La misa tradicional de ayer en Madrid
Un día de fiesta para los amantes del modo extraordinario
La espaciosa iglesia madrileña de la Santa Cruz, de cabida notablemente superior a la de las Salesas, donde por la mañana se había celebrado también la misa tradicional, acogió ayer, a las ocho de la tarde, a los fieles que quisieron asistir a la primera misa tradicional que se celebraba en ese templo inaugurando lo que tiene declarada vocación de permanencia pues se anuncia todos los días de semana y domingos a las 20.00 horas salvo los miércoles que será a las 20.30.
El templo es dignísimo, estaba perfectamente iluminado y tiene una acústica muy superior al de las visitandinas. Era el domingo
Laetare y verdaderamente fue un día alegre para todos. En primer lugar por el número de asistentes. Todos los bancos estaban ocupados y algunos fieles de pie a la entrada. Doscientas personas, tal vez alguna más.
Me parece muy importante señalar la presencia del vicario episcopal de zona y del párroco de la iglesia en la misa. Estábamos en plena comunión diocesana celebrando el rito latino en su forma extraordinaria. No éramos ningún grupo disidente o contestatario. Tampoco lo seríamos si el vicario no hubiera asistido ni nos hubiera dirigido la palabra pero tuvimos el gozo de que estuviera y nos hablara. Era la representación del cardenal que de algún modo quiso tambien hacernos sentir su presencia de padre de todos los católicos de Madrid. También de quienes aman esta forma del rito latino. Felicito por tanto al señor vicario que ha querido mostrarnos un gesto de afecto.
También me parece importante la presencia del párroco. Habría cumplido sobradamente con dejar la iglesia. Le debió parecer escaso y quiso también estar con nosotros. Con esos nuevos feligreses que van a tener su casa en la parroquia de la Santa Cruz aunque procedan de otras jurisdicciones parroquiales. No han sido acogedoras experiencias anteriores. Con rectores empeñados en mostrarnos su desafecto. Por ello es muy de valorar positivamente la presencia del párroco de la Santa Cruz.
No voy a hablaros de la misa tradicional. A mí, que no la frecuento, me parece muy hermosa. No tanto por su belleza estética, que la tiene, sino por su recogimiento que mueve a la piedad. El silencio de tantas partes de la misa de obliga a seguirla atentamente en la hoja que te faciltan. Gustando de las oraciones, las lecturas, el canon... Hay quien dice que es mucho menos participativa. Yo no lo creo. Me parece que te obliga, durante toda la misa a no distraerte. A seguirla con atención recogida.
No quiero con esto decir nada contra el
novus ordo que es el que sigo habitualmente. Y que me parece también hermoso y espiritual si se celebra dignamente. El
antiquior, al ser más rubricista, impide las excentricidades del celebrante, lo que no deja de ser una ventaja. Y también lo es el que, al ser más larga la misa, obliga al sacerdote a no extenderse en interminables homilías de las que suelen desenganchar la mayoría de los fieles.
La asistencia, que ha sido muy numerosa, sorprenderá también a no pocos. Había gente de todas las edades. Desde niños a ancianos. Pero no eran estos últimos la mayoría. La media de edad me parecía bastante más joven que la de muchas misas dominicales. Y más sorprendente todavía. Había más hombres que mujeres.
Varios sacerdotes, confesando, en coro, entre los fieles. Todos identificables a simple vista. Y casi todos jóvenes. Destacaba por el tamaño, la filetata y la faja un monseñor vaticano, de nacionalidad norteamericana, Ricardo María Soseman, que habla perfectamente el español y de singular simpatía.
Verdaderamente fue un domingo
Laetare. Especialmente para el P. Raúl Olazábal a quien tanto deben el modo extraordinario y los católicos que lo quieren seguir.
Concluyo con un aspecto más de diocesanidad. La colecta de la misa fue para el seminario de Madrid. Como en cualquier iglesia de la archidiócesis en ese día. No se trataba de un grupo extraño metido con calzador en un templo madrileño. Eran plena y total iglesia diocesana. Como siempre lo han querido ser. Pese a tanta..., digamos incomprensión. Dios quiera que se haya superado para siempre.
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