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Tema: San Ignacio de Loyola, protocarlista

  1. #1
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    San Ignacio de Loyola, protocarlista

    San Ignacio de Loyola, protocarlista



    Parecerá últimamente que LAS LIBERTADES se haya convertido en una especie de santoral. Y es que el calendario nos sirve no sólo para honrar a los santos, sino para introducir otros asuntos. Hoy es la fiesta de San Ignacio de Loyola, confesor, fundador de la Compañía de Jesús. Una Compañía de Jesús hoy prácticamente desaparecida, por más que queden algunos jesuitas aislados. Aislados, sí, pues nadie aborrece más a los hijos fieles de San Ignacio que sus supuestos compañeros en esa congregación que, si no ha cambiado de nombre, ha cambiado en todo lo demás.
    Los carlistas asturianos que pasan de los cuarenta años aún recuerdan cómo llegó, furtivamente, la noticia de que el Padre Manuel Soto Álvarez S.I., capellán del Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella, había sido trasladado a Villagarcía de Campos, al antaño próspero noviciado que hoy, ya prácticamente sin vocaciones, ha sido convertido en moridero. Y allí murió enseguida, en el año 2002.
    El Padre Soto nos sirve como ejemplo de la larga y estrecha relación entre la Compañía de Jesús y el Carlismo. Manuel Soto era de vieja familia tradicionalista gijonesa, requeté veterano del Tercio de Navarra. Muchos jesuitas fueron capellanes de requetés, y muchas familias carlistas entregaron hijos a la Compañía. Ya en 1833, poco después de haber sido restaurada la congregación fundada por San Ignacio, el Rey en el exilio tenía jesuitas a su alrededor. Todavía en la III Guerra Carlista recordaba el Padre Coloma que la mayoría de los presbíteros jesuitas rezaban en la Misa la colecta Et famulos así: Pro Rege nostro Carolo… Luego algunos (Luis Coloma, recién ordenado, entre ellos) empezaron a cambiar, en cobardía posibilista, a rezar por el Usurpador: «Pro Rege nostro Ildefonso». Algo más tarde vendría el nefasto Ángel Ayala, pionero de la «democracia cristiana» en España, así como los promotores de «sindicatos» católicos amarillos que sirvieron a la propaganda roja para calumniar al sindicalismo católico en su conjunto.
    Pero al mismo tiempo, muchos jesuitas seguían fieles. La controversia interna entre integristas y posibilistas (liberales, en realidad) sacudió a la Compañía en España durante las primeras décadas del siglo XX; pero los pesos pesados, por su saber y santidad, eran antiliberales. España era, por así decirlo, la mitad de la Compañía de Jesús en el mundo; pero en la otra mitad, o en muchas partes de ella, la heterodoxia, el americanismo, el modernismo, habían hecho ya mella. Vino la II República y expulsó a los jesuitas. Los jóvenes recibieron formación en el extranjero, sobre todo en Europa. Cuando estos jóvenes llegaron a puestos de mando, a partir de la década de 1950, el declive empezó. Con el Vaticano II y con el Padre Arrupe como General, el declive se convirtió en desastre, en autodemolición rapidísima y en una voluntad luciferina de ayudar a demoler cuanto quedase de la vieja Fe, de la vieja Misa, de la vieja Iglesia. Voluntad que no dudó en intentar aplastar a los jesuitas que permanecieron fieles.
    ¡Qué contraste con la Compañía de Jesús que fundara San Ignacio en el siglo XVI! Si el Concilio de Trento fue en no poca medida la extensión a la Iglesia universal de las reformas impulsadas por los Reyes Católicos en las Españas, los jesuitas encarnaron como nadie la doctrina y el espíritu tridentinos.
    Ese mismo espíritu los aproximaba tanto al Carlismo en los siglos XIX y XX. Para empezar, Unidad Católica radical, sin tolerancias ni ecumenismos. Para muestra, párrafos de una carta del propio San Ignacio de Loyola a San Pedro Canisio, en 1554, sobre el problema de los protestantes en Alemania:
    Los predicadores de herejías, los heresiarcas y, en suma, cuantos se hallare que contagian a otros con esta pestilencia, parece que deben ser castigados con graves penas. Sería bien se publicase en todas partes, que los que dentro de un mes desde el día de la publicación se arrepintiesen, alcanzarían benigno perdón en ambos foros, y que, pasado este tiempo, los que fueren convencidos de herejía, serían infames e inhábiles para todos los honores. Y aun, pareciendo ser posible, tal vez fuese prudente consejo penarlos con destierro o cárcel, y hasta alguna vez con la muerte [...]
    Quien no se guardase de llamar a los herejes «evangélicos», convendría pagase alguna multa, porque no se goce el demonio de que los enemigos del Evangelio y de la cruz de Cristo tomen un nombre contrario a sus obras; y a los herejes se los ha de llamar por su nombre, para que dé horror hasta nombrar a los que son tales, y cubren el veneno mortal con el velo de un nombre de salud.
    Defensa de la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo, de la legitimidad y del orden natural, que llevó a los jesuitas de antaño a ser los más encarnizados enemigos de la Masonería, y a su vez a convertirse en la congregación religiosa más odiada por ésta. Otra feliz coincidencia: ningún «rey» liberal (todos ellos o masones o dependientes de la masonería) asistió nunca a los congresos antimasónicos, de los cuales los más brillantes eran promovidos por los jesuitas. Los exiliados reyes legítimos Don Carlos VII y Don Javier I sí asistieron y presidieron sus sesiones. Y hoy la realeza antimasónica está representada por el Regente Don Sixto Enrique de Borbón, Abanderado de la Tradición.
    En sus Ejercicios Espirituales nos propone San Ignacio de Loyola la «Meditación de dos banderas, la una de Christo, summo capitán y señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana natura».
    La bandera de Cristo, de Cristo Rey, es hoy la de Dios, Patria, Fueros y Rey legítimo. No queda ya, por desgracia, Compañía de Jesús que merezca este nombre; sí queda, por la misericordia de Dios, la Comunión Tradicionalista.

    San Ignacio de Loyola, protocarlista | Las Libertades
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  2. #2
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    Re: San Ignacio de Loyola, protocarlista

    31 DE JULIO - SAN IGNACIO DE LOYOLA










    "Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro: disponed de todo según vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta".


    Syllabus: 31 DE JULIO - SAN IGNACIO DE LOYOLA

  3. #3
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    Re: San Ignacio de Loyola, protocarlista

    LA INDELEBLE HISPANIDAD DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS



    SAN IGNACIO DE LOYOLA
    Y
    SU COMPAÑÍA DE JESÚS


    Por Manuel Fernández Espinosa


    San Ignacio de Loyola nació en Azpeitia en 1491. Eran tiempos de guerra, de heroísmo y piedad, cuando en España todavía se escuchaba el fragor de los combates y el estertor de un dominio extranjero en nuestro suelo patrio. Como vástago de un linaje vascongado, el duro entrenamiento en las armas fue lo primero que hiciera en su vida, como quien estaba llamado a esmaltar con sus hazañas los blasones de su hidalga Casa. Defendiendo Pamplona en el asedio de los franceses es gravemente herido, pero sobrevive y el tiempo de convalecencia lo dedica a leer libros de ascética y vidas de santos. Crece en él el ansia de combates más peligrosos todavía que los del acero y la pólvora, se insinúa a él la vocación religiosa: reza, peregrina, ayuna, se disciplina.

    En Barcelona, adonde ha ido a buscar la luz del Espíritu Santo, oye la llamada de Dios, cuelga su vestidura militar en el altar de la Virgen de Montserrat y se convierte en ermitaño haciendo de la cueva de Manresa su vivienda, de las rigurosas prácticas ascéticas que vive en su eremitorio sacará para componer sus "Ejercicios Espirituales", fundamento de lo que será la institución, el espíritu de caballería mística y militante, de la Compañía de Jesús. Allí también ve, con la clarividencia de los varones de Dios, que Dios no lo quiere en el retiro eremítico, sino al frente de una corporación de hombres que den la batalla a Satanás en todos los ámbitos.

    Estudia en la Universidades de Alcalá de Henares, de Salamanca, de París... El demonio, que barrunta el daño que se le apareja por el brazo de aquel vasco perseverante y enterizo, le acarrea muchos disgustos: Satanás siembra la sospecha, la maledicencia por doquier que pisa Ignacio, acusaciones falsas y sin fundamento le van a la zaga, prisiones, esa "persecución de los buenos" incluso que padecen todos los adelantados que están a la vanguardia en el combate: la sufrió Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Juan de Ávila... No se le regateó a San Ignacio tampoco: los conservadores, esos Penteos de siempre, con sus estrechas miras, lo pusieron en cuarentena; pero Dios lo libró de todas. En París allega discípulos, hombres de todas las naciones se le van agregando, se acrisolan sus virtudes en la práctica de los "Ejercicios Espirituales" ignacianos, viven con exigencia las virtudes cristianas, admiran a los pueblos, a ricos y pobres. Son los que más destacan en un principio el saboyano Pedro Fabro, el navarro Francisco Javier, el toledano Alfonso Salmerón, el soriano Diego Laínez, el palentino Nicolás de Bobadilla, el portugués Simão Rodrigues de Azevedo... Y muchos más que se van alistando bajo el estandarte de Cristo. Nacerá así la Compañía de Jesús, una de las instituciones eclesiásticas mejor formadas, más batalladoras, más celosas de la Gloria de Dios de toda la Historia Universal.

    San Ignacio es un santo crucial en la Historia Universal. La Compañía de Jesús, que fundó, pero de la que fue General a regañadientes, se convirtió en la pesadilla de todas las herejías. La recia formación de sus militantes, su auto-exigencia, su férreo celo de glorificar a Dios, su firme militancia la constituyeron en un ejército invencible. Comenzaron a cristianar a los aristócratas (en los que el espíritu renacentista de autocomplacencia y hedonismo ya estaba haciendo mella, corrompiendo las costumbres), los ignacianos crearon colegios, casas para asistir a los desamparados, universidades... Por todo el mundo. Emprendieron la evangelización de Asia. No faltaron a la evangelización de América.

    La Compañía de Jesús no podía fundarla un francés, ni un inglés... Para su fundación y constitución era menester San Ignacio, un vasco, educado en los libros de caballería y forjado en los campos de batalla, con un sentido religioso-militar de la existencia, con unas miras universales, imperiales. La Compañía de Jesús fue una de las obras hispánicas más gloriosas de toda la Historia.

    Por eso, por dar tanta gloria a Dios y tanto honor a España, la Compañía de Jesús sería muy pronto objeto de la ojeriza diabólica del enemigo. Se inventaron miles de leyendas contra los "jesuitas": la Compañía de Jesús empezó a ser vista como una sociedad secreta que conspiraba contra el bien de las naciones. Con antelación a que se hablara de "conspiración masónica", se hablaba en las cortes europeas de la "conspiración jesuítica". La Compañía de Jesús ha vivido en su larga historia infinitas probaciones: la calumnia, la persecución y el exterminio, sobre todo desde el siglo XVIII.

    Aunque es conocido por su capacidad organizativa, por su disciplina militar y su fervor sin fisuras, San Ignacio tuvo, en su vida, muchas experiencias extáticas y místicas menos conocidas. Para conocerlas es imprescindible, de entre todas las hagiografías, la "Vida de San Ignacio de Loyola", escrita por su hijo espiritual, el P. Pedro de Rivadeneyra. La grandeza de Loyola ha sido reconocida incluso por los más encarnizados enemigos de la Iglesia Católica: Adam Weishaupt, el fundador de los "Iluminatis", conoció bien el espíritu ignaciano y lo adoptó para organizar su sociedad secreta; Friedrich Wilhelm Nietzsche admiraba la organización ignaciana, véase los pasajes en los que alude a la Compañía de Jesús sin poder ocultar su encandilamiento por ella: en "La voluntad de poder" se puede leer; Vladimir Ilich Ulianov "Lenin" estudió la organización jesuita para copiar su estructura... Y así tantos enemigos. Por otro lado, sería extendernos mucho si tuviéramos que dar cuenta de los hijos ilustres de San Ignacio, de los jesuitas que a lo largo de los siglos han brillado, no solo por su santidad, sino por sus méritos científicos y humanísticos: tendríamos que hablar del granadino P. Francisco Suárez, filósofo fundamental que Heidegger tanto recomendaba para poder comprender la filosofía moderna; del loperano Bernabé Cobo: misionero, cronista de Indias, botánico y científico; del alemán Atanasius Kircher: sabio enciclopédico, orientalista, inventor, científico de los más importantes del siglo XVII); del portugués António Vieira, misionero y profeta del Quinto Imperio... Son como estrellas de una galaxia repleta de santidad y sabiduría.

    René Fülop-Miller escribía, al término de la biografía que le dedicó a San Ignacio de Loyola: "La obra de Ignacio sobrevivió sobre la tierra, porque la extendió al reino del cielo, y sobrevivió en el tiempo, porque se esforzó en darle la estructura indestructible de la eternidad". (Véase en "Ignacio, el santo de la voluntad de poder").

    La Compañía de Jesús formó hombres santos, hombres sabios, hombres combativos, venidos de todas las naciones, pero "hispanizados" al troquelarse en el molde de su Santo Patriarca, el Campeador de Cristo, el vasco fuerte, el español San Ignacio de Loyola. La Compañía de Jesús fue como un correlato espiritual de lo que era el Imperio español, fundado sobre la universalidad, sustanciando a todos los pueblos con el ardor inextinguible de una raza indómita que, cuando camina por la virtud es capaz de todas las grandes empresas y cuando se corrompe es capaz de las peores barbaridades.

    Ignacio de Loyola no murió: vive eternamente en la gloria de Dios Uno y Trino a Quien sirvió.

    RAIGAMBRE
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  4. #4
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    Re: San Ignacio de Loyola, protocarlista

    Sobre la crisis y degeneración de los jesuitas, ver este artículo del P. Terzio:

    Ignacio, un capitán traicionado por su tropa


    A propósito de crisis, hoy he leído en el ABC que cierran su casa de Jerez y se trasladan a la del Puerto de Santa María (ya habían cerrado la de Cádiz hace un par de años; sólo quedaban el P. Loring --el último jesuita, según la agencia FARO-- y otro, y tuvieron que irse al Puerto. Cuando se clausuró el Concilio V-2 --mejor escribirlo así por sus efectos destructivos-- eran treinta y tantos mil; hoy apenas son poco más de 15.000.



    Ver también:

    Ignacio, un capitán traicionado por su tropa


    Exercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola

  5. #5
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    Re: San Ignacio de Loyola, protocarlista

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Vinculación de la Casa de Borbón con la Compañía de Jesús

    Según se acercaba el final del ciclo biológico del General Franco, la lucha entre la Dinastía legítima y la irreal se acrecentaba. En este contexto, la boda de Carlos Hugo, por aquel entonces Príncipe de Asturias, llamó mucho la atención. Por un lado, la afortunada pertenecía a una de las monarquías más boyantes de Europa, a diferencia de la princesa griega quien tuvo serias dificultades para costear su dote. Por otro lado, Irene de Lippe-Biesterfeld era protestante. Por suerte, la princesa se convirtió.


    Este proceso de conversión fue objeto de críticas y no faltó incluso un jesuita (Ignacio Elizalde S. J.) que escribió un artículo en una revista de temática religiosa (Hechos y dichos) contra la Princesa Irene y la Familia Borbón Parma. Entonces, no tardó otro jesuita en contestar a tales ataques, mostrando la vinculación de los descendientes de Carlos V y la rama parmesana a la Compañía de Jesús:


    En la correspondencia publicada entre Luis XV de Francia y el Duque Fernando de Parma, aparece bien claro que éste fue el único Borbón soberano que resistió a la extinción de la Compañía en el siglo XVIII. Y si lee usted la vida del Padre Pignatelli escrita por el Padre March, hallará las pruebas de que dicho soberano fue el primero que llamó a sus Estados a la Compañía, entonces refugiada en Rusia, aun antes de su restauración, que sufrió graves dificultades por ello y que depositó toda su confianza en el Santo Pignatelli, en cuyos brazos expiró. Su nuera, la Reina de Etruria, fue la única Princesa que asistió, con sus hjos, al acto de restauración de la Compañía. El biznieto de aquélla, el Duque Roberto, íntimo amigo del P. Martín, confió la educación de sus hijos a los Jesuitas, y en nuestros colegios de Feldkirch y Kalksburg se educó el Príncipe Javier, padre de D. Carlos, mientras que éste lo ha hecho en Campion Hall, Oxford, y su hermano D. Sixto en nuestro colegio de Sarlat.
    De la dinastía carlista lo mismo podríamos decir: todos sus príncipes se educaron con jesuitas y los tuvieron como directores espirituales, y, más aún, podrá ver en la Historia del P. Lesmes Frías que D. Carlos, el de la primera guerra, fue quien más favoreció la restauración de la Compañía en España bajo Fernando VII, y que mientras los jesuitas eramos expulsados de la España liberal, se nos entregaba en la España carlista el Santuario de Loyola, se nos permitía abrir allí el noviciado e incluso colegios, lo que volvió a suceder en la tercera guerra. Más cerca de nosotros está la defensa que de la Compañía hicieron Lamamié de Clairac y Beúnza, carlistas, en el Parlamento republicano, y fue el Conde de Rodezno, carlista por entonces, quien gestionó y firmó, después de 1936, la orden de readmisión de la Compañía en España. Aparte de esos 100.000 requetés combatientes que con su sangre posibilitaron nuestra placentera vida en estos últimos 25 años... Creo, pues, que un jesuita, por más alejado que esté del carlismo, debe mostrar en sus publicaciones un mínimo de respeto y gratitud, particularmente respecto de las personas que lo representan.


    Simancas tradicionalista

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