Jesús pasa sus últimos días en el seno de María



El mundo gira desenfrenado, más veloz, mucho más, que la tierra sobre su eje, que la tierra en su órbita. El tránsito entre el antes y el después, de suyo fugaz, es estimulado en su trepidación. Construimos trenes que son aviones pegados al suelo para ir arañando minutos a las distancias, porque entre la partida y la llegada todo es angustia por llegar y poder así seguir huyendo. Tal es el mundo en permanente fuga de sí mismo y de las cosas y de Dios.
Los cristianos nos dejamos atrapar por esa voraz y contagiosa síncopa, que impide pesar las cosas ante la premura por anticipar las cosas que, sin haber llegado empujan y desplazan ya a las que acababan de llegar y nos las arrebatan de las manos que intentaban acariciarlas, siquiera un instante, antes de que el pasado las congele. Las noticias de la tarde marchitan las del mediodía… aunque se parezcan a ellas como una gota a otra gota igual de opaca.
El cristiano del día, llamado sin embargo a fijar eternamente las cosas con el ritmo celeste del calendario litúrgico, se atreve a someter esa misma cadencia divina al traquetreo del consumismo. Así, el Adviento queda sepultado por una falsa navidad de mercachifles que, avaros, si pudieran, la anticiparían hasta juntarla con la vuelta al cole. Arranca el Adviento, con su discreta penitencia de espera presentida y ya están las calles engalanadas de luces horteras e insultantemente chillonas: “¡No hay que esperar, te la traemos ya, la navidad!” Que sí, que hay que esperar.

Y así, todo conspira para acallar el silencio brillante del Adviento, su dulce mortificación por la virginal preñez que nos trae, callandito, la verdadera Vida.
El Adviento es una metáfora de la vida cristiana hoy, casi olvidada de todos, menos de Dios y de los suyos que, aunque aturdidos, no desesperan: riachuelo que discurre bajo el hielo arrogante y jactancioso, sin ser visto, preparando los divinos rayos de un sol justiciero y transformador.
Esa falsa navidad pesetera, impertinente y acaparadora, pretende aspirar y tragarse no sólo la verdadera Navidad, sino también el humilde Adviento. El Adviento entero carece de sentido para ese plagio navideño mundano, pero en particular, los días que se aproximan ya, que colindan con la Noche de Dios, la Nochebuena, son objeto de un despiadado desdén: todo el mundo felicita la navidad en la que pocos creen, precisamente con un aceleramiento especial en estos días después del domingo de Gaudete, los días de las “posadas” hacia Belén de María y de José. Y, presa de la histeria inducida por felicitar “estos entrañables días”, los despistados hacen la última labor de machaque sobre los días postreros del Adviento: “Aprovecho, a última hora, para desearos felices…”, y lo hacen acodados sobre estos últimos delicados días de la sagrada, temblorosa y tierna expectación, días a los que nadie atiende, en los que muy pocos esperan y todos revientan el tempo, el ritmo divino de la Encarnación. Estos días últimos del Adviento han sido deshuesados y son sólo el último estribo para felicitar, a última hora, una navidad que hay que esperar y que todavía no ha nacido...
¡Callad, callad, es el último silencio, el más delicado, antes del Misterio de los Misterios!
¿Por qué no vivir el Adviento y llegar hasta los últimos días del Adviento? ¿Qué otra cosa tiene sentido? Recuperar el Adviento, para, así, recuperar la Navidad también.
A mis amigos les traigo hoy una meditación, del Padre Emmanuel de Mesnil-Saint-Loup, específicamente, delicadamente, humanamente dedicada al miércoles anterior a la Natividad de Jesucristo. Es decir, una sencilla meditación pensada para un día como hoy, haciendo frente a esta falsa navidad aspiradora de tiempo y preparándonos con sencillez para la auténtica Navidad.
Jesús pasa sus últimos días en el seno de María.,,


“La vida de Jesús en el seno de María es una vida de renuncias.
Allí, Jesús se ha hecho prisionero; Él ha sacrificado su libertad, hasta su libertad de movimientos. Tiene un corazón que, por así decirlo, no vive más que por un préstamo perpetuo que hace al corazón de su madre: tiene ojos para no ver; tiene miembros para no moverse.
Para nosotros, la vida en el seno de nuestras madres es nula: no sabíamos nada, no sentíamos nada, nuestra alma no podía hacer ningún acto de inteligencia, ni de voluntad.
Pero el alma de Jesús sabía, quería, sentía y su alma aceptó ese estado de privación, de aniquilación, de renuncia. No sólo lo aceptó, sino que su alma abrazó aquel estado con amor como un modo de satisfacer a Dios por nuestros pecados, por nuestras voluntades culpables, nuestras satisfacciones desordenadas, nuestras gestiones insensatas, nuestras miradas perdidas, nuestras palabras desgraciadas, y todas nuestras acciones que se alejan de la regla de la voluntad de Dios.
Dios mío, para adorar todas estas renuncias de Nuestro Señor, dame la gracia de practicar hoy algunas renuncias en mis miradas, en mis palabras, en mis satisfacciones."

El brigante: Jesús pasa sus últimos días en el seno de María