Desde hace años no simpatizo demasiado con el blog Wanderer. Creo que se les ha ido la pinza con elección de Francisco I como pontífice --le ponen a parir a diario-- y no comparto algunos aspectos de su línea editorial. Pero el citado blog ha reseñado elogiosamente el artículo de Prada. Precisamente porque ese blog es hipercrítico con Francisco la cosa tiene más mérito y nos confirma que Prada no se está separando ni un milímetro del tradicionalismo religioso en estos dos últimos artículos que amablemente nos ha traído Trifón. Copio el artículo completo de Wanderer, pues enriquece notablemente el debate.
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Cátedra de San Pedro en Antioquía
Se celebra hoy el día de la Cátedra de San Pedro en Antioquía, la primera sede del Príncipe de los Apóstoles, día propicio para una (enésima) reflexión sobre su actual sucesor en la sede romana, el Papa Francisco. Y me ha dado pie a esta reflexión un artículo reciente de Juan Manuel de Prada.
Ya en otras ocasiones habíamos discutido sobre el peligro que corremos al criticar severamente al actual pontificado, peligro que consiste en caer en la ideología de creer que “Cualquier tiempo pasado fue mejor”, es decir, que cualquier papado anterior al de Bergoglio fue mejor, y que este personaje es una sorpresa que nos provoca una desazón que ningún otro podría haber provocado. Y la cosa no es tan así.
No cabe duda que el Papa Francisco y su pontificado son calamitosos, probablemente uno de los peores de la historia, y si todavía hay historia por venir, así será recordado. Sin embargo, la realidad es -y la ideología podría obnubilarnos y no verla- que los pontificados inmediatamente anteriores fueron casi tan malos como el actual. El condimento que Bergoglio agrega, y por eso se nos atraganta con tanta facilidad, es su desparpajo, su ordinariez y su vulgaridad pero el río que corre en el fondo, es el mismo, aunque ahora lleve más espuma.
El mundo conservador se escandalizó en los últimos meses porque Francisco visitó Suecia para “celebrar” el inicio de la Reforma protestante. Allí fue recibido con honores por obispos y obispas, y no tuvo el menor gesto crítico con respecto a Lutero y a su herencia. No es para menos nuestro enfado. Sin embargo, como ya dimos cuenta hace un año, el 16 de septiembre de 1975 el papa Pablo VI se arrodilló ante el metropolita Melitón de Calcedonia, arzobispo ortodoxo, y besó sus pies, y casi una década antes, en 1966, al encontrarse con Michael Ramsey, arzobispo de Canterbury, se sacó el Anillo del Pescador y lo puso en el dedo del obispo anglicano. ¿Y no recordamos, acaso, el penoso espectáculo que dio Juan Pablo II en Asís en 1986, cuando puso nuestra fe en igualdad no sólo ya con otras confesiones cristianas sino con cultos idolátricos?
Nos enojamos y refunfuñamos porque Francisco se complace en aparecer en todos los medios mundanos, con una sonrisa de oreja a oreja que bien sabemos los argentinos que es falsa, y aspira a ocupar el puesto de liderazgo mundial del progresismo. ¿Es que hizo algo distinto Juan Pablo II? El que había sido actor amateur en su juventud, se consumó en su madurez, cuando aparecía como una estrella más de la televisión y gustaba rodearse de celebridades como Mohamed Alí o Bob Dylan. Y si de gestos teatrales hablamos, es cuestión de mirar los videos de Pío XII o su famosa foto en San Lorenzo Extramuros luego del bombardeo para darse cuenta de su impostación actoral. Bastante saben al respecto los italianos, según podemos ver en este video (para reír). Más aún digo, ¿no fue acaso Pío IX quien comenzó a repartir Urbi et Orbi estampitas con su imagen? ¿Desde cuándo se había visto en la Iglesia católica tamaña idolatrización del figura del Papa? Allí debemos buscar los polvos de estos lodos.
Estamos a punto de lanzar una nueva cruzada porque Francisco nebulosamente se ha pronunciado a favor de permitir la comunión a los divorciados vueltos a casar, y clamamos al cielo por esta profanación del sacramento del matrimonio. Nos olvidamos que desde hace décadas los recasados reciben la eucaristía. Yo mismo lo he visto en iglesias de pequeñas ciudades argentinas; qué no pasaría entonces en las metrópolis europeas. El problema es que se trata más bien de la profanación del sacramento de la Eucaristía, la que tiene larga data. Es cuestión de rememorar que Juan Pablo II -una vez más-, daba la eucaristía a Marcial Maciel, sabiendo las atrocidades que este sacerdote había cometido, y promovía la Jornada Mundial de la Juventud y otros encuentros masivos similares, donde la Sagrada Comunión era distribuida en recipientes de plástico, pasada de mano en mano y recibida por cualquier atolondrado -millones de ellos-, que formaban fila mientras tarareaban canciones de moda. Me parece una profanación mucho mayor.
El Papa Francisco no es un extraterrestre que se posó mágicamente en el Vaticano. Es el fruto podrido de un proceso que comenzó hace más de un siglo y medio. Sin ese proceso no pueden entenderse Bergoglio y tampoco Juan Pablo II y Pablo VI. Más aún, sin ese proceso no puede entenderse el Vaticano II. Aquellos que cándidamente añoran volver a los venturosos años del pontificado de Pío XII no caen en el cuenta que fueron los obispos elegidos por este pontífice los que votaron alegre y tontamente todos los documentos del Concilio, a los que sólo un puñado de prelados se opuso.
No estoy defendiendo a Bergoglio ni a su pontificado. Lo señalé como una calamidad desde el día mismo de su elección. Estoy advirtiendo simplemente del error que significaría achacarle a él todos los males de la Iglesia, pintar de rosa el pasado, confundir al cardenal Burke con San Atanasio y terminar cayendo en la ideología.
FUENTE: The Wanderer: Cátedra de San Pedro en Antioquía
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