Por supuesto, el problema es falta de formación. Se instruye poco y mal en la fe, incluso en clase de religión. En muchísimos casos, la catequesis ya no se centra en las verdades de la fe, sino en un credo buenista, guay y buena onda. Mucho amor al prójimo, mucha tolerancia, y otras cosas ya no importan.
Ni siquiera los propios padres, que eran los primeros que instruían a sus hijos en la fe, están muy bien formados ya. Lo normal era que la madre enseñara a sus hijos desde chiquitos a rezar, la historia sagrada y todo lo más elemental de la fe. Gracias a Dios, yo todavía fui uno de esos niños (quizá de los últimos). Pero en esos años ya se estaba celebrando el Concilio y después todo empezó a ir cuesta abajo.
Ni siquiera la preparación para la primera comunión es ya adecuada. Muchos hacen la primera comunión sin tener del todo claro lo que están haciendo, ni la Presencia Real de Cristo, ni las condiciones para confesarse y comulgar.
Los propios sacerdotes ya no predican bien. Faltan buenos predicadores, de los que no se limitan a repetir en la homilía con otras palabras lo que se acaba de oír en la lectura del Evangelio. Esa es otra manera de formar, aplicando la lectura evangélica a la vida diaria, a situaciones concretas, pero de forma que conmueva a los oyentes y los motive a cambiar, a actuar, a ser cristianos consecuentes.
Nunca ha habido más información, y sin embargo, nunca han estado peor formados los católicos. En la luminosa Edad Media, y en nuestros Siglos de Oro, aunque la mayor parte del pueblo no supiese leer, leían la doctrina, los dogmas, el Magisterio y la Historia Sagrada en los retablos y portadas de las iglesias (la Biblia en piedra), todo lo cual se completaba con una buena predicación desde los púlpitos, además de que se iban transmitiendo de padres a hijos la enseñanza y la simbología escrita en las piedras. Todo el mundo sabía reconocer tal o cual santo o tal o cual virtud en las representaciones talladas en la piedra. Y cuando se enfriaba un poco la cosa, suscitaba Dios buenos predicadores como los dominicos, San Vicente Ferrer o San Juan de Ávila, que despertaban las conciencias y reavivaban la fe. Y a partir de Trento, hubo mucha más formación para el pueblo, por medio de autos sacramentales, procesiones y otras actividades externas. El pueblo no sabría leer, pero estaba tan empapado de la doctrina que hasta sabía dar argumentos irrebatibles a favor de la ortodoxia. Por ejemplo, en las disputas sobre si Nuestra Señora estaba exenta del pecado original, personas sencillas aducían que si Eva había nacido pura porque nació antes de la Caída, ¿cómo no iba a ser inmaculada la Virgen, que nos trajo el remedio a la Caída? O que cómo iba a estar la Reina de los Ángeles sometida por un solo momento al demonio. Sólo por poner un par de ejemplos, que había más.
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