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Tema: Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús (José Mª Lamamié de Clairac)

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    Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús (José Mª Lamamié de Clairac)

    Fuente: La Voz de España, 31 de Julio de 1937, página 8.



    Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús


    Por José María Lamamié de Clairac



    El Director de LA VOZ DE ESPAÑA me pide por teléfono un artículo para el número extraordinario que dedicará a San Ignacio de Loyola en el día de su fiesta. Le contesto en el acto aceptando, como quien con ello recibe una gran honra, ya que ninguna ocasión más propicia para tomar en la mano la abandonada y herrumbrosa pluma, que la fiesta del gran Santo español, nacido en el solar vasco que está acabando de ser devuelto a la Madre Patria.

    Pero la invitación del Director tuvo una segunda parte que hacía más difícil y embarazoso el encargo. El tema ha de ser –me dijo– la defensa que hizo usted, en las Constituyentes, de la Compañía de Jesús. Situación harto delicada para quien, de una parte, no le agrada hablar de sí mismo, y, de otra, considera aquel acto como el más honroso que ha realizado en su vida y el que como timbre de gloria puede legar a sus hijos.

    Vamos, pues, a evocar aquellos tiempos, a recordar aquel ambiente y a referir episodios, en torno a aquella defensa, llevado de la mano por la verdad y sencillez, con el único fin de que mis lectores extraigan de todo ello las enseñanzas que en el orden político y religioso se desprenden de aquellos hechos.

    ¿Quién no recuerda aquellas Cortes Constituyentes en que una mayoría rabiosamente sectaria, madre auténtica del más tarde monstruoso engendro llamado Frente Popular, apenas consentía, con sus coros y manadas de tenores, payasos y jabalíes, la exteriorización de una opinión contraria a sus maléficos designios?

    Allá por los primeros días de Octubre de 1931 se acometía en el Parlamento la discusión conjunta de los artículos 3.º y 24 (luego 26) de la Constitución republicana, en los que se había de grabar con trazos inequívocos la política antirreligiosa de la segunda República en España.

    Recordarán los lectores de LA VOZ DE ESPAÑA, y más aún los donostiarras, que poco antes se había tratado de dar la impresión a los católicos de que la República dejaría bastante libertad a la Iglesia y no perseguiría a las Órdenes Religiosas, si bien para ello habría de pasarse por dos sacrificios: el definitivo extrañamiento, con remoción de su Silla Primada, del santo Cardenal Segura; y la desaparición de España de la Compañía de Jesús. Aún llegó a decirse que solamente con el primero de estos sacrificios, prestado con su renuncia por el propio Cardenal, se evitaría hasta la medida persecutoria contra la Compañía.

    Sin asombro ninguno para los que creíamos, y seguimos creyendo, que el sistema de ceder y dar carne a la fiera no sirve sino para envalentonarla más aún y aumentar sus fuerzas para la siguiente acometida, y con desencanto de quienes en un pacto claudicante habían puesto esperanzas de una hipotética solución que estimaban aceptable, vióse venir abajo todo aquel tinglado de ilusiones y consagrarse, en la redacción definitiva de aquellos artículos, todo lo que podía significar una política sectaria concretada por el gobernante vil y despreciable que había de presidir el infausto bienio, y después la revolución marxista y el bando rojo de la actual guerra, en aquella frase lanzada como un salivazo sobre la faz de los españoles: “España ha dejado de ser católica”.

    Aunque la sociedad española siguiera siéndolo, lo había dejado de ser el Estado español; y junto con el Cardenal perseguido y con la disolución a realizar de la Compañía de Jesús, se privaba de libertad a la Iglesia, se la despojaba de su propiedad y de medios de vida a sus ministros, y se reducía a las Órdenes y Congregaciones religiosas a una situación de esclavitud y falta de independencia verdaderamente diabólicas.

    El 13 de Octubre de 1931 quedó allí en la Constitución que se iba aprobando, todo el germen de la persecución que luego había de desarrollarse en Leyes y Decretos.

    Y una mañana del mes de Enero de 1932, cuando acababa yo de despedir en la Estación del Norte de Madrid a familiares míos muy queridos que marchaban a Salamanca, mis ojos encontraron en la Prensa de la mañana el Decreto, no por esperado menos impresionante, por el que se disolvía en España la Compañía de Jesús.

    No dudé un momento. Aquello me llegaba a lo más hondo, como católico, como español y como… Lamamié de Clairac. Mi Padre, aquel santo varón dechado de fortaleza, de hidalguía y de humildad, junto con su esposa, la Madre buena, reciamente cristiana y auténticamente española, que Dios me hace la merced de conservar entre tantas zozobras y dolores, me habían enseñado desde niño a amar a la Compañía de Jesús; a los pechos de ésta me había formado yo; en ella militaba –y sigue militando– un hermano mío; y ella iba cincelando espiritual, moral e intelectualmente el alma de aquel mi primogénito que llegó más tarde a las alturas de la dignidad Sacerdotal, y poco después, a las cumbres del apostolado en Santander rojo, y del heroísmo, como Capellán y como español, en el frente de Madrid.

    Yo tenía, por tanto, una deuda de gratitud para con la Compañía de Jesús, aparte de los estímulos que como español y católico sentía; estimé, pues, que era para mí un deber el salir a su defensa y me dispuse a cumplirlo con todo mi entusiasmo y toda mi capacidad. Había que impugnar aquel Decreto, había que defender a la Orden perseguida, y había que hacerlo el primero de todos; no quería yo ceder a nadie la primacía en este combate.

    Y llegué a la Sesión de Cortes, y me acerqué a la Presidencia y pedí a Besteiro que me concediera la palabra para anunciar una interpelación al Ministro de Justicia sobre el Decreto de Disolución de la Compañía de Jesús. Fue entonces cuando me di cuenta de la difícil empresa en que me arriesgaba. ¿Defender a los Jesuítas en plena Cámara? ¿Atreverse en aquel ambiente a levantar la voz de protesta? ¿Tenía yo fuerzas para ello?

    Yo creí, imprudente, que sí; pero al levantarme a pronunciar las breves y sencillas palabras de anuncio de la interpelación, si yo hubiera tenido cascabeles en las piernas, los hubiera oído toda la Cámara. Tal fue el temor y temblor que me acometió. Días más tarde, al llegar el combate, supe buscar fuerzas donde las podía encontrar.

    Llegó el día señalado: si no recuerdo mal, 29 de Enero de 1932. Gran expectación ante lo apasionado del tema; intranquilidad y temor de mis compañeros de minorías de derecha –Gil Robles, que se sentó a mi lado, me dijo: “no intentes hablar más de diez minutos, otra cosa sería una temeridad”–; los periodistas me miraban, con asombro de lo que creían mi audacia los de izquierda, con temor de lo que pasaría los de derecha –el cronista de “Informaciones” escribía: “Lamamié de Clairac va a defender a los Jesuítas precisamente en esta Cámara; este hombre es más valiente que el Cid”–; y puestos todos en el camino de la hipérbole, mi contrincante, el grotesco Albornoz, gran ignorante que creía en su petulancia aplastar a todo el mundo, declaraba a los periodistas que me contestaría en el acto, sin dejar terciar a nadie más en la discusión, pues tales intervenciones lo que hacían era desvirtuar los debates y cambiar los términos en que el interpelante planteaba el problema.

    En cambio yo estaba tranquilo. El temblor de días antes se había trocado en serenidad y en una gran confianza de que me haría oír, con tal o cual interrupción, pero nada más. Una hora antes repasaba yo una y otra vez el guion de mi discurso, paseando nerviosamente por mi habitación del Hotel. Pero mis nervios se aplacaron como por encanto cuando, por inspiración del Cielo sin duda, se me ocurrió cesar en mis paseos, hincarme de rodillas y pedir a la Virgen, con el rezo del santo Rosario, la serenidad y fuerzas que en mí no encontraba.

    El mismo remedio que me prestó valor para aquel combate parlamentario es al que acuden nuestros Requetés y combatientes en los duros combates antes de entrar en batalla.

    Llegó el momento y me levanté a hablar. Mis primeras palabras fueron para invocar respeto ya que si me impedían defender a un ausente –que lo era la Compañía de Jesús– valía tanto como negar el derecho a ser oído que tiene todo inculpado; y hecha esta invocación, que produjo su efecto, así como el tono sereno y tranquilo en que comencé, hablé durante 40 minutos, en medio de la respetuosa atención de la Cámara, a pesar de lo apasionante del tema. Sólo al final, cuando, terminada la parte jurídica, hice algunos comentarios políticos, se permitió Barriobero algunas interrupciones que hube de contestar, sin que se produjeran las agitaciones tumultuosas tan temidas por todos. Caso curioso: mi eterno interruptor y entonces auténtico jabalí, Pérez Madrigal, no me interrumpió aquel día ni una sola vez.

    Durante mi discurso se operó un cambio completo en la actitud, antes petulante y entonces prudente, del Ministro de Justicia. Sentábase éste, por la categoría de su Ministerio, muy cerca de la cabecera del banco azul, mientras que el de Instrucción Pública, que era el gran rabino Fernando de los Ríos, se sentaba hacia el otro extremo. Solos estaban ambos en el banco, mientras yo hablaba, y por tres o cuatro veces, ante lo impresionante y convincente de mis alegaciones, se vio a Fernando de los Ríos, acercarse, arrastrándose a lo largo del escaño, hasta Albornoz, cuchichear con él y volver por el mismo procedimiento a su sitio, dando sin duda consejos o haciendo observaciones al audaz e ignorante compañero, de quien sabía muy bien que era capaz de levantarse aquella tarde a contestarme haciendo un triste papel. Lo cierto es que, al terminar mi discurso, los dos Ministros salieron del salón, y, contra los anuncios hechos a la entrada jactanciosamente por Albornoz, se permitió que terciara en el debate Barriobero y después de él otros oradores de derecha, que creo fueron entre aquella sesión y otra, Gómez Rojí, Beunza y Abadal.

    Y allí terminó mi hazaña, porque el día que contestó, o trató de contestar el Ministro, la sesión tomó ya tonos de pasión con agitadas convulsiones, y mediante un atropello de aquéllos que inventó la legalidad republicana, se aplicó la guillotina a la discusión, y no hubo ya medio de que yo pudiese rectificar, con lo que Albornoz creyó haber aplastado a todos y haber obtenido un resonante triunfo. La réplica a su insidioso discurso se la di en otro que pronuncié con tal objeto pocos días después en el Teatro de la Comedia.

    Aquel mi discurso –el de la Cámara– me proporcionó la satisfacción de recibir numerosas felicitaciones, algunas de alto valor y otras hasta de diputados de izquierda, y atrajo sobre mí el honor mayor y el título que más me enorgullece: el de Defensor de la Compañía de Jesús. Era el “¡viva!” que surgía indefectiblemente en todos mis actos de propaganda por todos los ámbitos de España, en los que nunca faltaba quién lanzase un ¡Viva el Defensor de la Compañía de Jesús! Era el título que decía siempre envidiarme el entonces Jefe Carlista de Andalucía Occidental, después mi Jefe Nacional y siempre entrañable amigo, Fal Conde.

    Y para terminar, voy a señalar dos coincidencias más, que yo estimo providenciales. Al año justo de la fecha de mi defensa de la Compañía de Jesús, el 29 de Enero de 1933, unos días antes de la reapertura de Cortes, y apenas regresado de mis andanzas por Cádiz a la llegada del “España 5”, pronunciaba yo en el Monumental Cinema de Madrid mi conferencia sobre las Congregaciones Religiosas, en la que anuncié una fuerte oposición y obstrucción al proyecto presentado, sin que sea ahora oportunidad de decir cómo y en qué términos fue luego decidida y realizada ésta, gracias a aquel anuncio de actitud. Pero lo cierto fue que el Defensor de la Compañía de Jesús tuvo la honra de ser el primero que al año justo levantaba bandera de combate en favor de las demás Órdenes y Congregaciones religiosas.

    La otra coincidencia que juzgo providencial, fue mi llegada a San Sebastián el año pasado, por primera vez después de su liberación, precisamente el día que se tomó Azpeitia y todo el valle de Loyola; y merced a esta circunstancia pude, en el kiosco de música del Boulevard, dirigir la palabra a la manifestación patriótica que se formó, celebrando en mi alocución el hecho feliz de la liberación de aquella Santa Casa y de aquel Monasterio que hijos insensatos del solar vasco habían hecho servir de Cuartel General de un movimiento antiespañol, ante el asombro e indignación –si en el Cielo cupieran estos sentimientos– del vasco españolísimo, prez de España y de Euskalerria, Ignacio de Loyola.


    Burgos, 27 de Julio de 1937.

  2. #2
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    Re: Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús (José Mª Lamamié de Clairac)

    Cita Iniciado por [U
    José María Lamamié de Clairac[/U]Aquel mi discurso –el de la Cámara– me proporcionó la satisfacción de recibir numerosas felicitaciones, algunas de alto valor y otras hasta de diputados de izquierda, y atrajo sobre mí el honor mayor y el título que más me enorgullece: el de Defensor de la Compañía de Jesús. Era el “¡viva!” que surgía indefectiblemente en todos mis actos de propaganda por todos los ámbitos de España, en los que nunca faltaba quién lanzase un ¡Viva el Defensor de la Compañía de Jesús! Era el título que decía siempre envidiarme el entonces Jefe Carlista de Andalucía Occidental, después mi Jefe Nacional y siempre entrañable amigo, Fal Conde.

    Y para terminar, voy a señalar dos coincidencias más, que yo estimo providenciales. Al año justo de la fecha de mi defensa de la Compañía de Jesús, el 29 de Enero de 1933, unos días antes de la reapertura de Cortes, y apenas regresado de mis andanzas por Cádiz a la llegada del “España 5”, pronunciaba yo en el Monumental Cinema de Madrid mi conferencia sobre las Congregaciones Religiosas, en la que anuncié una fuerte oposición y obstrucción al proyecto presentado, sin que sea ahora oportunidad de decir cómo y en qué términos fue luego decidida y realizada ésta, gracias a aquel anuncio de actitud. Pero lo cierto fue que el Defensor de la Compañía de Jesús tuvo la honra de ser el primero que al año justo levantaba bandera de combate en favor de las demás Órdenes y Congregaciones religiosas.

    La otra coincidencia que juzgo providencial, fue mi llegada a San Sebastián el año pasado, por primera vez después de su liberación, precisamente el día que se tomó Azpeitia y todo el valle de Loyola; y merced a esta circunstancia pude, en el kiosco de música del Boulevard, dirigir la palabra a la manifestación patriótica que se formó, celebrando en mi alocución el hecho feliz de la liberación de aquella Santa Casa y de aquel Monasterio que hijos insensatos del solar vasco habían hecho servir de Cuartel General de un movimiento antiespañol, ante el asombro e indignación –si en el Cielo cupieran estos sentimientos– del vasco españolísimo, prez de España y de Euskalerria, Ignacio de Loyola.
    Burgos, 27 de Julio de 1937.
    Qué lástima que el artículo sea de 1937, porque lo mejor para la Compañía de Jesús sucedió un año después, en 1938.

    Y es que (aparte del autobombo que se otorga el sr Lammié de Clairac a sí mismo ) para la inmensa mayoría de patriotas españoles (...de los de antes), el "gran defensor de la Compañía de Jesús" fue nada menos que el Excmo sr. D. Francisco Franco Bahamonde.

    En 1938, en plena Cruzada de Liberación, la Compañía de Jesús fue restituida oficialmente por el Caudillo Francisco Franco en el territorio controlado por las tropas nacionales. Los superiores jesuitas le loaron por tomar esta decisión. Nada más terminar la Cruzada, la Compañía de Jesús se brindó a ofrecer misas por Franco, incluso cuando llegase la hora de su muerte.

    En noviembre de 1943, el P. Alessio A. Magni, Vicario General de la Compañía de Jesús (14 diciembre 1942 a 12 abril 1944), después de haberlo consultado con los asistentes, encargó a Severiano Azcona, asistente de España, que visitara a Franco y le entregara un documento en nombre de toda la Compañía, para agradecerle el inmenso beneficio de la devolución de todos los edificios que la revolución le había arrebatado.

    El 25 de marzo de 1944, en Madrid, el provincial de Toledo, Carlos María Gómez-Martinho, por ausencia del P. Azcona, entrega a Franco un pergamino, por el que se le comunica que se le hacía «participante de todas las Misas, oraciones, penitencias y obras de celo que por la gracia de Dios se hacen y en adelante se harán en nuestras Provincias de España». Franco escuchó esta lectura con viva emoción. Encontramos testimonio en las
    Noticias de la Provincia de Andalucía (agosto 1944, p. 16)

    Esto equivalía a la Carta de Hermandad de la Compañía de Jesús con sus bienhechores, esta vez de la asistencia de España. Según
    The Woodstock Letters (Vol. LXXV nº 87 [1946]), se le había nombrado «an outstanding benefactor of the entire Assistancy»

    https://gaceta.es/blogs/la-ciguena-d...20141119-0000/


    Qué es una “Carta de hermandad”?
    Se concede a los bienhechores y amigos de la Compañía de Jesús participar en las oraciones, buenas obras y sufragios de los miembros de la Compañía (Institutum S.I. 1:594s, nº 289).
    ¿Quién la puede conceder?

    • El P. General la puede otorgar a los bienhechores y amigos de la Compañía de Jesús
    • En 1927 el P. General Wlodimiro Ledóchowski declaró que los Provinciales tenían facultad ordinaria para conceder estas cartas de hermandad tras oír el parecer de sus consultores, pero no debían concederlas fácilmente (Acta Romana 5 [1927] 740)

    ¿Qué dicen las “Constitutiones” de la Compañía?
    • En el capítulo I de la IV Parte se habla “De la memoria [que la Compañía ha de tener con repecto] a los fundadores y bienhechores de los colegios”, y, aduciendo, que “es muy debido corresponder de nuestra parte a la devoción y beneficencia que usan con la Compañía”, especifica las diversas formas de este agradecimiento:


    • cada semana, y perpetuamente, se dirá una misa por el fundador y bienhechores, vivos o muertos, del colegio
    • cada mes, y también de forma pertpetua, todos los sacerdotes del colegio estarán obligados a celebrar una misa por ellos
    • cada año, en el día aniversario de “la entrega de la posesión del colegio”, se dirá una misa solemne y todos los sacerdotes del colegio celebrarán igualmente una misa por las intenciones de ellos
    • este mismo día, se presentará “una candela de cera al fundador o a uno de sus deudos que más propinquo le fuere” Y se deja bien claro que “por esta candela se significa la gratitud que se debe a los fundadores, no ius patronatus o derecho alguno a ellos ni a sus sucesores al colegio o a sus bienes temporales, que no le habrá”.
    • el dia de la entrega de un colegio, el P. General avisará a toda la Compañía “para que cada sacerdote diga tres misas”, y en el momento de su muerte (“después que los llevare de esta vida a la otra”) hará lo mismo para otras tres misas más
    • fundadores y bienhechores “se hacen especialmente participantes de todas las buenas obras de ellos y de toda la Compañía”
    • https://webcache.googleusercontent.c...&ct=clnk&gl=es
    Última edición por ALACRAN; 13/12/2017 a las 13:39
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    Re: Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús (José Mª Lamamié de Clairac)

    Carta del P.Provincial de España, Ferrer Pí,
    en la muerte del Generalísimo Franco
    Madrid, 20 de noviembre 1975


    P.Victorino Ortega, S.J.
    Palencia.

    Querido P.Provincial:
    Con ocasión del fallecimiento de S.E. el Jefe de Estado, le comunico que, según documentación que obra en el Archivo del Provincial de España, en noviembre de 1943, el entonces Vicario General de la Compañía, P.Magni, después de haberlo consultado con los PP.Asistentes, encargó al P.Severiano Azcona, Asistente de España, visitara a Franco y le entregara un documento en nombre de toda la Compañía, para agradecerle de alguna manera el inmenso beneficio que acaba de hacerle devolviendo a la Compañía de España todos los edificios que la revolución le había arrebatado.

    En virtud de dicho documento se contrajo la obligación de ofrecer en su muerte tres Misas todos los sacerdotes y tres Misas, comuniones y rosarios los no sacerdotes

    Quedo de V. afectísimo en el Señor. Pedro Ferrer Pí, S.J.

    La Misión Obrera entre dos generales. La visita de Arrupe a Franco (Mayo 1970). El testimonio de Manuel Alcalá
    Última edición por ALACRAN; 13/12/2017 a las 13:22
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  4. #4
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    Re: Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús (José Mª Lamamié de Clairac)

    Parece que, en efecto, en 1975 no tuvieron más remedio los jesuitas que cumplir la orden del Vicario General P Magni (entiendo que muchos a regañadientes, dada la época):


    Respuesta del P. Archivero de la Provincia de Castilla. En 1975 existían dos Provincias: la de Castilla (que abarcaba las provincias de Castilla la Vieja) y León (que abarcaba las de León, Galicia y Asturias)



    Querido Padre:


    El P. Socio del Provincial me pasa, como archivero que soy de esta Curia, su e-mail en que solicita información acerca del grado de difusión --en las provincias de Castilla y León (status de 1975) de la carta del Provincial de España, el 20 de noviembre de 1975

    [...]


    La costumbre era publicar en las NOTICIAS las cartas y circulares de especial significación, enviadas a los Superiores de las Casas.


    En la antigua Provincia de Castilla se recibió y siguió el curso de difusión que era entonces de rigor: envío a todas las Casas, lectura en el refectorio para conocimiento de todos los miembros de la comunidad y publicación con otras eventuales circulares. Se publicó, con las demás circulares en el próximo número de NOTICIAS DE LA PROVINCIA, en este caso, diciembre de 1975, página 42).


    No encuentro el equivalente de este documento en las noticias de la Provincia de León, que se reducían a dos folios a multicopista. Pero tenemos la citada carta del P. Ferrer Pi [Archivo, Rº 9750984], y doy por seguro que el Provincial, Gregorio Sánchez Céspedes, la comunicó a los Superiores de las Casas. Tales documentos, para que llegasen a los particulares, se leían, apenas recibidos, en el refectorio.

    [...]


    ...aseguro su difusión... Recuerdo haber recibido la circular y celebrado las tres Misas prescritas. En 1975 me encontraba en Roma, como Subsecretario de la Compañía (de 1972 a 1790). Allí recibí la carta circular sobre los sufragios al General Franco.


    [...]


    Es un placer haber podido servirle.


    Cordialmente,


    Nicolás R. Verástegui, S.J.

    La Misión Obrera entre dos generales. La visita de Arrupe a Franco (Mayo 1970). El testimonio de Manuel Alcalá



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  5. #5
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    Re: Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús (José Mª Lamamié de Clairac)

    Existen algunas dudas sobre el cumplimiento del mandato (lo que sería grave en Orden Religiosa católica) en las Provincias jesuíticas de Tarraconense (Cataluña) y Toledo:


    Respuesta del P. Socio de la Provincia Tarraconense (Catalunya)


    Benvolgut Miquel:


    1.- No hay ninguna carta del provincial Torres Gasset que haga referencia a esta cuestión.


    2.- Ni hemos encontrado ninguna carta de Ferrer Pi sobre el mismo tema. Este segundo punto será necesario pulirlo un poco más...


    3.- Sin embargo, pienso que con lo que te digo en el primer punto, ya está claro.


    4.- Con todo, considero que será difícil saber alguna cosa con certeza, ya que en los archivos no habrá constancia de si, habiendo llegado la carta de Ferrer Pi, se hicieron copias y se hicieron llegar a las comunidades. Quizás si preguntaras a alguna comunidad que tuviera un buen archivero, podrías llegar a saber alguna cosa.


    En mi recuerdo personal no hay ningún rastro de esta cuestión. He preguntado a algunos si recordaban algo de todo eso y la respuesta ha sido negativa. Más aún: algunos me han dicho: "Una cuestión como esta, en algunas comunidades, HUBIERA PROVOCADO REACCIÓN. Yo no recuerdo nada"


    Una abraçada


    J M Pañella






    Respuesta del P. Socio de la Provincia de Toledo (Castilla Mancha, Madrid, Murcia, Extremadura)


    Querido Miquel:


    Hemos estado ocupándonos de los datos que te interesan.


    El Provincial de Toledo, Martín de Nicolás, no envió ninguna carta especial a las casas a propòsito de la muerte de Franco. Lo que no tenemos manera de saber es si se mandó la carta de Ferrer Pi.


    Personalmente yo vivía en el Colegio Mayor Loyola, y no recuerdo haber recibido nada.


    Siento darte tan poca solución a tus intereses. Aquí estamos para lo que quieras.


    Luis López-Yarto

    http://usuaris.tinet.cat/fqi_sj/arrupe/ferrerpi_sp.htm

  6. #6
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    Re: Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús (José Mª Lamamié de Clairac)

    No es de extrañar la "lavada de manos", al mejor estilo de Pilatos de los SJ, ya es sabido como manejan sus "archivos", cuando hay en ellos cosas que los "comprometen"...

  7. #7
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    Re: Las Cortes Constituyentes y la Compañía de Jesús (José Mª Lamamié de Clairac)

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Artículo de "La Vanguardia", en 1956, anterior a la descomposición de la Compañía de Jesús con la llegada del padre Arrupe.

    "La Iglesia y España, hombro con hombro"

    Bilbao. 31. (Crónica telefónica de nuestro Director)

    — Yo me he acordado esta mañana, en la plenitud apacible de Loyola, de la maldita República que sufrió España desde 1931 a 1936.

    ¿Quién me lo había de decir? Y nada menos que ha sido sugerida la evocación por las palabras atinadísimas, certeras y, como suyas, llenas de serenidad de S. S. el Papa. De viva voz del Pontífice, a través de la maravilla de la radio, hemos oído los circunstantes al incomparable acto ante la Basílica ignaciana fundacional, evocar el recuerdo de aquella persecución religiosa en España, de la que fué la primera víctima la Compañía de Jesús, que arrostró la saña sectaria de aquel régimen no ya solamente con impavidez sino con humildad y hasta con alegría evangélica. Sin que ello fuera en menoscabo de la sincera devoción que sugería la sencilla al par que solemne y majestuosa ceremonia de hoy en Loyola, yo me entregué a mis recuerdos políticos y pensaba que en la vanguardia de aquella quema de conventos, de Iglesias, de monasterios, de bibliotecas y laboratorios del 11 de mayo de 1931 figuró, como siempre que se trató a través de cuatro siglos de saña anticatólica, la Compañía de Jesús. La primera iglesia quemada por las turbas de facinerosos, ante la pasividad de la fuerza pública y del Gobierno de la República, fue en Madrid la de los Padres Jesuítas de la calle de la Flor. Siempre la Compañía de Jesús trinchera avanzada, ¿cómo iba la República a dejar en olvido a esta gran milicia de la Iglesia y de España, cuando trataba de destruir a España y a la Iglesia? No; los jesuítas fueron por delante en el holocausto y en el sacrificio, como siempre. En aquella ola de criminalidad de la mañana del 11 de mayo famoso, de la depredación, el saqueo y el incendio perpetrado por la República eran, una vez más a lo largo de tres siglos y medio, avanzadilla de las víctimas los jesuítas, firme bastión sempiterno de la Iglesia, en España y en el mundo.

    Me es imposible describir, ni aun apelando a todas las mañas y recursos de mi oficio periodístico, experto en estas lides del relato, una impresión que comunique a mis lectores noción aproximada siquiera a la grandeza de la augusta sencillez de la conmemoración ignaciana de esta mañana en el tranquilo y grandioso valle de Loyola. Como decía en su homilía inspiradísima Su Eminencia el cardenal Siri, legado especial del Sumo Pontífice en la ceremonia, en aquel sitio estaba hoy la Iglesia entera. La Iglesia, con el Soberano Pontífice al frente, primero por medio de su mencionada representación; y al final del acto en espíritu, pero con su palabra firme, segura, de vocalización española correctísima, con la propia voz de S. S. resonando en los altavoces y llenando con sus ecos aquellas montañas, aquellas laderas, aquellas llanuras y prados a los cuales aludía Pío XII con tan bellas insinuaciones y tan luminosas imágenes poéticas. Y con la Iglesia, esta mañana en el valle de Loyola, España entera, porque allí estaba en el lado del Evangelio, el jefe de la nación española, el libertador de Occidente, quiero decir el Generalísimo Franco, a quien la Compañía de Jesús, como toda la Iglesia española y por clave la Iglesia universal, debe el rescate de España para lo cristiandad. Sin la Cruzada no se hubieran salvado las esencias religiosas ni se hubieran podido restaurar iglesias, monasterios, bibliotecas, todo el acervo de cultura que la Compañía de Jesús a la cabeza de las Órdenes religiosas ha podido reconstruir para cumplir al pie de la letra su leyenda gloriosa: «A la mayor gloria de Dios».

    Allí estaba el Jefe del Estado, no sólo en su condición protocolaria de tal como auténtico Jefe de la nación española, de esta nación que — también según palabras certeras del cardenal Siri, arzobispo de Génova— ha podido ver a través de cuatro siglos su propio rostro, sus características raciales y las reacciones de su temperamento y de sus virtudes en el rostro, en el temperamento, en el carácter y en las virtudes de Ignacio de Loyola.

    Tenía hoy un aire militar la ceremonia religiosa, porque a ninguno de los circunstantes escapaba la ocasión de verla presidida desde el lado civil por el Gran Capitán de la Cruzada, que con espíritu de milicia en lo castrense, pero llevando ese mismo espíritu de milicia a lo religioso, ha podido formarse en el ejemplo de San Ignacio, quien desde aquel histórico Pentecostés de 1523, al dejar su espada de militar tomaba en su mano la espada misionera sin abandonar el carácter ni el temperamento combativo ardiente de los conquistadores. Porque si París, y concretamente Montmartre, tan degenerado siglos más tarde, en antagónica realidad de su fama, fue la trinchera donde empezaron a defenderse Ignacio y aquel grupo de jóvenes impulsivos y polémicos que le acompañaba en sus luchas en favor de un humanismo cristiano; si en París se pusieron los cimientos de la Contrarreforma, también allí se echó la semilla de la obediencia al Señor y del servicio a la Iglesia. Fue muy oportuna, igualmente, la referencia a la «Carta de la Obediencia» dirigida por Ignacio a los Padres de Portugal, que esta mañana escuchamos de labios del tantas veces citado cardenal-arzobispo de Génova.

    El capitán militar y civil de la Contrarreforma actual, es decir, del anticomunísmo, estaba allí esta mañana, devoto y atento, y de seguro que al escuchar primero al cardenal Siri y después al propio Pontífice romano, se sentiría, aun dentro de su congénita y de su cristiana humildad, satisfecho de verse «leal a sí mismo», como dijo el clásico; porque al cabo de cuatro siglos, él ha sido otro Capitán, sin atuendo religioso, con uniforme militar y al frente de una nación enardecida en el espíritu de la cultura que San Ignacio propugnó sediento en el espíritu también de servicio a la Iglesia. Si la crisis política e intelectual del mundo contra la que San Ignacio enarboló las banderas de sus milicias dura todavía, aunque con formas bien solapadas y distintas, la Contrarreforma actual necesita, de acuerdo con los cambios en los tiempos, una actuación y un sistema de incansable alerta. No otro es el Movimiento de que es Capitán el Caudillo cuando se muestra sumiso hijo y servidor de la Iglesia.

    La Iglesia y España han estado hoy hombro con hombro, como hace cuatrocientos años las contempló y pudo proyectarlas para los tiempos venideros el Capitán Fundador. En las resonancias y en los ecos de la mañana vestida con cendales, que lejos de poner nota triste alguna, eran como la pátina apropiada a las invocaciones y a los recuerdos. En esta mañana del Valle inmortal de donde partiera un día para sus tareas y sus fundaciones históricas el heroico vasco, el mejor homenaje a la memoria de San Ignacio y de su gloriosa Compañía estaba en la emoción callada y en el tácito juramento latente que a todos los circundantes unía para proseguir bajo el servicio de la Iglesia, bajo el mando del Capitán Franco a la defensa de la Cristiandad.

    Luis de GALINSOGA. (La Vanguardia, 1 de agosto de 1956)

    Edición del miércoles, 01 agosto 1956, página 3 - Hemeroteca - Lavanguardia.es
    Última edición por ALACRAN; 05/07/2022 a las 14:05
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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