«El gloriosísimo y piadosísimo señor nuestro, rey Recaredo: La divina verdad que nos hizo amantes de todos los súbditos sometidos a nuestro real poder, inspiró primeramente en nuestro corazón el que mandáramos presentarse a nuestra alteza a todos los obispos de España, para restaurar la fe y disciplina eclesiástica. Y habiendo deliberado con toda cautela y diligencia sabemos que se ha determinado con maduro sentido y profunda inteligencia cuanto toca a la enmienda de las costumbres y a la conservación de la fe; por lo tanto mandamos con nuestra autoridad a todos los hombres sometidos a nuestro reinado, que a nadie le sea permitido despreciar, y que ninguno se atreva a prescindir de nada cuanto ha sido establecido en este santo concilio celebrado en la ciudad de Toledo el año cuarto de nuestro feliz reinado. Pues las determinaciones que tanto han agradado a nuestros oídos y que tan de acuerdo con la disciplina eclesiástica han sido establecidas por el presente concilio, sean observadas y se mantengan en vigor, tanto para los clérigos como para los laicos, como para cualquier clase de hombres».