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José María Lamamié de Clairac[/U]Aquel mi discurso –el de la Cámara– me proporcionó la satisfacción de recibir numerosas felicitaciones, algunas de alto valor y otras hasta de diputados de izquierda, y atrajo sobre mí el honor mayor y el título que más me enorgullece: el de Defensor de la Compañía de Jesús. Era el “¡viva!” que surgía indefectiblemente en todos mis actos de propaganda por todos los ámbitos de España, en los que nunca faltaba quién lanzase un ¡Viva el Defensor de la Compañía de Jesús! Era el título que decía siempre envidiarme el entonces Jefe Carlista de Andalucía Occidental, después mi Jefe Nacional y siempre entrañable amigo, Fal Conde.
Y para terminar, voy a señalar dos coincidencias más, que yo estimo providenciales. Al año justo de la fecha de mi defensa de la Compañía de Jesús, el 29 de Enero de 1933, unos días antes de la reapertura de Cortes, y apenas regresado de mis andanzas por Cádiz a la llegada del “España 5”, pronunciaba yo en el Monumental Cinema de Madrid mi conferencia sobre las Congregaciones Religiosas, en la que anuncié una fuerte oposición y obstrucción al proyecto presentado, sin que sea ahora oportunidad de decir cómo y en qué términos fue luego decidida y realizada ésta, gracias a aquel anuncio de actitud. Pero lo cierto fue que el Defensor de la Compañía de Jesús tuvo la honra de ser el primero que al año justo levantaba bandera de combate en favor de las demás Órdenes y Congregaciones religiosas.
La otra coincidencia que juzgo providencial, fue mi llegada a San Sebastián el año pasado, por primera vez después de su liberación, precisamente el día que se tomó Azpeitia y todo el valle de Loyola; y merced a esta circunstancia pude, en el kiosco de música del Boulevard, dirigir la palabra a la manifestación patriótica que se formó, celebrando en mi alocución el hecho feliz de la liberación de aquella Santa Casa y de aquel Monasterio que hijos insensatos del solar vasco habían hecho servir de Cuartel General de un movimiento antiespañol, ante el asombro e indignación –si en el Cielo cupieran estos sentimientos– del vasco españolísimo, prez de España y de Euskalerria, Ignacio de Loyola.
Burgos, 27 de Julio de 1937.
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