo Avieno. Tartesos se menciona aquí en el discurso de una descripción que parte del Atlántico y va bordeando, con alusiones fantásticas y leyendas de marineros, toda la Península.
Merced a la acumulación progresiva de noticias y datos procedentes de las excavaciones arqueológicas en toda la costa meridional y los principales focos y asentamientos andaluces, hoy tenemos una visión muy distinta de la realidad material de lo que pudo haber sido Tartesos. El valle del Guadalquivir y los numerosos puertos y abrigos en la desembocadura de los ríos, que se extienden desde las costas de Almería hasta el Cabo de San Vicente, nos presentan unas poblaciones de características homogéneas, en las que podemos ver y comprender los orígenes de la leyenda.
Orientalizante
Hoy sabemos que los navegantes más arriesgados de diversas islas del Egeo, Grecia, las costas de Asia Menor y otros lugares, habían dejado la huella de su presencia al menos desde el siglo IX a.C. También podemos valorar en las excavaciones arqueológicas de la Bahía de Cádiz, cómo eran las poblaciones de la desembocadura del Guadalquivir y las factorías próximas a los distritos mineros de Huelva. En todos ellos la actividad industrial y comercial se desarrolla de manera muy similar y los rasgos culturales responden a un perfil que denominamos de manera genérica con el nombre de orientalizante. Todo lo que pudo haber sido el territorio que los escritores antiguos denominan Tartesos, conoce la organización de poblados urbanizados a la manera oriental, cerámica importada de muy diferentes lugares del Mediterráneo y vestigios, en suma, que responden con la objetividad que proporcionan los restos arqueológicos, a la realidad de lo que los antiguos consideraban un Eldorado de paz y riquezas.
El autor realiza una bella presentación de lo que fue y es hoy en día esta ciudad celtibérica. Para conocer en detalle su historia, “ ABC “ ofrecerá en su tercera entrega de la colección de novela histórica “ Numancia “, de José Luis Corral, el 21 de Mayo por 1, 99 euros :
TEXTO: ALFREDO JIMENO, DIRECTOR DEL PLAN ARQUEOLÓGICO DE NUMANCIA. UNIVERSIDAD COMPLUTENSE.
MADRID. Las ciudades como Numancia aparecen en un momento avanzado de la cultura celtibérica ( Siglo III-II a.C. ), que se extiende, desde la margen derecha del río Ebro, ocupando las cabeceras de los ríos Duero y Tajo. Esta cultura se inicia, a partir del siglo VI a.C., en pequeños poblados fuertemente defendidos, de tipo castreño, dispuestos en los rebordes montañosos, o en aldeas, en las zonas bajas. A partir del siglo IV a.C., se observa una tendencia a la complejidad y jerarquización social, que terminará con el desarrollo urbano y la aparición de la escritura, poco antes de la conquista romana.
Numancia fue fundada por los arévacos, la tribu más poderosa de los celtíberos, en el cerro de la Muela ( Garray, Soria ), lugar estratégico y vado, donde confluyen los caminos que comunican el valle del Ebro con el Alto Duero, facilitando el acceso al resto de la Meseta.
La ciudad rodeó sus ocho hectáreas con una potente muralla, reforzada con torreones y atravesada por cuatro puertas bien defendidas. Agruparon sus casas en manzanas y para protegerse del viento frío trazaron un mayor número de calles en dirección este-oeste, uniendo sus tramos escalonadamente para cortar el aire.
Las casas, de planta rectangular ( Unos doce metros de largo ), estaban compartimentadas en tres estancias, recrecidas con postes de madera y adobes y techadas con paja de centeno. La habitación central era el lugar de reunión familiar, en torno al hogar, donde comían y dormían; se usaba la estancia posterior como despensa y la delantera para actividades artesanales, donde se abría una trampilla para acceder a una estancia subterránea, para conservar los alimentos.
Aunque su riqueza era la ganadería, el análisis de los restos humanos del cementerio y de los molinos de mano indica una dieta con escaso consumo de carne y rica en vegetales, con predominio de frutos secos, como nueces y bellotas, que, junto con la caza, completaban la cosecha de cereal, con el que hacían la “ caelia “ o cerveza, de sabor áspero y calor embriagador.
Veinte años de lucha
Los celtíberos, encabezados por Numancia, mantuvieron una dura y larga resistencia de veinte años contra los romanos, las Guerras Celtibéricas ( 153 a 133 a.C. ) que obligaron a Roma a trasladar el inicio de su año oficial al 1 de Enero, para que los cónsules llegaran a la Celtiberia con tiempo para hacer la guerra, condicionando así el comienzo de nuestro año actual.
Roma tuvo que enviar, finalmente, al más famoso de sus generales, Publio Cornelio Escipión, que había destruido la ciudad de Cartago ( 146 a.C. ). Éste cercó Numancia, disponiendo siete campamentos en los cerros próximos, uniéndolos con un sólido muro de nueve kilómetros de perímetro, defendido por delante, y disponiendo dos fortines en el punto de encuentro de los ríos Merdancho y Tera con el Duero, para controlar sus aguas.
Después de once meses de asedio la ciudad cayó por inanición, en el 133 a.C.. Es Apiano quien transmite la información, diciendo que “ convenida la rendición los que tal decidieron se tomaron la muerte cada uno a su manera. Los restantes acudieron en el tercer día al lugar designado por Escipión “. La ciudad fue arrasada, “ destruida de raíz “, dice Cicerón, y repartido su territorio entre los pueblos indígenas que le habían ayudado a conquistarla. Esta gesta y lucha por la libertad de un pueblo impresionó tanto a los escritores romanos, que se sintieron conquistados por la actitud de los numantinos y llevaron hasta la exaltación su heroísmo, proporcionándole una dimensión universal.
Los trabajos arqueológicos y la presentación didáctica, realizada en los últimos años, permiten visualizar la posición de los campamentos del cerco de Escipión, contemplar la trama urbanística de las dos ciudades superpuestas: una inferior, de época celtibérica, y otra superior, de época romana; la reconstrucción de dos casas, una de cada ciudad; y la recuperación de varios tramos de la muralla celtibérica, uno de ellos con una de las puertas de acceso y sus torres de defensa.
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