El error del «entrismo»


EL «ENTRISMO» RESPONDE A UNA ACTITUD PESIMISTA QUE, CONVENCIDA DEL FRACASO EN EL COMBATE POR EL REINO DE CRISTO, OPTA POR ENTRAR EN EL SISTEMA Y SUS ESTRUCTURAS PARA INFLUIR BENÉFICAMENTE EN SUS INTERESES


septiembre 21, 2023


El Caballo de Troya, por Juan de la Corte


A medida que las ideologías revolucionarias se consolidan, los anhelos por la restauración de la Ciudad Católica parecen difuminarse con cada vez más rapidez. En esta tesitura, los cantos de sirena de la «participación» «política» —electoral en realidad— parecen seducir a muchos, convencidos de la imposibilidad efectiva de una restauración. De esta forma, los antiabortistas se conforman con leyes de supuestos —que todos sabemos cómo acaban—, los padres sucumben a la antipolítica comunitarista como modo de «salvar» a sus hijos, o los patriotas compran el averiado constitucionalismo como remedio de los males que ha causado.

Dentro de esta fragmentación en el mundo católico, reflejo de la infección ideológica que nos anega, quisiera referirme, brevemente, al error del «entrismo».

El «entrismo» más que una doctrina, primeramente, responde a una actitud existencial; actitud pesimista que, convencida del fracaso en el combate por el Reino de Cristo, opta por entrar en el sistema y sus estructuras para influir benéficamente en sus intereses. El esquema ideal es usar las armas del enemigo contra él, una suerte de táctica que pretende emular a troyanos o sectarios varios que se disfrazan bajo el secreto o el disfraz para influir según sus intereses. Pero el «entrismo», quizá sin saberlo, entra, así, en un callejón sin salida. En la balanza entre la defensa de la Ciudad Católica —nuestra misión— y el triunfo de algún elemento que ellos mimetizan con sus intereses, eligen la segunda opción.

La primera dificultad que encuentran los «entristas» es la forma propia de las estructuras que pretenden controlar. Las entidades sociales y políticas modernas no responden, pues, a una mera neutralidad, sino que esa aparente neutralidad es síntoma de una actitud antiteísta y naturalista, a la herejía institucionalizada que afirma Jean Ousset. De esta forma, se ven envueltos en la participación de un ente que obra el mal, pero acallan sus conciencias convenciéndose a sí mismos de que pronto llegará su momento. La primera fase del «entrismo» es, pues, el autoengaño.

A medida que pasa el tiempo ven que, como manda la lógica, la materia se ordena a la forma, y las estructuras responden a sus espíritus, por lo que su acción coopera en la consolidación del mal. Las incongruencias se hacen cada vez más evidentes, y aquí surge la segunda dificultad. El convencimiento de que sólo ahí es posible «hacer algo» induce a los «entristas» a defenderse de aquellos que denuncian la incoherencia escudándose tras el señalamiento de que son los denunciantes los incoherentes por no apoyar a los «entristas»; recordemos que bien posible e interés particular son una misma realidad en la mentalidad «entrista». Así, la efectividad de sus pretensiones les lleva a defender a toda costa la estructura ante la crítica externa, puesto que si en el interior de la estructura se percatan de la dualidad del «entrista», éste puede despedirse de la influencia que cree tener. La segunda fase es, pues, el engaño, la simulación de que la estructura le permite desarrollar sus intereses y que las críticas no tienen fundamento.

Por último, el «entrista» percibe que las veces que ha intentado influir en la estructura, ésta ha reaccionado según su forma, reprimiendo a la parte que no se ordena al todo. Cuando el «entrista» mira hacia atrás y contempla las razones que le llevaron a tomar la decisión del «entrismo», las personas que ha engatusado, los sacrificios que ha realizado, las viles causas que ha defendido, etc., entramos en la tercera y última fase: el desengaño. Éste puede ser de dos tipos, pero suele conducir al mismo fin. El primer desengaño se refiere a renunciar a lo poco que se pretendía defender —al constatar la maldad del sistema—, optando por permanecer en la estructura y vivir a su costa. El segundo desengaño conduce a la resignación total, al abandono de toda causa que no sea la salvación individual. En uno y otro caso, la realidad es la misma: los años de daño causado, la esterilidad de éstos y la castración de toda cooperación en el buen combate.

Si tantos que optaron por entrar en partidos o asociaciones influyentes creyendo influir en lo que se ha descubierto como nada, hubiesen militado desde el principio por la Ciudad Católica, ¿dónde nos encontraríamos? Esta reflexión es ajena a toda acritud, pues el combate lo libramos con independencia de los frutos, que pertenecen al Rey de reyes; lanzo el interrogante con la esperanza de sembrar la reflexión en algunos. Lo contrario ya lo conocemos; más aún, tenemos siglos de experiencia de «entrismo». El resultado también lo conocemos: la infundada ilusión de creer combatir bajo las banderas de Cristo con las armas, uniformes y directrices de las banderas del príncipe de este mundo.

Miguel Quesada

Círculo Hispalense






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