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Tema: La Religión Noáquida

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    La Religión Noáquida

    Podríamos, deberíamos preguntarnos ¿de dónde vienen estos lodos? y volviendo un poco la vista atrás, no mucho, hasta el Vaticano II, veríamos ciertos polvos ...

    Dejo a continuación un artículo de Michael Laurigan de cómo la infiltración judaica, tan patente en el Vaticano II, ha ido degradando, tergiversando, retorciendo dos mil años de tradición para obtener una "nueva" religión, acorde con el NOM e intereses mundialistas de la que hoy sigue siendo líder otro Papa judío.




    DEL "MITO DE LA SUSTITUCIÓN" A LA RELIGIÓN NOÁQUIDA
    Por Michel Laurigan


    La crisis que actualmente sacude la Iglesia de Dios, se inscribe necesariamente en el combate multisecular entre la Iglesia y la Sinagoga de Satanás (Ap 2, 9).
    A este respecto, el siglo XIX fue testigo de la elaboración de
    un nuevo plan de asalto contra la ciudadela católica, estrategia revelada en 1884 por Elías Benamozegh.

    Este
    rabino cabalista de Livorno, maestro del pensamiento judío contemporáneo, propuso entonces no borrar de la superficie de la tierra el catolicismo sino "transformarlo" según los criterios de la ley noáquida.


    ¿Fue el Vaticano II una intento de aplicar este plan? Esa es la cuestión que Michel Laurigan aborda en el presente artículo.


    El lector percibirá toda su actualidad consultando en los documentos del presente número de la Sal de la Tierra el mensaje dirigido a la B' nai B' rith por Mons José Doré, arzobispo de Estrasburgo.

    Le Sel de la Terre, nº 40. Otoño, 2003
    "Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia" (Gn 3, 15).
    Con motivo de la entrega del premio Nostra Aetate el 20 de octubre de 1998 en la sinagoga Sutton Place (Nueva York) que conceden conjuntamente Samuel Pisar y el Centro para el Entendimiento entre judíos y cristianos de la universidad del Sagrado Corazón de Fairfield (EE.UU), el cardenal Jean M. Lustiger, arzobispo de París, hizo una declaración de título prometedor: El mañana de judíos y cristianos.


    Esta declaración, cuya importancia a nadie escapó en su momento, aún hoy merece nuestra atención. Frente los adalides del mundo judaico, el cardenal presentó un panorama histórico de las relaciones judeocristianas e hizo un profundo análisis de la obra de salvación de la humanidad. Se podía esperar que recordase algunos datos de la teología católica sobre la historia de la salvación. Lejos de ello, fue más bien el debut de una nueva teología de la historia.
    Unas pocas citas del cardenal permitirán entender la gravedad de sus observaciones e introducirán este estudio.


    En el momento de entrar en el tercer milenio de la era cristiana, ha comenzado una nueva época en la historia de la humanidad. Se está dando una vuelta de página en la historia de la humanidad. En las relaciones judeocristianas, los cristianos por fin abrieron sus ojos y sus oídos al dolor y a la herida de los judíos. Quieren llevar el peso sin transferirlo a otros y no pretenden aparecer como inocentes.


    ¿Cuál es el pecado en virtud del cual cristianos deben llevar una carga?
    El cardenal se encarga de responderlo en el capítulo titulado "La elección y los celos", que debería citarse por entero al describir tan erradamente la historia de la salvación.
    La elección recae sobre el pueblo judío infiel; jamás ha sido revocada en razón del "escogimiento del pueblo elegido".

    Los celos, es cosa de los cristianos:
    Los celos frente a Israel son tales, que rápidamente asumió la forma de una reivindicacíon de herencia. ¡Eliminar al prójimo, esto es, a alguien diferente de uno mismo! Los paganos convertidos tuvieron acceso a la Escritura y a las fiestas judías. Pero un movimiento de celo humano, muy humano, los condujo a poner al margen, o bien fuera, a los judíos (es decir, a su judaísmo, sus prácticas, sus ritos, sus creencias).


    En efecto, dice el cardenal, "la cantidad y la fuerza de los paganos convertidos vino a trastornar, invertir la economía de la salvación." Este movimiento tendió a vaciar la existencia judía de su contenido concreto, carnal e histórico, concibiendo la vida de la Iglesia bajo la figura de una realización defintiva de la esperanza y de la vida judaica. Así se desarrolló la “teoría de la sustitución”.


    El cardenal Lustiger avanza, intentando probar que los cristianos desposeyeron a los judíos de su papel de pueblo elegido y de pueblo sacerdotal, portador de la salvación a los hombres:
    Cuando Constantino garantizó a los cristianos una tolerancia que equivalía a un reconocimiento del cristianismo en la vida del Estado y lo estableció como religión del Imperio, los judíos fueron violentamente marginados. Éste era un modo simplista y grosero de rechazar los tiempos de la redención y su trabajo de parto.


    El mito de la sustitución del pueblo cristiano por el pueblo judío se alimentaba, pues, de un secreto e inconfesable ataque de celos, y legitimaba la apropiación de la herencia de Israel, cuyos ejemplos podrían multiplicarse. Para citar sólo uno: la pretensión de los reyes de Francia de ser descendentes de David, que determinó a sus consejeros a hacer celebrar sus consagraciones según el ceremonial de los reyes de Israel, tal como nos lo narra la Biblica y se había hecho en Bizancio.
    Hacia el fin de su panorama histórico y de su singular teología de la historia, el cardenal tranquiliza a los auditores. Las épocas han cambiado: el tiempo del menosprecio se extingue para dar lugar al del aprecio. Pronto la herencia será devuelta a su legítimo propietario, el pueblo judío, verdadero Israel, que vuelve a convertirse en pueblo sacerdotal, que traerá la auténtica salvación a las naciones, la paz a los gentiles y … aquella unidad de que el mundo tiene necesidad. Su conclusión remata en esta esperanza:


    La Iglesia Católica condensó esta toma de conciencia en la declaración Nostra Aetate del ConcilioVaticano II, que desde hace treinta años viene dando lugar a numerosas tomas de posiciones, especialmente bajo el impulso del papa Juan Pablo II. Pero a esta nueva comprensión aún le cabe transformar profundamente los prejuicios e ideas de tantos pueblos pertenecientes al espacio cristiano, cuyo corazón no está todavía purificado por el espíritu del Mesías. La experiencia histórica nos lo muestra: se precisa una larga "paciencia" y un gran esfuerzo de educación "para poseer el alma" (Lc 21, 8). Con todo, el rumbo emprendido es irreversible.


    En pocas palabras, se trata de que los cristianos celosos se apropiaron de la herencia de los judíos, suplantándolos en el papel de pueblo de Dios e instrumento de salvación del mundo; de la admisión y confesión de esta falta en el siglo XX, después de la toma de conciencia que tuvo lugar en el ConcilioVaticano II en cuanto a que esa herencia debe ser devuelta a los judíos desposeídos; y de la necesidad de reparar la falta cometida, dando tiempo al tiempo a fin de cambiar el espíritu de los cristianos. El movimiento de la historia es irreversible.
    Más recientemente, en el año 2002, el cardenal Lustiger intervino en un congreso judío europeo, en un congreso judío mundial y ante el Comité Judío Norteamericano exponiendo una "reflexión sobre la elección y la vocación de Israel y sus relaciones con las naciones".


    Su judeocristianismo sincretista parece agradar a las élites del judaísmo, sin que nadie en el mundo católico se conmueva realmente por la heterodoxia de su pensamiento.


    ¿Cómo puede ser que un cardenal se permita reescribir la historia de la salvación hacia fines del siglo XX, al punto de negar toda la obra redentora de Jesucristo continuada por su Iglesia?
    ¿Cómo se operó la subversión espiritual del siglo XX?
    ¿Fue en el ConcilioVaticano II, como sugiere el cardenal Lustiger?


    Si la Iglesia ya no es el verdadero Israel, ¿qué ocurre con en esta nueva teología de la historia? Este estudio intenta responde a estas importantes preguntas.




    "REDESCUBRIR LA HERENCIA" : TENTATIVAS A LO LARGO DE LA HISTORIA.
    Elegido por Dios, en un principio, para la magnífica misión de traer el Salvador a los hombres, el pueblo judío fue la esperanza y el honor del humanidad durante los dos mil años que antecedienron la venida de Jesucristo. Guardaba la herencia de las promesas divinas, daba testimonio del verdadero Dios en medio de la idolatría pagana, conservaba en el mundo la fe, la verdad, el culto puro y sustancial del Padre que está en los cielos y la esperanza del Salvador del mundo.
    Los judíos han sido verdaderamente “el pueblo de Dios” hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo; al nacer de la raza de Abraham, Jesucristo la coronó y consagró con su propia santidad.
    Pero el Calvario separó en dos al pueblo elegido: por un lado, los discípulos, apóstoles y los primeros cristianos, que reconocieron en Jesús crucificado al Mesías que venía a cuplir la Ley y los Profetas, adhiriendo plenamente a su mensaje, a su espíritu y a su cuerpo místico, la Iglesia; por otro, aquellos sobre cuya cabeza ha caido, según su deseo, la sangre del Justo, lo cual les valió una maldición que durará mientras persista en su rebeldía.


    Mons. Delassus señala que "el deicidio ha abierto un abismo entre el antiguo tiempo y el nuevo, abismo que la misericordia divina cerrará el día que su justicia haya terminado su obra.”
    Hace dos mil años que aquellos que repudiaron la ley de Moises para adherir al Talmud se dedican a obstaculizar la obra redentora. Estuvieron detrás de todas las rebeliones del espíritu humano contra Dios, contra su Ungido -al que no quisieron reconocer -, y contra su Iglesia, considerada como "usurpadora."


    Protegiéndose de ellos y recordando al mismo tiempo el horror del deicidio, la Iglesia nunca ha cesado de buscarlos por caridad a fin de traerlos al redil, a la fuente de la gracia, al Calvario, donde se derramó la sangre redentora. Esta caridad condujo a que la Iglesia incluso los protegiera, rechazados como fueron tantas veces por los pueblos cristianos.
    Los verdaderos convertidos han confirmado frecuentemente la caridad de la Iglesia a su respecto.
    Con todo, los artífices de iniquidad se dejaron tocar poco por esta mansedumbre de los pontífices romanos. En cada siglo redoblaron sus asaltos contra la Iglesia y la sociedad católica. Josué Jehouda, autor de
    El Antisemitismo, Espejo del Mundo escribe a propósito de la era moderna y contemporánea:
    El mundo judaico intentó tres veces purificar la conciencia cristiana de las miasmas del odio; se hicieron tres brechas en la vetusta fortaleza del obscurantismo cristiano, se cumplieron tres etapas en la obra de destrucción del catolicismo dogmático.
    Tales son: Renacimiento, Reforma y Revolución.
    El Renacimiento, la Reforma y la Revolución constituyen tres tentativas de rectificación del pensamiento cristiano, a fin de ponerlo en sintonía con el desarrollo progresivo de la razón y de la ciencia.


    El autor precisa que "a pesar de estas tres tentativas de purificar el antisemitismo del dogma cristiano, la teología católica aún no ha suprimido su menosprecio al respecto." Es por eso que "en el curso del siglo XIX se operaron otras dos tentativas más para sanear la mentalidad del mundo cristiano: una por Marx y otra por Nietzche".
    El pensador judío deplora el fracaso parcial de estos dos últimos intentos. La fortaleza del catolicismo le permite resistir. Será necesario esperar hasta después de la II Guerra Mundia para lanzar el asalto más sutil y más destructivo contra la Iglesia Católica romana: cambiar la teología católica a través de los mismos hombres de Iglesia. "Una revolución de capa y tiara
    ", iniciada por los Carbonarios del siglo XIX, continuada por los modernistas en el siglo XX y que triunfa en el ConcilioVaticano II.




    VATICANO II : LA PUERTA ABIERTA …
    A partir de la Segunda Guerra Mundial, las organizaciones judías comenzaron a desafiar el mundo cristiano en punto a la necesidad de revisar la enseñanza de la Iglesia sobre el judaísmo.

    En 1946 y bajo auspicios de las organizaciones judías norteamericanas y británicas, una conferencia tenida en Oxford reunió a católicos y protestantes para discutir los problemas surgidos después de la guerra: fue una simple toma de contacto.


    Una segunda conferencia internacional organizada en Seelisberg (Suiza) trató el problema del antisemitismo en particular.

    En gran parte, era una reunión de expertos.
    Entre los sesenta participantes estaba el padre Journet. Por su parte, Jacques Maritain no pudo participar en la conferencia, pero envió un caluroso mensaje de aliento. Pero el personaje “clave” del encuentro fue Jules Isaac. La conferencia concluyó con un documento titulado Los diez puntos de Seeligsberg, de los cuales cabe hacer mención:
    Nº 5. Evitar rebajar el judaísmo bíblico o post bíblico con el fin de exaltar el cristianismo.
    Nº 6. Evitar usar la palabra "judío" en sentido exclusivo de "enemigos de Jesús", o la frase "enemigos de Jesús” para designar todo el pueblo judío.
    Nº 7. Evitar presentar la pasión de tal manera que cuanto hay de odioso en la condena a muerte de Jesús recaiga sobre todos los judíos, o solamente sobre los judíos.
    Nº 9. Evitar conceder aval a impía opinión de que el pueblo judío es réprobo, maldito, a cual está reservado un destino de sufrimiento.


    Los archivos de Jules Isaac dan testimonio de las abundantes actividades de este autor.

    Así lo muestra André Kaspi, que acaba de consagrar una biografía a la personalidad de Jules Isaac, confirmando muchos hechos conocidos y revelando otros.
    Una de las contribuciones más importantes de Jules Isaac fue la redacción del libro Jesús e Israel, pretendiendo probar que el pueblo judío no fue ni deicida ni maldito y que el cristianismo es responsable del antisemitismo ambiente por su antijudaísmo teológico.


    En la obra expone seguidamente veintiún puntos, verdadera "carta" de una nueva teología de las relaciones judeocristianas.
    En 1948, Isaac funda la “Amistad Judeo-Cristiana” cuyo objetivo se indica claramente:
    "la rectificación de la enseñanza cristiana."


    Muchos católicos liberales participan en las reuniones bien orquestadas. Kaspi escribe que "los diez puntos de Seelisberg y los veintiún puntos de Jesús e Israel se distribuyen por todas partes.
    Por ese tiempo, se convencia a Isaac de entrevistar al jefe de la Iglesia Católica. Pío XII lo recibe brevemente el 16 de octubre de 1949 en Castel Gandolfo. Jules Isaac expone al Soberano Pontífice los diez puntos de Seelisberg. El resultado del encuentro es bastante poco satisfactorio para el autor de manuales de historia.


    En octubre de 1959, Cletta Mayer y Daniel Mayer - fundadores del Centro para Estudios de Problemas Actuales, estrechamente ligada a la Liga Antififamación (asociación creada en 1913 por la logia masónica B'nai B'rith)- “se entrevistan con Jules Isaac en el hotel Terminus de París y le hablan de un posible contacto con Juan XXIII. Jules Isaac aprueba"


    Juan XXIII había lanzado la idea de convocar un Concilio algunos meses antes. Se puso en marcha una comisión preparatoria, en la cual intervinieron muchos teólogos y hombres eminentes. Pero un contra Concilio se preparaba a sus espaldas y debía suplantar al verdadero llegada la hora.


    Ralph Wiltgen lo prueba abundantemente en El Rin desemboca en el Tiber.


    A mediados de junio de 1960 y por consejo de Mons. Julien, Isaac se dirigió al cardenal Agustín Bea, jesuita alemán. "Encontré en él un fuerte apoyo." Es cierto que las malas lenguas decían que el cardenal Bea era “judío de corazón"
    Isaac obtuvo un apoyo mayor al que podía esperar ya que sin muchas dificultades logró una audiencia con Juan XXIII el 13 de junio de 1960. En esta ocasión Isaac entregó al Papa un memorantum titulado: Necesidad de una reforma de la enseñanza cristiana respecto a Israel. “Pregunté si podía abrigar alguna esperanza", recuerda Isaac.
    Juan XXIII respondió que tenía derecho a tener algo más que esperanza, pero "que no era un monarca absoluto".


    Tras la partida de Isaac, Juan XXIII se esforzó en hacer comprender claramente a los oficiales de la Curia Vaticana que se esperaba una firme condena del “antisemitismo" católico durante el Concilio que terminaba de convocar.
    Desde entonces, se sucedieron gran número de intercambios entre las oficinas del Concilio y el Comité Judío Norteamericano, la Liga Antidifamatoria y la B'nai B'rith. Estas asociaciones judías supieron hacer escuchar fuertemente su voz en Roma.


    En efecto, si Isaac trabajaba a destajo, no era el único en hacerlo. El rabino Abraham J. Heschel del seminario teológico judío de Nueva York, que treinta años antes había oído hablar de Bea por primera vez en Berlin, trató de encontrar al cardenal en Roma. En esta ocasión, los dos hombres hablaron de dos expedientes preparados por el Comité Judío Norteamericano, uno sobre la imagen de los judíos en la enseñanza católica y otro de veintitrés páginas sobre los elementos antijudíos en la liturgia católica.

    Heschel declaró que esperaba que el Concilio purgara la enseñanza católica de toda sugerencia de que los judíos eran una raza maldita. De esta suerte, añadió Heschel, el Concilio en modo alguno debe exhortar a los judíos a convertirse al cristianismo.


    Al mismo tiempo, el Dr. Goldmann, jefe de la Conferencia Mundial de Organizaciones Judías, también comunicó sus aspiraciones a Juan XXIII.
    Del mismo modo, la B'nai B'rith ejerció presión para que los católicos reformasen su liturgia y suprimiesen en ella toda palabra que pudiera parecer desfavorable a los judíos o que recuerde el “deicidio.
    Doctas cabezas mitradas, próximas a la Curia, advirtieron que los obispos, en el momento del Concilio, harían bien en no “tocar” este tema, aunque fuera con báculos de tres metros de largo. Sólo quedaba consultar a Juan XXIII, que dijo que no debían hacerlo.


    En Roma se trabajó, pues, en la redacción de un texto sobre el judaísmo, en el cual intervinieron el padre Baum y Mons. John Osterreicher, miembros del estado mayor de Bea. La declaración que contenía una refutación clara de la acusación de deicidio debía presentarse en la primera sesión del Concilio que iba a abrirse el 11 octubre de 1962. La redacción plugo al Congreso Judío Mundial, que comunicó su satisfacción y decidió enviar al doctor Cain Y. Wardi en calidad de observador oficioso al Concilio.
    Inmediatamente llovieron sobre el Vaticano protestas de los países árabes, indignados por el
    tratamiento preferencial concedido a los judíos. En consecuencia, en junio de 1962, la Secretaría de Estado, de acuerdo con el cardenal Bea, hizo retirar del orden del día la discusión sobre el proyecto de declaración sobre los judíos preparado por el Secretariado para la Unidad de los Cristianos.

    Una agencia tan próxima a la Curia como para tener las direcciones privadas de 2.200 cardenales y obispos que residían temporalmente en Roma, envió a cada uno un libro de 900 páginas titulado
    “Complot contra la Iglesia” firmado bajo el seudónimo de Maurice Pinay.
    La tesis del libro, refrendada por muchos hechos y citas, consistía en que los judíos siempre pretendieron infiltrar la Iglesia para subvertir su enseñanza, estando ahora a punto de lograr su objetivo. El libro debía prevenir a los Padres conciliares acerca de una maniobra subversiva en el seno del Concilio, de suerte que se imponía obrar con mucha prudencia.


    La exclusión del proyecto de declaración sobre los judíos en la primera sesión del Concilio fue todo un fracaso para Bea, pero no se dejó abatir. El 31 de marzo de 1963, rodeado del máximo secreto, se reunió en el hotel Plana de Nueva York con las autoridades del Comité Judío Norteamericano, que presionaron para que los obispos cambiasen la teología de la Iglesia en punto a la historia de la salvación. "Se acusa a los judíos globalmente –dijo- de ser culpables de deicidio y se supone que sobre ellos pesaría una maldición."
    Refutó estas dos acusaciones y tranquilizó a los rabinos que, presentes en la sala, quisieron saber si la declaración diría explícitamente que el deicidio, la maldición y el rechazo del pueblo judío por Dios no eran sino errores de la doctrina cristiana. ¡Bea respondió de modo evasivo y todos se despidieron brindando con una copita de jerez!
    Poco después se estrenó la película
    El Vicario de Rolf Hochhuth, que calumniaba a Pío XII por su actitud durante la guerra. El medio de presión era poco elegante, pero podía influir la asamblea conciliar.

    Durante la segunda sesión del Concilio, en otoño 1963, se entregó a los obispos la declaración sobre los judíos. Hacía parte del capítulo IV una declaración sobre ecumenismo, lo que aparentemente le permitía pasar más inadvertida.
    El Sr. Schuster, director del área europea del Comité Judío Norteamericano, juzgó que la distribución del proyecto a los Padres conciliares fue uno "de los momentos más importantes de la historia". El texto fue largamente discutido pero sorpresivamente retirado al final de la sesión.


    Los representantes de la ortodoxia católica terminaban de distribuir varios ejemplares de Los judíos a la luz de la Escritura y la Tradición, que debía alertar a los Padres conciliares acerca de las maniobras del enemigo. Todo parece indicar que, una vez más, las advertencias fueron escuchadas. “Algo sucedió entre bastidores” –comentó la Conferencia Nacional Católica de Ayuda Social.


    Sin entrar en el detalle de esta larga historia, digamos que otros dos proyectos serán propuestos y discutidos detenidamente durante las sesiones III y IV. Entre 1964 y 1965 se multiplicarán las intervenciones judías ante Pablo VI. Los personajes más influyentes ante el papa fueron
    - Joseph Lichten, de la Liga Antidifamatoria de la B'nai B'rith,
    - Zachariah Schuster y Leonard Sperry del Comité Judío Norteamericano,
    - el cardenal estadounidense Spellman, Arthur J. Goldberg, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos y
    - el rabino Heschel.


    Roddy revela que “(antes de la III sesión) seis miembros del Comité Judío Norteamericano fueron recibidos en audiencia papal. El Santo Padre manifestó a los visitantes su aprobación a las manifestaciones del cardenal Spellman en el sentido de la no culpabilidad de los judíos.


    Un poco más adelante, subraya que “Heschel se entrevistó con Pablo VI en compañía de Schuster, perorando enérgicamente sobre el deicidio y la culpabilidad, y solicitando que el Pontífice ejerciera presión a fin de obtener una declaración prohibiendo a los católicos todo proselitismo respecto a los judíos.


    El 20 de noviembre 1964, en la sesión III, los obispos y cardenales reunidos votaron por gran mayoría el esquema provisorio que trata la posición de la Iglesia frente el judaismo.


    Léon de Poncins se apresuró a redactar un opúsculo titulado el Problema Judío frente el Concilio, que se distribuyó a todos los Padres antes de la cuarta y última sesión. Era la última advertencia. En su introducción, el autor comprueba "de parte de los Padres conciliares una ignorancia profunda de la esencia del judaismo". El folleto produjo efecto, permitiendo a la “coalición por el rechazo” aguzar sus argumentos. Este frente consiguió que se descartasen algunas frases de la primera versión tales como “aún cuando una gran parte del pueblo elegido permanece provisionalmente lejos de Cristo, es injusto llamarlo pueblo maldito o pueblo deicida”, que fue sustituida por aquella que aparece en la versión definitiva de Nostra Aetate, finalmente adoptada en la sesión IV del 28 de octubre de 1965 por 2221 votos contra 88: “Los judíos no deben ser presentados ni como réprobos ni como malditos por Dios, como si tal se derivara de la Escritura.”


    Un texto de compromiso sale a la luz después de años terribles de una guerra doctrinal sin precedentes, de luchas de influencia entre la Curia y entre los Padres conciliares, de difusión de numerosos libelos para defender la teología de la salvación enseñada por la Iglesia durante dos milenios.
    En general, como esperaban más, los judíos quedaron decepcionados por el contenido del documento. Pero una puerta terminaba de abrirse y era difícil volverla a cerrar. En efecto, con Nostra Aetate los obispos de la Iglesia Católica presentaban por primera vez una imagen positiva y atrevida de los judíos infieles.


    André Chouraqui lo destaca oportunamente: “de repente, la Iglesia, afectada por una amnesia más o menos total a lo largo de dos mil años, se acuerda del vínculo espiritual que la une a la descendencia de Abraham – Israel-, reinstalando así el privilegio del mayorazgo en el contexto de la familia del pueblo de Dios.
    Este reconocimiento teológico elemental fue enriquecido con un contenido que los siglos no podrán agotar (…) Se necesitaron veinte siglos para que la Iglesia tomara renovada conciencia de sus raíces judaicas. (…) Por añadidura, la Iglesia rechaza categóricamente toda forma de proselitismo a su respecto, proscribiendo lo que antes había admitido


    Jean Halpérin, miembro de la oficina del Congreso Judío Mundial con sede Ginebra, confirma las observaciones de Chouraqui durante un coloquio tenido en Friburgo:
    Hay que destacar que la declaración Nostra Aetate de 1965 abrió verdaderamente el camino hacia un díalogo absolutamente nuevo e inauguró una nueva perspectiva de la Iglesia Católica respecto a los judíos y al judaísmo, manifestando su disposición a reemplazar la enseñanza del desprecio por la del respeto.


    Menahem Macina ratifica esta afirmación:
    Es necesario no olvidar el inmenso progreso que representa la declaración Nostra Aetate respecto a la situación previa. Una sola observación permitirá apreciar el camino recorrido. Quizás sepan que cuando se promulgan documentos destinados a toda la cristiandad, los papas y los concilios tienen la costumbre de buscar y citar textos de sus antecesores que van en el sentido de lo que se proponen enseñar, con el fin de evidenciar la continuidad de la doctrina y tradición eclesiales. Ahora bien, a diferencia de lo que ocurre con el pasaje que el Concilio dedica a la religión musulmana, en la declaración sobre los judíos no hay ninguna referencia a precedente alguno positivo, ya sea de Padres, escritores eclesiásticos o papas.


    Podrían citarse muchos testimonios que confirman este análisis, pero concluyamos con el de Paul Giniewski en su importante obra Antijudaísmo cristiano-El cambio:
    El documento sobre los judíos, que se podía considerar como la conquista de un objetivo, resultó, en cambio y muy rápidamente, el principio de una nueva era en la feliz evolución de las relaciones judeocristianas.
    Se abrió una puerta ... Los hombre de Iglesia admitían que los judíos ya no eran "
    un pueblo maldito". Maldito no, ¿pero tampoco réprobo?.


    "De ahora en más –dice incluso Chouraqui- la Iglesia reconoce la permanencia del judaísmo en los planes de Dios y el carácter irreversible de los principios sentados por Nostra Aetate, que dan de plano con toda restricción y toda ambigüedad en el díalogo con los judíos.”


    La semilla había sido plantada, sólo bastaba esperar que creciera...
    Por tanto, de allí en más había que avanzar en el camino del mutuo reconocimiento de judíos y cristianos. Era imposible hacer un saldo de beneficios y pérdidas de dos mi años ensangrentados.
    La purificación del espacio cristiano ya podía comenzar…




    DE LA PURIFICACIÓN "DEL ESPACIO CRISTIANO" A LA INTRODUCCIÓN DE LA RELIGIÓN DE NOÉ


    1. "Purificación del espacio cristiano"
    Al principio los cristianos dijeron: "Nosotros también somos Israel"
    Luego afirmaron: "
    Nosotros también somos el verdadero Israel"
    Un poco más tarde: "
    Sólo nosotros somos el verdadero Israel"
    F. Lovsky



    Las discusiones que siguieron a la "toma de conciencia" del ConcilioVaticano II fueron preparando poco a poco al mundo cristiano para asumir una nueva teología de las relaciones de la Iglesia con el judaísmo.


    El objetivo de las directivas del Vaticano y de los episcopados desde hace casi cuarenta años se encaminó a transformar la mentalidad por medio de un “gran esfuerzo de educación” de los pueblos del “espacio cristiano”. Este esfuerzo tiende a:
    1.
    - recordar la perpetuidad de la primera Alianza;
    2. inculcar el aprecio del pueblo judío (infiel), “
    pueblo sacerdotal”;
    3. renunciar a la conversión de los judíos:
    4. familiarizarse constantemente con el diálogo y la cooperación con el judaísmo;
    5. preparar los caminos a la religión noáquida.
    Altas autoridades vaticanas indujeron a los episcopados a publicar declaraciones cuyo contenido teológico se opone claramente al magisterio de la Iglesia.



    a) La nueva "teología de la Alianza" según el episcopado
    Podemos ilustrar nuestra observación con dos ejemplos:
    - el texto de la Comisión del Episcopado Francés para las Relaciones con el Judaísmo (Pascua, 1973) y
    - las Reflexiones sobre la Alianza y la Misión del episcopado norteamericano (13 de agosto, 2002).


    A juicio de los judíos, son dos declaraciones cuyo contenido sobrepasan ampliamente las afirmaciones del Concilio.


    Los aspectos heterodoxos no escapan a la consideración de persona alguna.
    Los cristianos no deben ver al judaísmo como una ralidad solamente social e histórica sino esencialmente religiosa; no como reliquia de un pasado venerable y acabado, sino como una realidad viva a través del tiempo.
    Las principales señales de esta vitalidad del pueblo judío son:
    - el testimonio de su fidelidad colectiva al único Dios,
    - su fervor en escrutar las Escrituras para descubrir,
    - a la luz de la Revelación,
    - el sentido de la vida humana,
    - la búsqueda de su identidad en medio de los otros hombres,
    - sus constantes esfuerzos por congregarse en una comunidad reunificada.


    Como cristianos, estos signos nos plantean un interrogante que toca el corazón de nuestra fe: ¿Cuál es la misión propia del pueblo judío en el plan de Dios?
    Una elección que perdura: la primera Alianza no ha caducado. Contrariamente a lo que sostuvo una exégesis tan antigua como cuestionable, no se podría deducir del nuevo Testamento que el pueblo judío ha sido privado de su elección. El conjunto de las Escrituras, por el contrario, nos invita reconocer la fidelidad de Dios a su pueblo en la preocupación de fidelidad del pueblo judío a la Ley y a la Alianza. La primera Alianza, en efecto, no queda abrogada por la nueva.

    El pueblo judío tiene conciencia de haber recibido, a través de su vocación particular, una misión universal frente a las naciones.

    ¿Cuál es esta misión? Lo estudiaremos en un próximo apartado.



    La segunda declaración, más reciente, es la de los obispos norteamericanos. Es realmente impresionante:
    El pensamiento católico romano manifiesta un creciente respeto por la tradición judía que se desarrolla desde el ConcilioVaticano II.
    La profundización de la valoración católica sobre la alianza eterna entre Dios y el pueblo judío, así como el reconocimiento de la misión que Dios asignó a los judíos de atestiguar el amor fiel de Dios, llevan a concluir que las acciones encaminadas a convertir a los judíos al cristianismo ya no son teológicamente aceptables en la Iglesia Católica.




    b) "Cambiar la teología" de los teólogos
    Los testimonios de teólogos sobre la perpetuidad de la primera Alianza son tan abundantes que podría reproducirse una letanía de citas.
    He aquí algunas:
    Quizá sea necesario ir al fondo del asunto: avizorar, bajo las nuevas perspectivas, la idea de un derrocamiento de la religión-madre por la religión-hija. La noción de una sustitución de la antigua Alianza por la nueva está en el origen mismo de la división judeocristiana y sus consecuencias. En uno de sus grandes estudios teológicos, significativamente titulado
    “La alianza nunca derogada”, Norbert Lohfink, jesuita, profesor de investigación bíblica en una universidad pontificia de Roma, afirma categóricamente que “la concepción cristiana ordinaria sobre la nueva Alianza favorece el antijudaísmo”.
    Creemos que Cristo instauró una nueva Alianza. ¿Caducó con ello la antigua? Lo sostuvimos durante mucho tiempo y probablemente existen cristianos que aún hoy lo piensan.


    En un coloquio titulado Proceso a Jesús, ¿proceso a los judíos?, Alain Marchandour no duda en afirmar:
    Durante mucho tiempo los cristianos percibieron a Israel como una clase de órgano testigo de una realidad absorbida esencialmente por el cristianismo convertido en nuevo Israel. Semejante lenguaje es indefendible: Israel existe con su historia, sus instituciones, sus textos. El judaísmo no se extinguió con la llegada del cristianismo (…) Sigue siendo el pueblo de la Alianza.


    Charles Perrot, profesor del Instituto Católico de París, manifiesta una idea similar:
    Si la Iglesia sustituye a Israel, si lo reemplaza, esto no significa que también lo elimine, por absorción o algo peor aún. Ahora bien, expresarse así es peligroso. ¿Es admisible hoy en día?




    c) Hacer que las élites "revisen la historia cristiana"
    Al igual que su teología, la Iglesia debe "revisar" su historia. En ese sentido, el Vaticano multiplica las reuniones de expertos. En Roma o en otras ciudades europeas se celebran distintos coloquios que tienen por tema la historia de la Iglesia en relación a su actitud frente al judaísmo.
    El 30 de noviembre de 1997 tuvo lugar en Roma un encuentro sobre las raíces del antijudaísmo cristiano. Historiadores venidos de todo el mundo escucharon a expertos en relacioens judeocristianos.
    Claude-Françoise Jullian nos cuenta en Le Nouvelle Observateur cuál fue el objeto del debate:
    Todos los expertos reafirmaron los orígenes judíos del cristianismo y calificaron la teología de la sustitución –esto es, la nueva Alianza en Cristo, que rompe con la antigua- como una aberración.
    Al abrir el simposio, el cardenal Etchegaray (Presidente del Comité de Organización del Jubileo) explicó con voz rocosa, salida de las gargantas pirenaicas:
    "Se trata de que examinemos las relaciones a menudo alteradas entre judaísmo y cristianismo." El pensamiento fue recogido por el animador del encuentro, el dominico suizo Georges Cottier, teólogo privado del Papa (y Presidente del Comité histórico-teológico del Jubileo), que recordó: "nuestra reflexión apunta al plan divino de la salvación y al lugar que corresponde al pueblo judío, pueblo de la elección, de la alianza y de las promesas.”
    “La aberración de la teología de la sustitución es un punto esencial, admitido desde Vaticano II, pero difícil de hacer aceptar por las bases”-afirma un participante”.


    El periodista de un semanario se preguntaba: “¿Por qué Roma reúne a los expertos de cinco continentes para comprobar una cosa hoy parece ya una verdad de fe?”


    Otro coloquio se celebró a la Universidad de Friburgo del 16 al 20 de marzo de 1998 sobre el tema Judaísmo, antijudaísmo y cristianismo. Las actas se publicaron en las ediciones Saint-Augustin del año 2000 y todas las intervenciones revisten el mayor interés.


    Más recientemente aún, el Congreso Judío Europeo organizó en París el 28 y 29 de enero de 2002 los Encuentros Europeos entre Judíos y Católicos sobre el tema: Después del Vaticano II y Nostra Aetate: profundización de las relaciones judeocristianas en Europa bajo el pontificado Juan Pablo II. En su transcurso se honraron varias personalidades comprometidas en el diálogo entre judíos y cristianos.


    Unas jornadas vespertinas efectuadas en los salones del Hôtel de la Ville de Paris el 28 de enero de 2003 reunió unas 700 personas, tanto judíos como católicos. En la lista de oradores figuraban
    - Maître Henri Hajdenberg, presidente de estos encuentros,
    - el profesor Jean Halpérin, del Comité de Enlace entre judíos y católicos,
    - el cardenal Lustiger,
    - el gran rabino de Moscú, Pinchas Goldschmidt,
    - el gran rabino René Samuel Sirat, el doctor Michel Friedman, vicepresidente del Congreso Judío Europeo y
    - el cardenal Walter Kasper, Presidente de la Pontificia Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo.


    En sus discursos todos los oradores destacaron de cuánta importancia habían sido los pasos dados desde Nostra Aetate...


    Muchas cosas se dijeron esa tarde sobre las actuales relaciones entre judíos y cristianos. Sopló un nuevo espíritu, que realmente tomó nota de los gestos, de las palabras de los católicos, especialmente de Juan Pablo II. “Una nueva página, una nueva etapa”, ese es el sentimiento que, por otra parte, iba a confirmarse en el transcurso del día siguiente.
    Después de las exposiciones de los distintos oradores y de la proyección de la película “El Papa Juan Pablo II en Tierra Santa”, se hizo un gran silencio en la extensa sala.
    Durante el día siguiente, 29 de enero, ante un público más limitado y en presencia de varios cardenales, obispos y personalidades judías, de algunas delegaciones venidas de Alemania, Austria, Bélgica, Italia, Suiza y Polonia, en un mismo clima de positividad y de verdad se abordó el tema: “La evolución de las relaciones judeocatólicas. De la teoría de la sustitución al respeto mutuo. Acerca de la necesaria transmisión de la memoria de la Shoa en el contexto actual


    Por la tarde, diversos oradores expusieron sobre “Los retos de la asimilación y la secularización, la evolución de las relaciones judeocatólicas con el Estado de Israel y Jerusalén.”


    Las jornadas concluyeron con una declaración común de judíos y católicos
    Podríamos multiplicar los informes sobre distintas reuniones, congresos, coloquios, jornadas, etc., que pululan año a año.





    d) Cambiar el contenido de la predicación y del catequesis
    Los documentos romanos del 24 de junio de 1985 –Notas para una correcta presentación de los judíos y del judaísmo en la predicación y la catequesis - deben leerse y meditarse a la luz de lo que se ha dicho precedentemente.




    e) Cambiar los espíritus por gestos espectaculares
    Un ejemplo de esta afirmación es el gesto de Juan Pablo II a la sinagoga de Roma del 13 de abril de 1986. La visita fue todo un símbolo: “
    La Iglesia de Cristo, por medio de Juan Pablo II, se traslada a la sinagoga y descubre su vínculo con el judaísmo explorando su propio misterio.”


    Con este motivo, Juan Pablo II dirá:
    La religión judía no nos es "extrínseca", sino que en determinado sentido es "intrínseca" a nuestra religión. Tenemos, pues, a su respecto, relaciones que no tenemos con ninguna otra religión. Vosotros sois nuestros hermanos preferidos, y se podría decir en cierto sentido, nuestros hermanos mayores.



    f) Los cristianos deben respetar el derecho de los judíos a la tierra de Israel,
    centro físico de la Alianza

    El acontecimiento más importante para los judíos desde el holocausto fue el restablecimiento de un Estado judío en la Tierra prometida.
    Como miembros de una religión basada en la Biblia, los cristianos deben valorar que la tierra de Israel haya sido prometida y dada a los judíos en calidad de centro físico de su Alianza con Dios.
    A los cristianos no les queda más alternativa que alegrarse de la presencia de los judíos en Tierra Santa...


    Paul Giniewski analiza la enseñanza de los últimos cuarenta últimos en términos del pensamiento judío distinguiendo tres etapas:
    • "viduy", es decir,
    el reconocimiento sincero del incumplimiento y las faltas;
    • "teschuva", que supone la conversión a la conducta contraria;
    • finalmente, el más importante, "tikkun", es decir, la
    reparación.
    ¿Hasta dónde hemos llegado? –se pregunta el escritor judío. Hasta el "teschuva", responde, sin el menor margen de duda. Ésta no terminará
    hasta que la enseñanza del aprecio se traduzca en textos didácticos y su propagación haya suscitado numerosas vocaciones de alumnos y profesores de la novedad. El objetivo es ambicioso: hacer oír y aceptar una enseñanza que decía lo contrario de lo que hasta ahora se enseñó (...) De esta forma se descrucificará a los judíos

    Por último, la Iglesia deberá reparar. Algunos ya han descripto lo que será el “tikkun”...


    Los judíos podrán entonces retomar su papel en medio de las naciones, un rol explicado en muchas obras e inteligentemente resumido en un panfleto firmado por Patrick Petit-Ohayon, La Misión de Israel, un pueblo de sacerdotes.




    2) El pedido de perdón del año 2000 o “viduy”
    En San Pedro, Roma, el 12 de marzo del año 2000, Juan Pablo II, en nombre de la Iglesia Católica, hace el “mea culpa” por los pecados cometidos por los cristianos a lo largo de la historia.
    Este gesto no se comprende si no se coloca en el contexto de la toma de conciencia de una Iglesia que, "por la Inquisición" (sistema de violencia, de apremio), persigue al pueblo de la Alianza, desposeído y oprimido al mismo tiempo. Los cristianos, pues, acaban de hacer su “viduy”.
    Y para que todo quede suficientemente claro a cristianos y judíos, el texto de arrepentimiento fue colocado por el propio Juan Pablo II en un intersticio del Muro de los Lamentos, vestigio del Templo de la primera Alianza, que sólo aguarda su reconstrucción en la capital religiosa de la Alianza redescubierta:
    Jerusalén destrona a Roma, la usurpadora.




    3) Hacia la religión noáquida
    Si la Iglesia ya no es el verdadero Israel, ¿en qué debe transformarse en esta nueva teología de la salvación?

    En este estudio, de suyo extenso, no podemos agotar todos
    los aspectos de la religión noáquida. Esta religión introducida en el Vaticano II debe suplantar el catolicismo. El tema es tan extenso que podría consagrársele unas jornadas de estudio.

    Señalemos algunos hitos históricos y destaquemos varios aspectos de este nuevo “catolicismo”.
    Después de
    la Revolución francesa, que emancipó a los judíos y posibilitó su inserción en las sociedades civiles, los rabinos y los pensadores del judaísmo se plantearon el interrogante sobre el problema religioso del mundo por venir. Se acercaba el retorno a la tierra de Israel y se imponía solucionar la cuestión religiosa que no iba a dejar de plantearse. Aquello que estaba en juego en los debates teológicos de los rabinos del siglo XIX puede resumirse de la siguiente manera: ¿"Cuándo reencontraremos nuestro papel de pueblo lleva la salvación a las naciones? ¿Cómo será la religión de los cristianos que pretendieron ser el nuevo Israel?"
    Elías Benamozegh, rabino de Livorno, el Platón del judaísmo italiano, “uno de los maestros del pensamiento judío contemporaneo”, propuso una solución que publicó en 1884 en su obra principal
    Israel y la Humanidad. El subtítulo, sugestivo, es: Estudio sobre el problema de la religión universal y su solución.


    La solución Benamozegh, a la cual van a atenerse poco a poco los seguidores del judaísmo, puede sintetizarse como sigue:
    La Iglesia Católica debe reformar tres puntos de su enseñanza:
    cambiar su visión del pueblo judío, que debe rehabilitar como pueblo primogénito, pueblo sacerdotal, que “ha sabido conservar la religión primitiva en su pureza original”. Este pueblo ni es deicida ni ha sido reprobado por Dios. Ninguna maldición pesa sobre él. Al contrario, le cabe predicar la felicidad y la unidad de la humanidad. “Admitir -escribe Gérard Haddad, citando a Benamozegh- el rol que San Pablo creyó poder excluir.”
    • "
    Renunciar a la divinidad de Jesucristo, este Hijo del Hombre como Él mismo se llamaba." Simple rabino, Jesús era judío y como tal permaneció. Predicar a Jesucristo, pero un Jesucristo humano, que viene a traer una moral para la felicidad de todos los hombres.
    Aceptar una reinterpretación -no una supresión- del misterio de Trinidad.


    Reunidas estas tres condiciones, "la Iglesia Católica es la Iglesia del verdadero catolicismo", verdadero catolicismo que Benamozegh llama noaquismo, una religión destinada a todos los pueblos del "espacio cristiano", como decía Lustiger.
    La Iglesia tiene la misión de propagar la moral inherente al noaquismo. La declaración sobre el judaísmo del episcopado norteamericano del 13 de agosto contiene una referencia explícita al respecto:
    El judaísmo considera que todo pueblo está obligado a observar una ley universal. Esta ley, conocida como los Siete Mandamientos de Noé, se aplica a todos los seres humanos. Estas leyes son:
    (1) el establecimiento de tribunales de justicia, de modo que la ley gobierne la sociedad,
    la prohibición de:
    (2) la blasfemia,
    (3) idolatría,
    (4) incesto,
    (5) derramamiento de sangre,
    (6) hurto y
    (7) comer la carne de animales vivos.

    El nuevo objetivo de la Iglesia consiste en evangelizar los pueblos en este humanitarismo noaquista y propiciar su unificación.
    Se redefinirá la primacía romana para facilitar la unidad de los cristianos. El noaquismo será "la religión de la moral natural".


    Los no judíos no deben pretender convertirse al judaísmo o mosaísmo talmudista, religión reservada a los elegidos.


    La solución Benamozegh, silenciada por largo tiempo, ahora es retomada por los dirigentes del mundo judío. El gran rabino René Samuel Sirat, por ejemplo, hizo alusión al status de los no judíos en ocasión del entierro de un joven francés de 24 años, víctima de un atentado cometido a la cafetería de la universidad hebraica de Jerusalén el 31 de julio de 2002:
    David, mi querido David, había elegido acercarse espiritual y culturalmente a nuestra comunidad judía y ostentar ante el judaísmo el hermoso título de toshav, extranjero y ciudadano a la vez, que la Biblia valorizó y que el rabino Elías Benamozegh, en el siglo pasado, explicó magníficamente en su libro “Israel y la Humanidad”. Se trata de la libre elección de acercarse a la tradición de Israel, de observar las Siete Leyes –llamadas leyes noáquidas - de la moral natural reveladas antaño a Noé, padre del todos los vivientes (...) Pues, preciso es recordarlo, no es necesario convertirse al judaísmo para tener derecho a la salvación eterna



    CONCLUSIÓN
    La nueva religión que resulta del Vaticano II debe interpretarse a la luz de esta nueva lucha, siempre antigua y siempre nueva, entre Jesús (Maria) y Satanás, entre la Iglesia y la Sinagoga.


    En el siglo XX, Satanás parece haber dado con su Caballo de Troya (Vaticano II) y con aqueos resueltos de teología subversiva.


    En el centro de este movimiento de conversión, explícitamente enseñado por teólogos cristianos como Bouyer, Congar y de Lubac, se oculta el redescubrimiento de la fe.
    Este es el trabajo de conversión que la Iglesia Católica y muchos cristianos hoy quieren realizar.
    Con estas palabras cierra el cardenal Lustiger su intervención en la sinagoga de Nueva York.



    No, señor Cardenal. Católicos y romanos, nuestra fe está en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nacido por obra del Espíritu Santo del seno purísimo de la Virgen María; nuestra fe está en Jesucristo, salvador de los hombres, crucificado bajo Poncio Pilatos y resucitado de entre los muertos, venido a cumplir la Ley y los Profetas, fundando la Iglesia católica, apostólica y romana, la nueva y eterna Alianza que no es la que usted predica.
    Con la ayuda de Dios, con el auxilio del magisterio de la Iglesia y su bimilenaria Tradición, no vamos a terminar noáquidas.


    Tal vez esta fidelidad permitirá a los judíos beneficiarse con las preciosas gracias de la redención, gracias que la Virgen María sabrá distribuir en abundancia, como ya aprovecharon a los Drach, Libermann, Ratisbona, Lemann, Zolli y tanto otros, verdaderos convertidos, verdaderos hijos de la Iglesia romana, verdaderos hijos de Maria.


    Dios de bondad, Padre de las misericordias, te suplicamos por el Corazón Inmaculado de Maria, por la intercesión de los Patriarcas y santos Apóstoles, que dirijas tu mirada de compasión sobre el resto de Israel, para que conozca nuestro único Salvador Jesucristo y participe de las gracias preciosas de la Redención. Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen. [Oración indulgenciada por León XIII y San Pío X.]




    Mensaje de Mons. Joseph Doré a la B´nai B´rith (83)
    La aplicación del "plan Benamozegh" descrito por Michel Laurigan en los "Estudios" del presente número avanza bien.
    Para Mons. Joseph Doré, arzobispo de Estrasburgo, los judíos que rechazaron a nuestro Señor Jesucristo no pueden ser considerados ni como “infieles”, ni como “ciegos”, ni como extraños al verdadero sentido de la Biblia;
    no tienen necesidad de convertirse.
    En cambio, hasta el Vaticano II los cristianos eran "infieles", "ciegos" y estaban en contradicción con la Biblia; necesitan urgentemente convertirse.
    Reproducimos aquí un mensaje dirigido por el arzobispo de Estrasburgo a la logia judía "René Hirschler" (del orden de la B'nai B'rith), con motivo de la muestra "El judío y el judaísmo en el arte mediaval de Alsacia" y que se publicó en el boletín diocesano “La Iglesia en Alsacia” (agosto de 2003).
    No se diga que se trata de un exceso aislado: Mons. Doré, antiguo decano de la facultad de teología del Instituto Católico de París,
    expone la teología que hoy campea en en la Iglesia conciliar. Sus ideas, de hecho, no van más lejos que las de la Roma conciliar. Sólo tiene el mérito de ser más claro.
    Mons. Doré se atreve afirmar que la doctrina tradicional de la Iglesia sobre Israel (enseñanza de los Padres de la Iglesia, doctores, papas y de todos los santos) "contradecía la propia Biblia".
    Le Sel de la Terre, nº 40. Otoño, 2003.


    Cada vez que observamos tantas imágenes grabadas, pintadas o talladas que los cristianos de la Edad Media dedicaron a los judíos, tanto del pasado como a los que les eran contemporáneos, los cristianos nos vemos embargados por diversos sentimientos.
    En primer lugar,
    el asombro. ¿Cómo puede ser que los discípulos de Jesús se hayan enceguecido, al punto de no ver en los judíos a hermanos de sangre de aquel ellos confiesan no sólo como Hijo del Altísimo sino también como hijo de Israel, profundamente anclado en la religión de sus padres?
    A continuación,
    la vergüenza. ¿Cómo entender que quienes prestado oídos a sus últimas enseñanzas –“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” se hayan revelado tan infieles a este mandamiento del amor del prójimo cuando éste era un judío?
    Por fin,
    la indignación. ¡No! Nosotros, los cristianos de hoy, no nos reconocemos en este modo de ver a nuestros hermanos judíos, el cual nos nos escandaliza, nos hiere; no queremos ver más estas imágenes, testigos de una época pretérita que ya no es la nuestra.
    Vienen entonces a nuestro espíritu las vigorosas palabras proclamadas una y otra vez por el Papa Juan Pablo II durante nuestro gran jubileo del año 2000, invitándonos a "
    purificar la memoria", llamándonos a "cerrar las heridas del pasado, a fin de que no se abran nunca más" (discurso a su llegada en Tel Aviv.)


    Para que las heridas pueden ser vendadas, hay que considerarlas atentamente, más allá de cualquier rechazo que puedan provocar. Esa es la razón por la cual una exposición como ésta no puede sino ser saludable. Nos ayuda a contemplar con valor nuestro pasado y a reconocer errores de los cuales, con todo, no somos personalmente responsables. Muchas de estas estas imágenes traducen el mensaje que el cristianismo tuvo durante siglos sobre el pueblo judío y el judaísmo, que el gran historiador Jules Isaac condensó magistralmente en la expresión "enseñanza del menosprecio": pueblo infiel, que no conoció el tiempo de la visita de su Mesías, sordo a sus llamadas, ciego a sus signos, incapaz de leer su propia Escritura y las promesas de salvación que contiene, el pueblo judíos fue objeto de rechazo por Dios y maldecido por haber prevaricado de su misión. Eso es lo que muestran todas estas imágenes negativas, presentando a los judíos ya de manera humillande debido a su ceguera, ya desfiguradamente –como acontecía a fines de la Edad Media-, por las múltiples taras que velan su imperdonable pecado de deicidio.
    En cualquier caso, sea que el judío aún conserve su dignidad en medio de su desdicha (como lo muestra la magnífica imagen de la Sinagoga existente en la catedral de Estrasburgo), sea que se lo caricaturice, el mensaje teológico es siempre el mismo: la elección ahora ha pasado al pueblo cristiano y la Iglesia -verdadero Israel- que pregona la salvación traída por Cristo, puede triunfar.
    Durante el Concilio Vaticano II la Iglesia Católica revisó finalmente esta doctrina y comprendió cuánto
    contradecía la propia Bibliay, antes que nada, la palabra del propio San Pablo, que afirma que “los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimento.”

    El decreto conciliar Nostra Aetate (1965), punto de partida de la “nueva perspectiva” de la Iglesia sobre los judíos, recordaba el "patrimonio espiritual" que la une al pueblo de la descendencia de Abraham, condenando la acusación de deicidio (§ 4). El episcopado francés, bajo particular impulso de Mons. Elchinger, obispo de Estrasburgo, publicó en 1973 un documento sobre las relaciones judeocristianas de un vigor que aún no ha sido igualado, mientras Juan Pablo II recordaba en muchas ocasiones la perpetuidad de la primera Alianza “nunca revocada” (Maguncia –1980, etc.)


    Ahora queremos trabajar en la reconciliación y en el diálogo fraternal con nuestros hermanos mayores. Pero debemos tener la humildad de reconocer que la enseñanza del menosprecio y la "teología de la sustitución" que considera a la Iglesia como nuevo y único Israel de Dios todavía impregnan muchos espíritus.
    Sólo un largo trabajo de educación conducirá a erradicar todo germen de antijudaísmo.
    Sólo una purificación continua de la memoria, que nos hace conscientes de las tentaciones que nos habitan, llevará a los cristianos a la vigilancia y a la responsabilidad.
    A ellos también se dirige lo que Dios dijo a Caín: “¿Qué has hecho con tu hermano?”
    La Iglesia pide hoy a los cristianos comprometerse en este el camino de conversión, invitándolos a construir con sus hermanos judíos un futuro donde juntos puedan ser "una bendición unos para otros" (Juan Pablo II, 1983.)
    * * *


    Histórico” encuentro del Papa con los rabinos jefes de Israel (90)
    CIUDAD DEL VATICANO, viernes 16 enero 2004.
    «El diálogo oficial establecido entre la Iglesia Católica y el Gran Rabinado de Israel es un signo de gran esperanza», reconoció Juan Pablo II al recibir este viernes a los rabinos jefes de Israel.
    Los líderes religiosos han viajado a Roma para asistir al «Concierto de la Reconciliación» que tendrá lugar el sábado en el Vaticano.
    «No debemos escatimar esfuerzos para trabajar juntos en la construcción de un mundo de justicia, paz y reconciliación para todos los pueblos», afirmó el Santo Padre ante Jona Metzgher, rabino asquenazí, Slomo Amar, rabino sefardí, y Oded Wiener, director general del Gran Rabinado.


    Al iniciar su discurso, el Papa recordó: «En los 25 años de mi pontificado me he esforzado en promover el diálogo judío-católico y en fomentar siempre un mayor entendimiento, respeto y cooperación entre nosotros».
    Además calificó como uno de los momentos sobresalientes de su pontificado su peregrinación jubilar a Tierra Santa, «
    que incluyó intensos momentos de recuerdo, reflexión y oración en el Yad Vashem [el memorial nacional israelí dedicado a las víctimas de la Shoah (Holocausto), y en el Muro de las Lamentaciones».
    Durante la audiencia, según informaron tras el encuentro con el Papa, «los rabinos se han referido al fenómeno del antisemitismo, poniendo énfasis en la dimensión actual de las palabras pronunciadas en el pasado por el Papa», cuando recomendó
    «enseñar a las conciencias a considerar el antisemitismo y toda forma de racismo como un pecado contra Dios y la humanidad».
    Los rabinos jefes de Israel igualmente solicitaron «al Papa que ejerza su influencia en los fieles acerca de la creciente oleada de terrorismo que golpea a inocentes y pone en peligro la reconciliación» y le agradecieron haber instituido «la jornada dedicada al judaísmo» en la Iglesia católica.
    Finalmente obsequiaron a Juan Pablo II con un
    «regalo emblemático: un candelabro (Chanukkiah) con el fondo de Jerusalén, ciudad consagrada a las tres religiones monoteístas, símbolo de la aspiración a la paz de toda la humanidad».



    Un obispo y un rabino buscan sendas para el diálogo entre judíos y católicos (92)
    ROMA, viernes 16 enero 2004.
    Las sendas por las que puede seguir avanzando el diálogo entre judíos y católicos fue el tema central de la conferencia entre representantes de las dos religiones que se celebró este jueves en la Universidad Pontificia de Letrán en Roma.
    En el encuentro intervinieron el obispo Rino Fisichella, rector de la Universidad y presidente de la Comisión de la diócesis de Roma para el ecumenismo y el diálogo, y el rabino jefe de la comunidad judía de Roma, Riccardo Di Segni.


    La conferencia sirvió para preparar la Jornada de Diálogo con los Judíos que la Iglesia católica en Italia celebrará el próximo sábado, en este año con el lema tomado del capítulo 3 de Sofonías:
    «Servirán al Señor bajo un mismo yugo» (versículo 9).

    Monseñor Fisichella aclaró:
    «Esta es una cita no sólo para recordar que somos amigos y hermanos, sino también para hacer visible la relación de amistad».


    Por su parte, el rabino Di Segni se adentró en las dificultades objetivas que plantea este diálogo, particularmente en el terreno de la teología.
    «Se han dado progresos teológicos notables en la visión de judaísmo por parte de la teología cristiana -reconoció-. El documento sobre las escrituras judías, un hecho sin precedentes, da importancia a la exégesis rabínica», en referencia al documento de la Comisión Pontificia Bíblica «El pueblo judío y sus Santas Escrituras en la Biblia Cristiana» (2001).


    Ahora bien, siguió constatando el rabino,«la reciprocidad a nivel teológico no existe. Entre políticos se puede discutir y llegar a una solución; entre teólogos no».
    El motivo, siguió aclarando, es el carácter
    «único, pero totalmente asimétrico» que une al cristianismo con el judaísmo.
    «El cristianismo nace del judaísmo y, con notables esfuerzos, puede introducir elementos de espiritualidad judía. Lo contrario no es posible», afirmó.
    Sin embargo, concluyó, el versículo de Sofonías --
    «Servirán al Señor bajo un mismo yugo»-- «nos mueve a trabajar para ver cómo es posible realizar este ideal».




    Los rabinos piden al Papa asociarse a las celebraciones del “año de Maimónides"
    ROMA, lunes, 19 enero 2004
    Los grandes rabinos de Israel han expresado a Juan Pablo II su deseo de que los católicos en el mundo celebren una Jornada de Diálogo con los Judíos, con el fin de promover el conocimiento recíproco entre judíos y cristianos y combatir juntos el antisemitismo.
    Asimismo, el rabino Yona Metzger (asquenazí) y el rabino Slomo Amar (sefardí), sugirieron al Papa que se sume con un gesto significativo a la celebración al año de Maimónides, filósofo y teólogo de Córdoba (1135-1204).

    La Jornada para el Diálogo con los Judíos ya existe en Italia desde hace años y se celebra el 17 de enero, en la víspera de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Es un día en el que judíos y católicos se encuentran en conferencias, visitas a las sinagogas, o convivencias para conocerse mejor.
    Los rabinos expresaron el deseo de que, con motivo del octavo centenario de la muerte del gran filósofo y teólogo judío «Rambam» Maimónides, la Santa Sede preste (durante un tiempo o incluso de manera indefinida) alguno de sus preciosos manuscritos que se conservan en la Biblioteca del Vaticano para que puedan ser expuestos en Israel.


    Al mismo tiempo los rabinos pidieron que el Papa done un objeto de culto judío en posesión de la Iglesia católica. Interrogados sobre a qué objeto se referían, los rabinos respondieron que dejaban a la discreción de Juan Pablo II la facultad de escoger.


    En su encuentro posterior con los periodistas, los dos rabinos insistieron en el carácter «cordial», «cálido» y «amigable» del encuentro.
    El rabino Metzger subrayó que el Papa estuvo muy «atento» a todo lo que se le decía y muy «cálido» al recibir sus huéspedes.
    El rabino Amar reconoció que ese encuentro había «hecho crecer la esperanza en la reconciliación y la fraternidad entre las dos religiones», así como la «intensificación de las relaciones», subrayando que el Papa y sus colaboradores han utilizado en el pasado palabras «fuertes» para condenar el antisemitismo.


    Ante la pregunta sobre los rumores, según los cuales, en el Vaticano se encuentra la «Menorá» (candelabro de siete brazos del Templo de Jerusalén), los rabinos declararon que no querían hacer consideraciones sobre «rumores». Es una cuestión que debe dejarse al "Rey Mesías ", dijo sonriendo el rabino Amar, prosiguiendo "el diálogo y la comprensión" en vez de plantear cuestiones que conducen a desacuerdos.
    Para el rabino Amar, la dificultad más grande entre las personas y las comunidades es «la falta de comunicación», la imposibilidad de «comprender» o de «escuchar» al otro, de manera que cada quien se queda en sus posiciones. «Hay que hablar», insistió el rabino.


    En el momento en el que nos hablamos «de manera auténtica» se da «una semilla, un inicio de esperanza». Estos encuentros interreligiosos, subrayaba, pueden «superar las dificultades que se dan a nivel político».


    El gran rabino Metzger reveló que en la audiencia tocaron el tema de la lucha contra el antisemitismo y el terrorismo, diciendo: «Ayer nos perseguían porque no teníamos Estado y hoy porque lo tenemos». Reveló que ha lanzado un llamamiento a los jefes religiosos musulmanes para que impidan el aumento del terrorismo con pretextos religiosos.
    Todos somos «hijos de Abraham», recordó, y es imposible que «este padre se alegre al ver que los hermanos se matan los unos a los otros». «¡Se ha derramado suficiente sangre!», afirmó recordando el mandamiento «no matarás».
    Hay que volver a sentarse «en torno a una mesa» para hablar, insistió el rabino Amar, pues cuando hay diálogo comienza la solución. Hace falta «paciencia» y «tolerancia» para construir «puentes» que conduzcan al diálogo y que permitan «escuchar la sabiduría de los demás», cuando cada quien «piensa que tiene razón».
    «Si todos tuviéramos esta disponibilidad, el mundo ya sería diferente», concluía el rabino.





    Comunicado de Mons. Sean Brady, Arzobispo de Armagh – Primado de Irlanda.
    El martes 27 de febrero, Día de la Memoria del Holocausto, señala el aniversario de la liberación del campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau. Uno de los propósitos de señalar este día es intentar y asegurar que los horrendos crímenes cometidos durante el Holocausto nunca se repitan en ningún lugar del mundo (...)


    El racismo y la intolerancia siguen alzando sus inquietantes cabezas, mucho más cerca, aunque en una proporción muy inferior, y en contextos y circunstancias diferentes. Una sociedad verdaderamente democrática y tolerante, libre de los males del prejuicio, racismo y otras formas de intolerancia, reconoce y respeta en todo momento la dignidad de todos sus ciudadanos, sin distinción de raza, religión, sexo o condición social.


    El Día de la Memoria del Holocausto nos llama a todos a trabajar para construir tal sociedad. Que el Dios de Abraham, Alá y Jesucristo, el Dios de la misericordia, justicia y amor, nos dé fortaleza para contribuir en la construcción de esa sociedad.
    Maynooth, 27 de enero de 2004.
    Última edición por donjaime; 25/04/2016 a las 17:49
    ALACRAN dio el Víctor.

  2. #2
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    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
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    Re: La Religión Noáquida

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: La Religión Noáquida

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    LA JUDAIZACIÓN DE LOS QUE PERMANECEN EN LA DEUTEROVATICANIDAD: VIDUY, TESHUVÁ Y TIKÚN,

    Artículo publicado por Sofronio en el extinto TRADICIÓN DIGITAL. Tomado de CATÓLICOS ALERTA


    Funeral del “cardenal” Jean-Marie Aaron Lustiger (su sobrino coloca piedras alrededor del ataúd, costumbre típica de los judíos con respecto a sus muertos)

    Para el 2017 el mundo se prepara a celebrar cuatro centenarios de graves heridas infringidas a la Iglesia: quinto de las 95 tesis clavadas en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg por Lutero; tercero de la creación de la moderna masonería; primero de la Revolución bolchevique y también el primero de la promesa de un estado, hecha por Lord A. J. Balfour a los judíos. En el primer festejo participará, cómo no, la Roma conciliar de forma oficial; al segundo y al tercero, algunos dignatarios a título particular, generalmente en secreto; aunque luego todo se sabe; al cuarto habrá nota de congratulación Bergogliana al embajador de Israel, en la espera de participar en los mayores fastos de 2048 con visita al nuevo Templo incluida, ahora en proyecto; para esa fecha el moderno Estado judío cumplirá sus cien primeros añitos: un bebé de pecho, al fin y al cabo, pero con colmillos que devoran otras carnes, además de la dieta Kosher. Los que conservamos la fe católica celebraremos sólo el centenario de la aparición de la Virgen María en Fátima, si Dios nos da salud para llegar a esa fecha, para la cual, más bien deseo haya vuelto Cristo, el Mesías que ellos mataron, vida nuestra.

    Desde que el último Papa santo, Pío X, luego de escuchar a Theodoro Herzl, le dijera que la Iglesia no podía reconocer al pueblo judío ni sus aspiraciones en Palestina, ya que los judíos «no habían reconocido a Nuestro Señor», las cosas han cambiado mucho y para mal.

    Sin duda Herzl actuaba movido por criterios políticos, en tanto que la respuesta del Papa se basaba en la teología católica. Años después el Vaticano se opuso a la Declaración Balfour por motivos teológicos, pues le era inaceptable que los denominados «Lugares Santos» católicos estuvieran bajo el gobierno de los pérfidos judíos.

    Lo que San Pío X negó a los judíos por motivos religiosos, Karol Wojtyla lo cambió por las razones que tuviese. Nada habría que decir a tal cambio, si fuese por motivos diplomáticos; pero, en realidad, es legítimo preguntarse ¿no eran también teológicas las razones de Karol Wojtyla para dar un giro de 180º respecto a la postura tradicional de la Iglesia? Veamos el gravísimo trasfondo que late bajo esta apariencia política, a través de la obra del profesor Michael Laurigan [1], que recomiendo a los católicos leer, y otros autores.

    Al término de la II Guerra mundial los objetivos judíos eran dos:

    • Primero la creación de un nuevo estado; asunto sobre el cual eran optimistas; para ello contaban con las abrumadoras finanzas de los sionistas capaces de convencer a cualquier político renuente, especialmente en USA y en la avergonzada Alemania, un entramado de relaciones, eficaz en Occidente y en Medio Oriente, y con la Haganah, el ejercito clandestino judío, que ya en 1939 poseía un embrionario Estado Mayor, y no dudaba en usar del terrorismo, como hizo en el atentado contra el Hotel Semíramis, en enero de 1948[2], antes de constituirse el nuevo Estado de Israel.
    • Segundo. Aun cuando retornaran a la tierra de Israel, quedaba de resolver la cuestión más importante, que podemos resumir así: «¿Cuándo recuperaremos nuestra misión de pueblo que lleva la salvación a las naciones?»; para dar una respuesta a esta cuestión se requería, previamente, retirar el principal obstáculo, o dicho de otra forma, necesitaban primero encontrar una solución al bimilenario enemigo; planteado como interrogación, el problema se enunciaría de esta manera «¿Cómo debería ser la Religión de los cristianos que durante casi dos mil años pretendieron ser el nuevo Israel?». El segundo objetivo en la agenda, pero el primero ontológicamente, fue y es, pues, retirar al cristianismo la misión de portador de la salvación que, según los judíos sólo corresponde al pueblo de Israel y asignarle un cometido noáquido[3]; es decir, la Iglesia sería sólo un mozo porta maletas de una recortada ley natural entre los gentiles. No se trataría, en efecto, de destruirla, sino de transformarla; eso sería para su fin principal mucho más útil.


    El objetivo era nítido y como ya lo había planteado en 1884 el rabino Elías Benamozegh, sólo tendrían que revivir sus tres puntos, según los cuales, la Iglesia:

    1. Debe cambiar su concepción sobre el pueblo judío, al que debe rehabilitar como pueblo primogénito, sacerdotal «que ha sabido conservar la religión primitiva en su pureza original».
    2. «Debe renunciar a la divinidad de Jesucristo, este Hijo del Hombre como él mismo se llamaba».
    3. Aceptar una interpretación -no una supresión- del misterio de la Trinidad.


    Claro está que se necesitaba una estrategia para conseguir esos objetivos; sobre manera porque la historia se había empeñado en demostrar que los muros de la Iglesia eran inexpugnables desde fuera. Por lo tanto, si la misma Iglesia, a través de sus representantes, es decir, desde su interior y por la traición, no estuviese dispuesta a iniciar su propia reconstitución, la batalla por los tres objetivos de Benamozegh se zanjaría con una nueva derrota para la Sinagoga.

    Les resultó necesario, pues, ir por fases. Tres etapas se pueden distinguir en estas últimas décadas[4]:

    • Primera: «VIDUY» (וִדּוּי) es decir, el sincero reconocimiento de las faltas cometidas por la Iglesia contra los judíos a lo largo de la historia, confesado por sus más altos representantes: cardenales y papas.
    • Segunda: «TESHUVÁ» (תְּשׁוּבָה), la conversión a la conducta judía.
    • Tercera: «TIKÚN» (תִּקּוּן), o sea, la cuestión más importante: la reparación de las faltas cometidas por la Iglesia.



    Pero para lograr que los hombres de la Iglesia hicieran un acto de contrición por los crímenes contra la Sinagoga les resultaba perentorio poseer una víctima propiciatoria. Una comunidad afectada por una larga crisis se vuelve a un chivo expiatorio, que una vez muerto, hace revivir a todo el pueblo; tanto para el bien como para el mal, los poderes del chivo entre los mitos paganos, trascienden la finitud humana; si los dioses arcaicos sólo eran mitos de chivos expiatorios sacralizados[5], nada impedía a los judíos talmúdicos sacralizar su moderna historia; si en Treblinka, Dachau, Auschwitz-Birkenau, etc., murieron cristianos, gitanos, comunistas, protestantes, musulmanes, y todo el que se opusiera al régimen, a nadie parece importarle; sólo los cadáveres judíos suscitan interés; ningún historiador sabe cuántos murieron ni, a veces, cómo; los datos varían y mucho; una cosa son las novelas y las películas de propaganda liberal o comunista, y otra la obstinada realidad; pero resultaba vital para los judíos que se declarara infaliblemente el dogma de que eran seis millones, aunque fuese un número demasiado abultado a todas luces, e indemostrable; ni uno más ni uno menos; y por supuesto, debíamos creer con firme vehemencia que todos los muertos estaban circuncidados, es decir, todos eran judíos; debiendo nosotros suponer que se amputaba el prepucio de machos y hembras, hasta que seamos corregidos del error de que la damas no se circuncidan porque nada tienen que cortar, si es que no deseamos estar excomulgados o impedidos de comprar y vender; más vale pecar de excesivo celo, aunque nos digan tontos. Pero, desde luego, ninguno era cristiano, según nos quieren hacer creer.

    Habían creado su cabrón víctima, que como el caballo, ande o no ande debe ser bien grande; el holocausto o shoah que sustituiría a la única Víctima, verdadera Hostia cuyo holocausto es agradable al Padre, se exhibió al mundo y éste creyó. Se añadió la literatura obligatoria en muchos países de Europa; el texto de lectura obligado fue, entre otros, el Diario de Ana Frank, la historia lacrimosa de una niña judía con el vicio de la exploración de su cuerpo y de fácil enamoramiento contra natura, cuya autenticidad de la obra no aguanta el mínimo análisis crítico del texto; un invento de un adulto, que servía a los fines de hacer más sentimental el nuevo chivo a unos europeos sentimentaloides, sin el hábito de ejercer la potencia del entendimiento. Ahora sólo restaba sustituir al Cordero de Dios por el nuevo chivo. Para tal sustitución contaban con el caballo de Troya, Nostra Ætáte, que por primera vez presenta una imagen positiva de los pérfidos judíos; sólo había que esperar a la noche. Y, entonces, sobrevinieron las tinieblas sobre la tierra[6] y la Iglesia se eclipsó[7].

    Una nueva historia de la salvación emergió, por boca de obispos y cardenales. Según la novedosa doctrina en palabras del cardenal de París, Jean María Lustiger, el Mystérium Salútis es, en realidad, este:

    α . Por la cantidad y fuerza de los paganos convertidos al cristianismo, se invirtió la economía de la salvación, desposeyendo a los judíos de su misión de pueblo elegido, portador de la salvación de los hombres.
    «..el pecado en que incurrieron los paganos-cristianos (quiere decir los cristianos provenientes de la gentilidad o judíos convertidos que habían abandonado sus prácticas, abolidas por la Iglesia), tanto los clérigos como los príncipes o el pueblo, fue apoderarse de Cristo para desfigurarlo, y hacer de esta desfiguración su dios (…) Su ignorancia sobre Israel es prueba de su ignorancia sobre Cristo, a quien dicen servir». [8]
    El cardenal creado por Juan Pablo II está afirmando que la Iglesia ha desfigurado a Cristo durante casi 2000 años; hasta que el Concilio Vaticano II aprobó el decreto Nostra Ætáte, como veremos. Luego está diciendo que desde el martirio de San Esteban a manos de los judíos, hasta Pío XII los cristianos han ignorado al verdadero Cristo’, y ¡Tal blasfemia no movió ni un solo pelo bajo los birretes!

    β. Cuando Constantino reconoció el cristianismo y Teodosio lo declaró religión del Imperio, los judíos fueron marginados.
    «Cuando Constantino garantizó a los cristianos una tolerancia que equivalía a un reconocimiento del cristianismo en la vida del Estado y lo estableció como religión del Imperio, los judíos fueron violentamente marginados. Éste era un modo simplista y grosero de rechazar los tiempos de la redención y su trabajo de parto». [9]
    γ. El mito de la sustitución del pueblo judío por los cristianos fue alimentado por unos celos inconfesables que legitimaba la apropiación de la herencia de Israel.
    «Los celos frente a Israel son tales, que rápidamente asumió la forma de una reivindicación de herencia. ¡Eliminar al prójimo, esto es, a alguien diferente de uno mismo! Los paganos convertidos tuvieron acceso a la Escritura y a las fiestas judías. Pero un movimiento de celo humano, muy humano, los condujo a poner al margen, o bien fuera, a los judíos».

    «El mito de la sustitución del pueblo cristiano por el pueblo judío se alimentaba, pues, de un secreto e inconfesable ataque de celos, y legitimaba la apropiación de la herencia de Israel, cuyos ejemplos podrían multiplicarse». [10]
    Ante estas declaraciones, el rabino Josy Eisenberg se dirige al cardenal J.M. Lustiger en estos términos:
    «En vuestro libro “La Promesa” rechazáis la teología de la sustitución, lo cual me place» [11]
    δ. Ha llegado la época en que esa herencia sea devuelta al pueblo judío. Pero se encuentra mucha resistencia entre los sencillos católicos.
    «La Iglesia Católica condensó esta toma de conciencia en la declaración Nostra Ætate del Concilio Vaticano II, que desde hace treinta años viene dando lugar a numerosas tomas de posiciones, especialmente bajo el impulso del papa Juan Pablo II. Pero a esta nueva comprensión aún le cabe transformar profundamente los prejuicios e ideas de tantos pueblos pertenecientes al espacio cristiano, cuyo corazón no está todavía purificado por el espíritu del Mesías. La experiencia histórica nos lo muestra: se precisa una larga “paciencia” y un gran esfuerzo de educación “para poseer el alma” (Lc 21, 8). Con todo, el rumbo emprendido es irreversible». [12]
    Como dice M. Laurigan: En pocas palabras, se trata de que los cristianos celosos se apropiaron de la herencia de los judíos, suplantándolos en el papel de pueblo de Dios e instrumento de salvación del mundo; de la admisión y confesión de esta falta en el siglo XX, después de la toma de conciencia que tuvo lugar en el Concilio Vaticano II en cuanto a que esa herencia debe ser devuelta a los judíos desposeídos; y de la necesidad de reparar la falta cometida, dando tiempo al tiempo a fin de cambiar el espíritu de los cristianos. El movimiento de la historia es irreversible ¡voto al cielo que han cambiado el espíritu de la mayoría de los cristianos!

    ε. La elección sobre el pueblo judío jamás ha sido revocada. Pondré ejemplos de que esto es lo que creen desde hace décadas en el Vaticano, contra la fe de la Iglesia, a pesar de que alguno sienta nauseas o le den arcadas.
    «Una mirada muy especial se dirige al pueblo judío, cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada (…) Los cristianos no podemos considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni incluimos a los judíos entre aquellos llamados a dejar los ídolos para convertirse al verdadero Dios» (Evangélii Gáudium nº 247, de Bergoglio, alias Francisco).

    «Hasta entonces [la parusía], Israel mantiene su propia misión» (Benedicto XVI en la obra “Jesús de Nazaret II”, P. 63).

    «¡Shalom!… El encuentro entre el pueblo de Dios de la Antigua Alianza, que nunca fue rechazada por Dios, y el de la Nueva, es asimismo un diálogo interior a la Iglesia misma» (Juan Pablo II a la comunidad judía en Maguncia el 11/7/80)
    Por la importancia de estas impías falsedades y ofensas a Cristo, vida nuestra, sobre todo de quienes las escriben, Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II, cabe señalar lo siguiente para que los fieles no se envenenen con el ajenjo y se dejen matar el alma, yendo al infierno, si siguen esta perversa doctrina.

    La Santa Iglesia católica ha definido infaliblemente, contra lo que dicen estos tres "papas", lo contrario que vocean y practican:
    «[La Iglesia] Firmemente cree, profesa y enseña que las legalidades del Antiguo Testamento, o sea, de la Ley de Moisés, que se dividen en ceremonias, objetos sagrados, sacrificios y sacramentos, como quiera que fueron instituidas en gracia de significar algo por venir, aunque en aquella edad eran convenientes para el culto divino, cesaron una vez venido nuestro Señor Jesucristo, quien por ellas fue significado, y empezaron los sacramentos del Nuevo Testamento (Papa Eugenio IV, Bula Cantáte Dómino (Decreto para los jacobitas). Concilio de Florencia, 4 de febrero de 1441 (fecha florentina, 1442 actual). DZ 1348).

    «Y en primer lugar, por la muerte de nuestro Redentor el Nuevo Testamento tomó el lugar de la antigua ley que había sido abolida …por su muerte Jesús dejó sin efecto la Ley con sus decretos [Ef. 02:15] … se establece el Nuevo Testamento en su sangre derramada por toda la raza humana. A tal punto, por consiguiente, dice San León Magno al hablar de la cruz de nuestro Señor, se llevó a cabo la transferencia de la Ley al Evangelio, desde la sinagoga a la Iglesia, de muchos sacrificios a una sola víctima, que, cuando nuestro Señor había expirado, se desgarró violentamente de arriba abajo el velo místico que cubría la parte más interna del templo y su secreto sagrado. En la cruz, murió la antigua ley, murió para inmediatamente ser enterrada y ser portadora de muerte». (Papa Pío XII, Mystici Córporis Christi, Nrs. 29-30, 29 de junio de 1943)»
    Como jamás en toda la historia ha habido tanta ignorancia entre los católicos, incluidos la mayor parte del clero, no está de más recordarles que «No se abra entrada alguna por donde se introduzcan furtivamente en vuestros oídos perniciosas ideas, no se conceda esperanza alguna de volver a tratar nada de las antiguas constituciones; porque —y es cosa que hay que repetir muchas veces—, lo que por las manos apostólicas, con asentimiento de la Iglesia universal, mereció ser cortado a filo de la hoz evangélica no puede cobrar vigor para renacer, ni puede volver a ser sarmiento feraz de la viña del Señor lo que consta haber sido destinado al fuego eterno. Así, en fin, las maquinaciones de las herejías todas, derrocadas por los decretos de la Iglesia, nunca puede permitirse que renueven los combates de una impugnación ya liquidada» (De la Carta Cuperem quidem, del Papa San Simplicio a Basilisco Augusto, de 9 de enero de 476. DZ 160). [O sea, NUNCA PUEDE PRESENTARSE COMO "BUENO" O "CORRECTO" AHORA, LO QUE LA IGLESIA YA CONDENÓ ANTES...]

    Seguimos citando las traiciones:
    «Una elección que perdura: la primera Alianza no ha caducado. Contrariamente a lo que sostuvo una exégesis tan antigua como cuestionable, no se podría deducir del nuevo Testamento que el pueblo judío ha sido privado de su elección. El conjunto de las Escrituras, por el contrario, nos invita reconocer la fidelidad de Dios a su pueblo en la preocupación de fidelidad del pueblo judío a la Ley y a la Alianza. La primera Alianza, en efecto, no queda abrogada por la nueva. El pueblo judío tiene conciencia de haber recibido, a través de su vocación particular, una misión universal frente a las naciones» (texto de la Comisión del Episcopado Francés para las Relaciones con el Judaísmo; 1973).

    «El pensamiento católico romano manifiesta un creciente respeto por la tradición judía que se desarrolla desde el Concilio Vaticano II. La profundización de la valoración católica sobre la alianza eterna entre Dios y el pueblo judío, así como el reconocimiento de la misión que Dios asignó a los judíos de atestiguar el amor fiel de Dios, llevan a concluir que las acciones encaminadas a convertir a los judíos al cristianismo ya no son teológicamente aceptables en la Iglesia Católica»
    ¿Hasta dónde hemos llegado, es decir, en qué fase estamos? Viduy, o sea, el reconocimiento sincero de las faltas, ya lo hizo Juan Pablo II: Todos tenemos en nuestra memoria y en el corazón el inmenso dolor y la vergüenza de ver a Karol Józef Wojtyła pedir perdón a los que mataron al Hijo de Dios; gesto que repitió su sucesor.

    Teshuvá, la conversión a la conducta talmúdica, según el analista judío Paul Giniewiski se ha cumplido, excepto en un resto de fieles católicos. ¿No hemos visto a Bergoglio rezar con los judíos, encender la menorá, almorzar con ellos en Santa Marta y a sus predecesores ir a la sinagoga una y otra vez?

    Resta, pues, tikún, es decir la reparación. Giniewiski dice que «ésta no terminará hasta que la enseñanza del aprecio se traduzca en textos didácticos y su propagación haya suscitado numerosas vocaciones de alumnos y profesores de la novedad» En ello están. El objetivo es ambicioso, hacer oír y aceptar una enseñanza que diga lo contrario de San Pablo, el obstáculo de los anticristos empeñados en fabricar una Nueva Iglesia, que dice:
    «…los judíos, los cuales no contentos con matar al Señor Jesús y a los profetas, también a nosotros nos persiguieron: que no agradan a Dios y son contrarios a todos los hombres … obstinados siempre en colmar la medida de sus pecados pero está para descargar sobre ellos la ira hasta el colmo». (I Tesalonicenses 2:14-16)
    Hace dos mil años que aquellos que repudiaron la Ley de Moisés para adherir al Talmud se dedican a obstaculizar la obra redentora. Estuvieron detrás de todas las rebeliones del espíritu humano contra Dios, contra su Ungido -al que no quisieron reconocer-, y contra su Iglesia, considerada como “usurpadora”.

    El Calvario separó en dos al Pueblo Elegido; por un lado los discípulos y apóstoles, judíos que confesaron a Cristo, el Hijo de Dios, y los primeros cristianos de la gentilidad. Por otro, aquellos sobre cuya cabeza ha caído, según su deseo, la sangre del Justo, lo cual les valió una maldición que durara hasta que perdure su rebeldía y confiesen a Jesucristo. El deicidio ha abierto una fosa abismal entre el antiguo tiempo y el nuevo, fisura que sólo cesará por la misericordia divina, el día en que su justicia haya terminado su obra y ponga a los enemigos de Cristo como estrado de sus pies.

    Todos reconocen, como hemos visto por sus propias declaraciones, que la ruptura tuvo su origen en el Concilio, al cual apelan para sustentar otra nueva religión; pero ¿cómo se entretejió esta apostasía? Mientras los más no cumplían con la obligación de conocer su fe, los teólogos se dedicaban a hacer encajes de bolillo para evitar la Cruz, y el resto rechazaba la gracia, por comodidad, falsa obediencia, papolatría, evasión de los problemas, o sea, pecando, o por otras razones que nos son desconocidas
    . Pero esa historia de encuentros, reuniones, traiciones, presiones, idas y venidas, etc. será, Dios mediante, objeto de una segunda parte.

    NOTAS
    [1] Michael Laurigan, Del Mito de la Sustitución a la Religión Noáquida (el breve texto se puede descargar gratis aquí)
    [2] Dominique Lapierre & Larry Collins,Oh Jerusalén.
    [3] La ley noáquida es aquella que Dios dio a Noé después del Diluvio.
    [4] Paul Giniewski, Antijudaísmo cristiano: Un cambio. Cf. Michael Laurigan, Del Mito de la Sustitución a la Religión Noáquida.
    [5] René Girad. Aquel por el que llega el escándalo. Cáparros ed.
    [6] La tierra, desde donde surgirá el pseudoprofeta, representa en el Apocalipsis la religión, y el mar del mundo, lo político.
    [7] “La Iglesia será eclipsada. Roma perderá la fe”. Es una parte de la profecía de Nuestra Señora de la Salette contada a Melania Calvat.
    [8] La Promesa. Edt. Parole et Silence, 2002, pag.81. Cf. Michel Laurigan: Del Mito de la Sustitución a la Religión Noáquida.
    [9] Michael Laurigan, Del Mito de la Sustitución a la Religión Noáquida.
    [10] Ibidem
    [11] Le Nouvel Observateur, nº 1988, del 12-18 de diciembre, 2002, p. 116. Cf. Ibidem.
    [12] Ibidem.

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