Una sobredosis de misericordina




En la vecina infocatolica se ha desatado una polémica a raíz de la contestación de José M. Arráiz a una tesis de Alejandro Bermúdez. Es de justicia decirlo: Arráiz está defendiendo doctrina ortodoxa mientras que Bermúdez se acerca a la herejía. Además, Bermúdez ha dicho que sostendrá su tesis -Dios no castiga el pecado con penas temporales- hasta el fin de su vida... Cabría preguntarle al director de ACI ¿qué hizo Cristo con los mercaderes del templo sino un acto de perfecta justicia vindicativa, aplicándoles una pena temporal, con santa ira y látigo en mano? Pareciera que Bermúdez se ha tomado una sobredosis de misericordina.


La cuestión en sí no es muy fácil de comprender pues se trata de la Justicia en cuanto atributo divino y no en cuanto virtud humana. Por medio de la analogía podemos afirmar que Dios es Justo, con una justicia perfectísima y eminente, pero que se conjuga misteriosamente con su Misericordia. Ahora, tampoco se trata de un complejísimo problema para especialistas, cuya solución no pueda encontrarse en un manual de Teología.
Una explicación breve puede articularse en cuatro tesis:
1ª. Dios es infinitamente justo (de fe). La justicia, en sentido más propio y estricto, significa “la voluntad constante y permanente de dar a cada uno lo que le corresponde” y hace relación esencialmente a los demás. Esta puede ser: 1) general (legal) si regula las relaciones jurídicas del individuo con la comunidad en vistas al bien común (S. Th. 2-2,58,6); 2 ) particular si regula la relación de un hombre con otro como persona singular (S. Th. 2-2,58,7); ésta (prescindiendo en este momento de la justicia social) puede subdividirse en: a) conmutativa, reguladora de las relaciones de unos hombres con otros en materia de contratos (p.e. el patrono y el obrero quienes por justicia conmutativa se deben respectivamente el sueldo uno y el trabajo el otro); y, b) distributiva, reguladora de las relaciones de la autoridad con los súbditos (distribución justa de los bienes y cargas generales de la sociedad por medio de la autoridad). La justicia vindicativa (infligir penas justas por los delitos o faltas con la autoridad de la potestad pública) puede reducirse a una de las tres anteriores. En cambio, la venganza que alguien privado se toma equitativamente (por propia iniciativa o la requiere del juez), pertenece a una virtud aneja a la justicia y es sólo parte potencialde la justicia (S. Th. 2-2, 61, 4; 80 y 108; 2-2,108, 4). Todo lo que se ha dicho se refiere a la justicia humana. ¿Cuál de ellas puede afirmarse de Dios? Nótese que en Dios la justicia propiamente no es una virtud hábito, sino un atributo que se identifica totalmente con su esencia.
2ª. La Justicia vindicativa existe propiamente en Dios. La ira divina significa en el lenguaje bíblico lajusticia vindicativa como atributo divino. Dios juzga con equidad recompensando a los buenos con justicia remunerativa y castigando a los malos con justicia vindicativa. El castigo que Dios impone al pecador puede tener carácter correctivo y también carácter expiatorio, restaurando así el orden moral afectado por el pecado (las penalidades de esta vida y las penas del purgatorio). El castigo eterno del infierno sólo tiene carácter vindicativo, puesto que, al ser eterno, excluye la posibilidad de corrección y de expiación o restauración. El que haya penas divinas vindicativas, no implica que Dios se vea obligado por justicia a no perdonar sin exigir una plena satisfacción. Si Dios hubiera querido librar al hombre del pecado sin ninguna satisfacción, no hubiera actuado contra justicia, puesto que Dios no tiene a nadie superior a Él, sino que es soberano y Señor universal. Y por eso, si perdonara el pecado, en lo que tiene de culpa, no hace injuria a nadie (perdonar la ofensa sin exigir satisfacción, es actuar con misericordia, pero no actuar con injusticia); Dios, por tanto, es libre para perdonar a un pecador arrepentido, sin que éste le dé satisfacción congrua, o incluso sin ninguna satisfacción (cfr. S. Th. 3, 46, 2 ad 3).
Cristo expulsa a los mercaderes.

3ª. Dios puede realizar su Justicia vindicativa mediante castigos temporales. En efecto, “el castigo que Dios impone al pecador no es tan sólo un medio correctivo o intimidatorio, como enseñaron B. Stattler (+ 1797) y J. Hermes (+ 1831), sino que ante todo persigue la expiación de la ofensa inferida a Dios y la restauración del orden moral perturbado por el pecado (…) La pena del infierno, por su duración eterna, sólo puede tener carácter vindicativo para los condenados (Mt. 25, 41 y 46). Por otra parte,no hay que exagerar de tal forma el carácter vindicativo de los castigos divinos, como si Dios se viera obligado por su justicia a no perdonar el pecado hasta exigir una satisfacción completa, como enseñaron, siguiendo el ejemplo de San Anselmo de Cantorbery (+1109), H. Tournely (+1729) y Fr. X. Dieringer (+1876). Como Dios, por ser soberano y señor universal, no tiene que dar cuenta a ningún poder superior, tiene derecho a ser clemente, y esto significa que es libre para perdonar a los pecadores arrepentidos sin que ellos ofrezcan una satisfacción congrua o sin satisfacción alguna” (Ludwig Ott).
La Escritura, tanto en el A.T. como en el N.T., ofrece varios ejemplos de castigos temporales impuestos por Dios en virtud de su Justicia vindicativa.
4ª. Dios no sanciona totalmente el mal en este mundo. Porque en Él se combinan misteriosamente Justicia y Misericordia en un modo eminente de perfección.
Dios no solamente ha hecho promesas, sino amenazas para enseñarnos que él es el vengador del crimen, lo mismo que el remunerador de la virtud; pero nada le obliga a cumplir sus amenazas, porque puede perdonar cuando quiera. Castiga cuando debe hacerlo, porque es incapaz de injusticia; hace misericordia, no porque deba, sino porque entonces no hace daño. Cuando decimos que la justicia de Dios exige que se castigue el pecado, entendemos que será en este mundo o en el otro, con penas temporales o con un castigo eterno; no nos pertenece a nosotros el juzgar en qué casos Dios puede y debe perdonar o castigar.
La justicia de Dios no exige que el pecado sea siempre castigado en este mundo, mucho menos que la virtud sea siempre recompensada; al contrario la vida presente suele ser un período de libertad y prueba:
a) Si Dios recompensase la virtud inmediatamente en esta vida, quitaría a los justos el mérito de la perseverancia, el valor de la confianza en él; desterraría del mundo los méritos de virtud heroica y de la paciencia; haría del hombre como un esclavo y mercenario. Si castigase el pecado luego que se comete, quitaría a los pecadores el tiempo y los medios de hacer penitencia. Esta manera de actuar sería demasiado rigurosa con respecto a un ser tan débil y variable como es el hombre.
Icono del Salvador
"ojo furioso".

b) Muchas veces una acción que los hombres creen meritoria, es realmente digna de castigo, porque fue hecha por un motivo deshonesto; muchas veces un pecado que parece merecer castigos es perdonable, por que fue cometido bajo circunstancias atenuantes que desconocemos; Dios sería pues obligado a recompensar falsas virtudes y castigar pecados excusables, por conformarse con las ideas humanas sobre la justicia.
c) Los sufrimientos de los inocentes son muchas veces efecto de un mal general en que se hallan envueltos; la prosperidad de los pecadores es una consecuencia de sus talentos naturales y de las circunstancias en que se encuentran; se necesitaría que Dios hiciese continuamente milagros, para librar a los primeros de una desgracia general y para quitar a los segundos el fruto de sus talentos. Este plan de la Providencia no seria sabio.
d) Las pruebas temporales de los justos y la prosperidad pasajera de los pecadores no son una injusticia, ni un desorden que exige reparación; al contrario está en el orden que los primeros merezcan por la paciencia la recompensa eterna prometida, y que los segundos tengan tiempo para evitar con la penitencia el castigo eterno.

Para concluir: “…salvo una revelación especial que no poseemos, hay que ser muy cautos a la hora de determinar los designios del Señor como si fueran un ´castigo´ en unas circunstancias concretas. Sin una revelación especial de Dios, como las que hacía a los profetas y muchos santos, ciertos juicios no dejarían de ser una temeridad.”







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