Sobre las Guías catequísticas oficiales de la diócesis de Santander
2º y 3º Curso de Catequesis de Infancia
Ambos volúmenes, que tienen como autor al sacerdote santanderino D. Jesús Nistal Bedia y cuentan con el imprimatur del Obispo diocesano D. Vicente Jiménez Zamora, llevan un único prólogo, dedicado a los “agentes de la catequesis”, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Por medio de estas “advertencias preliminares” nos enteramos de que la doctrina aquí expuesta proviene en primer término de libros elaborados, se avisa solemnemente, por la Conferencia Episcopal Española (C. E. E.), “ejerciendo [sus miembros] en colegialidad [el] ministerio pastoral y evangelizador” propio de los Obispos. Aunque, claro está, la C. E. E., para un más perfecto accionar de su burocracia, cuenta con una algo pomposamente llamada Subcomisión de Catequesis, donde los textos invocados fueron engendrados y nacieron, deduzcamos que de auténtica semilla episcopal. Los organismos intermedios se han multiplicado.
Los textos de la Conferencia Episcopal, instruye el autor a sus potenciales lectores catequistas, buscan preparar “a los niños, dentro del proceso catequístico, para la celebración de la primera Eucaristía”; ¡es lo que llamábamos antes rústicamente “estar preparados para recibir la primera Comunión¡”.
Pero pasemos al análisis de alguno de los contenidos de las Guías en cuestión.
“La Biblia es la Palabra de Dios escrita y guardada por la Iglesia” (2.º Curso, página 24).
¿No es acaso también transmitida por ella, es decir, por la Sagrada Tradición de la Iglesia Católica? ¿Ha quedado superada la expresión Sagrada(s) Escrituras(s)?; ¿resulta acaso incomprensible para los niños de hoy? Señalemos por otro lado que de esa venerable Tradición nada se dice en toda la extensión de las Guías.
“Dios solo pensaba en hacer feliz al hombre” (2.º Curso, página 30).
¿La Creación no tiene nada que ver con la gloria de Dios? ¿No es su manifestación exterior? ¿Es solamente una especie de instalación eudaimónica, un gran parque de diversiones para la felicidad de los hombres?
“Hay gente en todo el mundo que dice: ¡Hay que salvar a las ballenas! Lo mismo dijo Dios: Hay que salvar al hombre” (2.º Curso, página 31).
Sin poner en duda lo más mínimo las buenas intenciones del autor ¿es este un símil adecuado para la formación de los niños en la Fe?
“Una vez [Jesús dijo a un niño]: El Reino de Dios lo forman todas las personas, mayores y pequeños, que aman de verdad a los demás” (página 46).
¿En dónde consta que Jesús dijera tal cosa?
“José y María querían tener hijos. Querían formar una familia” (2.ºCurso, página 50).
José, puede concederse. María, jamás. Como exclamaba un teólogo desilusionado del progresismo de su juventud: “Tanto luchar en la Iglesia hasta definir la fórmula dogmática aeioparthénos, para llegar a esta Mariología de pacotilla que acaba en cinco minutos de catequesis con siglos de elaboración cristológica.” Así también puede escribirse, ¡para catequizar a los niños!, que “María tenía unos 14 años cuando se enamoró de José que tendría unos 20 años, […] y José se enamoró de María. […] Y decidieron casarse y pensaban: Tendremos muchos hijos; [… y después de haberse casado decían:] Somos marido y mujer” (3er Curso, páginas 36-37). ¡Se comprende que se pueda presentar ¡a los catequistas! “la historia de María, la madre de Jesús” (página 37), sin llamarla ni una sola vez Santa ni Madre de Dios!
“Jesús nace igual que nosotros” (2.º Curso, página 75).
¡Lo que implica una coma gráfica! Porque decir: “Jesús nació, coma, igual que nosotros nacimos”, es cierto, pero afirmar: “Jesús nació igual que nosotros nacimos”, sin la minúscula coma, es o ignorar mucha teología, o tergiversar gravemente el milagro insondable del parto virginal.
“La liberación de la Humanidad se obtiene con el sacrificio de Jesús” (2.º Curso, página 86).
Otra afirmación generalísima vertida en el marco de la preparación a la primera Comunión de niños: lo dice todo, no dice nada y calla demasiado acerca del Sacrificio de Cristo en la Cruz que cada Santa Misa renueva de modo ritual incruento. Podemos evocar en sentido opuesto una formulación catequética tradicional sin duda más exacta y menos ambigua: “Los fines de la Santa Misa son cuatro: adorar a Dios, darle gracias, pedirle beneficios y satisfacer por nuestros pecados.” ¿Estamos muy lejos con esta formulación tradicional del pomposo universalismo cuasimasónico al que nos acerca la expresión “liberación de la Humanidad” empleada por el autor? Pero estaremos más cerca de la verdad de las cosas, que es lo importante a la hora de educar en la Fe y para su ejercicio.
“Suponemos que [Jesús] resucitó al comienzo del domingo” (2.º Curso, página 98).
Valde mane! La Iglesia, que así canta en Pascua, no lo supone, lo sabe sin sombra de duda porque así estaba profetizado en el Antiguo Testamento y porque los Apóstoles así lo testificaron y lo transmitieron de palabra y por escritos divinamente inspirados.
[El día de la Ascensión de Jesús] les pareció [a los Apóstoles] que se elevaba hacia el cielo” (2.º Curso, página 106).
Vaguedad de vaguedades, pero ¿con qué efectos sobre el entendimiento infantil en formación? ¿No es dejar abierta la puerta al “Jesús de la fe”, es decir, al Jesús que a cada cual le parece?
“El espíritu de Jesús movía a Jesús desde dentro” (2.º Curso, página 111).
Olvida el autor distinguir entre el alma de Cristo, sustancialmente unida a la Persona del Verbo igual que su cuerpo, del Espíritu Santo, cuya relación con Aquél describe bien la Teología católica partiendo de la formulación dogmática: Ex Patre Filioque procedit.
“[Los Apóstoles] se parecían en todo a Jesús: querían a todos, enseñaban el Evangelio, bautizaban, perdonaban” (2.º Curso, página 111).
Es verdad. Pero se omite recordar que tenían autoridad y que la ejercían como Jesús, y que juzgaban y castigaban a los hallados culpables precisamente porque los amaban según el mandamiento de Cristo y porque antes amaban a la Iglesia de Cristo encomendada a su cargo, gobierno y responsabilidad.
[El día de Pentecostés los Apóstoles] supieron que había venido [el Espíritu Santo] porque, aunque no lo vieron, sintió cada uno dentro de sí como un fuego”, etc. (3er. Curso, página 18).
Aplicando a mansalva el principio de subjetivismo aquí evidente en la presentación de un pasaje fundamental del Nuevo Testamento, el autor no sólo destruye este pasaje sino que inocula en el catequizando escepticismo e incredulidad; el autor quiere una y otra vez en estas Guías que en los alumnos se despierte “admiración, “entusiasmo”, “pasión por la Iglesia”, a la que sin embargo trata despectivamente al descartar sus enseñanzas milenarias, que fortalecieron la fe de los Santos. Las dificultades exegéticas de la Sagrada Escritura encuentran su respuesta en la Tradición y en el Magisterio, no en la prestidigitación del racionalismo o en las torpezas mentales del materialismo.
La Iglesia o Comunidad cristiana la funda o inventa Jesús cuando, antes de su muerte, forma con los Apóstoles un grupo de amigos […]. La Iglesia o Comunidad cristiana nace, o recibe vida, o la pone en movimiento el Espíritu Santo el día de Pentecostés”, etc. (3er. Curso, página 19).
Doble desviación eclesiológica, al enfatizar un origen de la “Comunidad cristiana” (sintagma que permite entender casi cualquier cosa) preponderantemente (aunque no exclusivamente) apostólico (¿sobre sólo bases humanas?), y pentecostal-carismático, en menoscabo de su origen en la Encarnación por la unión hipostática de la naturaleza divina del Hijo con la naturaleza humana que asume el Verbo en el vientre virginal de María Santísima y que el mismo Jesucristo consuma en el altar de la Cruz.
“Es más bonita la palabra Eucaristía o [el sintagma] Cena de Jesús [que la otra palabra] Misa” (3er. Curso, página 23).
Nos preguntamos para quién será en efecto “más bonita. La palabra Missa está, digamos así, en el genoma espiritual del cristiano porque se halla en la raíz evangelizada de las culturas y lenguas modernas (tema caro al Papa Juan Pablo II), y buscar desplazarla, aunque sea en el ámbito del vocabulario (esto es, del pensamiento), no es prudente, si se quiere mantener la identidad católica.
“Las reuniones [generales] del Papa con los Obispos se llaman Concilios, que significa Consejos. Así hablamos del Concilio Vaticano” (3er. Curso, página 27).
. El lector se puede preguntar: ¿Concilio Vaticano I (que también existió) o II ? Precisamente el Concilio Vaticano I es el del Papa Pío IX que definió la existencia, la naturaleza, las condiciones y los límites del ejercicio de la infalibilidad del Sumo Pontífice, prerrogativa en nuestras Guías sólo descrita de modo fenoménico y superficial (“enseña la verdad, no se equivoca”), sin emplear la palabra nuclear de dicha definición dogmática (3er. Curso, página 28).
“El pueblo de Dios, en la Iglesia de Jesús, es más importante que los Obispos y el Papa, pues éstos están al servicio de aquellos […], son nuestros servidores. […] Sin nosotros, la Iglesia no es la Iglesia de Jesús” (3er. Curso, página 28).
Es inadmisible confundir la cabeza visible de la Iglesia, embarullándola con, contra, sus miembros. Aunque abonada en opiniones teológicas esta concepción horizontalizante de la Jerarquía es inadmisible porque anticipa su desaparición y falsea la voluntad de Jesucristo expresada en los discursos de la Última Cena.
“La Iglesia de Jesús, la Comunidad cristiana, es también pecadora porque nosotros somos la Iglesia y nosotros somos pecadores” 3er. Curso, página 28).
Repetida hasta el hartazgo, esta falsa idea, blasfema y herética, ha calado en los fieles. Aquí se intenta que la conciban, deformando su amor a la Iglesia Santa, desde la misma catequesis infantil. ¿Cómo querrán recibir en lo sucesivo su santificación de una Iglesia a la que se les enseña a despreciar, incluso a temer?
“Hay algunos que hasta insultan a Dios. Esa es la mayor tontería que pueda hacer un hombre” (3er. Curso, página 44).
En el marco de la presentación del segundo mandamiento no se menciona la palabra blasfemia, que no es precisamente “una tontería” y práctica frecuentísima en la diócesis a la que estas Guías van destinadas.
“No podemos matar nunca nadie” (3er. Curso, página 48).
¿No existe acaso la defensa propia? ¿No hay guerras justas? ¿Es totalmente inaplicable la pena capital?
“Sería muy conveniente que a medida que van narrándose los pasos de la Última Cena y de la Misa, se vayan presentando los vasos sagrados con el pan y el vino y colocándolos sobre una mesa para familiarizarse con el rito” (3er. Curso, página 89).
Sería conveniente, pero para desacralizar aun más la Misa a los ojos de los niños. Los vasos sagrados no son juguetes. El sentido de lo sagrado se aprende por el respeto y la elevación en el trato de las cosas consagradas. ¿Existe ya en las almas tan escaso temor del sacrilegio que pueden impartirse descuidadamente estas instrucciones en unas Guías de catecismo editadas con aval episcopal?
“El sacerdote es sólo un “doble” de Jesús” (3er. Curso, página 89).
Los niños conocen bien a los “dobles” de las series y películas, y las acciones a veces ridículas a veces temerarias que deben ejecutar por su oficio. ¿Merece la misteriosa actuación sacerdotal in Persona Christi esta banalización? ¿Qué concepción del sacerdote católico se busca inculcarles? No extraña que en toda la presentación del Sacramento de la Eucaristía ni una sola vez se emplee la palabra transubstanciación, acción confiada sólo al poder sacerdotal; los catecismos tradicionales, en cambio, la usaban con toda simplicidad, siguiendo el mandato del Concilio de Trento y de los Sumos Pontífices que insistían en que fuera periódicamente mencionada y predicada a los fieles en el sermón dominical. Como tampoco que se distinga entre substancia y accidentes (3er. Curso, página 96): ¿no se confiesa así implícitamente que el niño es inhábil para usar su inteligencia o que no posee capacidad de abstracción; que sólo es afectividad, emociones, sensibilidad física y sentimientos.
“No sabemos si hay alguien en el infierno” (3er. Curso, página 110).
Van a encontrarse estos niños –a lo largo de su vida y en las páginas de cualquier historia objetiva- con la realidad del frecuentísimo triunfo terreno de los malvados. La misma Sagrada Escritura nos lo advierte: El mundo entero yace en poder del Maligno (1Jn. 5, 19) Pues bien, el autor de las Guías sugiere o más bien afirma su triunfo también en el más allá. Una vez más vemos que se sustituye el misterio –la eternidad de las penas del infierno- por el absurdo de esta idea –en el fondo blasfema- de una Misericordia, que no perfecciona la Justicia divina sino que es de hecho indiferente al bien o al mal de sus criaturas El Infierno existe, existen los condenados a la pena eterna, son dogmas de la Iglesia; y esta existencia responde a la exigencia de la Justicia divina a la que estas Guías se cuidan bien de mencionar.
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