SERTORIO Y LOS ESPAÑOLES[1]

LA CERVATILLA DE SERTORIO


Meditaba a dónde se dirigía desde allí, cuando le llamaron los lusitanos, brindándole, por medio de embajadores, con el mando; pues hallándose faltos de un general de opinión y de experiencia, que pudieran oponer al temor que los romanos les inspiraban, en éste sólo tenían confianza, por haber sabido de los que le habían tratado cuál era su índole.

Como le llamasen, pues, los lusitanos, movió del Africa, y, poniéndose al frente de ellos, constituido su general con absoluto imperio, sujetó a su obediencia aquella parte de la España, uniéndosele los más voluntariamente, a causa en la mayor parte de su dulzura y actividad; aunque también usó de artificios para engañarlos y embaucarlos, siendo el más señalado entre todos el de la cierva, que fué de esta manera: uno de aquellos naturales, llamado Espano, que vivía en el campo, se encontró con una cierva recién parida que huía de los cazadores, y a ésta la dejó ir; pero a la cervatilla, maravillado de su color, porque era toda blanca, la persiguió y la alcanzó. Hallábase casualmente Sertorio acampado en las inmediaciones, y como recibiese con afabilidad a los que le llevaban algún presente, bien fuese de caza o de los frutos del campo, recompensando con largueza a los que así le hacían obsequio, se le presentó también éste, para regalarle la cervatilla. Admitióla, y al principio no fué grande el placer que manifestó; pero con el tiempo, habiéndose hecho tan mansa y dócil, que acudía cuando la llamaba, y le seguía a doquiera que iba, sin espantarse del tropel y ruido militar, poco a poco la fue divinizando, digámoslo así, haciendo creer que aquella cierva había sido un presente de Diana, y esparciendo la voz de que le revelaba las cosas ocultas, por saber que los bárbaros son naturalmente muy inclinados a la superstición. Para acreditarlo más, se valía de este medio: cuando reservada y secretamente llegaba a entender que los enemigos iban a invadir su territorio, o trataban de separar de su obediencia a una ciudad, fingía que la cierva le había hablado en las horas del sueño, previniéndole que tuviera las tropas a punto. Por otra parte, si se le daba aviso de que alguno de sus generales había alcanzado una victoria, ocultaba al que lo había traído, y presentaba a la cierva coronada como anunciadora de buenas nuevas, excitándolos a mostrarse alegres y a sacrificar a los dioses, porque en breve había de llegar una fausta noticia.

Después que los hubo hecho tan dóciles, los tenía dispuestos para todo, estando persuadidos de que no eran mandados por el discurso de hombre extranjero, sino por un dios.

Andaba muy decaído de ánimo, a causa de que no parecía por ninguna parte la cierva, y se sentía falto de este artificio para con aquellos bárbaros, entonces más que nunca necesitados de consuelo. Por casualidad, unos que discurrían por el campo con otro motivo dieron con ella, y conociéndola por el color, la cogieron. Habiéndolo entendido Sertorio, les prometió una crecida suma, con tal que a nadie lo dijesen, y ocultando la cierva, pasados unos cuantos días, se encaminó al sitio de las juntas públicas con un rostro muy alegre, manifestando a los caudillos de los bárbaros que de parte de Dios se le había anunciado en sueños una señalada aventura; y subiendo después al tribunal se puso a dar audiencia a los que se presentaron. Dieron a este tiempo suelta a la cierva los que estaban encargados de su custodia, y ella, que vio a Sertorio, echando a correr muy alegre hacia la tribuna, fué a poner la cabeza entre las rodillas de aquél, y con la boca le tocaba la diestra, como antes solía ejecutarlo. Correspondió Sertorio con cariño a sus halagos, y aún derramó alguna lágrima, lo que al principio causó admiración a los que se hallaban presentes; pero después acompañaron con aplauso y regocijo hasta su habitación a Sertorio, teniéndole por un hombre extraordinario y amado de los dioses, y, cobrando ánimo, concibieron faustas esperanzas.


GUERRA DE GUERRILLAS

Metelo no sabía qué hacerse con un hombre arrojado que huía de toda batalla campal, y usaba de todo género de estratagemas por la prontitud y ligereza de la tropa española; cuando él no estaba ejercitado sino en combates reglados y en riguroso orden, y sólo sabía mandar tropas apiñadas que, combatiendo a pie firme, estaban acostumbradas a rechazar y destrozar a los enemigos que venían con ellas a las manos; pero no a trepar por los montes siguiendo el alcance de sus incansables fugas a unos hombres veloces como el viento, ni a tolerar como ellos el hambre y un género de vida en la que para nada echaban de menos el fuego ni las tiendas.

Sucediendo por lo común que el que quiere evitar batalla padece lo mismo que el que es vencido, para éste el huir era como si él persiguiese; porque cortaba a los que iban a tomar agua, interceptaba los víveres, si el enemigo quería marchar le impedía el paso, cuando iba a acamparse no le dejaba sosiego, y cuando quería sitiar se aparecía él y le sitiaba por hambre, tanto, que los soldados llegaron a aburrirse.


LAS ODRES DE AGUA Y EL CERCO DE LACOBRIGA

Viendo, pues, Metelo que los de Lacobriga estaban muy de parte de Sertorio, y que sería fácil tomarlos por la sed, a causa de que dentro de la ciudad no había más que un pozo, y entraba en su proyecto apoderarse de las fuentes y arroyos que había de murallas afuera, marchó contra este pueblo, persuadido de que el sitio sería cosa de dos días, faltándoles el agua; así a sus soldados les dió orden de que para sólo cinco días tomaran bastimento. Mas Sertorio, acudiendo al punto en su auxilio, dispuso que se llenaran de agua dos mil odrés, señalando por cada uno una gruesa cantidad de dinero; y habiéndose presentado al efecto muchos españoles y muchos mauritanos, escogió a los más robustos y más ligeros, y los envió por la montaña, con orden de que cuando entregaran los odres en la ciudad sacaran a la gente inútil, para que con aquel repuesto de agua tuvieran bastante los defensores. Llegó esta disposición a oídos de Metelo, y le fué de mucho desagrado, porque ya los soldados casi habían consumido los víveres, y tuvo que enviar, para que hiciesen nuevo acopio, a Aquiio, que mandaba seis mil hombres. Entiéndelo Sertorio, y adelantándose a tomar el camino, cuando ya Aquilio volvía, hace salir contra él tres mil hombres de un barranco sombrío; y acometiendo él mismo de frente, le derrota, y da muerte a unos y toma a otros cautivos. Metelo, cuando vió que Aquiio volvía sin armas y sin caballo, tuvo que retirarse ignominiosamente, escarnecido de los españoles.

EDUCAC1ON DE LOS ESPAÑOLES

Por estas hazañas miraban a Sertorio con grande amor aquellos bárbaros, y también porque acostumbrándolos a las armas, a la formación y al orden de la milicia romana, y quitando de sus incursiones el aire furioso y terrible, había reducido sus fuerzas a la forma de un ejército de grandes cuadrillas de bandoleros que antes parecían. Además de esto, no perdonando gastos, les adornaba con oro y plata los morriones; les pintaba con distintos colores los escudos; enseñábales a usar de mantos y túnicas brillantes, y fomentando por este medio su vanidad, se ganaba su afición. Mas lo que principalmente les cautivó la voluntad fué la disposición que tomó con los jóvenes; porque reuniendo en Huesca, ciudad grande y populosa, a los hijos de los más principales e ilustres entre aquellas gentes, y poniéndoles maestros de todas las ciencias y profesiones griegas y romanas, en la realidad los tomaba en rehenes; pero en la apariencia los instruía para que llegando a la edad varonil participasen del gobierno y de la magistratura. Los padres, en tanto, estaban sumamente contentos viendo a sus hijos ir a las escuelas muy engalanados y vestidos de púrpura, y que Sertorio pagaba por ellos los honorarios, los examinaba por sí muchas veces, les distribuía premios y les regalaba aquellos collares que los romanos llaman bulas.

EL TRIUNFO DE LA PACIENCIA

Abrazaban el partido de Sertorio todos los de la parte acá del Ebro; con lo cual en el número era poderoso, porque de todas partes acudían y se le presentaban gentes; pero mortificado con el desorden y la temeridad de aquella turba, que clamaba por venir a las manos con los enemigos, sin poder sufrir la dilación, trató de calmarla y sosegarla por medio de la reflexión y del discurso. Mas cuando vió que no cedían, sino que insistían tenazmente, no hizo por entonces caso de ellos, y los dejó que fueran a estrellarse con los enemigos, con la esperanza de que no siendo del todo deshechos, sino hasta cierto punto escarmentados, con esto los tendría en adelante más sujetos y obedientes. Sucedió lo que pensaba; y marchando entonces en su socorro, los sostuvo en la fuga y los restituyó con seguridad al campamento. Queriendo luego curarlos del desaliento, los convocó a todos al cabo de pocos días a junta general, en la que hizo presentar dos caballos: el uno sumamente flaco y viejo, y el otro fuerte y lozano, con una cola muy hermosa y muy poblada de cerdas. Al lado del flaco se puso un hombre robusto y de mucha fuerza, y al lado del lozano otro hombre pequeño y de figura despreciable. A cierta señal, el hombre robusto tiró con entrambas manos de la cola del caballo como para arrancarla; y el otro pequeño, una a una, fué arrancando las cerdas del caballo brioso. Como al cabo de tiempo el uno se hubiese afanado mucho en vano y hubiese sido ocasión de risa a los espectadores, teniendo que darse por vencido, mientras que el otro mostró limpia la cola de cerdas en breve tiempo y sin trabajo, levantándose Sertorio: «Ved ahí, les dijo, ¡oh camaradas!, cómo la paciencia puede más que la fuerza, y cómo cosas que no pueden acabarse juntas, ceden y se acaban poco a poco; porque nada resiste a la continuación, con la que el tiempo en su curso destruye y consume todo poder, siendo un excelente auxiliador de los que saben aprovechar la ocasión que les presenta e irreconciliable enemigo de los que fuera de sazón se precipitan». Inculcando continuamente Sertorio a los bárbaros estas exhortaciones, los alentaba y disponía para esperar la oportunidad.

LAS CUEVAS CEGADAS

Entre sus acciones de guerra no fué lo que menos admiración excitó lo ejecutado con los llamados caracitanos. Este es un pueblo situado más allá del río Tajo, que no se compone de casas como las ciudades o aldeas, sino que en un monte de bastante extensión y altura hay muchas cuevas y cavidades (le rocas que miran al Norte. El país que la circunda produce un barro arcilloso y una tierra muy deleznable por su finura, incapaz de sostener a los que andan por ella, y que con tocarla ligeramente se deshace como la cal o la ceniza. Por tanto, era imposible tomar por fuerza a estos bárbaros, porque cuando temían ser perseguidos, se retiraban con las presas que habían hecho a sus cuevas, y de allí no se movían. En ocasión, pues, en que Sertorio se retiraba de Metelo, y había establecido su campo junto a aquel monte, le insultaron y despreciaron, mirándole como vencido; y él, bien fuese de cólera o bien por no dar idea de que huía, al día siguiente, muy de mañana, movió sus tropas y fué a reconocer el sitio. Como por ninguna parte tenía subida, anduvo dando vueltas, haciéndoles vanas amenazas; mas en esto advirtió que de aquella tierra se levantaba mucho polvo, y que por el viento era llevado a lo alto, porque, como hemos dicho, las cuevas estaban al Norte, y el viento que corre de aquella región, al que algunos llaman cecias, es allí el que más domina y el más impetuoso de todos, soplando de países húmedos y de montes cargados de nieve.

Estábase entonces en el rigor del verano, y fortificado el viento con el deshielo que en la parte septentrional se experimentaba, le tomaban con mucho gusto aquellos naturales, porque en el día los refrigeraba a ellos y a sus ganados. Habíalo discurrido así Sertorio y se lo había oído también a los del contorno, por lo cual dió orden a los soldados de que, recogiendo aquella tierra suelta y cenicienta, la fueran acumulando en diferentes puntos delante del monte; y como creyesen los bárbaros que el objeto era formar trincheras contra ellos, lo tomaron a burla. Trabajaron en esto los soldados hasta la noche, hora en que se retiraron; pero por la mañana siguiente empezó, desde luego, a soplar una aura suave, que levantó lo más delgado de aquella tierra amontonada, esparciéndola a manera de humo; y después, arreciándose el cecias con el sol y poniéndose ya en movimiento los montones, los soldados que se hallaban presentes los revolvían desde el suelo y ayudaban a que se levantase la tierra. Algunos corrían con los caballos arriba y abajo, y contribuían también a que la tierra se remontase en el aire y a que, hecha un polvo todavía más delgado, fuese de aquél impelida a las casas de los bárbaros, que recibían el cierzo por la puerta. Estos, como las cuevas no tenían otro respiradero que aquel sobre el que se precipitaba el viento, quedaron muy luego ciegos y además empezaron a ahogarse, respirando un aire incómodo y cargado de polvo, por lo cual apenas pudieron aguantar dos días, y al tercero se entregaron: aumentando no tanto el poder como la gloria de Sertorio por verse que lo que no estaba sujeto a las armas, lo alcanzaba con la sabiduría y el ingenio.

EL BANQUETE FATAL


Quedóse Aufidio suspenso, porque también él entraba en la conjuración contra Sertorio. Y después se fué a Perpena, a quien manifestó el peligro y la necesidad que había de aprovechar cuanto antes la oportunidad, instándole a la ejecución. Convinieron en ello, y disponiendo que uno se presentase con cartas para Sertorio, le condujeron ante él. En las cartas se anunciaba una victoria conseguida por uno de sus lugartenientes con gran mortandad de los enemigos, y como Sertorio se hubiese mostrado muy contento y hubiese hecho sacrificios por la buena nueva, Perpena le convidó a un banquete con los amigos que se hallaban presentes, que eran todos del número de los conjurados, y haciéndole grandes instancias, le sacó la palabra de que asistiría. Siempre en los banquetes de Sertorio se observaba gran orden y moderación, porque no podía ni ver ni oír cosa indecente, y estaba acostumbrado a que los demás, que a ellos asistían, en sus chistes y entretenimientos guardaran la mayor moderación y compostura. Entonces, cuando se estaba en medio del festín, para buscar ocasión de reyerta, empezaron a usar de expresiones del todo groseras, y fingiendo estar embriagados, se propasaron a otras insolencias para irritarle. El, entonces, o porque le incomodase aquel desorden, o porque llegase a colegir su intento del precipitado modo de hablar y de la poca cuenta que contra la costumbre se hacía de su persona, mudó de postura y se reclinó en el asiento, como que no atendía ni oía lo que pasaba; pero habiendo tomado Perpena una taza llena de vino y dejándola caer de las manos en el acto de estar bebiendo, se hizo gran ruido, que era la señal dada, y entonces Antonio, que estaba sentado al lado de Sertorio, le hirió con un puñal. Volvióse éste al golpe y se fue a levantar, pero Antonio se arrojó sobre él y le cogió de ambas manos, con lo que hiriéndole muchos a un tiempo, murió sin haberse podido defender.


[1] PLUTARCO: Vidas paralelas. Trad. de Antonio Ranz Romanillas. ‘Raíz y Rama’. Janes Editor. Barcelona, 1945.