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Tema: Numancia (Appiano Alejandrino)

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    Numancia (Appiano Alejandrino)

    Numancia[1]
    Los desastres de Roma

    Viriato, que movido por los acontecimientos, ya no pensaba como antes, se paró de la amistad de los romanos a los arébacos, a los tithos y a los Bel-los, gentes muy belicosas. Éstas tales suscitaron otra guerra contra Roma, Guerra que llaman numantina, del nombre de una ciudad de aquellos pueblos, Guerra que fue larga y trabajosa para los romanos.
    Enviado Cecilio Metelo contra ellos con un gran ejército, consiguió dominar a los arébacos por el temor que les causó la prontitud con que los combatió durante la época de la recolección. Quedáronle, sin embargo, por dominar, Termancia y Numancia. Esta, ceñida por dos ríos y por barrancos, era de difícil acceso, la rodeaban, además, espesas selvas y sólo tenía una vía para salir al campo, pero esta defendida por fosos y empalizadas. Los numantina dos, muy valientes jinetes y muy buenos infantes, eran en total cerca de 8000 hombres; pero a pesar de lo reducido de su número, por su valor dieron mucho que hacer a los romanos.
    Metelo, pasado el invierno, entregó el ejército a su sucesor en el mando, Quinto Pompeyo Aulo. Se componía a que el de 30.000 infantes y 2000 caballos, muy ejercitados en la guerra. Pompeyo, después de haber acampado cerca de Numancia, marcho a cierto lugar vecino; mas como llevarse detrás de sí a los jinetes, los numantinos, saliendo de la plaza, cayeron sobre ellos y les hicieron gran matanza. Volvióse entonces el general romano y ordenó su ejército del campo; los numantinos bajaron dispuestos, al parecer, a sostener combate, pero retrocedieron, como si huyeran, hasta el camino defendido por vallados y barrancos, y allí vencieron a Pompeyo.
    Como cada día, en las escaramuzas con los numantinos, viese Pompeyo disminuidos su Ejército por los ataques de tropas mucho menores en número, se trasladó sobre Termancia, creyendo que la obra más fácil conquistarla; más trabado combate frente a ella, perdió a 700 hombres, los Termantinos pusieron en fuga al tribuno militar, que llevaba provisiones al campamento, y en el mismo día, en tres tentativas de los romanos, los empujaron a un sitio escarpado e hicieron caer en un precipicio a muchos infantes y jinetes. Los restantes, llenos de temor, pasaron la noche en armas, y al amanecer del día siguiente, puestos en orden de batalla, resistieron el ataque enemigo durante todo el día, hasta que la noche vino a separar los contendientes.
    Pompeyo movió entonces su ejército contra una pequeña ciudad, plaza fuerte, llamada Malia, que defendía una guarnición de numantinos. Los malienses dieron muerte a las tropas de Numancia en una emboscada y entregaron la plaza a Pompeyo. Pidióles este armas y rehenes y marcho contra Sedetania, que devastado a un jefe de bandoleros llamado Tangino, al que venció Pompeyo, tomándole muchos prisioneros. Pero era tal la arrogancia de estos que ninguno soportó la esclavitud; unos se mataron a sí mismos; otros dieron muerte a quienes los habían comprado, y otros perforaron las naves durante la navegación.
    Pompeyo movió después su ejército de nuevo contra Numancia e intentó desviar el curso de un río hacia el campo, para rendir por hambre a la ciudad.
    Pero los numantinos se lanzaron contra los que trabajaban en la desviación, y sin toque de cornetas, corriendo todos juntos, impidieron repetidamente los trabajos a los que cavaban, rechazaron también a los que desde el foso ha auxiliado en aquellos y hasta los obligaron encerrarse en el campamento. Atacaron también a otros que acopiaban provisiones, matando a muchos y entre ellos al tribuno militar Oppio, y otro tanto hicieron con los romanos que cavaban un foso en otra parte, logrando dar muerte a 400 de ellos e incluso el jefe que los mandaba.
    Después de estos sucesos vinieron junto a Pompeyo consejeros enviados de Roma, y cómo los soldados llevaban ya seis años en el ejército, fueron reemplazados por otros que habían sido alistados en fecha reciente y que no estaban ejercitados, por lo que eran inexpertos en la guerra. Pompeyo, avergonzado de los pasados reveses y deseoso de apartar de sí el deshonor que ellos le acarrearon, permaneció durante todo el invierno en el campamento. Como el frío era riguroso y los soldados estaban a 20 de pedir, y por primera vez experimentaban el cambio de aguas y de aires, algunos enfermaron del estómago y murieron.
    Fue necesario a Pompeyo enviar una parte del ejército a buscar provisiones; mas, ocultos algunos numantinos en emboscadas cerca del mismo campamento romano, otros entablaron escaramuzas con las tropas de Pompeyo, y no habiendo éstas resistido el ataque, al retroceder hacia el campamento, salieron los numantinos emboscados y dieron muerte a muchos romanos de la plebe y de la nobleza.
    Marcharon entonces todos al encuentro de los que venían con las provisiones y quitaron la vida a muchos de ellos.
    Pompeyo, vejado por tantos reveses, se retiró a otras ciudades con los consejeros venidos de Roma, decidido a esperar la primavera y con ella la llegada de su sucesor. Pero, temiendo ser acusado por los reveses sufridos, trató secretamente con los numantinos de la terminación de la guerra. Debilitados estos por la muerte de muchos valientes, por tener sin cultivo la tierra, por la falta de alimentos y por la duración de la lucha, cuyo fin no podía conjeturarse, enviaron embajadores a Pompeyo. Este, públicamente, les exhortaba a que se entregaran al arbitrio de los romanos, pues sabía que otras condiciones no eran dignas de estos; pero, secretamente, les aseguraba con promesas lo que se proponía hacer.
    Habiendo convencido los numantinos, devueltos los rehenes, los cautivos y los tránsfugas, pidió Pompeyo también 30 talentos de plata, recibió parte de ellos y quedó esperando los demás.
    Llegado el sucesor de Pompeyo, Marco Popilio Laena, los numantinos llevaron al primero el resto de los 30 talentos; pero Pompeyo, libre ya del cuidado de la guerra porque tenía allí a su sucesor, y sabiendo que los pactos firmados eran vergonzosos para Roma y habían sido concertados sin contar con los romanos, negó que hubiera concurrido ningún acuerdo con los numantinos. Éstos le demostraron lo contrario, valiéndose de los testigos que habían estado presentes, tantos senadores con prefectos de la caballería y tribunos militares del mismo Pompeyo. Popilio envió a Roma a los numantinos y a su antecesor para que allí juzgase en el caso. Celebrado el juicio en el Senado, ante él contendieron los de Numancia con Pompeyo, y el Senado decretó hacer la guerra a los numantinos.
    Popilio llevó entonces su ejército contra los lusones, vecinos de Numancia, y no habiendo conseguido nada de ellos, llegando su sucesor en el mando de las tropas romanas, Hostidio Manquino, se volvió a Roma.
    Manquino trabó combate con los numantinos, pero fue vencido muchas veces, y, por último, después de perder mucha gente, se refugió en el campamento.
    Se esparció a la sazón el falso rumor de que venían en auxilio de Numancia los cántabros y los vacceos, por lo que Manquino, lleno de temor, permaneció toda la noche con las luces apagadas y huyó al cabo a un lugar desierto, donde en otro tiempo estuvo en el campo atrincherado de Novilior. Cuando llegó el día, los numantinos le hallaron encerrado en el mismo, sin estar prevenido de las cosas necesarias ni tener fortificado el lugar. Las gentes de Numancia rodearon entonces a las huestes romanas, y, amenazándolos con matarlos a todos sino pactaban la paz, se hizo ésta, tratando de igual a igual numantinos y romanos. Juró Manquino La Paz a las gentes de Numancia, pero al conocerse esta en Roma, la llevaron a mal por sus condiciones vergonzosas. Enviaron entonces a Iberia otro cónsul, Emilio Lépido, y llamaron a Manquino para someterme a proceso. Con él fueron a Roma de nuevo legados enviados por los numantinos.
    Emilio, mientras esperaba la resolución de Roma, no pudiendo soportar la inacción, y como ya en aquel tiempo, por gloria, por lucro o por los honores del triunfo y no por el bien público de la ciudad, sabían algunos generales a campaña, acusó falsamente a los vacceos de que habían proporcionado víveres a los numantinos en esta guerra, recorrió sus campos y sitió a la mayor de sus ciudades, Palencia, que en nada había violado sus pactos con Roma. Para triunfar persuadió a bruto, enviado a otra parte de Iberia, y pariente suyo, a que se juntara con el frente a Palencia. Sorprendió a los dos la llegada de los legados de Roma, de Cinna y Cecilio, que les dijeron como el Senado se admiraba de que, habiendo sufrido tantos reveses en Iberia, emprendí ese Emilio otra guerra, les entregaron, además, el decreto que les prohibía diarrea contra los vacceos. Pero habiendo este ya comenzado la campaña y creyendo que el Senado lo ignoraba y que ignoraba también que Bruto le ayudaba en la empresa y que nos va hacer a habían proporcionado los numantinos víveres, dinero y soldados, temeroso de que si desistía y regresaba al campamento se produciría la rebelión de toda Iberia y el menosprecio de los romanos por los españoles al creer que les temían, despacho a Cinna y a los que con él habían venido, sin cumplir los mandatos del Senado y con el encargo de que él informarán de todas estas cosas. Fortificó enseguida su campamento, y empezó a construir máquinas de guerra y a copiar provisiones. Flacco, enviado por el para reunir víveres, cayó en una emboscada; mas, astutamente, esparció el rumor de que Emilio había tomado a Palencia, y cómo los soldados empezaron a dar gritos de victoria, los españoles, creyendo no cierto, se retiraron, y Flacco consiguió de esta manera salvar las provisiones que habían estado a punto de caer en manos de los enemigos.
    Como se hiciese largo el sitio de Palencia, faltaron los alimentos a los romanos, el hambre se cebo con ellos, perecieron toda las bestias y murieron extenuados muchos hombres. Los generales Emilio y Bruto resistieron mucho, pero vencidos por el daño, de noche y de repente, a eso de la última vigilia, ordenaron la retirada. Los tribunos militares y los capitanes recorrieron el campamento, preparando a todos para marchar con la aurora, más los soldados salieron tumultuosamente, abandonándolo todo e incluso los enfermos y heridos, aunque éstos se abrazaban a ellos y les suplicaban que no les dejasen de aquel modo.
    Como la retirada se hizo en desorden y en tumulto, por lo que más bien parecía cuidar, los palentinos cayeron sobre ellos por todas partes y les causaron mil daños, sin cejar desde el amanecer hasta la tarde. Llegada la noche, los romanos se echaron en el campamento por pelotones, hambrientos y derrotados; mas los palentinos desistieron de atacarlos y se retiraron, movidos tal vez por algún Dios. Al enterarse en Roma de lo ocurrido, destituyeron a Emilio del mando del ejército y del consulado; como un simple particular hubo de volver a la ciudad y de pagar allí una fuerte multa pecuniaria. Juzgaron también en el Senado el caso de Manquino y de los legados de Numancia. Alegaban estos los pactos convenidos con aquél, y el general romano echaba la culpa de tales conciertos a Pompeyo, su predecesor, que le había entregado un ejército bisoño, indolente y falto de lo necesario para la guerra. Por esta causa había sido el vencido muchas veces y convenido tales pactos con los numantinos; por esto, añadió, esta guerra, decretada por los romanos contra tales acuerdos, podrá ser infausta es para ellos.
    Los romanos se irritaron entonces igualmente contra ambos generales. Con ello, sin embargo, quedó libre, porque su causa había sido ya juzgada; pero Manquino fue entregado a los numantinos, porque no Roma, sino a él, había hecho aquella vergonzosa paz con Numancia. Los romanos siguieron en esto el ejemplo de sus padres, que entregaron a los samnitas 20 generales que habían concertado iguales tratados. Furio llevó a Iberia a Manquino y lo entregó desnudo a los numantinos, pero éstos no lo aceptaron. Nombrado general Campurnio Pisón, no llevó su ejército contra Numancia, sino que, después de haber invadido la tierra de los palentinos y de haber hecho allí pequeñas devastaciones, invernó en Carpetania el tiempo que le quedo de mando.



    Scipion adiestra a sus Tropas

    En Roma, cansado el pueblo del asunto de Numancia, porque la guerra contra ella había sido más larga y más difícil de lo que creyeron al principio, eligieron cónsul, por segunda vez, a Cornelio Scipion, el que tomó a Cartago, pensando que sólo él podía dominar a los numantinos. No tenía Scipion aún la edad exigida para el consulado; pero el Senado, por segunda vez, como cuando fue elegido Scipion para luchar contra los cartagineses, decretó que los tribunos de la plebe no atendiesen aquel año la ley relativa a la edad consular, cuyo vigor se restablecería el siguiente.
    Elegido así Scipion cónsul por segunda vez, se apresuró a marchar contra Numancia. No reclutó un ejército de las listas de ciudadanos inscritos para el servicio militar, por qué eran muchas las guerras que había a la sazón y muchos los soldados romanos en Iberia. Con permiso del Senado, llevó consigo algunos voluntarios y otras tropas que le enviaron ciudades y reyes que tenían amistad particular, del, algunos clientes suyos de Roma y algunos amigos, hasta 500, con los cuales formó una compañía a la que llamo compañía de los amigos. Reunidos así hasta cerca de 4000 hombres, los entregó a su sobrino Buteon para qué los llevará a Iberia, mientras él se adelantaba con unos pocos.
    Estaba enterado de que reinaba en el campamento romano la ociosidad, la discordia y el lujo, y sabía bien que no podía dominar a los enemigos sin antes imponerse a sus propios soldados. Llegado al campamento, expulsó de él en seguida los mercaderes, a las mujeres de vida alegre, a los adivinos y a los que auguraban el porvenir mediante sacrificios, de los cuales los soldados, temerosos por los reveses sufridos, se servían constantemente. Prohibió que, en adelante, se trajesen al campamento cosas superfluas y víctima ninguna para los sacrificios y la adivinación.
    Mandó, también, que los carros, con todo el bagaje inútil que en ellos hubiera, así como las bestias todas, exceptuando a aquellas que él mismo dispuso se guardaran, fueran vendidas sin demora. No permitió a ninguno tener otro ajuar que un asador, una olla de cobre y un vaso; limitó la comida a carne asada y cocida; prohibió tener camas -el mismo dormía sobre un lecho de paja-; decretó asimismo que nadie caminase montado en los machos -¿qué puede esperarse en la guerra, solía decir, de un hombre que no puede ir a pie?-; y mandó que en el baño y en él ungirse de, pomadas y ungüentos se sirvieran ellos por sí mismos, sin ayuda de criados, pues decía burlándose Scipion que los mulos, por no tener manos, necesitan de otro que les frote. De esta manera, en poco tiempo, les redujo a templanza y les acostumbró a que le respetaran y temieran, para lo cual no permitía que le visitaran con facilidad y era corto en conceder gracias, en particular si éstas eran contra justicia. Decía muchas veces que los generales austeros y cumplidores de la ley eran útiles a los amigos y que los fáciles y generosos lo eran para los enemigos, pues los ejércitos se hallaban satisfechos con estos, pero les menospreciaban, mientras que con los otros se mostraban adustos, pero obedientes y dispuestos a todo.
    Ni aún así se atrevió a emprender la lucha con los numantinos antes de ejercitar a sus tropas con muchas fatigas. Para lograr su empeño recorría con frecuencia todo el campo vecino, cada día levantaba el campamento en un lugar distinto y lo destruía después, hacía cavar fosos muy profundos y que los taparon luego, mandaba levantar grandes muros y echarlos a tierra, y él vigilaba los trabajos todo los días, desde la mañana hasta la tarde. En las marchas, para que nadie, como antes sucedía, se apartase de la formación, hacía caminar a sus tropas en un orden cerrado y no permitía ninguno que abandonase el pelotón en que se había colocado.
    Durante las marchas también, cuando no iba recorriendo la tropa, caminaba con la retaguardia, hacía que los que caían rendidos por la fatiga subiesen a los caballos, que obligaba a abandonar a los jinetes, y, si las cargas eran demasiado pesadas para los mulos disponibles, hacía que tomasen parte de ellas los infantes. Siempre que acampaban, disponía que las tropas que habían caminado durante el día en la vanguardia sé colocarse en un derredor del campamento y que una segunda fila de jinetes vigilase dando vueltas en torno a la estacada. Los demás tenían cada uno su trabajo señalado: unos cavaban los fosos, otros levantaban el muro, otros plantan las tiendas; todos tenían fijado y medido el tiempo en que habían de concluir su obra.
    Cuando creyó que ya tenía el ejército decidido, obediente acostumbrado a la fatiga, trasladó su campamento cerca de Numancia. No puso, como algunos hacen, guardias avanzadas en fortines cerca de la ciudad, ni dividió su ejército por recelo de que, si le ocurría algún revés en los comienzos, les menospreciase los enemigos que tan envalentonados estaban hasta entonces.
    No se decidió tampoco, a atacar enseguida, sino que medito cómo había de desarrollar la guerra para escoger la oportunidad más favorable en la pelea, si no se decidieron a luchar primero los numantinos.
    Forrajeó después todas las tierras situadas detrás del campamento, secando los trigos aunque estuviesen verdes. Cuando hubo agotado aquellas campiñas y le fue preciso acudir a las que se hallaban delante de sus tiendas, vaciló en el camino que había de seguir. Había a través del campo una vía más corta que las otras que llevaban a Numancia, y muchos le aconsejaba que se sirviese de aquel atajo; mas Scipion dijo que temía la retirada, porque los enemigos se moverían con mayor ligereza, tanto para atacar saliendo de la ciudad como para volverse a ella, mientras que los nuestros marcharían con mayor pesadez como quiera que volverían de recoger provisiones y vendrían los hombres fatigados y las bestias y los carros cargados de víveres.
    En estas condiciones dijo que la lucha sería difícil y desigual; que si fuesen vencidos correría muy grave peligro, y si vencedores, sería poca la gloria y la ventaja, y que era irracional exponerse un desastre por tan poca cosa. Añadió que era General descuidado el que combatía antes de ser preciso, y buen General el que sólo exponía sus tropas cuando era necesario. En un juicio comparativo decía que los médicos no empleaban el bisturí, los cauterios y el fuego antes de haber usado de las medicinas, y diciendo esto, mandó a los jefes que llevasen la tropa por el camino más largo.
    Después llevó la devastación a tierra de vacceos, donde los numantinos compraban sus víveres; taló los campos y, reuniendo las cosas útiles para el alimento de su ejército, amontonó lo demás y lo entregó a las llamas.
    En un llano de la tierra de Palencia, llamado Coplanio, pusieron los palentinos a muchos de los suyos, al pie de los collados de los montes, mientras otros estorbaban en sus trabajos a los que reunían víveres. Scipion mandó a Rutilio Rufo, que escribió luego la historia de estos hechos y era entonces tribuno militar, que con cuatro turmas a escuadrones de jinetes hiciera huir a los palentinos. Rufo persiguió a los que huían más de lo debido, y así llegó hasta el collado, donde fue sorprendido por los que se hallaban emboscados. Rufo detuvo sus tropas y mandó a sus jinetes que no atacasen a los enemigos, sino que permanecieran firmes en el sitio donde se llama, y que colocando las lanzas hacia delante, contuvieron los palentinos. Más Scipion, sabedor de que Rufo había avanzado más de lo que le había ordenado, temeroso de que algún daño, corrió a toda prisa en su auxilio.
    Llegado al lugar de la emboscada, dividió los jinetes en dos cuerpos, mandó que alternativamente atacasen al enemigo cada uno de ellos, dispuso que a la vez retrocediesen todos en seguida, pero no hasta el lugar de donde habían partido, sino hasta algo más atrás, y de este modo llevó a sus jinetes salvos a la llanura.
    Más en la retirada tenía que atravesar un río de paso difícil y lleno de fango, y junto al río se hallaban emboscados los enemigos. Supo esto a tiempo y para evitarlo se apartó del camino directo, llevó a su tropa por otro más largo y menos propicio a emboscadas e hizo la marcha de noche. Consiguió así salvar a todos los hombres con muchas fatigas; pero algunos caballos de acémilas murieron de ser, porque aunque cavaron pozos en busca de agua, en la mayor parte de ellos la encontraron salada. Sacó después sus tropas de los términos de la ciudad de Cauca, contra la cual había violado Lúculo los tratados de paz; hizo público que los caucasios podían volver sin peligro ninguno a sus tierras, y marcho a internar en los campamentos de Numancia.
    Allí se les unió Yugurta, sobrino de Masinisa, que trajo desde África 12 elefantes y los arqueros y honderos que suelen ir con cada uno de ellos. Comenzó entonces a talar y a devastar los alrededores de la ciudad, más en esta empresa se vio sorprendido por una emboscada en una aldea, rodeada casi por terreno pantanoso y lleno de limo, y junto a la cual abrió un barranco donde se ocultaba una partida de enemigos.
    Scipion había dividido sus tropas de modo que una parte de ellas saqueaba la aldea mientras permanecían fuera los estandartes y las trompetas, y algunos jinetes vigilaban por los alrededores. Sobre éstos cayeron los emboscados, obligándoles a batirse en retirada. Scipion, que se encontraba delante del pueblo con los estandartes y cornetas, al toque de ellas llamó a los de dentro, antes que se le unieran 1000 de estos fue en auxilio de los jinetes que se hallaban en aprieto, y cuando la mayor parte de las tropas salieron de la aldea obligó a huir a los enemigos, pero no les persiguió en la fuga, sino que se retiró al lugar vallado con pérdida de unos pocos de una y otra parte.

    [1] Appiano Alejandrino: Las guerras ibéricas de….Trad. del alemán por Miguel Cortés y López. Valencia, 1852, páginas 148.192.

    Quedan dos capítulos más de encabezados "El cerco de Numancia" y "Los últimos días de Numancia" (Lo cuelgo otro día)
    Última edición por Nok; 14/09/2006 a las 23:28

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    Numancia (Appiano Alejandrino. Continuación)

    El cerco de Numancia

    No mucho después puso dos campamentos muy cerca de Numancia, encargó del mando de uno de ellos a su hermano Máximo y permaneció el en el otro. Los numantinos, que con frecuencia salían de la ciudad en orden de batalla y provocaban a los romanos a combate, no consiguieron llegar a las manos con ellos; pues Scipion pensaba que con hombres que luchaban desesperadamente no se debía trabar pelea, sino encerrarles y tomarles por hambre. Estableció después siete fuertes alrededor de la ciudad, fijó el cerco y pidió auxilio a los pueblos amigos, diciéndoles la gente que había de enviarle cada uno. Cuando llegaron los refuerzos, los dividió en muchas secciones y a su ejército en otras tantas, eligió jefes para cada una de estas partidas y les mandó abrir un muro y levantar una valla alrededor de la ciudad.
    El circuito en torno de Numancia tenía 24 estadios, y el vallado más del doble. Distribuyó a lo largo de aquel las diversas partidas y las previno que si los enemigos estorbaban el trabajo, hiciesen enseguida una señal, que durante el día debía de ser un paño rojo atado en lo alto de una lanza, y durante la noche una hoguera, para qué él y su hermano Máximo acudieran con presteza a socorrer a quienes lo necesitasen.
    Cuando hubo terminado esta obra y pudo rechazar a los que querían estorbar los trabajos, mandó clavar otro foso a poca distancia del primero, puso por todo él estacas clavadas en el suelo y junto a él levantó un muro de ocho pies de ancho y 10 de alto, guarnecido por torres situadas a la distancia de un pletro, es decir, de 120 pies. Sólo le fue imposible rodear de murallas una laguna que llegaba hasta allí, pero la cercó de un terraplén de la misma anchura y altura para qué sirviera a modo de muralla. Fue, según yo creo, Scipion, el primer general que rodeó de muros a una ciudad que no reunía la batalla.
    Corría junto a Numancia el río Duero, que servía a los numantinos para proveerse de víveres o para el movimiento de sus hombres, porque muchos pasaron por él mismo sin ser vistos, ya nadando, ya con pequeños esquifes, ya con barcos de vela río arriba cuando era fuerte viento, ya con barcos de remos, siguiendo la dirección de la corriente. Como no podía extender sobre el Duero un puente, porque era ancho y muy caudaloso, levantó en sus orillas dos castillos, suspendió de ellos largas vigas atadas con cuerdas, y las introdujo en el río, tenían estas vigas espesas puntas de hierro y numerosos pinchos, y tendidas bajo la superficie del agua, con sus pinchos y puntas de hierro, movidas por la corriente, impedían que pasara nadie sin ser visto, estorbando que los numantinos pudiesen nadar, sumergirse o navegar por el Duero. De esta forma logró Scipion lo que más deseaba: que nadie entrase ni saliese de la ciudad, para que ignorasen lo que sucedía fuera y quedasen faltos de todo aprovisionamiento y de todo consejo.
    Cuando estuvo todo preparado, las catapultas puestas en las torres, las ballestas y demás armas arrojadizas en las almenas, y hubo provisión de piedras, dardos y flechas, puso en los castillos arqueros y honderos y ordenó que hubiera numerosos centinelas a lo largo del muro, que comunicándose unos a otros del día y de noche las menores novedades, le enterasen a él de todo lo que ocurriera en el ejército. Mandó a los que guarnecían las torres que cuando algo sucediese, hicieran enseguida señales, primero la atacada a aquella en que pasase algo, y enseguida las que vieran la señal de aquella, y de esta manera, logró el conocer rápidamente y con exactitud, mediante los centinelas, todo lo que acaecía a lo largo del cerco.
    Como dispusiese ya entre indígenas y romanos de un ejército de 60.000 hombres, destinó la mitad de ellos a la guarda del muro y a acudir a dónde fuese necesario en casos apurados; dispuso otros 20.000 para combatir desde el muro cuando fuera preciso, mantuvo los otros 10.000 como reservas y ordenó que cada uno de estos sé hallarse establecido en un lugar del que no podía separarse sin una orden expresa sino para socorrer el sitio donde se hubiese levantado señal de algún ataque. Todo fue, pues, ordenado por Scipion de manera perfecta.
    Los numantinos divididos en pelotones, atacaban muchas veces por distintos sitios a los que defendían el muro, pero al momento era asombroso espectáculo que ofreció las guardias levantando las señales en los altos de las torres, los centinelas corriendo a dar noticias de lo que sucedía, los que debían acudir a defensa de las cercas marchando en tropel hacia los muros y las trompetas llamando a todos a combate; en un momento todo aquel círculo de 50 estadios ofrecía un aspecto imponente. Scipion lo recorría además todo los días y todas las noches, inspeccionando los menores detalles, pues quería que encerrados y los enemigos, al no recibir víveres, armas ni socorros, no resistiría mucho tiempo.
    Retógenes, por sobrenombre Caraunio, el más valiente de todos los numantinos, en unión de cinco amigos, con otros tantos jóvenes criados y con 5 caballos, en una noche tenebrosa, atravesó sin embargo de todas estas precauciones el espacio que mediaba entre la ciudad y la cerca romana. Llevaba consigo una escala plegable, la cercó al muro, subieron por ella él y sus amigos y matando al punto a los guardias de uno y otro lado consiguieron atravesar las líneas enemigas sin tropiezo. Enviaron a la ciudad los jóvenes criados, y haciendo subir los caballos por la escala, marcharon a las ciudades de los arébacos, para suplicarles que, siendo congéneres de los numantinos, vinieran en su ayuda. Pero la mayor parte de los arébacos no escucharon sus ruegos, sino que, por miedo, lo despacharon enseguida. Sólo Sutia, ciudad floreciente, que distaba 300 estadios de Numancia, estuvo indecisa. Su juventud, admiradora de los numantinos, instaban al resto de la ciudad para que llevasen socorro a los sitiados, pero los viejos denunciaron a Scipion lo que ocurría y se frustró el propósito.
    A la hora octava corrió el caudillo romano con muchísimos y valiosos soldados hacia Sutia, y al rayar el alba, rodeando la ciudad con sus tropas, pidió que le entregase en los que dirigían a la juventud amiga de Numancia. Le respondieron que éstos habían huido de la ciudad, más les hizo saber a un toque de pregón que saquearía la plaza sino le entregaban a aquellos individuos, y los de Sutia, temerosos de mayores males, pusieron a su disposición cerca de 400 jóvenes. Scipion mandó que les cortaran las manos, recogió sus tropas y, corriendo de nuevo, regresó al campamento al amanecer del día siguiente.

    Los últimos días de Numancia

    Los numantinos, acosados por el hambre, enviaron una embajada de cinco ciudadanos a Scipion para saber si, caso de entregarse, les serían puestas condiciones honrosas. Avaro, el jefe de los legados, habló con arrogancia a Scipion de las instituciones de Numancia y de su valentía; añadió que nada reprobable habían cometido los numantinos al sufrir tantos males por defender sus hijos y mujeres y la libertad de su patria.<<Digno es de ti, valeroso Scipion -dijo-, que perdones a una gente tan noble y valerosa, que entre las tristes condiciones del vencido nos propongas las más humanas para que podamos soportarlas al sufrir ahora el cambio de fortuna; si nos impones condiciones aceptables, te entregaremos la ciudad; deja, sino, que luchando contigo perezcamos todos>>.
    Más Scipion, que sabía por los cautivos el estado interior de la ciudad, contestó que era preciso pusieron su suerte en sus manos y entregaron la plaza y las armas sin condición ninguna. Cuando se supo este la ciudad, los numantinos, que hasta entonces habían podido contener difícilmente su ira por la libertad omnímoda de que habían gozado sin obedecer a imposiciones de nadie, enfurecidos y enloquecidos por la desgracia, mataron a Avaro y a sus compañeros de embajada, considerándoles pérfidos legados que habían procurado tratar con Scipion de su propia seguridad.
    No mucho después, faltos de toda clase de víveres, pues no tenían frutos, ni rebaños, mi hierba, comenzaron primeramente, como sucede en estos apuros de las guerras, a comer pieles cocidas, y habiéndoseles acabado las pieles, llegaron a comer carne humana. Primero comieron a los muertos, y después, despreciando la carne de los enfermos, los más fuerte mataban a los más débiles para poder vivir; no les faltó ninguna clase de males; sus almas se convirtieron en almas de fiera, por la clase de sus alimentos, y, embrutecido sus cuerpos por el hambre y la peste, y con los cabellos crecidos por el tiempo que tal situación había durado, decidieron entregarse a Scipion.
    Éste les ordenó que durante aquel día llevarán sus armas a un cierto lugar, y que al día siguiente abandonaran la plaza; pero los numantinos declararon que muchos querían morir y que sólo pedían a Scipion un día para disponer su muerte.
    Gran amor a la libertad y extraordinaria valentía mostró esta ciudad bárbara y pequeña. Habitada en tiempos de paz por unos 8000, ¡Cuántas y cuáles derrotas causaron a los romanos! ¡Cuantos pactos les obligaron a firmar, que con ningún otro pueblo había Roma concluido! ¡Cuántas veces provocaron a combate a un general tan eximio y que contaba con 70.000 hombres! Sólo Scipion comprendió que no debían trabarse batallas con fieras, sino combatirlas por el hambre, contra el que no puede lucharse.
    Sólo por el hambre podía ser vencida Numancia, y sólo por ella lo fue en realidad. Tal es mi opinión sobre los numantinos, considerando su corto número, los trabajos que soportaron, las hazañas que realizaron y el tiempo que resistieron.
    De los habitantes de Numancia, la mayor parte se dieron la muerte asimismo de mil modos distintos, y los demás, a los tres días, salieron para el lugar que se les había destinado, ofreciendo un espectáculo horrible y extraño, con sus cuerpos escuálidos, sucios y desgreñados, malolientes, con las uñas crecidas, los cabellos largos y los vestidos repugnantes. Si aparecían dignos de lástima a los enemigos por tanta miseria, les infundían pavor, por llevar impresos en su cara la cólera, el dolor y la fatiga….

    “¡O patria! Cuántos hechos, cuántos nombres
    Cuántos sucesos y victorias grandes...
    Pues tienes quién haga y quién te obliga
    ¿Por qué te falta, España, quién lo diga?”
    Última edición por Nok; 20/09/2006 a las 01:44

  3. #3
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    Re: Numancia (Appiano Alejandrino)

    Muchísimas gracias Nok.Es magnífico, de verdad.Gracias.

  4. #4
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    Nok
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    Re: Numancia (Appiano Alejandrino)

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    Hola Juan gracias a ti no las merezco sólo trato de aportar un granito de arena más a la magnífica labor que haceis todos por divulgar las historia de una gran nación España.

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