Visto en ROL, revista de la editorial San Pablo:

ICONOGRAFÍA RUSA

Por Lis Anselmi
Periodista / Iconógrafa


La Trinidad de Rublev.


Alrededor del año 989, la Princesa Olga, luego de ser bautizada, declaró que Rusia sería cristiana. En esos tiempos, era habitual que el monarca decidiera la religión del pueblo. Ella ordenó la construcción de varias iglesias que, tal como hacían los bizantinos, se fueron decorando con íconos, frescos y mosaicos. Cuando Olga murió, su hijo suspendió las construcciones, y, recién con su hijo Vladimir, nieto de Olga, se retomó la construcción de iglesias. Vladimir también incentivó la veneración de los íconos, llevando, incluso, a grandes maestros iconógrafos griegos a enseñar iconografía en Rusia. Cuando Vladimir se casó con la hermana del emperador bizantino, Ana, la ortodoxia fue considerada la religión oficial de Rusia, que continuó hasta 1917, cuando, durante la revolución rusa, resultó vencedor el comunismo que prohibió la religión.


Desde finales del siglo X y hasta mitad del XI, el Estado ruso se dividió entre los tres hijos mayores del príncipe Jaroslav, hijo de Vladimir. En esta época, se importaban muchos íconos de Bizancio, que servían como modelo para los artistas rusos. Entre estos íconos, se encontraba una virgen de la ternura que estuvo en una iglesia de Vysgorod, hasta que en 1155 fue transferida a la Catedral de la Dormición de Vladimir, donde tomó el nombre de Virgen de Vladimir (del período Comneno), uno de los íconos más famosos que en 1395 fue trasladado a Moscú.


A partir de la segunda mitad del siglo XI, los príncipes que gobernaban las distintas regiones se dedicaron a edificar y adornar con íconos las iglesias.


Entre los siglos XII y XIII, creció el intercambio entre Novgorody Bizancio, lo que se interrumpió con la invasión mongólica. Al interrumpirse el intercambio con Bizancio, los iconógrafos rusos se vieron forzados a trabajar solos. Así, comenzaron a desarrollar un estilo propio, más personal, con composiciones más estáticas y sencillas; nació, entonces, la escuela de Novgorod, que evitaba el simbolismo complicado y realizaba íconos simples, que no necesitaban explicación para ser entendidos, lo que los hizo muy populares. La paleta por excelencia de esta escuela estaba compuesta por colores vivos, puros y vibrantes, y se usaban mucho los fondos rojos. Los íconos rusos más antiguos pertenecen a este período.


Lo mismo ocurrió en la ciudad de Pskov, donde surgió la escuela del mismo nombre, con un estilo similar al de Novgorod pero más colorido, con brillantes colores puros, resaltando el rojo anaranjado, el verde intenso, el marrón y el amarillo.


Otras escuelas de esta época fueron la de Tver, con colores pálidos, azules claros y turquesas, y la de Kargopol, conocida como la Escuela del Norte, con figuras estilizadas como característica.


En el año 1390, llegó a Rusia, específicamente a Moscú, el afamado iconógrafo Teófanes el Griego, uno de los más prestigiosos de la historia iconográfica mundial. En sus íconos, sobresalían los colores tierra y los azules claros. Teofanes tuvo un discípulo, distinguido como el mayor iconógrafo ruso: Andrej Rublev, ambos trabajaron en la Catedral de la Anunciación del Kremlim. Hacia 1415, Rublev, de estilo clásico, pintó el ícono de la Trinidad, que hoy todos conocemos como La Trinidad de Rublev, donde se reproduce una imagen de “la hospitalidad de Abraham”, en la cual vemos a tres ángeles que representan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.


A mitad del siglo XV, la iconografía rusa empezó a estilizarse, y los colores se fueron atenuando, sin perder su brillo característico. En este período, se destacó el iconógrafo Dionisio, de la Escuela de Moscú, que continuó la tradición de Andrej Rublev, con colores más claros y alegres, utilizando mucho el blanco, el turquesa, el rosa y el verde claro, colores que hasta entonces apenas se usaban. Desde esta época y hasta el siglo XVI, los íconos se tornaron más decorativos que contemplativos.


Con el tiempo, los íconos ganaron las calles, y, para el siglo XVI, había íconos en las casas, en altares privados y en los muros exteriores sobre las puertas, ya no eran propiedad de los templos, sino del pueblo. Esto generó la preocupación de la Iglesia que temía una decadencia artística y teológica de la iconografía, hasta que el Concilio de los Cien Capítulos, en 1551, decidió que solo los iconógrafos reconocidos, y sobre la base de modelos originales, podrían pintar íconos. Aunque con una posible buena intención, esto frenó el desarrollo de la iconografía, temiendo que esta pudiese convertirse en un arte muerto, y los íconos, en meras piezas de museo; una discusión que sigue vigente y que provocó que muchos artistas, al sentir que no se les permitía crear, se pasaran a otros tipos de pintura donde se sentían más libres.


En el siglo XVII, se originaron otras escuelas iconográficas como las de Godunov, hacia 1580, y la de Stroganov, que se especializaba en íconos domésticos, de pequeño formato y hasta miniaturas; en la escuela del Palacio de Armas, dirigido por Simon Ushakov, predominaban los rostros redondeados, con una estética un poco occidentalizada. Esta occidentalización se acentuó en el siglo XVIII, con Pedro el Grande, que llevó a la nueva capital de Rusia, San Petersburgo, a artistas occidentales, que ejercieron una marcada influencia en la iconografía: los fondos de los íconos ya no son lisos, dorados o rojos, exhiben edificios y paisajes, y se vuelven más narrativos. En esta época, se empleaban las rizas, o coberturas metálicas con influencias barrocas, que ocultaban los íconos, salvo las manos y los rostros, haciendo de los íconos piezas netamente decorativas, por lo que la moda de las rizas tuvo una existencia muy corta.