Las anteriores limitaciones se refieren no solo a la prensa sino también a la libre opinión y libre expresión manifestada bajo formas literarias, ensayísticas o artísticas (teatro, cine...).
Por otra parte, esas limitaciones para proteger la moral cristiana, la verdad, la religión se plasmaban en la exigencia de la censura gubernamental efectiva (con toda la pésima fama que hoy el término conlleva). La censura, que paradójicamente es hoy inexistente, cuando nunca habría sido más necesaria que en esta miserable época; se la ridiculiza, achacándola reprimir efusiones humanas y estar al servicio de regímenes totalitarios y represivos.
Sin embargo, la necesidad de una censura gubernamental siempre fue exigida por la Iglesia y la sociedad en general, incluso cuando los pensamientos eran infinitamente más moderados que hoy; no era cosa de dictaduras franquistas o fascistas, sino que era consecuencia de todo Estado bien constituido, y usual en casi todo el mundo cristiano (y musulmán, budista, comunista etc,) de uno u otro modo.
Tal servicio del Estado a la moral (*) era aun exigido en el Vaticano II, decreto Inter Mirifica (1963) sobre Medios de comunicación social, y nadie se llevó las manos a la cabeza:
[QUOTE]...12. La autoridad civil tiene en esta materia deberes peculiares en razón del bien común, al que se ordenan estos medios. Corresponde, pues, a dicha autoridad, en virtud de su propia función, defender y asegurar la verdadera y justa libertad que la sociedad actual necesita absolutamente para su provecho, sobre todo en lo relativo a la prensa: fomentar la religión, la cultura y las bellas artes; proteger a los destinatarios para que puedan disfrutar libremente de sus legítimos derechos. Además, es deber del poder civil apoyar aquellas iniciativas que, siendo especialmente útiles para la juventud, no podrían emprenderse de otro modo.
Finalmente, el mismo poder público, que legítimamente se ocupa del bienestar de los ciudadanos, debe considerar también como un deber el procurar justa y celosamente, mediante la promulgación de leyes y su diligente cumplimiento, que el mal uso de estos medios no desencadene graves peligros para las costumbres públicas y el progreso de la sociedad. Con este cuidado vigilante no se restringe la libertad de los individuos y de los grupos, sobre todo si faltan las cautelas precisas por parte de aquellos que en razón de su oficio utilizan estos medios.
[/QUOTE]
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19631204_inter-mirifica_sp.html
En resumidas cuentas, juntaletras, artistas, intelectualoides y titiriteros varios siempre fueron considerados por la Iglesia como una peste contra el orden cristiano; darles cancha libre en las últimas décadas solo ha servido para endiosar su status y a la vez pudrir el orden social, como de siempre se preveía (a la vista está).
La pésima fama de la censura hoy día es consecuencia de la degradación moral existente.
Igual deber de fomentar y proteger solo lo honesto, así como prensa católica etc. en la comunicación incumbía a la Iglesia, por medio de jerarquía y obispos como dicho decreto Inter Mirifica insiste en los artículos siguientes.
(*) Se sobreentendía el Estado cristiano al servicio del orden moral tradicional; no por supuesto, el anti-Estado al servicio de Satanás y del orden aberrante contrario al orden natural que venimos padeciendo desde hace algunos años.
.
Marcadores