Primera parte de la Misa (Parte catequística)
LA "MISA DE LOS CATECÚMENOS"
En esta primera parte de la Misa que, como queda dicho, es la parte didáctica y catequística de la misma, se pueden establecer dos divisiones una que llega hasta el Intróito, y es la Introducción, y otra hasta el Ofertorio; formando entrambas la Ante-Misa o MISA DE LOS CATECÚMENOS.
1. El "Asperges me". Un rito, que no figura en el "Ordinario de la Misa", porque no pertenece al Santo Sacrificio, pero que suele preceder en las catedrales, monasterios y parroquias a la Misamayor de los domingos, es la Aspersión del agua bendita, que consiste en rociar con ella el altar, los ministros y todos los asistentes, entre tanto que el Coro canta la antífona "Asperges me" (en Tiempo Pascual "Vid¡ aquam"), el principio del salmo "Miserere", varios versículos y una Oración al Ángel de la Guarda. El objeto de este hermoso rito es extremar la purificación del altar y de los fieles antes de comenzar el gran acto del Sacrificio e invocar sobre ellos la asistencia del Santo Ángel, "para que los guarde a todos, los enfervorice, los proteja y los visite" en este momento solemne.
El agua que se usa para la Aspersión ha de haber sido bendecida el mismo domingo, cosa que exige la Iglesia no solamente para evitar la corrupción del líquido, sino también para indicar a los fieles que la semana religiosa ha de iniciarse con una renovación espiritual.
Este rito de la Aspersión es obligatorio en las catedrales y colegiatas; suele practicarse. en las iglesias de los regulares, y puede realizarse -y es muy digno de loa hacerlo- en las parroquias, donde el acto purificador asume una importancia mayor, por beneficiar a toda la familia parroquial.
En los monasterios (por lo menos en los benedictinos), de donde probablemente proviene este rito, la "aspersión" se extiende a todas las dependencias conventuales.
2. Introducción. La Introducción a la Misa, que tiene un carácter bien marcado de purificación, consta
a) de la señal de la Cruz,
b) de una Antífona y del Salmo 42.
c) del Acto de Contrición seguido de la Absolución, y
d) de una serie de Versículos con varias oraciones.
Aconseja San Pablo que todo lo que hacen los fieles, sea de palabra o de obra, todo lo hagan en nombre del Señor, cual es la Misa, comience por la señal de la Cruz.
b) La Antífona y el Salmo "Júdica", son a propósito para excitar en el sacerdote y en los fieles la devoción y una confiada alegría tan necesaria para realizar cumplidamente la gran Acción. El Salmo se suprime en las Misas de Difuntos y en las del Tiempo de Pasión, quizá por invitar a la alegría, o mejor, tal vez, porque estas misas han conservado su factura primitiva, en la que faltaba esta Introducción.
c) La compunción del corazón es otra de las buenas disposiciones para celebrar o asistir a la Santa Misa; por eso desde tiempos muy remotos se practicó en las asambleas religiosas la confesión de los pecados. Por lo que se refiere a la Misa, dice el antiquísimo libro de la "Doctrina de los Apóstoles": "Cuando estéis reunidos el día del Señor, haced la fracción del pan y dad gracias, habiendo antes confesado vuestros pecados para que vuestro sacrificio sea puro". Actualmente esta confesión pública se hace mediante el rezo del "Confíteor" y la Absolución del sacerdote. La confesión se hace a Dios y a todos los Santos del cielo y nominalmente a algunos (la Santísima Virgen, San Miguel, etc.); a quienes a la vez se pone por intercesores y abogados ante Dios. Esta confesión y absolución borra, por lo menos, los pecados veniales.
La actual fórmula del "Confíteor" parece de origen irlandés, y se encuentra sobre todo en los escritos de Alcuíno, unas veces más corto, otras más largo (1). La Iglesia romana lo adoptó en el siglo XIII y San Pío V lo hizo definitivamente obligatorio.
d) Con los Versículos que siguen a la Absolución, que son como un eco de la misma, termina el diálogo entre el celebrante y el monaguillo, al pie del altar. Mientras el celebrante sube las gradas del altar, recita dos Oraciones pidiendo nuevamente por sí y por todo el pueblo el perdón hasta de las menores ofensas, para desempeñarse dignamente en el tremendo Sacrificio. Al mencionar y poner por intercesores a los Santos, cuyas reliquias están depositadas en el ara, el sacerdote besa ésta en señal de respeto y para más interesarlas en su favor.
Aquí termina en las misas rezadas la Introducción o preparación. En las solemnes se cierra con la incensación del altar y del celebrante. Antes del siglo IX no existía esta preparación oficial. Cada sacerdote preparábase para celebrar con preces más o menos equivalentes a las actuales, pero dichas en privado, ora en la sacristía, ora en una capilla lateral, o bien yendo de la sacristía al altar.
3. La Incensación. En las misas solemnes, el celebrante pone incienso en el turíbulo, lo bendice e inciensa con él: a) el Crucifijo, que preside el altar y el augusto Sacrificio; b) las Reliquias de los Santos, si están expuestas, para honrar sus virtudes heroicas y a asociarlos al Sacrificio; c) el altar, por sus cuatro costados y por sobre la mesa; y por fin, d) el celebrante, para que por este primer homenaje advierta bien el pueblo, desde el principio, que en su persona está representado el gran Pontífice, Jesucristo.
Como dijimos en su lugar, el incienso tardó bastante en ser admitido en la Liturgia, a causa de su origen pagano y del uso que de él les obligaban a hacer a los cristianos, en los altares de sus ídolos, al inducirlos a apostatar. El Ordo Romanus N° 1, del siglo VIII, o como si dijéramos el primer Ceremonial Romano, habla, el primero, de un subdiácono que precede al Pontífice y a su cortejo agitando un incensario mientras se dirige de la sacristía al altar, para celebrar. Pero, a la sazón, era éste un simple homenaje al Pontífice, pues no se usaba todavía el incienso para el altar. Esto empezó más tarde en la época carolingia, y desde entonces ha quedado ya como un rito característico de la Misa solemne.
Al principio; el celebrante sólo incensaba el Crucifijo, dejando para el diácono la incensación del altar, alrededor del cual daba la vuelta completa, para santificarlo en toda su extensión. Hoy es el celebrante quien realiza toda la incensación, y ya que no hace el recorrido en torno del altar, aunque éste esté despegado del muro, los golpes de incensario van enderezados a la mesa y a los cuatro costados.
Al bendecir el incienso, el celebrante posa la mano izquierda sobre el altar para indicar que de él -que representa a Jesucristo- recibe el sacerdote la virtud para bendecir y para hacer todo lo perteneciente al Santo Sacrificio, en el que él es ministro de Cristo, nada más.
4. El Intróito. El Intróito es una palabra latina que significa "entrada", y cuyo texto actualmente lo componen una Antífona o estribillo (que se repite al fin), un versículo de Salmo y la doxología breve "Gloria Patri", etc. Es el primer texto variable de la Misa, y suele ser una como enunciación del misterio o fiesta que se celebra cada día, o un pensamiento capital de los mismos. Su objeto es, por decirlo así, poner a tono a los fieles con el espíritu de la solemnidad.
El Intróito probablemente lo introdujo en la Misa el Papa San Celestino (422-432), de modo que debe pertenecer al siglo, V. Al principio, además de la Antífona decíase un Salmo entero. Cantábalo, lo mismo que hoy, el Coro, mientras el celebrante y sus ministros entraban (de ahí el nombre de "Intróito") ' en el templo y se dirigían al altar.
Al empezar a leerlo el celebrante se hace la señal de la Cruz, indicando, con eso que la Misa, propiamente dicha comienza en este momento. En las misas de Difuntos la señal de la Cruz la hace sobre el Misal, con el gesto de bendecir, significando que, en vez de beneficiarse él mismo, como en las demas misas, en éstas les cede a los difuntos todos los bienes.
5. Los Kyries. Son nueve invocaciones, en lengua griega, para implorar el perdón y la asistencia de la Santísima Trinidad. Kyrie significa "Señor"; eléison, "ten piedad de nosotros". Se repiten tres veces para cada una de las tres divinas 'Personas. Los canta el Coro a continuación del Intróito, y es la primera composición musical de la Misa, en cuyo canto debe alternar el pueblo fiel. Bien cantados y bien sentidos, hinchen el alma de humildad y de santa compunción.
Los Kyries, en realidad, son las últimas invocaciones de las Letanías de los Santos, las-cuales solían cantarse en Roma al dirigirse el pueblo de la iglesia de reunión a la "estacional", para celebrar la Misa. Es lo que sucede todavía hoy en la Misa del Sábado Santo y en la de la Vigilia de Pentecostés. También eran las aclamaciones con que el pueblo respondía a las preces que, en los primeros siglos, formulaban los diáconos, en nombre de todos, al comenzar la Misa, como para señalar las intenciones por las cuales se debía ofrecerla; preces que por su estilo letánico, se fijó hacia el siglo IX, repitiéndose hasta entonces esas invocaciones, tres, seis, doce, cuarenta, y más veces.
Fue costumbre durante la Edad Media, desfigurar el texto de los Kyries con frases interpuestas llamadas tropos, cada una de cuyas sílabas se adaptaba a una nota de los largos neumas gregorianos que adornaban estas invocaciones. Los títulos "fons bonitatis", "cum júbilo", etc., con que todavía son conocidos por el vulgo ciertos Kyries, y que se conservan todavía en los libros oficiales de canto, son las primeras palabras de los correspondientes "tropos" primitivos (2).
6. El "Gloria". Se llama también "Himno angélico", porque lo empezaron a entonar los Ángeles en la noche de Navidad, y es una bastante detallada doxología o elogio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, a quienes
se alaba,
se da gracias,
se pide perdón, y se dirigen súplicas, expresando así los cuatro fines de la Misa.
El "Gloria" es de origen griego, y antiquísimo, siendo del siglo II la primera versión conocida. Era uno de esos himnos o "cánticos espirituales" de que habla San Pablo, con que los primeros cristianos desahogaban su devoción en sus asambleas. Hasta el siglo VI, no empezó a figurar en la liturgia oficial, y entonces se le colocó en el oficio de Laudes, entre el "Benedícite" y los "Laudates". Por fin la Iglesia romana lo introdujo en la Misa, en el lugar en que está ahora; pero hasta el siglo XI estuvo reservado a los obispos, no pudiendo rezarlo los simples sacerdotes más que el día de Pascua.
Sobre su belleza, todo cuanto digamos será poco. "Es una perla litúrgica; preciosa reliquia de los tesoros de un siglo en que la oración debió ser tan elocuente. Es verdaderamente el himno antiguo, tal como nos lo imaginamos en las primeras asambleas. Es una oración, un grito del alma. Literariamente es una obra maestra en miniatura; es la poesía sobria y apacible de aquella sociedad, cuyos pintores representaban sobre los muros de las Catacumbas una orante en pie con las manos extendidas, y los ojos fijos en el Cielo, en la paz de la contemplación" (Dom Cabrol).
Es un himno que se adapta admirablemente para la devoción privada, sobre todo para acción de gracias después de la Comunión.
Omítese en las misas "feriales" de todo el año, en las "votivas" y en las de "difuntos", y por regla general, siempre que se usan ornamentos negros o morados. La razón de la omisión es por ser un himno de júbilo.
7. El saludo litúrgico. Terminado el "Gloria" (y si no lo hay, después de los "Kyries"), el celebrante besa el altar, y, vuelto hacia el pueblo y abriendo y cerrando los brazos, salúdalo diciendo: "Dóminus vobíscum" ("el Señor sea con vosotros"), al que los fieles le contestan: "Et cum spíritu tuo" ("y con tu espíritu"). Los obispos saludan en este momento con la fórmula: "Pax vobis" ("la paz sea con vosotros"), que tiene la misma respuesta.
El "Dóminus vobíscum" es la traducción de la palabra hebrea Enmanuel, "Dios con nosotros". Es la fórmula con que Booz saludó a los segadores (3), y el Ángel a la Sma. Virgen (4), y la que usaban de ordinario los primeros cristianos al encontrarse unos con otros y sobre todo al reunirse en las asambleas religiosas.
8. La Oración "Colecta". Al saludo litúrgico, sigue la palabra de orden: Oremus, "oremos", y una oración breve, llamada "Colecta"; así denominada, ora porque se decía antiguamente luego de reunida la asamblea para dirigirse a l a iglesia "estacional", ora porque en ella están resumidos o como coleccionados los votos y deseos de la Iglesia y de todos los fieles. El celebrante la reza o la canta con los brazos abiertos y alzados, imitando la actitud de los primitivos "orantes", que era casi la de Cristo en la Cruz.
La palabra de orden: "Oremus", a la vez que una invitación a orar, es un toque de atención para la oración que va a seguir. Antiguamente se empleaban también otras fórmulas, tales como "silentium fácite" (guardad silencio), "aures ad Dóminum" (aplicad los oídos al Señor), etc.
La Colecta suele indicar a los fieles el objeto de la fiesta que se celebra, el espíritu que la anima y hasta las disposiciones para bien celebrarla, y por estas razones se repite en todos los Oficios del día. Aunque breves, muy breves, son oraciones bellísimas y están henchidas de doctrina y de piedad. Sencillas en apariencia, poseen un ritmo bien estudiado, que difícilmente aciertan a imitar los modernos compositores de misas y oficios nuevos. Los fieles deben tener a esta oración de cada día una devoción especial, ya que es la verdadera oración "universal" de toda la Iglesia.
A menudo la "Colecta" del día va seguida de otra u otras, correspondientes a las fiestas o feria que ocurren el mismo día y que, aunque en segunda línea, celebra la Iglesia, haciendo de ellas memoria o conmemoración en la Misa y en el Oficio. Otras veces estas colectas secundarias están tomadas de la colección de "oraciones varias" que trae el Misal.
A esta segunda categoría pertenece la oración "imperata", que el obispo "manda" rezar por tal o cual intención general, y las que el celebrante puede, en ciertos días, añadir "ad líbitum" o por devoción particular. Todas estas colectas tienen al medio y al fin de la Misa, sus correspondientes "Secretas" y "Postcomuniones", como veremos en sus lugares.
Estas oraciones en un principio fueron improvisadas por el celebrante, pero luego se compusieron colecciones para uso oficial de la Liturgia. Las hay para todas las necesidades y circunstancias de la vida: para pedir la lluvia y la serenidad, para tiempos de hambres y de pestes, para tiempo de guerra; para pedir la humildad, la continencia, el don de lágrimas, etc. ; para los enfermos, para los tentados, etc.; por los caminantes, por los presos, etcétera.
9. La Epístola. Hasta ahora, el celebrante y el pueblo fiel no han hecho otra cosa en la Misa que orar y cantar, como para preparar los corazones para la gran Acción; más, en adelante la Iglesia va a dirigirse especialmente a la inteligencia, a la que va a suministrar el alimento sólido y necesario de la palabra de Dios, en forma de lecturas y de instrucción. La primera de estas lecturas es la Epístola, sacada del A. o del N. Testamento, y alusiva, en alguna forma, a la fiesta o misterio del día. Los pasajes bíblicos más leídos son las "Epístolas de San Pablo", por lo cual se ha quedado esta lectura con el nombre común de Epístola.
El canto o lectura de la "Epístola" le corresponde, en las misas solemnes, al subdiácono, que suele tener para eso en sus manos el Epistolario. Para imitarle a él, el celebrante, mientras la lee, hace como que toma el Misal con ambas manos.
Hay días, como los miércoles y sábados de las IV Témporas y otras, en que, en lugar de un una sola, se leen varias lecciones, la última de las cuales es propiamente la "Epístola".
10. La Salmodia. Es una ley litúrgica universal que a esta primera lectura le siga una Salmodia, para mezclar la lección con la oración. Dicha salmodia toma aquí las formas y los nombres de Gradual, Aleluya y Tracto, que son siempre textos variables que tienen relación directa con la fiesta o el misterio del día.
a) El primitivo Gradual era un salmo entero. Lo cantaba todo él el diácono, quien, por lo mismo, necesitaba ser un buen cantor. San Gregorio ordenó que lo hiciera un cantor de oficio. Éste se subía para cantarlo, a las gradas del púlpito o "ambón", de donde la pieza musical tomó su nombre. Lo entonaba él, seguía el Coro, cantaba él solo, y terminaban todos. Es lo que se llamaba un Responsorio. Hoy consta de una antífona y de un versículo. Durante el Tiempo Pascual cede su lugar a un doble "Aleluya".
b) Aleluya es una palabra hebrea que significa "alabad a Dios". Es voz celestial y de suma alegría, y propia sobre todo del Tiempo Pascual, en que se cuadruplica. A la palabra "Aleluya", que va adornada con neumas musicales, a veces interminables y siempre de una melodía deliciosa, síguese un V., que por eso se llama "aleluyático".
c) El Tracto era un salmo que cantaba de un tirón (de ahí el nombre) un solo cantor, desde el ambón, sin interpolaciones de versículos ni antífonas. Reemplaza al "Aleluya" durante la Septuagésima y la Cuaresma. Es un género de salmodia muy típico de la antigüedad y ha sido amoldado a una melodía muy característica. Hoy consta tan sólo de algunos versículos.
11. La Secuencia. Los interminables "Júbilus" o neumas de la vocalización del Aleluya, que tan del agrado eran de los cristianos, porque les recordaban la alegría interminable del Cielo, donde no serán necesarias las palabras para alabar a Dios ni para entenderse unos con otros; dieron origen, en el siglo X, a un nuevo género de composición, hecha expresamente para llenar con palabras alusivas a la fiesta las notas de los neumas. Esta nueva composición, medio prosa, medió verso, tomó el nombre de Secuencia, por llamarse así también los "júbilus" y por ser ella como una continuación o prolongación del eco melódico del "Aleluya". Su inventor fué el abad Notkero (f 912), de la famosa abadía suiza de San Galo, quien compuso numerosas y muy exquisitas, tanto por su texto como por su música. Este invento acrecentó el esplendor de la misa de ciertas festividades, ya que, mientras se cantaban las Secuencias, en muchas iglesias acompañábanlas con el órgano y con continuados repiques de campanas.
Del siglo X al XV, las Secuencias se extendieron y multiplicaron tanto por todas las iglesias, que algunas llegaron a tener hasta una para cada día. Muchas de ellas tomaron un tono y una forma dramática, dando origen a los dramas litúrgicos tan gustados en la Edad Media. La Secuencia del día de Pascua: "Victimae paschali", es una de las dialogadas que se usaban en esos dramas. Las ediciones gregorianas de los monjes de Solesmes y el "Año Litúrgico" de Dom Guéranger han reproducido y puesto al alcance de los fieles muchas de estas piezas, que son todavía el encanto de las personas cultas.
En el Misal general sólo se han admitido, desde la reforma de San Pío V: la ya mencionada de Pascua, la de Pentecostés, la del Corpus y la de Difuntos; a las cuales háse agregado después el "Stabat Mater" para las fiestas de los Dolores. Algunas órdenes e iglesias particulares tienen secuencias propias para fiestas patronales y para otras solemnidades. Los benedictinos utilizan como motetes, para las bendiciones con el Santísimo, muchas de las más antiguas y más sabrosas.
12. El Evangelio. Mientras el celebrante, profundamente inclinado sobre el altar, reza las oraciones preparatorias para dignamente leer el Evangelio, el subdiácono (y en las misas rezadas el monaguillo) pasa el Misal a la esquina derecha del altar.
Es éste un detalle que no tiene otro objeto que dejar libre la parte izquierda del altar, para las ceremonias que van a seguirse (5). Son, por lo tanto, arbitrarias y de ninguna autoridad las explicaciones que algunos devocionarios inventan sobre el particular. La única razón que podría satisfacer, sería la que luego apuntamos al hablar de la orientación del diácoon al cantar el Evangelio.
Leído por el celebrante el Santo Evangelio, organízase en el presbiterio una procesión, compuesta de los dos ceroferarios, del turiferario, del maestro de ceremonias, del subdiácono y del diácono. El celebrante pone incienso en el turíbulo. El diácono reza, de rodillas en la grada del altar, las mismas 'oraciones preparatorias que acaba de rezar para sí el celebrante; toma del altar el libro Evangeliario, y le pide al celebrante su bendición para poder "anunciar digna y competentemente el Santo Evangelio". Acto seguido, la procesión se dirige hacia el púlpito, atril o ambón, llevando el diácono en sus manos el Evangeliario, como si fuese una reliquia. Entre tanto, todos se ponen de pie.
Todos éstos son preludios que anuncian la solemnidad e importancia del acto que va a realizarse. Antiguamente los militares deponían, en señal de acatamiento, sus espadas, y los señores los bastones en que solían apoyarse. Hoy nos ponemos de pie para rendir acatamiento a la palabra de Dios y para indicar que estamos dispuestos a practicarla y a defenderla contra los ataques de los enemigos.
El diácono empieza por trazar sobre el Evangeliario y sobre sí la señal de la Cruz; luego lo inciensa con tres golpes, y, por fin, canta con solemnidad el Evangelio, escuchándolo todos con reverente atención. Al fin, el subdiácono presenta el Evangeliario al celebrante, para que lo bese, y el diácono, a su vez lo honra con tres golpes de incensario.
La señal de la Cruz y la incensación sobre el Evangelio, así como el beso del celebrante, son otras tantas muestras de respeto y de veneración al libro que contiene la palabra de Dios.
Es de advertir que, tanto el celebrante, cuando lo lee para sí como el diácono, cuando lo canta solemnemente, están vueltos hacia el Norte, si el altar está litúrgicamente orientado. Es una costumbre que se introdujo en la liturgia romana en el siglo XI. Probablemente se hizo_ así para que lo oyesen mejor los hombres, que ocupaban esa parte del templo. Tiene la Iglesia especial interés en inculcarles a ellos la doctrina evangélica, ya que su influencia es decisiva en la familia y en la sociedad. Los simbolistas medioevales vieron en esta orientación hacia el Norte, una marcada intención del Evangelio, ese punto cardinal del universo, donde creían ellos tenía mayor influencia el demonio, espíritu de las tinieblas.
Al final del Evangelio, responde ahora el ayudante Laus tibi Christe ("Loor a ti, oh Cristo"). Antiguamente respondía todo el pueblo: Amen o Deo gracias, o bien usaba otra exclamación por el estilo, y además besaban todos el Evangeliario, después del celebrante, para honrar así al libro y a la palabra de Dios que acababan de escuchar. También solían santiguarse, como para sellar con la Cruz la lección del Evangelio. Todavía existe en España, por lo menos en algunos pueblos, esta piadosa costumbre, que no es ya de ritual.
Los fieles deben tener especial devoción al Evangelio de cada día, el cual habrían siempre de leer, aunque no asistieran diariamente a Misa, para así vivir mejor en el espíritu de la Iglesia y a la vez familiarizarse con la lectura de este libro, el más divino de cuantos se han escrito. Deben saber quiénes son los Evangelistas y bajo qué símbolos se representan, y cuál es la característica de cada Evangelio. Sin conocer los Evangelios, no puede conocerse a Jesucristo, ni se puede, por ende, amarlo debidamente.
13. La homilía. Fué costumbre; desde muy antiguo, después de cantado el Evangelio explicárselo a los fieles, mediante una breve plática, que los griegos llamaban "homilía", y que propiamente significa entretenimiento o charla sobre lo leído. Ésta le correspondía, por 'su cargo, al obispo, quien a veces delegaba a uno o más sacerdotes para que lo reemplazaran. Tras la explicación del Evangelio, solían hacerse algunos avisos o recomendaciones de utilidad general, y en Roma, hasta estuvo en uso dar, como fruto de la predicación, la absolución general.
Hoy rige la misma costumbre de predicar y amonestar a los fieles en este momento de la Misa. La predicación deseada por la Iglesia, en este lugar, es la homilética, como más popular, más catequística y tradicional. El Párroco aprovecha la ocasión para las proclamas matrimoniales, para recomendar los difuntos de la semana o del mes y rezar en común por ellos, etcétera, y, en algunas partes, hasta para dar, como antiguamente en Roma, la absolución general. Todo esto hace que sea éste el momento más íntimo de la familia parroquial.
14. El Credo. Todos los domingos. y días de precepto y muchos otros días no festivos, cántase después del Evangelio, el Credo o "Símbolo de la fe", por el Coro alternando con los fieles, mientras el celebrante lo recita con sus ministros. Es como una afirmación rotunda, hecha por toda la asamblea, de la fe que le ha sido anunciada en el Evangelio por el diácono. Al "incarnatus est", doblan todos ambas rodillas (en las misas rezadas solamente la rodilla derecha), para evocar y adorar el gran acto de humildad del Verbo, al encarnarse en el seno de María. ¡Qué elocuente y confortador es este Credo, cantado en gregoriano, al unísono, por toda la multitud!
Se dice Credo en la Misa: 1º, por razón del misterio que se celebra: en las fiestas del Señor, de la Virgen, de San José, de los Ángeles; 2º, por razón de la intervención de algunos Santos en la predicación ó dilucidación de la doctrina católica: en las de los Apóstoles, Evangelistas, Doctores, Santa María Magdalena, Todos Santos; 3º, por razón de la solemnidad o concurrencia de todo el pueblo: en las fiestas patronales, domingos, etcétera.
El texto de este Credo no es el compuesto por los Apóstoles, que todos aprendemos en el Catecismo, sino otro más largo y más explícito, redactado en el concilio de Nicea (a. 325) y completado en el de Constantinopla (a. 381), para refutar ciertas herejías entonces incipientes en Oriente (6).
Los orientales empezaron a cantarlo en la Misa en el siglo V. En el siglo VI lo introdujo en España el concilio de Toledo (a. 589), pero no se decía en este momento, sino a la Elevación, en que el celebrante, teniendo la sagrada Hostia en sus manos, lo entonaba y lo proseguía el clero y el pueblo (7). En Francia entró en el siglo VII, y en el IX en Alemania. En Roma lo introdujo Benedicto VIII, en el siglo XI, por indicación de San Enrique Emperador; no habiéndolo usado antes por no haber tenido la Iglesia romana hasta entonces ninguna herejía que combatir. Ella lo reservaba para el Bautismo.
La señal de reservaba cruz final se usa desde el siglo IV, por lo menos.
A la sazón el Credo terminaba así: "la resurrección de la carne"; o mejor: "la resurrección de esta carne", que se señalaba; tocándose la frente, de donde quizá provino el gesto de la cruz (8).
Entre los primitivos cristianos, el "símbolo" era como la contraseña para reconocerse entre ellos. Al acudir a las reuniones, decíaseles: "Da signum", "da symbolum" ("muestra que eres cristiano"), y 'recitaban el Credo, que todos debían saber de memoria. Si se les exigiese hoy a todos los bautizados que entran en el templó esta señal, ¿sabrían, todos acreditarse de verdaderos cristianos?
15. Despedida de los catecúmenos. Después del Evangelio y de la homilía (a los que después, como acabamos de decir, se agregó el "Credo"), un diácono o el arcediácono despedía cortésmente a los catecúmenos, a los penitentes y a todos los demás que no tenían derecho a asistir a la verdadera Misa, que iba a empezar. Las fórmulas de despedida solían ser éstas: Catechúmeni recedant ("retírense los catecúmenos"), omnes catechúmeni éxeant foras ("salgan afuera todos los catecúmenos"); si quis judaeus procedat ("el que sea judío que salga"), si quis paganus procedat ("el que sea pagano, que salga"), etc. De esta forma el templo entero quedaba para sólo cristianos a quienes el sólo hecho de ser considerados por la Iglesia como dignos de participar de los sagrados misterios, servíales de recomendación para redoblar su atención y devoción.
Así termina la primera parte de la Misa, o la AnteMisa. Todo en ella, como hemos visto, tiene por objeto la instrucción y edificación de los asistentes. Las lecturas y la homilía los ilustra en la doctrina católica, mientras los cantos y las oraciones los mueven a devoción y los enfervorizan para asistir piadosamente a la gran Acción. Es la catequesis ideal, con doctrina, con cánticos y con oraciones, acompañado todo con gestos y ceremonias simbólicas.
El cristiano que, los domingos y días de obligación, falta a esta parte de la Misa, cumple con el precepto, pero, si es por su culpa, peca por lo menos venialmente, y, pudiendo, debe suplirla.
¿No es menosprecio culpable el de muchos, que casi siempre, y por sistema, llegan tarde a la Misa dominical, sobre todo a las últimas, aunque sean a horas tardías? Es éste un defecto demasiado general, que urge enmendar.
(1) Pueden verse en el P. Ferreres: "Hist. del Misal Romano", págs. 63 y sigs. (Barc., 1929), algunas versiones antiguas del "Confíteor". Ver también la Patr. Lat., LXXVIII, fol. 440.
(2) El primer Kyrie, del nº 11 de la edición Vaticana del Kyriale, intitulado "Fons bonitatis", rezaba así: "Kyrie, fons bonitatis, Pater ingénite, a quo bona cuncta procedunt eléison": ("Oh, Señor, fuente de bondad, Padre no engendrado, de quien proceden todos los bienes, ten piedad de nosotros!"). El de los Domingos empezaba así: "Kyrie, orbis factor, rex aeterne, eléison": ("Oh, Señor, hacedor del orbe, rey eterno, ten piedad de nosotros¡"). Así por el estilo eran los demás.
(3) Ruth, 11, 4. 4 Luc., 1, 28.
(4) Luc., I, 28.
(5) Cf. "Micrologium", Migne, Patr. Lat., t. 151, col. 982.
(6) Explicación de algunos términos:
In unum Deum: La palabra in (en) indica que, además de creer en Dios, confiamos en El y lo amamos. Unum (uno) afirma la unidad de Dios.
Visibilium: Era necesario confesar entonces, contra los gnósticos, que Dios era Creador también de la materia y de los seres visibles.
Deum de Deo: Dios es Dios verdadero, no criatura de Dios. Consubstantialem: Jesucristo es de la misma esencia divina que el Padre.
In Spiritum Sanctum: Se amplía la doctrina sobre el Espíritu Santo, contra Macedonio, que negaba su divinidad.
Filióque: Estas'palabras se añadieron en España en el siglo V. Los griegos las han rechazado siempre y se separaron de Roma por este punto de doctrina, y siguen ensañando ellos que el Espíritu Santo procede sólo del Padre, no del Hijo.
Expecto: No solamente creemos en la resurrección de la carne, sino que la esperamos.
(7)Cf. Ferreres: "Hist. del Misal R.", p. 113 (Barc., 1929). 8 Dom Vandeur: ob. cit.
(8) Dom Vandeur: ob. cit.
La Misa de los Catecúmenos
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