Un traductor olvidado:

La Primera Biblia Latinoamericana


Andrés González Schaín
(periodista y profesor de Comunicación y Lenguaje)


El Libro de los libros, el más leído, estudiado y cuestionado, el más venerado por contener la Palabra misma de Dios, así como el más difundido en sus 1900 años de vida --aunque comenzó a escribirse hace más de tres milenios--, recién acaba de cumplir su 80 aniversario en la historia de la América cristiana. Es cierto que existía mucho antes, desde el mismo comienzo de la Conquista, y que se difundió considerablemente. Pero publicada completa como Biblia traducida directamente desde el griego al español --como proeza realizada en nuestro propio continente--, ni siquiera alcanza un siglo. Dicha primacía pertenece a un poco difundido erudito, sacerdote de origen alemán -radicado en Chile--, el Padre Guillermo Jünemann Beckschäfer (Welwer, Westfalia, 1856 - Tomé, Concepción, 1938).

No fue la primera, como se cree usualmente, la que monseñor Juan Straubinger hizo en Argentina, pues en su Nuevo Testamento (Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 1948) --muy elogiado sobre todo por sus iluminados y generosos comentarios exegéticos a pie de página--, da el justo reconocimiento al P. Jünemann, «hasta hoy ignorado en el mundo bíblico». El mismo Straubinger anota que aquél, precisamente dos décadas antes, «en el año 1928 publicó en Concepción, en forma harto modesta, como suelen aparecer las grandes obras, una cuidadosa y muy competente versión literal del Nuevo Testamento según los mejores códices: Vaticano, Sinaítico, Alejandrino», en sus mejores ediciones.

Otro récord meritorio de Jünemann es que llevó a cabo la traducción completa del Antiguo Testamento --con igual exactitud y por primera vez en el mundo de la lengua española--, en base al texto de la muy ilustre y venerable traducción griega llamada De los Setenta (LXX), con breves notas críticas que la comparan con el texto Masorético hebreo y con la Vulgata latina. Sin embargo, esta primera parte de la Sagrada Escritura, que el presbítero terminó de verter ese mismo año, fue recién publicada en 1992 --en un solo tomo como Biblia completa-- por iniciativa del Centro de ex alumnos del Seminario Conciliar de Concepción, presentada por su entonces Arzobispo Antonio Moreno.

«El problema --observa Monseñor Moreno, reconocido biblista-- es que no sabemos exactamente qué ediciones empleó». Aunque hay quienes suponen que alguna edición crítica contemporánea de Rahlfs y alguna de Tischendorf-Nestle para los tres Códices principales, que también contienen a la LXX con leves variaciones. Si ello se lograra determinar, bien podría servir para una edición interlineal palabra por palabra.

El también biblista y sacerdote Ignacio Chuecas, aunque prefiere el Antiguo Testamento traducido desde su original hebreo-arameo, considera que el P. Jünemann «fue un visionario, porque la LXX tiene ahora mayor vigencia, entre los estudiosos, que en los tiempos de él». Y la razón de por qué recurrió lleno de devoción a tan magna obra, fue por el valor que le concedieron los mismos escritores del Nuevo Testamento y los Padres de la Iglesia, que en general citaban y hacían referencia directamente desde ella. Recuérdese que la LXX, de los siglos III - II a. de C., fue la primera y más importante traducción del Antiguo Testamento, así como la más leída por la cultura judeo-helenística en los tiempos de Jesucristo y los Apóstoles, y la que ellos mismos utilizaban más autorizadamente.

Su afán por la exactitud original

Quien lleva el muy honroso título de primer traductor de la Sagrada Escritura en la América Hispana, tuvo el afán por lograr el mayor perfeccionamiento en la exactitud de aquel mensaje original bíblico, a veces a costa de la claridad y del poco “amigable” estilo de forzar el hipérbaton. El P. Jünemann tenía muy arraigada en las venas la precisión tan querida por el genio alemán de sus antepasados, y por eso eligió darse pocas libertades. Así lo interpreta su coterráneo de origen, monseñor Straubinger (cuya admirada Biblia completa fue reeditada el 2007 por la Universidad Católica de La Plata, excepto, por desgracia, su excelente Introducción al Nuevo Testamento, de donde extraemos la siguiente cita): «Su preocupación ha sido entregar el original al pie de la letra, como si escribiese en griego con palabras castellanas, de modo que si la construcción y el estilo, muy rico en léxico, sorprenden naturalmente por su uso poco frecuente, ofrecen, sin embargo, gran interés para los estudiosos que, ignorando el griego, pueden tener casi la impresión de estar leyendo el original».
Y así lo explica el mismo Jünemann: «Obra de mi vida entera, puedo llamar a esta versión por su magnitud, sus dificultades, la enorme suma de estudios previos. Con la más rigurosa fidelidad la he hecho, y para probar a la vez la superioridad del castellano sobre todos los idiomas modernos en cuanto a la elasticidad sintética».

Su obra de traducción, desde 1920 a 1928, es elogiada por el también traductor Narciso Colman al decir que dio «a luz toda la verdadera Biblia en verdadero español. Porque su lema fue respetar con respeto soberano la Palabra Divina para no alterar en ella una sola "i", y presentar la lengua española en toda la riqueza de su vocabulario y flexibilidad, para que no apareciera plebeya ante la reina de todas las lenguas humanas: la griega». Según Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, «la traducción del padre Jünemann constituye aún hoy un testimonio bíblico de valor único. Incluso su literalidad extrema puede servir para seguir desde el castellano al texto griego de la LXX o al del Nuevo Testamento». A este respecto, cita al jesuita español Gabriel María Verd, que señala en general: «Las versiones literales transparentan al texto original, y pueden ser sumamente iluminadoras en la lectura privada de una persona de cultura». Y el P. Ignacio Chuecas, hebraísta --que forma parte del equipo de traductores del Centro Bíblico para América Latina (Cebipal), que preside Monseñor Santiago Silva, Obispo auxiliar de Valparaíso --, opina que «el literalismo tiene la ventaja de dar un acceso mucho más real al texto originario en su retórica y arquitectura, como veo en Straubinger en los géneros narrativos de su Antiguo Testamento, y esto no lo logran las actuales teorías de traducción que favorecen el sentido».

Pero para Monseñor Moreno, «el literalismo de Jünemann hace que la lectura sea difícil para el uso corriente por motivos pastorales, litúrgicos y exegéticos, porque no es construcción castellana, sino griega, por lo que ambas no se corresponden. En cambio, Straubinger es un exegeta, porque su traducción refleja el sentido profundo de los autores; y sus comentarios a pie de página intratextuales --es decir, de textos con otros textos dentro de la misma Biblia-- son muy útiles hoy en día para propósitos pastorales y espirituales».

Cuando muy pocos leían la Biblia

Hay quienes creen que la Sagrada Escritura fue mantenida por la Iglesia en latín para ignorancia del pueblo, pues nadie que no supiera ese idioma podría leerla. Pero la verdad es que el libro más leído y más traducido en la historia de la humanidad fue conocido desde siempre por las más variadas lenguas para el acceso común de cada época y lugar: en hebreo, arameo, griego, latín y sus derivaciones romances, incluido el español. La ignorancia relativa se debió a que muy pocos sabían leer y escribir, pero mientras dificultosamente se alfabetizaba a la población (gigantesca obra de la Iglesia, directa o indirectamente), muchos aprendían cuando se les relataban de memoria las historias sagradas --sobre todo acerca de Cristo--, a través del teatro, la música, la pintura y cortos textos bíblicos selectos, incluso traducidos a las lenguas autóctonas, métodos de los que también se sirvieron los misioneros cuando evangelizaban.

Si bien la Biblia, o selecciones de ella, ha sido vertida a las lenguas vernáculas durante toda su historia --sabemos que a nuestro primitivo español existe desde el siglo XIII por obra del rey Alfonso X "El Sabio", en su totalidad textual, y aún antes, pero parcialmente--, la verdad es que muy pocos la leían entonces. Entre una mayoría de población analfabeta, los menos podían tener acceso a ella. Y aunque en los tiempos de Jünemann y Straubinger todavía no se daban grandes cambios, sin duda que ambos contribuyeron a la difusión y comprensión de lo que por entonces era, por algunos, censurado.

A principios y a mediados del siglo XX, «la gente no leía la Biblia, sólo los protestantes y algunos curas, no todos», asegura el historiador de la Iglesia chilena, Marciano Barrios. Aquéllos, la no aprobada y cercenada traducción Reina-Valera; y entre los católicos, algo la Vulgata y en menor medida la Torres-Amat, pero casi nada la de Jünemann ni otras, e insuficientemente en los seminarios. Recién en la década de 1930 recobró impulso el movimiento bíblico católico con algunos excepcionales sacerdotes, como Juan Salas, que en la parroquia San Juan Evangelista de la calle Lira enseñó a jóvenes intelectuales como Jaime Eyzaguirre y Julio Philippi; o como el P. Humberto Muñoz, que formó centros populares para estudiar la Biblia, mientras algunos lo acusaban de haberse convertido a "protestante" por hacer esa obra catequizadora. Después, los padres Antonio Moreno y Beltrán Villegas, en los años 50, enseñaron en la Pontificia Universidad Católica con la novedosa traducción española castiza de Nácar-Colunga. Pero fue el Concilio Ecuménico Vaticano II, en los años 60, lo que incentivó de manera definitiva los estudios escriturísticos, por desgracia abriendo tanto la libertad para traducirla, leerla y comentarla, que no se ha dejado de caer en herejía tras herejía.

Así es que en los tiempos del P. Jünemann eran muy pocos los que siquiera se interesaban por conocer su obra. Ni tampoco ahora. «Casi nadie la conoce, y de hecho no se la cita ni estudia, ni de referencia», admite el teólogo Jaime Carmona, de la Conferencia Episcopal.

De justicia histórica

«Desde que éramos niñas, escuchábamos de la familia rumores que, ahora de adulta, les doy más sentido. Nos preguntábamos cómo en una época de tanta ignorancia, si entre ellos había un cura sabio, eso podía ser causa de envidia, por lo que habría sido de alguna forma "castigado" en un pueblito como Quillón, recluido, sin tribuna universitaria, y sus libros editados y conocidos mucho más afuera de Chile, que aquí. La verdad es que eso siempre lo encontramos muy extraño», recuerda su sobrina bis-nieta Ana María Jünemann, profesora de Historia.

Se dice que los pocos ejemplares del Nuevo Testamento del padre chileno-alemán, agotados en breve tiempo, fueron mejor conocidos en Europa, obra monumental que se consideró «cuidadísima y en ocasiones elegante a las mil maravillas», y elogiada en la Comisión Bíblica de Roma. Asimismo, sus estudios humanísticos como su Literatura Universal, de 1927, tuvo ocho ediciones por Herder, el entonces librero-editor pontificio, de Friburgo de Brisgovia, Alemania. Y fue famosa, porque «estaba recomendada por el Ministerio de Instrucción Pública de España y adoptada como texto en los institutos oficiales de Venezuela», pero no en Chile. El Correo de Tortosa, diario de España, decía en 1930: «Jünemann así a secas, es un nombre glorioso, consagrado ya como autoridad indiscutible en el mundo de las letras». Así se refieren varios periódicos extranjeros con respecto a su Estética Literaria, su Literatura y antología españolas y su Antología universal de los mayores genios literarios; y de carácter místico: La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús, La vida de Paulina de Mallinckrodt, Konnersreuth (una biografía sobre la vidente y primera mujer estigmatizada del siglo XX, Teresa Neumann), La vida de N.S. Jesucristo y de María, según las revelaciones de Ana Catalina de Emmerick (recuérdese que el popular film La pasión de Cristo, de Mel Gibson, está inspirado en esas visiones). Todas obras publicadas, con varias ediciones, también por Herder. El políglota de nueve lenguas --que como cuenta en su autobiografía Mi Camino, tras una sacrificada travesía arribó con su familia a los 8 años de edad a Puerto Montt; que fue condecorado a los 16 por el entonces rector de la Universidad de Chile, Ignacio Domeyko, por su admirable dominio del latín; que cerca de los 20 corregía los informes del obispo de Concepción, monseñor José Hipólito Salas; que llegó a ser rector del seminario en dicha ciudad, así como párroco y capellán-- casi nadie lo recuerda hoy.

Y sin embargo tradujo toda La Ilíada, de Homero, así como textos escogidos de varias obras clásicas que incluyó en sus recopilaciones de crítica filológica. Y aunque la conocida máxima de Jesucristo: «Nadie es profeta en su propia tierra», que Jünemann traduce: «No hay profeta deshonrado, sino en su patria y en su casa» (Mateo XIII, 57), gracias a Dios se puede descargar ACÁ y poder conocer gratis y completa esta gloriosa primera Biblia llevada al español en Latinoamérica.
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