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Tema: Inicio del Monacato en España

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    Inicio del Monacato en España

    Inicio del Monacato en España: La Cultura (I)




    José Carlos Sacristán Abad 05/01/2024



    La invasión de los pueblos bárbaros supuso un derrumbe inesperado en la Hispania antigua, el cambio fue trascendente a nivel social, político y cultural. Las invasiones afectaron a toda Europa, pero en las regiones menos romanizadas como Germania o Britania el impacto se acentuó. En las zonas mediterráneas no fue tan acentuado ya que los pueblos invasores aceptaron la civilización romana, es decir, en ellos se produjo una lenta romanización. Debemos destacar que la región en la que mejor se dio continuidad al mundo romano fue en Hispania.



    La cultura previa a las invasiones se adquiría en las escuelas estudiando a los clásicos. Las artes liberales formaban la línea central de la formación. Esta educación cualificaba a las personas para la realización de las funciones públicas. Además, había escuelas cristianas que estaban gobernadas por los obispos. La más famosa de la Antigüedad fue la de Alejandría organizada principalmente por Orígenes.

    Aunque la invasión de los pueblos bárbaros fue revulsiva para la mentalidad, muchos godos ya conocían la cultura romana. En este sentido destaca el obispo Ulfilas que tradujo la Biblia a lengua goda. Aun así, la invasión supuso un descenso de nivel educativo, y por lo tanto la Antigüedad Tardía significó una decadencia cultural generalizada. Desaparecieron las escuelas urbanas, por lo que el único lugar donde se conservó y transmitió la cultura fue en los centros eclesiásticos. La Iglesia quedó como espacio cultural exclusivo en la Antigüedad Tardía y después pasó así a la Edad Media. Pero al ocurrir esto las fuentes de estudio cambiaron, desde ese momento el estudio se centró en la investigación de la Sagrada Escritura. Cualquier conocimiento adicional se vio como complemento para entender mejor la misma. Los pueblos bárbaros asumieron la iniciativa e incluso la lengua latina.



    La enseñanza se basaba en la instrucción y transmisión del misterio de la fe y aclaración de la Biblia. A pesar de la decadencia que se produjo, la cultura pagana no se perdió totalmente, en las escuelas eclesiásticas se enseñaron obras de todos los ámbitos del saber. San Isidoro leyó a muchos de estos autores junto con los cristianos que le sirvieron para conformar su gran obra intelectual.

    El pueblo visigodo no estaba poblado de hombres incultos, sino que había gran cantidad de personas letradas, con capacidad para leer. Aparte de las escuelas monásticas y catedralicias, ya hemos dicho que la urbanas desaparecieron, también existió la cultura cortesana, impartida por clérigos, con el objetivo de instruir a los hijos de los monarcas y de la aristocracia.



    También existieron las escuelas presbiteriales, organizadas por un presbítero y donde se impartía la mínima formación para poder ejercer el oficio clerical. Así se regula en el Concilio de Mérida del año 666, en el que se ordena que los presbíteros rurales preparen y formen a otros que les puedan ayudar en las iglesias. Para aumentar la formación de los clérigos se instauró la escuela episcopal, como extensión a lo que ya se decidió en el Concilio de Narbona (589), en el que se obligaba a los diáconos y presbíteros a saber escribir.

    En el año 633 san Isidoro preside el IV Concilio de Toledo, en los cánones se insta a los jóvenes clérigos vivan bajo el mismo techo en una casa adosada a la iglesia y que allí estén bajo la supervisión de un aciano muy probado, que ejerza de maestro doctrinal. Para san Isidoro el clérigo debía ser un hombre culto y formado. Al mismo tiempo que establece que los clérigos se dediquen al estudio y la lectura.



    Una vez aprendida la escritura y la lectura, los clérigos debían adquirir los conocimientos que ofrecía el Trivio y el Quadrivio; el primero consistía en formarse en gramática, retórica y dialéctica complementadas con el conocimiento del latín, la literatura y la filosofía. El segundo encuadraba la aritmética, la geometría, la música y la astronomía.

    Después de la formación básica comenzaba la filosófico-teológica, es decir, el conocimiento de la Sagrada Escritura, de los cánones, de los libros litúrgicos, la moral y el conocimiento de los Padres de la Iglesia y su doctrina. Una vez recibida la formación los clérigos eran ordenados presbíteros, y a quienes se les encomendaban las iglesias rurales recibían de manos del obispo el libro ritual donde se describía la manera de celebrar los sacramentos. Los concilios incidían en condenar a los clérigos poco formados, instándoles a aumentar su formación para desempeñar su oficio con dignidad, al tiempo que impusieron que nadie fuese ordenado sin los conocimientos necesarios.



    De estas escuelas episcopales salieron gran parte de los clérigos de la Antigüedad Tardía Hispana. Pero, aunque las escuelas episcopales estaban en plano funcionamiento, las más prestigiosas fueron las monásticas. La cultura eclesiástica hispana superó con mucho a las de clérigos de otras provincias, y ello fue posible por el florecimiento de los centros monásticos en los que se cultivó la cultura de autores tanto paganos como eclesiásticos. El monacato hispano tuvo una amplia cultura, desde muy temprano aparecieron junto a los monasterios, escuelas y grandes bibliotecas en las que se formará gran parte del alto clero visigodo. Los obispos con ánimos de aumentar su formación acudían a las bibliotecas de los centros monásticos, por ser éstas mucho más ricas que las catedralicias. El hecho de que se pudiesen encontrar autores paganos se debía a la incursión de monjes provenientes del norte de África y de refugiados en Hispania. Así el monasterio Servitano fundado por el Abad Donato se inició por este tipo de monjes y los manuscritos que traían. En las inmediaciones de Mérida ocurrió lo mismo con el Abad Nancto venido de las mismas tierras.

    La escuela monástica comprendía dos secciones: una interna destinada a la formación de monjes y otra externa dedicada a la formación de laicos y clérigos. A las lecciones de la escuela externa acudieron grandes prelados del periodo visigodo tales como: Vicente de Huesca que frecuentó las aulas del monasterio de Asán, Eutropio de Valencia que estuvo en el monasterio Servitano, Renovato de Mérida que estuvo vinculado al monasterio de Caulina, en la escuela Agalí se prepararon obispos para la sede de Toledo como: Eladio, Justo, san Eugenio o san Ildefonso.
    Tal y como hemos dicho, a los prelados y a los clérigos se les exigía una alta formación para ejercer el ministerio pastoral, por este motivo muchas veces se acudía a las escuelas monásticas para elegir a los obispos.



    Para conocer como fueron los monasterios visigodos partiremos de dos referencias obligadas que son los cenobios fundados por san Isidoro de Sevilla y san Fructuoso de Braga. Ambos fundaron dos monasterios que fueron muy distintos en su concepción y por este motivo sirven de ejemplo clarificador del monacato visigodo. Los dos se formaron en el sistema escolar visigodo, san Isidoro bajo la tutela de su hermano san Leandro, aunque no sabemos si fue a escuela monástica o catedralicia. Es probable que se formase en la escuela catedralicia que creó su hermano en la sede episcopal de Sevilla. En el caso de san Fructuoso, no están tan claros sus inicios, aunque sí sabemos que se formó en la escuela catedralicia de Palencia.

    Damos por seguro que los dos adquirieron una alta formación. Pero con objetivos distintos: el de san Isidoro era prepararse para la vida pastoral; el de san Fructuoso era fundar un monasterio en las propiedades que heredó de sus padres en el Bierzo. La visión de san Isidoro fue más escolar-pastoral y la de san Fructuoso más ascético-eremítica.



    En ambos monasterios queda clara la presencia de niños y jóvenes. San Isidoro insta a que se escoja para ser responsable de la educación de los jóvenes, a un monje santo, sensato que sepa formar a los jóvenes en las letras y en las virtudes. San Fructuoso menciona a monjes jóvenes pero no cita su preparación.

    San Isidoro fomentaba tanto la formación espiritual como la ascética de los monjes. Destina más de tres horas diarias a la lectura, a diario había conferencia dirigida por el abad, y en ella se podían preguntar las dudas surgidas en las lecturas del día.



    El tratamiento que de la cultura hace san Fructuoso es bien distinto del de san Isidoro. Le gustaba la cultura y era aficionado a la lectura de los libros con los que viajaba. Tiene un carácter más ascético y espiritual. Las horas de lectura de verano son inferiores a las de invierno y no hay explicación conjunta de lo leído como hacía san Isidoro. Incide en que las lecturas comunitarias serán la Regla y las Vidas de los Padres. Por lo que podemos deducir que san Fructuoso no estimó la cultura pagana. Los libros no son para aumentar la erudición sino para alimentar la vida espiritual.

    En definitiva, fueron dos monasterios distintos. El de san Isidoro cercano a la ciudad y con una escuela monástica. Es un cenobio abierto a la sociedad. El de san Fructuoso es un monasterio menos culto y alejado de la población. Sin apenas relación con la gente. Busca un lugar donde se pueda vivir en ascesis y soledad.

    Todo lo relatado hasta ahora nos lleva a concluir que la cultura a partir de este momento será monástica, hasta que aparezca la Universidad en la Baja Edad Media. La cultura quedó en manos de los monasterios, los escritores del siglo VI serán los fundadores de la Europa intelectual de la Edad Media. La acción de san Isidoro tuvo mucho que ver.

    Lo cierto es que los monasterios visigodos hispanos con sus bibliotecas, sus scriptoria y las escuelas establecidas, junto a las episcopales, representan un hecho único en Europa. No podemos encontrar nada semejante en Francia, Inglaterra o Italia en la misma época. La cultura monástica tendrá un hilo conductor que será la espiritualidad. La vida espiritual la deberá conseguir el monje a través de las letras, las ciencias y las artes.





    https://espanaenlahistoria.org/episo...-la-cultura-i/

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    Re: Inicio del Monacato en España

    Inicio del Monacato en España: La Regla Común y el Pacto monástico (II)




    José Carlos Sacristán Abad 19/01/2024





    La Regla Común

    Las reglas hispanas más importantes fueron las de san Isidoro de Sevilla y la de san Fructuoso de Braga, aunque no fueron las únicas en la Península. También destacó la de san Leandro. La que ocupa un lugar de importancia entre todas fue la denominada Regla Común que concluirá con el texto de un Pacto monástico. La idea más compartida entre los investigadores es que la autoría podría haber sido por un sínodo de abades en el noroeste peninsular con especial tradición fructuosiana.

    En el texto se descubren los rasgos fundamentales del monacato de la Gallaecia. Incide sobre las fundaciones monásticas y los modelos de cenobio. Es tajante en la condena de la práctica de fundar casas religiosas por seglares o de presbíteros seculares, con el fin de lucrarse. Decide como ha de aceptarse familias enteras dentro del monasterio y el especial cuidado de los niños. Organiza los monasterios dúplices con hermanos y hermanas separados bajo un mandato común.

    Trata todos los temas importantes que se han de tratar en una regla monástica como las cualidades propias del abad, las funciones de los prepósitos y las actividades de los decanos. Especial cuidado tiene a la hora de recibir a candidatos excesivamente mayores por su incapacidad de adaptarse al ritmo de la comunidad. Tendrá especial atención caritativa a los enfermos. Quedan estipulados los castigos y la forma de tratar a los excomulgados. Aborda la importancia de la pobreza para preservar la ascesis.



    La regla se inicia con una clara crítica sobre la fundación de monasterios falsos por obra de seglares y clero secular. Con respecto a los monjes dice que han de ser tranquilos, sencillos, humildes, obedientes, asiduos a la oración y deben llorar los pecados propios y ajenos. Los monjes deben vivir en castidad para conservar la buena fama ante Dios y ante los hombres. El hermano entrará en el cenobio libre de pertenencias porque de lo contrario se le expulsará; por eso se ordena que sus bienes sean distribuidos entre los pobres antes de entrar. La regla invita a orar incesantemente y a vivir con humildad; por este motivo, a la entrada al monasterio se injuria a los candidatos para que, de este modo, muestren su verdadera intención.

    La regla monástica aparte de mostrar las normas prácticas es un verdadero tratado de espiritualidad. Realiza un repaso sobre las enfermedades espirituales más comunes en la vida de los monjes, entre las que destacan: la tristeza, la ambición, el rencor, la desesperación, el espíritu de fornicación, la pereza, la ociosidad, la palabrería innecesaria, los pensamientos vanos, soberbia del propio linaje o de la sabiduría y la vanagloria.



    La Regla Común sitúa a Jesucristo en el centro de la existencia del monasterio, y a él debe conducir todo lo realizado. Ese seguir a Cristo será un encuentro de amor, que conduce al amor de Dios y al de los hermanos. Por ello, la regla da por hecho que no se puede acudir al monasterio ni por temor a la muerte ni por la angustia de la enfermedad, sino solo por amor a Cristo. La regla entiende que la penitencia será la ayuda esencial para los excomulgados y los pecadores. Éstos no podrán probar la carne o el vino, vestirán de cilicio y dormirán encima de una estera. Los ancianos dentro de la comunidad harán de médico espiritual para los monjes que hayan cometido graves pecados.

    Como conclusión podemos decir que la Regla Común tiene todos los rasgos necesarios para ser considerada una regla monástica. Aunque su temática abarca mucho más que los temas monásticos habituales, ya que pretende dar pautas para varios monasterios y también para los monjes, los abades e incluso los obispos.

    El pacto monástico



    San Isidoro
    se limita a decir que el converso, antes de ser admitido, debe prometer su estabilidad dentro del monasterio., y este juramento debe ser oral y escrito. San Fructuoso impone que se realice mediante el “Pacto”, así el monje se vinculará y comprometerá con el monasterio, esta forma contractual es más exigente y compromete tanto al abad como al monje.

    Esta práctica jurídica monástica estará vigente desde el siglo VII hasta el XI. Es una de las peculiaridades del monacato hispano-visigodo. El texto del Pacto recoge tanto los derechos como los deberes del abad y el monje. No es fácil precisar cómo se realizaban las fórmulas pactuales, pero todo parece indicar que se realizaban en dos momentos. El primero sería ante la elección de un nuevo abad, en este caso tanto el superior como el monje firmarían el Pacto; y el segundo sería la firma del Pacto por cada nuevo miembro que entrase en la comunidad.



    La primera cita que tenemos sobre el Pacto aparece en la regla de san Fructuoso. Y el primer texto completo de un Pacto es el que está anexado a la Regla Común. Por todo esto, podemos remontar esta práctica al periodo visigodo. No podemos decir que fue san Fructuoso el creador del régimen del Pacto, pero si podemos concluir que fue en los monasterios de su órbita en los que se extendió.

    No es nada fácil conocer los orígenes de la tradición pactualista del monacato hispano. Unos autores consideran la influencia de la Regla de san Basilio, e incluso de la Tercera Regla de los Padres. Otros establecen una relación entre el derecho público visigodo y la relación monje-abad.



    El pacto adosado a la Regla Común es el único que conservamos de la época visigoda. Su importancia no la tiene por su antigüedad, sino porque servirá de base para muchos otros Pactos posteriores, especialmente en el periodo de la Reconquista. Se acepta que es un Pacto de finales del siglo VII. La razón de ser de la Regla Común y el Pacto debió ser un medio para normalizar las situaciones pseudo-monásticas; es decir, comunidades sociales que se convertirían en monasterios. En un planteamiento feudal el Pacto ordena en lo religioso unas relaciones comunes en la sociedad de la época.

    Aun así, el Pacto posee un profundo carácter espiritual, que no puede ser reducido únicamente a lo social, político o económico. El Pacto comienza con una verdadera confesión trinitaria. Invita a la pobreza, vendiendo las posesiones y dándoselas a los pobres, a cargar con la cruz y seguir a Cristo y dejar incluso a la familia, ya que solo el que pierde la vida la podrá encontrar realmente. En este contexto de entrega a Dios se inicia el Pacto.



    Por este vínculo espiritual, y no solo jurídico, se concede al superior autoridad para anunciar, enseñar, impulsar, increpar, mandar, excomulgar y enmendar. Todo esto, siempre para el bien de las almas de los monjes. El Pacto también considera la posibilidad de que el abad lo incumpla. Si esto sucede y se trata injustamente a un monje, éste puede recurrir al prepósito, a otros monasterios, al obispo que vive bajo regla o, incluso, al conde católico, para lograr que el abad cumpla la regla. Por esto no se permitirá al abadtratar a los monjes con soberbia, ira, predilección, desprecio u odio. Por su parte, el superior recibirá la protesta con paciencia y humildad.

    La institución del Pacto monástico es una de las características más específicas e interesantes del monacato hispano que no acabó con la invasión musulmana, sino que encontró una amplia acogida en la vida espiritual de los monasterios durante los primeros siglos de la Reconquista. El ambiente pactual, la tradición fructuosiana y el contexto ascético del monacato hispano impidió hasta el siglo XI la penetración del mundo benedictino. Esto tuvo lugar con los monarcas Fernando I y su hijo Alfonso VI, que en los Concilios de Coyanza (1055) y de Burgos (1080), van derogando la tradición hispánica, tanto monástica como litúrgica.



    https://espanaenlahistoria.org/episo...-monastico-ii/

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    Re: Inicio del Monacato en España

    Inicio del Monacato en España: La Tebaida Berciana ( III)



    José Carlos Sacristán Abad 26/01/2024






    Una de las consecuencias de la tradición de san Fructuoso fue la denominada Tebaida Berciana. Es considerado el principal fenómeno religioso de la segunda mitad del siglo VII, y a san Fructuoso como el promotor del movimiento monástico más importante de la España visigoda. Así se conoce como “Tebaida” al fenómeno monástico que tuvo lugar en el Bierzo desde el siglo VII al XII. El Bierzo se convirtió en una verdadera patria de monjes. Es sorprendente como en una porción tan pequeña de territorio pudieron surgir un número tan elevado de monasterios y de complejos eremitorios.



    Para comprender mejor el tema que estamos estudiando es necesario conocer la figura de Valerio del Bierzo, el cual vivió su experiencia monástica siguiendo los pasos de san Fructuoso. Valerio llegó a las puertas del monasterio de Compludo para consagrar allí su vida. Valerio no solo se dio conocer por su actividad monástica, sino por su amplia obra literaria. De entre sus escritos destacan los de contenido autobiográfico, los referentes a la vida espiritual e incluso una interesante obra poética.

    En su juventud le vemos en las inmediaciones del monasterio de Compludo fundado por san Fructuoso y donde vivió el santo. En el cenobio conoció a monjes como Máximo y Baldario, este último fue discípulo de san Fructuoso y le trató en los días en los que el santo hacía vida anacorética por los montes bercianos. Tras un tiempo de vida espiritual en Compludo, Valerio se siente insatisfecho y deja el lugar para comenzar una vida anacorética por tierras bercianas. Su vida eremítica la comienza en un lugar inhóspito cercano al denominado Castro Pedroso. Muy pronto se extenderá su fama espiritual.



    Tras varias experiencias acaba en el monasterio rufianense donde vivirá el resto de su vida. Este cenobio era muy conocido por ser fundación de san Fructuoso. A Valerio se le permite habitar la misma celda que ocupó san Fructuoso, lo que nos da idea del prestigio alcanzado por Valerio. Se nos menciona un lugar cercano a San Pedro de Montes donde el santo hacía oración y donde el monje Saturnino quería construir un oratorio. Por todo esto se considera a Valerio del Bierzo uno de los personajes más importantes del panorama ascético visigodo, y por su obra sabemos del monacato berciano después de san Fructuoso. De esta manera podemos considerar a san Fructuoso y a Valerio del Bierzo como padres de la Tebaida Berciana.



    Tiene especial importancia su obra cultural plasmada en sus escritos. Pero su aportación monástica, espiritual y literaria no se acaba en su obra personal, sino que la encontramos en la “Compilación Hagiográfica” atribuida a él mismo. Si se estudian las obras que componen la compilación, podemos concluir que es uno de los conjuntos literarios más importantes del periodo visigodo, comparable a la obra de san Isidoro de Sevilla. Menciona a grandes autores como san Jerónimo, Rufino de Aquileya, san Atanasio y Evagrio Póntico. Así como las biografías de los grandes padres del desierto pertenecientes a la Tebaida Egipcia, de esto deducimos la especial relación espiritual entra la Tebaida de Egipto y la del Bierzo, es decir, la Tebaida Berciana tuvo sus raíces en la tradición oriental.

    La “Compilación Hagiográfica” de Valerio tuvo una amplia difusión en los ambientes monásticos medievales y se realizaron numerosas copias en los cenobios. Es de importancia conocer que Valerio incluye entre las obras de la Compilación, tanto la vida de san Fructuoso como las obras literarias que hizo, y de este modo pone en conexión los mundos monásticos de Oriente y Occidente.



    La trascendencia de Valerio del Bierzo radica en su amplia obra literaria, pero también en haber vivido una experiencia espiritual, cenobítica y eremítica, al modo del propio san Fructuoso. Debido a su influjo, se conocen en la época gran cantidad de hombres santos, algunos discípulos de él mismo. Y por este motivo, el Bierzo se convierte en el área de la Península con más nombres propios de monjes conservados. Dando así una idea del fenómeno monástico de gran importancia que existió, con san Fructuoso como fundador y Valerio como escritor.



    La historia de la Tebaida Berciana no se paró con la invasión musulmana del año 711. Tendremos que esperar hasta el siglo IX para encontrar referencias históricas de la actividad ascética en tierras bercianas. Nos encontramos con la fundación del monasterio de Santa Leocadia de Castañeda, el de Santa Lucía y en tierras del Bajo Bierzo los de San Juan y San Esteban.



    Pero sin duda el acontecimiento que marcó un hito en la historia de la Tebaida Berciana fue la restauración, por parte de san Genadio y doce compañeros, del célebre monasterio de San Pedro de los Montes. Con esta iniciativa se pretendió recuperar la obra espiritual de san Fructuoso y Valerio del Bierzo, y provocó la afluencia de monjes y la creación de múltiples cenobios hasta bien entrada la Baja Edad Media. Después de restaurar el famoso monasterio, Genadio, se dedicó a promover la vida ascética, tanto cenobítica como eremítica. Destacan sus fundaciones bercianas de San Andrés de Montes, Santo Tomás, Peñalba de Santiago, las ermitas de Santa Cruz, San Martín, San Cipriano, San Pelayo, y la Aquiana, el complejo ascético del Valle del Silencio, Santa Leocadia de Castañeda, San Alejandro de Santalavilla, San Pedro de Forcellas, San Pedro y San Pablo de Castañeda y San Andrés de Espinareda. Incluso, sus monasterios del Valle del Oza tuvieron la primera biblioteca ambulante del medioevo hispano.



    La actividad monástica berciana no acabó con san Genadio, sino que aumentó en los años posteriores, nacieron nuevos monasterios tanto en el Alto como en el Bajo Bierzo. Algunos de ellos se transformaron en importantes abadías bajomedievales.

    Más adelante, durante el reinado de Ramiro II (898-951) y siendo obispo de Astorga el prelado Salomón, encontramos una reunión de abades del Bierzo; lo cual confirma la existencia de una confederación de monasterios tal y como describe la Regla Común, cuyo centro fue el Valle del río Oza con preeminencia sobre Peñalba de Santiago.

    Los monasterios comienzan a desaparecer entrado el siglo XI, muchos de ellos fueron absorbidos por otros cenobios o incluidos en las propiedades del episcopado de Astorga. Así comenzó el cambio de rito y la implantación de la tradición benedictina.



    https://espanaenlahistoria.org/episo...-berciana-iii/

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    Re: Inicio del Monacato en España

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    Inicio del Monacato en España: El monacato mozárabe y la tradición benedictina (y IV)


    José Carlos Sacristán Abad 02/02/2024






    Después de la invasión musulmana del año 711 un amplio sector de la población hispano-visigoda quedó bajo su gobierno. Estos fueron los mozárabes, cristianos hispanos que sobrevivieron bajo un modelo político, social, económico y administrativo árabe. Es cierto que muchos cristianos se convirtieron al islam favorecidos por las prerrogativas concedidas. Aun así, el cristianismo mozárabe sobrevivió de forma muy digna especialmente por los martirios sufridos durante el siglo IX. También sufrió la herejía adopcionista, la cual trataba a Cristo como un hijo adoptado por Dios en el momento de su bautismo en el río Jordán, y a la que se opusieron de forma frontal Beato de Liébana y el obispo de Osma, Eterio.

    San Cristóbal de Ibeas de Juarros (Burgos)

    Los monasterios mozárabes continuaron siendo centros de vida espiritual y sus escuelas centros de estudio. Se les permitió regirse por las leyes visigodas pagando una serie de impuestos. Muchos monasterios se mantuvieron a pesar de la ocupación, pero también es cierto, que un gran número de monjes emigró a otras tierras. Estos monasterios, junto con la creación de otros nuevos, generaron un contexto de espiritualidad de tradición visigoda dentro del ámbito musulmán. Conservaron la primacía las sedes de Toledo, Mérida y Sevilla. Córdoba tuvo un auge sin precedentes por ser la sede califal. Dentro de la misma ciudad conocemos los monasterios de San Cristobal, San Ginés, San Martín y Santa Eulalia; en los alrededores estaban los de San Félix de Froniano, Santa María de Cuteclara, Santos Justo y Pastor, San Zoilo de Armelata, Peñamelaria y Tábanos. El caso más destacable fue el de san Eulogio de Córdoba que llegó a compilar toda la sabiduría de san Isidoro de Sevilla, llegando a tener una de las bibliotecas más importantes de la época.



    Tras décadas de convivencia en calma llegó la tensión y comenzaron las matanzas por razón de la fe, así empezó la etapa martirial de la iglesia mozárabe. Las víctimas principales fueron monjes entre los años 850 y 859, el más famoso de ellos fue san Eulogio de Córdoba. Como consecuencia de esto, gran parte de mozárabes huyeron al norte entre los siglos IX y X. Al asentarse en nuevas tierras, se les permitió fundar monasterios o restaurar los existentes. Entre los monjes cordobeses más famosos venidos al norte está el abad Cixila, fundador del cenobio de los Santos Cosme y Damián de Abellar, erigido bajo el reinado de Alfonso III el magno en el año 905. El abad Cixila, más tarde obispo de León, se llevó al nuevo monasterio una abundante biblioteca traída del sur.

    Estos monjes mozárabes conocían la cultura visigoda y mantuvieron su sistema de enseñanza, destacaron las escuelas de Toledo, Sevilla y Córdoba. Se siguió enseñando el trivium y el quadrivium. En las escuelas de Córdoba del siglo IX encontramos códices de san Jerónimo, san Agustín, san Gregorio y san Isidoro de Sevilla. Los autores mozárabes leían a los escritores visigodos con especial predilección sobre san Isidoro de Sevilla.



    Sabemos que los monasterios ubicados en las inmediaciones de Córdoba y Mérida eran similares a los existentes en la época visigoda alrededor de las ciudades, tal y como los diseñó san Isidoro en su regla monástica. Más difícil es saber bajo que reglas monásticas se regían, es muy probable que lo hiciesen por el Codex Regularum, interpretado bajo inspiración isidoriana. Se cree que san Eulogio pudo conocer la regla benedictina y que esta influyó en sus escritos. De este modo la tradición benedictina entraría en el monacato mozárabe, a lo que se une que la regla de san Isidoro y la de san Benito tenían grandes similitudes.

    Conviene estudiar la entrada de la tradición benedictina en la Península, así como el proceso de desaparición del monacato visigodo, es decir, deberíamos conocer como reaccionó el monacato de tradición visigoda ante la presencia benedictina que se iba imponiendo desde el norte de la Península. En suelo hispano ya había una serie de códices regularum visigodos, a los que se irán incorporando las normas monásticas de san Isidoro y san Fructuoso. De igual forma, más tarde se incorporará la regla benedictina. Una razón por la que se produjo una tardía impregnación benedictina en el monacato hispano, la encontramos en el esplendor cultural y monástico vivido en el siglo VII en la Península.



    La penetración benedictina se inicia desde los monasterios de la provincia Narbonense hasta los monasterios de los Pirineos catalanes. La primera mención de un monasterio regido por la regla benedictina la encontramos en el monasterio de los Santos Cosme y Damián de Abellar en el siglo X, levantado por Alfonso III y donado al presbítero Cixila.

    Lo cierto es que habrá que esperar al Concilio de Coyanza (1055) para que se imponga en los monasterios la regla de san Isidoro o la de san Benito. O al Concilio de Burgos (1080) en el que se aceptará la imposición del Rito Romano frente al Hispano. Hasta que no se produzca la entrada de la Orden del Cluny en España y la actividad de Alfonso VI, no se certificará la implantación definitiva de la tradición benedictina en España. No sin fuertes disputas entre obispos partidarios de un rito frente al otro, incluso conviviendo las dos tradiciones con dos comunidades y dos abades como pasó en San Pedro de los Montes.



    En el momento de la entrada cluniacense en España, el monacato autóctono estaba muy consolidado y tenía unas características propias, por ejemplo, estaba impregnado de tintes eremíticos, cuyos orígenes se debieron a influencias orientales, especialmente de la Tebaida Egipcia. Otra similitud con el monacato oriental fue la gran cantidad de adolescentes que se educaron en los monasterios, los llamados “oblatos o donados”. España se convirtió en un reducto arcaico del monacato europeo. A esto ayudó el aislamiento provocado por la dominación islámica y la posterior reconquista. La figura del Pacto monástico también supuso una singularidad hispana del monje con la comunidad.

    La fuerza del monacato del noroeste hispano de tradición fructuosiana, impidió el rápido cambio al rito de san Benito en los cenobios españoles.



    https://espanaenlahistoria.org/episo...edictina-y-iv/

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