El camino espiritual de la Cuaresma





Monseñor Athanasius Schneider


El tiempo de Cuaresma es un tiempo de gracias especiales. Tiene por objeto renovar nuestra vida espiritual para acercarnos al pensamiento de Nuestro Señor Jesucristo, para que adquiramos sus sentimientos, en particular su amor ardiente a Dios y a la salvación de las almas, así como su humildad de corazón. La humildad de corazón se alcanza también por medio de un sincero arrepentimiento y de la contrición de nuestros pecados. La temporada de renovación espiritual de nuestra alma supone igualmente una batalla espiritual.

Dom Prosper Guéranger nos da la siguiente explicación del sentido espiritual del tiempo cuaresmal: «El hijo de Dios encarnado para la salvación del hombre, queriendo someter su carne divina a los rigores del ayuno, hubo de escoger el número de cuarenta días para este solemne acto. Preséntasenos, pues, la institución de la Cuaresma en toda su majestuosa severidad, como medio eficaz de aplacar la cólera de Dios y purificar nuestras almas. Levantemos en consecuencia nuestros pensamientos por encima de los estrechos horizontes que nos circundan; veamos el conjunto de las naciones cristianas en estos días en que vivimos ofreciendo al Señor irritado este amplio cuadragenario de expiación, y esperemos que, como en tiempo de Jonás. se digne también este año ser misericordioso con su pueblo. (… La Iglesia) apellida el miércoles de Ceniza a la Cuaresma: Carrera de la familia cristiana. Para lograr, en efecto, la regeneración que nos hará dignos de recobrar las alegrías santas del alleluia, es menester triunfar sobre nuestros tres enemigos: demonio, carne y mundo. Unidos al Redentor que, en la montaña, lucha contra la triple tentación y contra el mismo Satanás, es necesario estar armados y velar sin tregua» (El año litúrgico.- Cuaresma).

La Cuaresma es un tiempo destinado a recordarnos nuestra regeneración para la vida divina por la gracia que recibimos en el santo Bautismo. Dom Guéranguer explica: «Recordándonos que la fiesta de Pascua es para los Catecúmenos el día del nuevo nacimiento, volará nuestro pensamiento a aquellos primeros siglos del cristianismo en que la Cuaresma era para los aspirantes al Bautismo, la última preparación. La sagrada Liturgia nos ha conservado el rastro de la antigua disciplina; oyendo las estupendas lecturas de ambos Testamentos con que se acababa el último retoque de la iniciación postrera, daremos gracias a Dios que se dignó hacernos nacer en tiempos en que el niño no ha menester aguardar a la edad madura para experimentar las divinas misericordias. Pensaremos asimismo en esos nuevos catecúmenos que, aun en nuestros días, aguardan en las regiones evangelizadas por nuestros modernos apóstoles, la gran solemnidad del Salvador vencedor de la muerte, para bajar, como en tiempos antiguos, a la sagrada piscina y surgir con nuevo ser» (Año litúrgico. — Cuaresma).

Cada Cuaresma debe acercarnos un poco más a la conformación interior con los pensamientos y el sentir de Nuestro Señor Jesucristo. Los tres medios principales de los que nos servimos en el camino de esta renovación espiritual son la oración (meditación sobre la Pasión de Cristo), la limosna (amor al prójimo, paciencia) y el ayuno (penitencia corporal). Al ejercer externamente estos tres actos nos debe motivar y sustentar las virtudes del amor y la humildad. Estas dos virtudes deberían ser para nosotros un elemento concreto para hacer examen de conciencia todas las noches de Cuaresma. ¿Cuánto amor y humildad he tenido hoy en la oración, en el ayuno, en hacer buenas obras para con el prójimo?

1) La oración y la meditación sobre la Pasión de Cristo deben despertar en nosotros la verdadera contrición de nuestros pecados, que fueron la única causa de los amargos padecimientos del Señor. Y al mismo tiempo, esa meditación tiene que avivar en nosotros el fuego del amor a Él.

2) San Francisco de Sales nos dice lo siguiente sobre el ayuno cuaresmal: «He venido a hablaros de las condiciones para que al ayuno sea eficaz y meritorio. Entended que, por sí solo, el ayuno no es una virtud. Sólo es una virtud cuando está acompañado de unas condiciones que lo hacen agradable a Dios. Vemos que hay algunos que piensan que para ayunar bien durante la santa Cuaresma les basta con abstenerse de comer algunos alimentos prohibidos. Sabemos bien que no es suficiente el ayuno exterior si no ayunamos también interiormente y no añadimos el ayuno del alma al del cuerpo. Pues bien, seleccionaré las tres principales condiciones que se requieren para ayunar bien: la primera es ayunar de todo corazón, con buena voluntad, universal y enteramente, con toda el alma. La segunda es no ayunar jamás por vanidad, sino siempre por humildad. Y la tercera condición necesaria para ayunar bien es alzar la vista a Dios y hacerlo todo con miras a agradarle» (Sermón pronunciado durante la Cuaresma de 1622). El ayuno del cuerpo es alimento para el alma. Enseña San Atanasio: «Ved lo que hace el ayuno: sana enfermedades, expulsa demonios, ahuyenta los pensamientos perversos y purifica el corazón. Si alguien es poseído por un espíritu impuro, dígasele que, según la Palabra del Señor, esa especie “no se expulsa sino a fuerza de ayuno y oración”» (Mt.17,21). Y San Basilio el Grande explica el sentido del ayuno con las siguientes palabras: «Hay ayuno físico y ayuno espiritual. Mediante el ayuno físico, el cuerpo se abstiene de comida y bebida. Con el espiritual, el ayunante se abstiene de malas intenciones, palabras y acciones. Quien ayuna de veras se abstiene de ira, malicia y venganzas. Quien ayuna verdaderamente se abstiene de habladurías y palabras soeces, vana retórica, juicios temerarios, lisonjas, mentira y toda clase de palabras rencorosas. En resumen, el verdadero ayunante es el que se aparta de todo mal. Cuanto más quites al cuerpo, tanto más añadirás a la fuerza del alma».


3) Por lo que se refiere a la limosna y la caridad, dice San Juan María Vianney: «Hay una clase de limosna que todos pueden dar. Como ves, la limosna no sólo consiste en dar de comer al hambriento y vestir al desnudo. Consiste también en todo servicio prestado al prójimo, ya sea para beneficio del cuerpo o del alma, cuando se hace con espíritu caritativo. Que tenemos poco, pues bien, daremos poco; que no tenemos nada, prestemos si podemos. Si no puedes proporcionar a los enfermos todo lo que les haría bien, puedes visitarlos, darles palabras de aliento, rezar por ellos para que hagan un uso provechoso de su enfermedad. Cuando actuamos motivados por la piedad y la caridad, todo es bueno y valioso a los ojos de Dios, porque Jesucristo nos dijo que un simple vaso de agua no quedaría sin recompensa. Como ves, por muy pobres que seamos siempre podemos dar limosna con facilidad. Te dije que por muchas exigencias que nos imponga el trabajo hay una forma de oración que podemos hacer constantemente sin que perjudique nuestras labores: consiste en procurar no hacer otra cosa que la voluntad de Dios. Dime: ¿tan difícil es intentar limitarse a hacer la voluntad de Dios en tus tareas, por humildes que sean? Esa forma de orar hace que todo redunde en méritos para el Cielo; y si falta esa voluntad, todo está perdido. ¡Ay de mí! ¡Cuántas cosas buenas que nos ayudarían mucho a ganar el Cielo quedan sin premio simplemente porque no cumplimos nuestros deberes habituales con la debida intención!»

La virtud de la caridad tiene que ser el comandante en jefe, el general que dirija todos nuestros actos externos, sobre todo durante la Cuaresma. San Francisco de Sales lo explica así: «El amor de Dios es el general que manda sobre las virtudes. Es el único que puede ganar el Cielo y derrotar el Infierno. Derrota personalmente al Enemigo, y al mismo tiempo, ordena a las demás virtudes que actúen en todo el campo de batalla. Muchas virtudes actúan sin órdenes expresas de la caridad. Estas también afirman y hacen propia la caridad. Dice San Pablo que el amor “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera” (1 Cor.13,7).

Aunque la caridad haga todo eso, hay que repartir los elogios a muchas virtudes. Dice la Escritura que nos salva la fe, o la limosna, o la oración, o la humildad, o la esperanza o la caridad. Es cierto que esas virtudes nos salvan, pero es simplemente porque están unidad a la caridad. Sólo la caridad aporta santidad a cada virtud. La caridad “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera” (1 Cor.13,7). San Pablo escribe eso porque la caridad anima a cada virtud a realizar acciones que le son exclusivas. Hay quienes aman excesivamente una virtud dejando de lado la caridad. Por ejemplo, Tertuliano amaba tanto la caridad que faltó a la castidad. Abandonó la Iglesia Católica para ejercer la castidad según sus propias ideas. Algunos amaban tanto la pobreza que se hicieron herejes. ¡Muchos se entusiasman tanto con la oración que no hacen caso de la caridad! Y hay herejes que exaltan el amor a los pobres prescindiendo del amor a Dios, afirmando que el hombre se salva únicamente por las limosnas. Esto contradice las enseñanzas de San Pablo: “Si repartiese toda mi hacienda, no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Cor.13,3). “Dios despliega ante mi su bandera de amor”, dice el Cantar de los Cantares (Cnt. 2,4). El amor es el estandarte del ejército de Dios, la única bandera bajo la que luchamos por nuestro Salvador. Obedezcan todas las virtudes a la caridad. Amemos cada virtud sólo porque agrada a Dios. De ese modo, el amor de Dios infundirá vida a todas las virtudes» (Tratado sobre el amor de Dios, 11, 4; 11, 14).

Podríamos proponer los siguientes medios prácticos para vivir con más provecho espiritual este tiempo de Cuaresma.

En cuanto a la oración: rezar, al menos cada viernes, el Vía Crucis. Podríamos hacerlo en grupo en una iglesia.

Vendría bien recorrer también el Vía Crucis en la calle donde sea posible. Podemos también rezar una vez a la semana el Vía Crucis en familia, reunidos en casa. También podemos rezar individualmente todos los días los misterios dolorosos del Rosario. Cada viernes a la tres de la tarde, hora de la muerte de Nuestro Señor, podríamos hacer una breve reflexión sobre su santa muerte agradeciéndole en oración su muerte redentora y encomendándole la nuestra, la de todos nuestros seres queridos y la de todos los pecadores impenitentes que están muriendo. Se podría rezar la siguiente oración: «Señor, Tú padeciste una vez por mí y por otros como yo una cruz ignominiosa, clavos y una lanzada. Una corona de espinas perforó tu sagrada frente, cuyo sudor de sangré bañó todos tus miembros. Tanto amor me tuviste entonces, y así es, y será siempre, mi amor por Ti».


En cuanto al ayuno: Nuestros hermanos de las iglesias orientales nos dan un ejemplo concreto de ayuno durante los cuarenta días cuaresmales. Se abstienen de todo producto de origen animal, pues observan la tradición que se remonta a los primeros siglos y era común a todos los cristianos, y que también se practicó en la Iglesia de Roma hasta principios del siglo XX. Podríamos, por ejemplo, abstenernos de de comer carne y alimentos caros durante toda la Cuaresma. Y lo que ahorremos en dinero con esa abstinencia lo podríamos dar a los pobres. Los viernes se podría observar un ayuno riguroso, es decir, una comida completa y otras dos más ligeras. Otra penitencia corporal que podrían hacer algunos sería arrodillarse, o usar cilicio. Y otra obra saludable de penitencia sería abstenerse de ver televisión y reducir al mínimo el uso de internet durante la Cuaresma.

En cuanto a dar limosna y hacer otras de caridad:

El papa San León Magno nos dejó esta motivadora exhortación cuaresmal: «La mente de todo hombre tiene que estar impulsada con más celo por el progreso espiritual y animada de más confianza cuando la conmemoración del día en que fuimos redimidos nos convida a todos los deberes a que nos obliga la piedad, para que podamos conservar el sublime misterio de la Pasión del Señor con el cuerpo y el corazón purificados.
Estos grandes misterios nos exigen una devoción y una reverencia tan infatigables que hemos de permanecer a la vista de Dios del mismo modo en que nos tiene que encontrar en la propia Pascua. Pero como pocos son los que tienen esa constancia, como la más estricta observancia se relaja en atención a la fragilidad de la carne, y como los intereses de alguno se extienden a las diversas acciones de esta vida, hasta los corazones más piadosos se mancillan un poco con el polvo del mundo, la Divina Providencia cuidó con gran condescendencia de que la disciplina de estos cuarenta días nos sanase y restableciese la pureza de nuestra mente para que las faltas cometidas en otros tiempos se redimieran mediante actos piadosos y eliminaran por un casto ayuno» (Sermón 42).

Iniciemos este santo tiempo con fe y confianza, con el alma anhelante de Dios, diciendo parafraseando las palabras del Salmo 42 que se dicen al comenzar toda Santa Misa: «Entraré en el templo sagrado de la santa Cuaresma de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida», y añadiendo estas palabras del Salmo 103: «Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus favores. Él perdona todas tus faltas, y sana todas tus dolencias. Él rescata tu vida del sepulcro y te corona de piedad y de misericordia. Él sacia de bienes tus deseos, y renueva tu juventud como la del águila» (Sal.103,2-5).

Que Dios nos conceda a todos una santa y bendita Cuaresma, vivida en compañía de la Santísima Virgen María, nuestra Madre dolorosa, y junto con San José, nuestros santos patronos particulares y nuestros ángeles de la guarda.

+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Santa María de Astaná


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Publicado originalmente en Diesirae