“Curas obreros”: el fracaso de un experimento pro-marxista y antieclesial
Revista FUERZA NUEVA, nº 134, 2-Ago-1969
El trabajo manual del sacerdote
El Concilio Vaticano II ha dedicado a los sacerdotes obreros las siguientes palabras: “Todos los presbíteros son enviados a cooperar en la misma obra… ora trabajen con sus manos compartiendo la suerte de los obreros mismos, donde con la aprobación, desde luego, de la autoridad competente, pareciere conveniente”. Es decir, que después de vacilaciones, por fin, la Iglesia se decidió a dar reconocimiento legal a este apostolado, previas las condiciones de conveniencia y aprobación de la Jerarquía.
Cuando, años antes del Concilio, algunos sacerdotes comenzaron en Francia a trabajar como obreros, la realidad es que el resultado fue deplorable. Generalmente, más que convertir, fueron ellos los convertidos y así, por ejemplo, en la diócesis de Valence, los cuatro que hubo fueron infieles a su vocación. De ordinario obraron al margen de la Jerarquía, lo cual no suele dar muy buenos resultados. En todo caso su haber positivo es muy escaso.
Más tarde se volvió a repetir la experiencia y hoy día (1969) no faltan esos sacerdotes trabajando aun a jornada entera y en España hay un grupo.
Puede haber, en efecto, sitios en que convenga el que haya sacerdotes que compartan la suerte de los obreros, trabajando con ellos, habitando en sus mismas barracas, comiendo con ellos comida fría durante el invierno… Viendo esas gentes así al sacerdote, mortificado, rezando su breviario y oraciones después de duro trabajo, pasando sus ratos de ocio entregado al estudio de las cosas sagradas; adoctrinándoles sin cesar y celebrándoles misas y dando catecismo a sus niños y visitando sus familias… su testimonio de Cristo así sería admirable y darían mucha gloria a Dios.
Claro es que, si se trata de un sacerdote cuyos mismos compañeros de trabajo ignoran su condición, a nadie se le oculta que su esfuerzo sería nulo. El sacerdote nunca debe camuflarse, porque las gentes o le quieren apareciendo como tal o no le quieren de ninguna manera.
Aun viéndole sacerdote, si, en efecto, lo que se busca no son más que unos contactos humanos con el mundo, serían héroes estériles. Por desgracia, existe en nuestros días esta moda de quedarse en estas relaciones amigables, hacer “labor social”, no tratar de influir lo más mínimo en la conciencia de nadie, dejar a cada cual con sus convicciones sin exponer la verdad…
En mi vida sacerdotal, en Francia, he conocido y tratado a sacerdotes progresistas que tenían reuniones y grupos de personas, pero jamás se les hablaban de religión ni de nada sobrenatural. No veían al sacerdote más que como el camarada alegre, jovial, campechano… Y eso era todo, cuando hasta los descreídos, ante las cosas del mundo que no les llenan, en su interior quieren que el sacerdote les hable de eso que nadie les habla
Igualmente, sirven para muy poco las experiencias católicas de esos sacerdotes que, en nuestros días, se ponen a vender pan o de taxistas, de dependientes en la barra de un bar o en una peluquería o en un surtidor de gasolina o de cargadores de camiones. Los clientes recibirán su servicio, pagarán y… a otra cosa. El fruto apostólico será nulo. Lo que conseguirán será salir fotografiados vestidos con mono y alpargatas, al lado de un artículo sensacionalista de algún periódico.
El afán de quitar del mundo cuanto huela a sagrado o nos hable de Dios, hace que los progresistas quieran conseguir que el sacerdote no sea sino como otro hombre cualquiera de la calle, inidentificable por su vestimenta y dedicado a los quehaceres que son comunes a otros mortales.
De esta forma, esos sacerdotes emplearán en el ministerio sacerdotal, cuando mucho, algunas horas al día. El resultado, como es natural, es que hay parroquias en que ya no se hace apenas catecismo, ni visita a los enfermos, ni se oyen confesiones apenas, ni se dan círculos ni conferencias…, naturalmente, las gentes van dejando la religión; el sacerdote entusiasma poco o nada ya a los jóvenes. Muchas gentes dejan la Iglesia porque han dejado de ver en ella lo que tenían derecho a esperar de la misma…
Y esto sucede precisamente hoy día (1969), cuando los múltiples y complicados problemas que se van presentando hacen que sacerdote, aun el de parroquia rural, necesite todas las horas del día para su ministerio. ¿Que San Pablo trabajó alguna vez manualmente? Es cierto, pero fue nada más que esporádicamente en una ocasión. Lo habitual en él fue gastar su tiempo en enseñar, recorrer tierras, predicar… Ni la décima parte de lo que hizo por Dios hubiera hecho de haber continuado su vida haciendo lonas.
Pedimos a Dios que envíe operarios a su mies, pero será lamentable si esos operarios pasan su tiempo en otra cosa que en recoger esa mies.
Naturalmente que, como los hombres somos limitados, después de una jornada de trabajo en un empleo, difícilmente se podrá preparar bien la predicación ni hacer otros ministerios. En cuestión de ciencia sagrada habrá que vivir de las rentas y no se podrá estar al día. En este sentido los resultados se palpan ya.
El ministerio entre los obreros es preciso, pero hay que considerar que otros que no son obreros también son hijos de Dios. El obrero tiene sus problemas, pero no los tiene menos el señor de clase media o el pequeño patrono, sumamente gravado, cuyas ganancias distan mucho de ser netas y cuya jornada de trabajo sobrepasa con mucho las ocho horas.
Como en el mundo forzosamente ha de haber diferentes clases, se impone que el sacerdote sea elemento pacificador y tenga en cuenta los argumentos de cada cual, no vaya a ser que se pierdan unos por ganar otros.
Para evangelizar a los obreros no creo que sea absolutamente necesario hacerse obrero, porque, aunque se convierta a algunos, el ámbito de acción necesariamente habría de ser muy restringido. Otros sacerdotes hacen una labor muy buena con los obreros sin hacerse obreros, por ejemplo, los misioneros de emigrantes que pasan sus días colocando obreros, tramitando papeles y gestiones, defendiéndoles y buscándoles pisos, siendo para ellos procuradores ante organismos y, sobre todo, haciendo con ellos una imponente labor pastoral a través de todos los pueblos y ciudades en que viven diseminados.
La acción del sacerdote obrero puede ser hasta nefasta en sitios en que hay paro o, por lo menos, no abundan los puestos de trabajo. Los patronos, aun siendo buenos católicos, aceptan de muy mala gana al sacerdote a sabiendas.
Hay personas rudas que se creen que el único trabajo es el manual y el de quien presenta manos encallecidas y, naturalmente, creen que el sacerdote no hace nada. Para demostrarles lo contrario hay otros métodos, pero nunca es bueno el de ponerse a trabajar manualmente: se aferran más a su criterio.
Lo que el sacerdote no consiga viéndole las gentes como tal, no lo hará, desde luego, apareciendo como un obrero más.
Santos SAN CRISTÓBAL
Sacerdote
Última edición por ALACRAN; Hace 1 semana a las 14:59
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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