Los Iberos del Levante y del Nordeste peninsular:
Edetanos e Ilergavones, Cesetanos, Layetanos, Indicetes, Sordones y Elisices
El Levante y el Nordeste peninsular eran territorio de una serie de pueblos que habitaban las llanuras costeras y el hinterland inmediato hasta el Sistema Ibérico, ocupado por gentes de cultura predominantemente ganadera, normalmente celtizadas. Durante muchos años se ha considerado ésta la zona ibérica nuclear, idea apoyada por algunas denominaciones geográficas de la Antigüedad. Pero hoy en día, al haberse establecido mejor su identidad dentro del conjunto del mundo ibérico, resulta evidente su dependencia cultural de las zonas más meridionales, que actuaron de foco difusor al ofrecer un mayor grado de desarrollo socioeconómico.
Los conocimientos existentes sobre estos pueblos premiten situar a partir del Júcar, límite septentrional de los contestanos, a los edetanos, centrados en la llanura costera, pues las llanuras de Requena-Utiel, situadas en su hinterland inmediato, posiblemente ya estarían habitadas por los olcades. Al nordeste, en el Alto Palancia, limitarían con los turboletas, igualmente célticos, y desde el Mijares se extendían los ilergavones, que ocupaban la costa y el Maestrazgo hasta la desembocadura del Ebro, penetrando hasta el Matarraña en el Bajo Aragón, zona de los sedetanos, y extendiéndose al norte del Ebro, donde limitarían por el Montsant con los ilergetes, con los que pudieron tener raíces comunes, y por la costa con los cesetanos. Éstos ocupaban el Campo de Tarragona y el Penedès, siendo su ciudad epónima Cesse, ubicada en Tarragona.
Al norte, los cesetanos limitarían con los layetanos, que habitaban el Maresme y el Vallés y tal vez la Segarra, si no estaba ocupada por los denominados lacetanos, nombre derivado del anterior y, en todo caso, próximos culturalmente. Aún más al norte, en el Ampurdán, estaban los indicetes, cuya ciudad epónima, Indica, se ubica en Ampurias. Éstos limitaban al norte con los sordones y hacia el interior con los ausetanos, de Vic. Otros grupos menores habitaban hacia el Pirineo, como los bergistanos, en Berga, los ceretanos de la Cerdaña y el Alto Segre y los andosinos y arenoisos hacia Andorra y el Valle de Arán, constituyendo la población de la Cataluña interior y pirenaica que conformaba la frontera nordeste de los ilergetes.
La secuencia cultural de estos pueblos ibéricos se conoce con bastante aproximación, pero, en líneas generales, se debe diferenciar la zona del Levante de la del Nordeste, ya que ofrecen procesos algo diversos que ayudan a comprender ulteriores evoluciones y la aparición de las diversidades étnicas señaladas.
A partir del siglo VIII a.C. es segura la presencia de elementos fenicios por toda la costa, dede la que introducen elementos como cuchillos de hierro y fíbulas de doble resorte. A partir de mediados del siglo VII, fecha de la fundación de Ibiza, estos contactos se hacen cada vez más estables e inciden en la población local hasta el punto de dar lugar a una fase orientalizante ibérica. Gracias a este proceso, las minorías dirigentes aumentarían su prestigio y poder de acumulación y redistribución de riquezas; una clase de príncipes guerreros controlan los intercambios, socialmente equivalentes a los reyezuelos divinizados del mundo ibérico meridional, pero en una sociedad mucho menos desarrollada, como evidencia una residencia de estas elites hallada en Aldovesta (Tarragona), dominando el paso por el Bajo Ebro hacia el interior. Consistía en varias pequeñas habitaciones dedicadas a vivienda, taller metalúrgico y corral, y un importante almacén con ánforas fenicias alineadas, lo que evidencia el destacado papel del vino en este comercio. Materiales semejantes aparecen por muchos poblados y necrópolis, por ejemplo en la tumba 184 de Agullana (Gerona), lo que prueba la generalización de este proceso por toda la costa y por las tierras del interior hasta el Bajo Aragón, el Bajo Segre y el Solsonés. Pero este comercio era de elementos aislados comparado con el complejo proceso orientalizante de los iberos meridionales.
Hacia el 575 a.C., fecha de la fundación de Ampurias, estos elementos fenicios desaparecen bruscamente por la irrupción del comercio focense, que pasará a dominar casi en exclusiva por estas costas hasta la romanización. Cerámicas jonias, a veces asociadas a etruscas, y después áticas sustituyen a los productos fenicios y, al mismo tiempo, unos yacimientos se abandonan mientras que otros se fortifican dando lugar a las más antiguas poblaciones ibéricas de estas zonas.
De este modo se inicia sin solución de continuidad la fase antigua de la cultura ibérica, como transformación paralela del sustrato de los Campos de Urnas y del Bronce Valenciano, a consecuencia de un doble proceso convergente: la difusión de la iberización que se extiende desde las tierras del Sureste peninsular y la aculturación colonial griega. Por ello, las zonas de más pujanza en este mundo ibérico septentrional serán las que coinciden con las zonas de mayor interés comercial: la costa del Rosellón situada entre las colonias de Agde (Hérault) y de Ampurias; el Ampurdán como hinterland directo de ésta; Sagunto y las salidas del Maestrazgo como penetración hacia el Valle del Ebro y, seguramente, la zona central valenciana con Sagunto como entrada hacia la Meseta.
Pero todas estas tierras carecían de un sustrato socioeconómico favorable para el desarrollo de un alta cultura, a pesar de los episodicos contactos fenicios. Por ellos no se dio una fase orientalizante y, en consecuencia, la colonización griega encontró un sustrato indígena poco preparado para asimilar los estímulos culturales, a lo que se añadía el menor esfuerzo colonial en comparación con el dedicado a las más atrayentes costas del Sureste. Tales hechos explican la diferente iberización de estas tierras, en las que faltan elementos tan característicos de la cultura ibérica como la gran escultura o la arquitectura y son excepcionales los núcleos de tipo urbano que sólo se generalizan en época tardía con la romanización. Por ello, la cultura ibérica se desarrolla plenamente sólo a partir de mediados del siglo V a.C. en adelante y alcanza, según las zonas, su plenitud cultural, económica y demográfica a partir del siglo IV a.C.
En la zona valenciana existen varios grandes núcleos casi urbanos, próximos a las 8 ha., situados en lugares de óptima defensa y control del territorio y en el eje neurálgico de comunicación de la cultura ibérica, la vía de Hércules: Saitabi (Xàtiva, Játiva), en el límite de la Contestania, Edeta-Llíria, en la zona central, y Arse-Saguntum, en la parte septentrional, a las que se podría añadir Kelin (Los Villares, Caudete de las Fuentes), tal vez ya en territorio ocalde y vía de penetración hacia la Meseta. Estos núcleos, distantes de 30 a 70 km., eran el centro de un territorio, sembrado de torres y vigías, con algún oppidum de más de 3 ha., pequeños castella de menos de 1 ha. y numerosos caseríos dispersos, organización comparable a la zona ibérica meridional, pero de menor densidad y de formación más tardía.
Sagunto es el núcleo mejor conocido y era la ciudad más rica. Dominaba el Palancia sobre un elevado cerro y aún conserva una impresionante muralla ciclópea del siglo IV a.C., por tanto, anterior a Aníbal. Más interés tiene el «Templo de Diana», podium de magníficos sillares encajados sin paralelos en el mundo ibérico ni en calidad ni en función, pues pudiera tratarse de un templo de tipo urbano, tal vez el Artemision del que hablan las fuentes, aunque es extraña su situación en la parte baja y no en la ciudadela. Pero lo más destacable es la organización política de auténtica ciudad, sin comparación con ninguna otra ibérica, tal vez por un mayor influjo griego o romano con los que mentenían alianzas. El mando de la ciudad correspondía a un pretor o magistrado civil, quizás sustituto de un monarca originario, pero también había un senado, cuyos principales miembros manejaban el tesoro público de la ciudad, compuesto de oro y plata, aspecto muy significativo, como la existencia de un foro o plaza para las reuniones cívicas, que confirma el desarrollo sociopolítico de Sagunto, tal vez la ciudad más próxima al mundo grecorromano.
Los oppida menores consistían en un recinto fortificado dentro del cual se apretaban las vivienda, normalmente unicamerales, aunque algunas casas, de zócalo de piedra y muro de tapial, ofrecían una segunda planta accesible por una escalera exterior o interior, como en el Puig de Benicarló. Este poblado se inicia en el siglo VIII a.C. y ofrece materiales fenicios y griegos, entre ellos una magnífica copa ática de c. 460 a.C., evidentemente destinada a un jefe local. Igualmente son de destacar los frecuentes grafitos y epígrafes, que dan la sensación de que la escritura formada en la Contestania se fue extendiendo y divulgando definitivamente a partir del siglo IV a.C., en el momento de máximo desarrollo socioeconómico que corresponde a la fase ibérica plena. De una etapa más avanzada puede dar idea lo excavado en Edeta-Liria, cuyas magníficas cerámicas, con escenas rituales decorando grandes vasos pintados, reflejan la continuidad de tradiciones en la fase ibérica reciente, ya correspondiente a la plena romanización.
Al norte del Júcar, las sepulturas reflejan una tradición de los campos de urnas de simples cremaciones con los huesos depositados en urnas, faltando los monumentos, salvo algún caso aislado, como un toro orientalizante de Sagunto. Pero la diferenciación social se percibe desde el siglo VI a.C., al aparecer ricos ajuares con armas y de origen meridional que dan cuenta de un estatus del difunto. Una rica tumba de Orleyl (Castellón) ofrece una crátera ática del siglo IV, un juego de pesas y un epígrafe en plomo, tal vez de contabilidad, evidenciando el papel de control de los intercambios que podía ejercer su poseedor. Pero la mayoría son simples y de escaso ajuar.
El aspecto religioso parece más pobre, salvo la notable excepción del templo de Sagunto. Existen referencias escritas tardías a templos en promontorios cerca del mar, tal vez por influjo grecooriental, pero los más seguros testimonios de culto son cuevas con ofrendas cerámica que parecen evidenciar la perduración de culturo ctónicos tal vez originarios de la Edad del Bronde, a los que cabría añadir las representaciones de danzas y escenas rituales de la cerámica de Liria y alguna otra rara escena mitológica.
La vida económica ofrece la continuidad de la floreciente agricultura de la Contestania, evidenciada por el instrumental de aperos y molinos, etc., siendo muy importante también la ganadería en las zonas montañosas del sistema Ibérico. El artesanado, especializado en bienes de lujo, no era tan refinado, pero sí existían magníficos alfareros, destacando las imitaciones de formas griegas en los siglos VI-IV a.C. y las decoras, de origen meridional, tal vez dedicadas al vino.
Más hacia el norte, en la Cataluña actual, la cultura ibérica ofrece un desarrollo comparable a grandes rasgos, pero no se conocen poblaciones importantes hasta época tardía, pues la misma Tarraco romana, fundada por Escipión, apenas alcanzó 15 ha. y el oppidum de Ullastret, de indudable florecimiento cultural, dada su proximidad a Ampurias, sólo tiene 5 ha., lo que da idea del escaso desarrollo urbano de estas regiones. La excepción parece ser la zona norpirenaica, donde Narbo (Narbona) alcanza 18 ha.; Ruscino (Perpiñán), 10, e Illiberries (Elna), 6,5, tal vez por el mayor influjo focense y la importancia de su hinterland. La organización territorial ibérica debió de ser parecida, pero menos jerarquizada, como evidencia el menor desarrollo urbano, y limitada por condicionamientos geográficos a comarcas cerradas ov alles donde se ubicaban los núcleos centrales, como Ausa (Vic) o Cesse (Tarragona), con puertas acodadas, poternas, etc., como en Ullastret o en Tivissa (Tarragona). En Ullastret se conoce bien la evolución del poblado: contactos fenicios se documentan en un poblado de cabañas en la vecina Illa d'en Reixach, pero un importante depósito de cerámica jónia y etrusca c. 575 a.C. prueba el inicio de los contactos griegos y del oppidum. Hacia el 550 aparecen las primeras casas rectangulares con muros de piedra y cerámica ibérica introducida desde el Sureste peninsular. A partir del siglo V a.C. se produce un importante aumento demográfico y se construye la primera muralla, que se amplía a fines de siglo, siendo el momento de máxima vitalidad del poblado. A una última fase corresponde un pequeño templo situado en la cumbre que debe considerarse de influjo helénico, pero sin funciones urbanas.
La mayoría de los poblados ofrecen un escaso grado de desarrollo urbanístico. Su origen suele remontarse al siglo VI o V a.C., pero el mayor florecimiento corresponde al período ibérico pleno, del IV en adelante, en que se perciben ya más influjos helénicos y desaparece prácticamente el sustrato de los campos de urnas. Las calles suelen ser rectas pero adaptadas a una topografía de emplazamientos abruptos para una mejor defensa. No existían edificios públicos ni palacios, representando las murallas la mayor empresa de interés colectivo, lo que diferencia esta zona del Mediodía. Las casas son pequeñas, de piedra y adobe, y en muchos poblados es frecuente el uso de silos cavados en el suelo. En el período ibérico reciente, coetáneo de la dominación romana, prosiguió el gradual proceso de urbanización y los grandes poblados debieron ir alcanzando el tamaño de ciudades.
Los ritos funerarios son muy semejantes a los de las necrópolis valencianas y evidencian un desarrollo y una composición social semejantes, por proceder de la misma tradición de los campos de urnas. Destaca la riqueza en armas de ciertas tumbas antiguas, del siglo VI, costumbre atestiguada hasta época tardía, en la necrópolis de Cabrera de Mar (Barcelona). Se ha documentado también algún monumento funerario de época avanzada, como el de Malla (Osona, Barcelona), que supone una profunda aculturación clásica del prínicipe o noble al que estaba destinado, pero que constituye una excepción en una sociedad cuyos dirigentes, a veces denominados reyes por las fuentes, tendrían un carácter más bien de jefes guerreros.
En el campo religioso, el documento más importante lo forman las páteras o cuencos de Tivissa (Tarragona), pertenecientes al tesoro de un santuario relacionado con cultos funerarios, como evidencian las escenas mitológicas del cuenco principal y la decoración de los umbos con cabezas de lobos. Dichas escenas muestran una divinidad funeraria sedente y un jinete, seguramente heroizado, cazando un león que ataca a un jabalí, escena funeraria por excelencia acentuada por el carácter ctónico del suido. Además aparecen varios genios alados sacrificando un cordero y llevando un quemaperfumes y ramas, lo que permite suponer complejos ritos religiosos tal vez de origen orientalizante, que explicarían esta compleja mitología. De iconografía más clásica pero no menos compleja es el monumento de Malláa, alusivo a la heroizacióndel personaje enterrado. También, dentro del campo de las creencias, cabe señalar algunos testimonios de culto a las cabezas cortadas, posiblemente de enemigos, que parece ser influjo de los pueblos galos que, a partir de fines del siglo IV a.C., presionaban sobre el mundo ibérico, apareciendo minorías galas al frente de las ciudades ibéricas al norte de los Pirineos.
Los iberos del Nordeste, en resumen, inician su desarrollo en el período ibérico antiguo a partir del siglo VI a.C., gracias a estímulos griegos y meridionales que no se generalizan hasta el siglo IV. Sólo tras la conquista y pacificación romanas se puede decir que todas las tierras del Nordeste, iberizadas desde el sur y helenizadas desde Ampurias, alcanzaron gradualmente una plena forma de vida urbana. Los pueblos del Pirineo ofrecen una más tardía iberización cultural, posterior al paso de Aníbal, lo que da idea del conservadurismo de tales gentes pastoras, confirmado por la toponimia, en la que existen elementos vasco-pirenaicos e indoeuropeos característicos de todas estas zonas.
Uno de los principales problemas de toda la cultura ibérica es el de su lengua, documentada por inscripciones en un alfabeto semisilábico derivado de tartésico o turdetano y probablemente formado en tierras contestanas, donde a partir del siglo IV a.C. toma unas formas casi definitivas y pasa a escribirse de izquierda a derecha. Los documentos más abundantes proceden de la zona del Levante, pero se extienden desde el Lengadoc occidental hasta el centro del Valle del Ebro, mientras que en territorio contestano se usaba una escritura más próxima a la tartésica. También es característica su onomástica de recursos muy limitados, como parece ocurrir con los elementos gramaticales conocidos, mientras que la toponimia revela indudables elementos indoeuropeos.
Los escasos documentos existentes evidencian la particular proximidad de «ibérico septentrional» o del Nordeste, documentado desde el Levante al Rosellón y que penetró por el Valle del Ebro oriental hasta los ilergetes, lo que confirma la proximidad cultural de todo el mundo ibérico al norte del Júcar.
Pero actualmente, aparte de la no compresión de la lengua y de su difícil filiación con otras como el vasco, con la que sólo ofrece relaciones parciales, la mayor dificultad cultural del ibérico surge al comparar este dato lingüístico con la semejante expansión de la precedente cultura de los Campos de Urna en el Bronce final, lo que prueba que estas gentes hablarían ibérico y serían más el resultado de una aculturación que de una invasión. Así, la lengua ibérica evidencia su procedencia de un sustrato local generalizado por todas las regiones mediterráneas y que tanto en el Nordeste como en la zona valenciana debe remontarse, al menos, a la Edad de Bronce.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
Ed. Ariel S.A., 1ª edición de febrero de 2001
Cáp. V, págs. 348-354
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