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Tema: El glorioso san sebastián y su histórica ermita del barrio de "la canela".

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    El glorioso san sebastián y su histórica ermita del barrio de "la canela".

    SAN SEBASTIÁN
    Y SU ERMITA DEL BARRIO DE LA CANELA.
    SANTA CRUZ DE LA PALMA.-

    Ya existía en 1535, año en el que se dieron a tributo unas casas terreras y solares en frente de la ermita, lindantes con las casas de Luis de Belmonte y de Julián Cornelis, en la zona alta de la capital palmera, a las espaldas de la Parroquia Matriz de El Salvador. Existe un informe de fecha 1 de junio de 1542, en el que don Luis de Belmonte, citando la ermita de San Miguel (futura iglesia de Santo Domingo de Guzmán de esta ciudad), dijo “que vio empezar a edificar dicha ermita en donde dio el sitio el Adelantado Lugo, en el barrio de San Sebastián”. Se confirma así que ya estaba fabricada la ermita de este santo, ya que no es creíble que el barrio diera nombre a la iglesia, sino ésta a aquél.

    No hay noticia de su fundación, sino la que suministra el Iltmo. Obispo de Canarias, Fray Diego Deza, que consta en el Libro primero de Inventarios, hecha en el año 1558. Es aquí donde se menciona por primera vez la imagen del santo: “primeramente está en el altar una ymagen de bulto del glorioso mártir San Sevastián con treze saetas de palo doradas metidas por el cuerpo”. También los visitadores eclesiásticos hacen referencia a la existencia de una cofradía formada por negros en 1571.

    Su onomástica aún se sigue celebrando el 20 de enero de cada año, aunque las actuales fiestas nada tienen que ver con las de antaño. Antes “con fiestas celebradas con gran concurso de gente en el mes de enero”. Según el relato del alcalde de la capital palmera, Lorenzo Rodríguez, “la función se celebra sin llevar derechos el beneficio, con asistencia del ayuntamiento, por ser el Santo Patrono de la salud pública”.

    Un ejemplo de la devoción al Santo es el suceso que aconteció el día 5 de junio de 1851, cuando los médicos de la ciudad de Las Palmas declararon que se estaba padeciendo el “cólera morbo”, noticia que fue difundida con toda celeridad. Un barco costero la comunicó en Santa Cruz de La Palma el día 20 del mismo mes. Se celebraron juntas de sanidad y se decidió tomar serias precauciones. El ayuntamiento dispuso rogativas públicas que comenzaron el 21 de junio, sábado infraoctava de Corpus, y el 25 de julio se trajo a El Salvador la imagen de San Sebastián, ante el que se celebró un solemne octavario con rogativas. El día 25 de enero de 1852 se entonó el Tedeum en acción de gracias por haberse liberado la isla de la enfermedad, regresando el Santo Mártir a su ermita.

    También con anterioridad, concretamente el 19 de enero de 1650, tal y como escribe aquel alcalde: “El Cabildo de esta Isla jura la fiesta de San Sebastián, y acuerda asistir siempre en corporación a su Hermita por haber libertado á esta Isla de La Peste… “. Así mismo el cronista y alcalde constitucional Lorenzo Rodríguez nos informa de que “El 22 de enero de 1899, se inauguró en la ciudad de La Palma la benemérita Guardia Civil, pues habiendo llegado en este dia 6 números de la fuerza venia á Tenerife en la tarde del mismo día marcharon en la procesion de S. Sebastián dando escolta al Alcalde que lo era el dueño de estos apuntes”.

    En tiempos del mayordomo Diego García Gorbalán, la campana fue vendida a El Salvador, razón por la cual el campanero y calderero Pedro Gutiérrez se obligó en 1638 a hacer una nueva por 225 reales. Actualmente la espadaña cuenta con dos campanas que son repicadas alegremente durante las fiestas del santo. Un repique que ya es muy popular en la ciudad y que se diferencia del resto de los de las demás iglesias.

    Como anécdota, se cuenta que la demente María Ruiz -la misma que había lanzado “un vaso de escremento” a la “sacrosanta imagen de Jesús Nazareno”, “suciandole la tunica y cayendo lo mas en las andas de dicha Ymagen” el 29 de marzo de 1679-, fue la misma que se había descalzado en El Salvador y había “tirado con los sapatos á un sacerdote que estaba diciendo misa, alcanzandole el golpe á la casulla”. No contenta con estos hechos, y tal era su locura, que también quiso tirarle una piedra a la procesión del Santo Sepulcro y en otra ocasión “habia tirado con un palillo de un sapato al Glorioso San Sebastián”.

    De la reforma últimamente hecha, había vuelto a quedar esta iglesia en un estado lamentable de abandono y deterioro, estando la capilla mayor amenazando ruina hasta que, nombrado mayordomo de ella José Pérez Ramírez en 1870 hizo, a su costa, tantas y tan valiosas mejoras, “que ha venido a ser la ermita más decente de esta población”. Las obras acabaron en 1876. Tiene sólo una nave con capilla mayor, diferenciada tanto al interior como al exterior. Es una pobre construcción con las típicas armaduras de tipo mudejárico, características de toda la arquitectura del Archipiélago.

    Desde el siglo XVI, San Sebastián bautizó la ermita y el barrio de su nombre, también llamado de “La Canela”, “en esquina con la calle real que subía a Buenavista y la que atravesaba para Santo Domingo”.

    El templo fue embellecido interiormente con las pinturas murales de la capilla mayor, obra del prestigioso pintor madrileño Ubaldo Bordanova en 1899. Previamente se había hecho una nueva sacristía en 1866, orden dada por el gobernador eclesiástico. Así es como la conocemos en la actualidad.

    En su retablo mayor, construido hacia 1778, recibe culto la imagen del santo romano, una escultura de madera policromada de 115 cm de alto, atravesada por trece saetas de plata traídas de Indias hacia 1642 por el capitán Marcos de Urtusaústegui. Anteriormente poseía unas saetas de madera dorada y aderezadas por Blas Hernández en 1558, por lo que percibió 1586 maravedís. Su espléndida diadema de plata indiana data de 1574.

    En el primer tercio del siglo XIX se retocaron las llagas del Mártir y se le hizo una peana, a la par que se iniciaba la costumbre de adornarlo en sus festividades con una corona y banda de flores artificiales. Acompañando al Santo en sus andas procesionales, están entronizados cuatro hermosos angelitos que portan los símbolos del Santo: la palma del martirio, las flechas, un casco romano y una corona de flores.

    En el último cuarto de esta centuria, el mayordomo José Pérez le donaba la actual diadema y encargaba remodelar su cabeza al escultor Aurelio Carmona, actuación que se consideró desafortunada.

    Desde el siglo XV los artistas han preferido representar iconográficamente a San Sebastián como un joven imberbe, “heroico militar de la fe cristiana”, oficial de la guardia palatina del emperador Diocleciano, con las manos atadas a un tronco de un árbol que tiene detrás y ofreciendo su noble torso a las flechas de los verdugos, martirio del que salvó milagrosamente. Un magnífico ejemplo de esta representación es la de Guido Reni (1575-1642) que se admira en el Museo del Prado. En nuestra isla, sin ir más lejos, también existen esculturas populares del santo en Puntallana, Mazo, Los Llanos, Garafía, Breña Alta... Todas ellas, salvo ligeras variantes, son parecidas.

    Según su hagiografía, fue uno de los más famosos mártires en las persecuciones del Imperio romano. Nacido en Milán (Italia), se enroló en la guardia imperial y llegó a ser oficial de las cohortes pretorianas del emperador Maximiano (286-305). De profunda fe cristiana, era conocido por su grandeza de alma, por su apuesto talante y porque ayudaba a sus hermanos de religión en los terribles suplicios que padecían por la cruel persecución del tirano. Así lo cuenta la Passio, compuesta por un monje romano en el siglo V. Otros compañeros de milicia habían abrazado la fe porque Sebastián, lleno de valor y ardor religioso, propagaba con su palabra y su ejemplo la fe cristiana que él mismo vivía con tanta fortaleza. Como no podía ser menos, también a Sebastián le llegó el momento del martirio. Fue acusado de traición ante el tribunal del cruel Diocleciano. Allí aprovechó para echar en cara al emperador su terrible crueldad persecutoria contra los cristianos. Por todo ello, y porque no quiso ofrecer sacrificios a los dioses del Imperio, fue asaetado (como aquí es artísticamente representado). Según la tradición, la noble Lucila, una vez que dieron al santo por muerto, lo recogió en su casa, aún vivo, y le curó las heridas. Como víctima propiciatoria, manifestó de nuevo su fe ante el emperador con redoblado valor, por lo que fue azotado hasta morir.

    La reforma de la imagen en el siglo pasado dificulta su análisis estilístico, si bien todavía persisten en ella una serie de rasgos gótico-tardíos, tales como: la típica “S” descrita por el desplome de la figura al descargar su peso en una sola pierna, manteniendo la otra flexionada; la inclinación hacia delante de la cabeza, cuya cabellera recuerda en su trazado la de Santa Catalina; cierta despreocupación anatómica y el modelo acartonado del paño de pureza, surcado por rígidos dobleces de ritmos angulares. Todo ello nos permite incorporarla al grupo de las piezas flamencas importadas de los Países Bajos meridionales en torno al primer tercio del siglo XVI.

    El actual retablo mayor, de estípites, se estaba fabricando en 1778, cuando el visitador Alfaro de Franchy mandó vender el pequeño y antiguo. El polifacético Antonio de Orbarán pintó el magnífico relieve de la “Imposición de la casulla a San Ildefonso”, colocado en el nicho superior de ese altar.

    Se conserva en su retablo-hornacina, realizado entre 1705 y 1711, una espléndida talla de Santa Catalina de Alejandría, procedente de los talleres de Amberes, que recibía culto en su ermita homónima cercana al Castillo Real y desaparecida en 1907.

    Además, en su interior se encuentran otras esculturas: una andaluza (San Francisco), una cubana (San Roque) y otra mejicana (San Antonio Abad. Siglo XVIII), telas del palmero Juan Manuel de Silva (Santiago Peregrino, San Cristóbal y los arcángeles Gabriel y Rafael), procedentes de los desamortizados conventos dominicos de la capital palmera, Santo Domingo y Santa Catalina de Siena.

    Curiosamente, en sólo una semana de enero se celebraban las fiestas más importantes de esta ermita: San Antonio Abad, protector de los animales, el 17; San Sebastián, el 20; Santa Inés –talla desaparecida-, el 21; y el 23 San Ildefonso.

    Gracias a la espontánea, insólita y unánime petición y movilización vecinal, y a la rápida respuesta del Obispado -que una vez más actuó con una exquisita sensibilidad-, comenzaron hace ya un tiempo las tan necesarias obras de restauración de frescos, tallas y altares. Queda aún mucho por hacer. Todo este legado artístico-histórico-cultural-religioso se encontraba en un inconcebible y lamentable estado de deterioro. El Barrio de la Canela está recuperando, poco a poco, su símbolo más preciado.


    HIMNO A SAN SEBASTIÁN

    Afortunadamente se sigue interpretando en la Fiesta del Santo, después de la solemne Función religiosa y minutos previos a su salida procesional, el Himno a San Sebastián, del maestro palmero Alejandro Henríquez Brito (1848-1895). Es un emotivo momento en el que todos los vecinos juntos elevan el cántico en honor a su Patrón. Más de una lágrima es vertida en recuerdo de los que ya no están.

    Ciñamos con dulce afán
    del martirio en la victoria
    eternas palmas de gloria
    a la sien de Sebastián.

    1.- Caudillo valeroso
    de pretorial cohorte,
    de la romana corte,
    espléndido joyel:
    tu sacra fe cristiana
    venció con tu pureza
    la colosal grandeza
    de emperador infiel.

    2.- Tú dabas fuerte aliento
    al héroe cristiano,
    que el fiero Diocleciano
    a muerte sentenció.
    Para arrostrar tranquilo,
    del circo en las arenas
    las dolorosas penas
    de su martirio atroz.

    3.- De Marco y Marceliano
    ya eleva la fe pura,
    el llanto de amargura,
    del ruego paternal;
    y tu fervor ardiente
    fortaleció sus almas,
    para empuñar las palmas
    de triunfo sin igual.

    4.- Apóstata prescrito,
    de tu fervor cristiano,
    al déspota romano
    dio infame acusación.
    Y decretó el imperio
    aue horrible blanco fuera
    de la saeta fiera
    tu ardiente corazón.

    5.- Del bosque en la espesura,
    al rudo tronco atado,
    tu cuerpo ensangrentado
    yace en desmayo cruel.
    Y en la sombría noche,
    de Irene la ternura,
    tus mil heridas cura,
    que abrió el verdugo infiel.

    6.- Tornan a pedir tu muerte
    del déspota el despecho
    y a tu cadáver lecho
    da el circo funeral.
    En tanto entre las palmas,
    de la inmortal ventura,
    se eleva tu alma pura
    al mundo celestial.

    7.- Tu nombre y tu martirio
    del cristianismo estrella,
    rayo inmortal destella
    del tiempo en la extensión.
    Y cual preciosa piedra,
    las hondas catacumbas
    guardan entre sus tumbas
    tu gloria en tu panteón.

    BIBLIOGRAFÍA:

    ARRANZ ENJUTO, Clemente. Cien rostros de santos para la contemplación, CEDEP, San Pablo, Madrid, 2000.
    CALERO RUIZ, Clementina. «Aproximación al estudio de la escultura popular en la Isla de La Palma». I Encuentro de Geografía, Historia y Arte de la Ciudad de Santa Cruz de La Palma, Santa Cruz de La Palma, 1993.
    FERRANDO ROIG, Juan. Iconografía de los Santos, Ediciones Omega, Barcelona, 1950.
    FRAGA GONZÁLEZ, Carmen. La arquitectura mudéjar en Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1977.
    HENRIQUEZ BRITO, Alejandro. Himno a San Sebastián. [manuscrito].[18--?]
    Libro de Visitas de la Ermita de San Sebastián, siglos XVI-XVIII, Archivo Histórico Nacional de Madrid
    LORENZO RODRIGUEZ, Juan Bautista. Noticias para la Historia de La Palma, La Laguna- Santa Cruz de La Palma, 1975- 1987, t. Iy II.
    NEGRÍN DELGADO, Constanza. «Escultura», en Arte flamenco en La Palma, Conserjería de Cultura y Deportes, Gobierno de Canarias, 1985.
    PÉREZ MORERA, Jesús. «Ermita de San Sebastián», Magna Palmensis. Retrato de una Ciudad, CajaCanarias, Santa Cruz de Tenerife, 2000.

  2. #2
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    Me acabo de dar cuenta que no puse ninguna foto, debe de tratarse de la "pitopausia", jeje. Mil perdones

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