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Tema: Cristo Rey

  1. #1
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    Cristo Rey

    Feliz Día de Cristo Rey a todo el foro hispanista ya que hoy debemos festejarlo a lo grande, puesto que es una fiesta de alta categoría como dice Castellani. Lean este gran sermon del cura que está genial, para que enardezca en nuestros corazones el amor a Cristo Nuestro Rey y que si Dios quiere, como dice Anacleto Gonzalez Flores "que nuestro último grito en la tierra y nuestro primer cántico en el cielo sea el de: ¡Viva Cristo REY!



    P. Leonardo Castellani
    CRISTO REY

    Hoy último Domingo de Octubre celebramos, desde hace pocos años, la fiesta de CRISTO REY, fiesta de primera clase. Cristo delante de Pilatos afirmó tres veces que El Era Rey, en el mismo sentido que lo entendía Pilatos. “Luego en definitiva ¿Tú eres Rey? —Tú lo has dicho”; o sea “estás en lo cierto”. Es cierto que le dijo: “Mi Reino no es de aquí”; pero no dijo: “mi Reino no está aquí". Usó el adverbio “hinc” que indica movimiento y no existe en castellano: existe en alemán. Ese adverbio “hinc” significaba tres cosas juntas: “Mi reino no procede de este mundo; mi Reino está en este mundo; mi Reino va de este mundo al otro mundo”.
    Es un “pobre Rey” aparentemente, que hoy día no reina mucho, puesto que si reinara, el mundo andaría mejor. Una gran parte del mundo ni siquiera lo conoce; otra parte lo conoce y reniega de Él, como los judíos: “Nolumus Hunc regnare super nos” —no queremos que Este reine sobre nosotros, finalmente otra parte lo reconoce en las palabras y lo niega prácticamente en los hechos; que somos los cristianos cobardes. Pero hay esto que también notó Cristo: que si a un Rey se le sublevan los vasallos, no deja de ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos y avasallarlos de nuevo. Si no tiene ese poder, es otra cosa. Yasí hoy los herejes modernistas admiten que Cristo es Rey “en cierto sentido”, pero niegan la Segunda Venida de Cristo. Entonces sí, sería un pobre Rey. Los modernistas, o cambian enteramente el sentido de la Parusía, convirtiéndola en OTRA COSA (como Teilhard de Chardin) o bien dicen que vendrá dentro de 18 millones de años —que es como decir “nunca”.
    Pío XI instituyó la fiesta de Cristo Rey contra el “Liberalismo”; justamente el Liberalismo es una especie de cobardía. El Liberalismo niega la Reyecía de Cristo, su poder de derecho sobre la sociedad humana. Esta actual herejía cristiana es complicada, tiene como tres secciones, Liberalismo económico, Liberalismo político y Liberalismo religioso; y parecería que no son tan malos, y que el Liberalismo económico no tiene nada que ver con la religión, es un sistema económico; pero no es así, porque ese sistema se basa en la idea teológica herética de que “el hombre es naturalmente bueno, es la sociedad la que lo hace malo”; por tanto, dando libertad omnímoda a todo hombre (y en lo económico, al comercio y al capital), el hombre se vuelve automáticamente buenito, bueno, más bueno, buenísimo y santo. Niega pues la elevación del hombre al estado sobrenatural, la caída del hombre, y la necesidad de la redención del hombre. Nada menos. Ycon eso niega la Reyecía de Cristo.

    El Liberalismo económico o librecambismo tomó la divisa de los “fisiócratas” franceses: “laissez faire, laissez passer” — dejad hacer, dejad pasar, y los filósofos y economistas ingleses (Bentham, Adam Smith, Stuart Mill, Spencer) se volcaron allí, lo teorizaron y lo impusieron el siglo pasado en todo el mundo: recordemos La Representación de los Hacendados de Mariano Moreno. En la mitad del siglo pasado se levantó un sabio alemán, Jorge Federico List, y con un libro de genio, "La Economía Nacional”, demostró que el librecambio le convenía a Inglaterra pero arruinaba a Alemania; porque un país de economía pastoril (como era entonces Alemania y es la Argentina ahora) podía con el librecambio ser explotada impunemente por cualquier país de economía industrial, como era entonces Inglaterra”: y por tanto los países pastoriles debían establecer sistemas aduaneros de defensa, como el que estableció aquí en 1836 Juan Manuel de Rosas —redactado por el Gobernador de Corrientes, Ferré, que era enemigo de Rosas.
    El Liberalismo eliminó la Reyecía de Cristo diciendo una cosa inocente: que la religión era un asunto privado, que por tanto las naciones debían respetar todas las religiones y que la Iglesia no debía meterse en camisa de once varas — o sea en asuntos públicos. El gran filósofo alemán Josef Pieper observa que si hacemos a Dios un asunto privado (un asunto del interior de la conciencia de cada uno), por el mismo caso hacemos Dios al Estado y a Jesucristo y al Padre Eterno los convertimos en subdioses. En efecto, el Estado es un asunto público, y por tanto, la religión es inferior y debe someterse a él, puesto que lo público es muy superior a lo privado, y lo privado debe sometérsele. En efecto, la Historia mostró pronto que el “laicismo liberal”, o sea la pretendida neutralidad con respecto a la religión, — era en realidad verdadera hostilidad; y acababa por deificar, divinizar al Estado; lo cual pronto se organizó en sistema filosófico monstruoso e idolátrico: la “estatolatría”, el sistema de Hegel y de Carlos Marx.
    No tengo tiempo de hablar sobre la otra herejía que niega la Reyecía de Cristo quizás más radicalmente; el modernismo que nació del Liberalismo; y es la herejía novísima, que está luchando ahora en el seno del Concilio Ecuménico. Debo decir algo sobre los malos soldados del Rey Cristo, es decir, los cristianos cobardes. Nada aborrece tanto un Rey como la cobardía en sus soldados; si sus soldados son cobardes, el Rey está listo.
    No hacen honor al Rey Cristo los cristianos que tienen una especie de complejo de inferioridad de ser cristianos. ¿Qué cristiano será un católico Ministro de Educación que entrega la Universidad Argentina a los comunistas, por ejemplo? ¿O dos gobernantes católicos que van a buscar justamente a un escritor ateo y blasfemo, enemigo de Cristo, para ponerlo de Director de la Biblioteca Nacional, y así mostrarse magnánimos? Si ese escritor anticristiano fuese el más competente, más apto que cualquier católico, podría quizás justificarse la cosa diciendo: “No hay que mirar la religión, hay que mirar la competencia”. Pero de hecho se dio el caso que el elegido era incompetente, poco competente, menos competente que muchos otros: la única ventaja que le sacaba a los otros era el ser impío. Un profesor de La Plata me dijo: “El ser izquierdista paga dividendos; porque al izquierdista lo ayudan los izquierdistas y lo ayudan también los católicos, por “magnanimidad”. Los católicos reservan sus iras y sus ganas de luchar para sus hermanos en religión”.
    No tanto como eso: aquí en la Argentina será cobardía, pero es más bien una buena dosis de estupidez. Una señora me preguntó: “¿Cómo es posible que Fulano, que es católico y dueño de la revista Tal y Cual haya puesto de director a un izquierdista, que le está arruinando la revista?” Yo le dije: “Señora, los católicos ponen en altos puestos a los izquierdistas, aunque sean incompetentes, para ¡convertirlos!”
    No de balde el pecado de San Pedro fue de cobardía. Cristo reprendió de “cobardes” a los Apóstoles durante la Tempestad; y sintió tanto la cobardía de San Pedro que lo obligó a arrepentirse públicamente. “Pedro —le dijo con ironía— ¿me amas tú más que todos estotros?”, porque Pedro antes del pecado había dicho: “¡Aunque todos éstos te abandonen, yo no te abandonaré!” Pedro se guardó muy bien de repetir su bravata y decir: “¡Sí, te amo más que todos éstos!”, aunque puede que entonces fuese verdad. Dijo humildemente: “Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que yo te amo...” —punto.
    Para que Cristo sea realmente Rey, por lo menos en nosotros, hemos de vencer el miedo, la cobardía, la pusilanimidad; no ser “hombres para poco”, como decía Santa Teresa, y ¡pobre de aquél a quien ella se lo aplicaba! ¿Y cómo podemos vencer al miedo?..

    ¿Os olvidasteis que Yo estaba con vosotros?”

    (P. Leonardo Castellani, Domingueras Prédicas, Ed. Jauja, Mendoza, 1997, p. 327-332)

    PD: si alguien tiene imagenes de Cristo Rey que las cuelgue, pero que sean buenas imagenes. Gracias
    Pasiego dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: Cristo Rey

    «QUAS PRIMAS»
    SOBRE LA FIESTA DE CRISTO REY
    Carta encíclica del Papa Pío XI
    promulgada el 11 de diciembre de 1925
    En la primera Encíclica, que al comenzar Nuestro Pontificado enviamos a todos los Obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.
    Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos, mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.
    LA "PAZ DE CRISTO EN EL REINO DE CRISTO"
    I. LA REALEZA DE CRISTO
    II. CARACTER DE LA REALEZA DE CRISTO
    III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY


    LA "PAZ DE CRISTO EN EL REINO DE CRISTO"
    Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible Nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.
    2. Entretanto, no dejó de infundirnos sólida esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos, que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.
    Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?
    "AÑO SANTO"
    3. Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer bien, ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas -aun, de éstas, las de mares los más remotos-, ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.
    Además, cuantos -en tan grandes multitudes- durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados por sus Obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los Apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo?
    4. Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvado cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó Nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe, en el majestuoso templo de San Pedro!
    Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.
    5. Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del Concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel Sagrado Concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consubstancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.
    Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de Jesucristo, Nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a Nuestro deber apostólico, si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos Cardenales, Obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este año jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo Nos complace, que deseamos, Venerables Hermanos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.
    I. LA REALEZA DE CRISTO
    A) EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
    B) EN EL NUEVO TESTAMENTO
    C) EN LA LITURGIA
    D) FUNDADA EN LA UNIÓN HIPOSTÁTICA
    E) Y EN LA REDENCIÓN

    6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia, cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres, porque con su supereminente caridad[1] y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie -entre todos los nacidos- ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino[2], porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
    A) EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
    7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las SS. Escrituras.
    Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob[3]; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra[4]. El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso, se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de tu reino es cetro de rectitud[5]. Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extremo del orbe de la tierra[6].
    8. A este testimonio se añaden otros, aun más copiosos, de los Profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado, y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre[7]. Lo mismo que Isaías vaticinan los demás Profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey, y será sabio y juzgará en la tierra[8]. Así Daniel, al anunciar que el Dios del Cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente[9]; y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y dióle éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: La potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible[10]. Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas[11], ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
    B) EN EL NUEVO TESTAMENTO
    9. Por otra parte, esta misma doctrin sobre Cristo Rey, que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.
    En este punto, y pasando por alto el mensaje del Arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su Padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin[12], es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza; pues, ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora, al responder al Gobernador Romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los Apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey[13], y públicamente confirma que es Rey[14], y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra[15]. Con las cuales palabras ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los Reyes de la tierra[16], y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan[17]. Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas[18], menester es que reine Cristo, hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos[19].
    C) EN LA LITURGIA
    10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la Liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los Reyes.
    Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabras expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.
    D) FUNDADA EN LA UNIÓN HIPOSTÁTICA
    11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza[20]. Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo, no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su Imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
    E) Y EN LA REDENCIÓN
    12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista adquirido a costa de la Redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados, no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin lucha[21]. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande[22]; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo[23].
    II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO
    A) TRIPLE POTESTAD
    B) CAMPO DE LA REALEZA DE CRISTO
    1) EN LO ESPIRITUAL
    2) EN LO TEMPORAL
    3) EN LOS INDIVIDUOS Y EN LA SOCIEDAD


    A) TRIPLE POTESTAD
    13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las SS. Escrituras, acerca del Imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de Fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer[24]. Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad[25]. El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el Sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo[26]. En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
    B) CAMPO DE LA REALEZA DE CRISTO
    1) EN LO ESPIRITUAL
    14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto; en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos Apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo, y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración le rodeaba, El rehusó tal título de honor, huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del Gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los Evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la Fe y el Bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos, no solamente que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofrecídose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados de mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
    2) EN LO TEMPORAL
    15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo que los poseedores de ellas las utilicen.
    Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales[27]. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, las cuales hacemos con gusto Nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el Bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la Fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano[28].
    3) EN LOS INDIVIDUOS Y EN LA SOCIEDAD
    16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual debamos salvarnos[29].
    El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos[30]. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones, a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo, si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que, al comenzar Nuestro Pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: Desterrados Dios y Jesucristo -lamentábamos- de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido[31].
    17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo el servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres[32].
    18. Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio, por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues, aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
    19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen sino a servir: que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera?
    ¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejarán gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente -diremos con las mismas palabras que Nuestro Predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los Obispos del orbe católico-, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre[33].
    III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY
    LAS FIESTAS DE LA IGLESIA
    EN EL MOMENTO OPORTUNO
    CONTRA EL MODERNO LAICISMO
    LA FIESTA DE CRISTO REY
    CONTINÚA UNA TRADICIÓN
    CORONADA EN EL AÑO SANTO
    CONDICIÓN LITÚRGICA DE LA FIESTA
    CON LOS MEJORES FRUTOS
    A) PARA LA IGLESIA
    B) PARA LA SOCIEDAD CIVIL
    C) PARA LOS FIELES

    20. Ahora bien; para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de Nuestro Salvador, para lo cual nada será más eficaz que instituir la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.
    LAS FIESTAS DE LA IGLESIA
    Porque para instruir al pueblo en las cosas de la Fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.
    Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas -digámoslo así- hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las inteligencias, aquéllas afectan saludablemente a las inteligencias, a los corazones, al hombre entero. Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual.
    EN EL MOMENTO OPORTUNO
    21. Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la Fe, o algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a los Mártires para que, como dice San Agustín, las festividades de los Mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio[34]. Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos Confesores, Vírgenes y Viudas, sirvieron maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el pueblo cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.
    22. En este punto debemos admirar los designios de la Divina Providencia, la cual, así como suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la Fe y piedad de los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud y en la santidad. Asimismo las festividades incluidas en el Año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han producido idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo Sacramento, entonces se instituyó la Fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los Jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación.
    CONTRA EL MODERNO LAICISMO
    23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy infecciona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la Religión Cristiana fue igualada con las demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: Hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la Religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.
    24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en Nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruída de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.
    LA FIESTA DE CRISTO REY
    25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra, sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
    Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de Nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo, y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.
    CONTINÚA UNA TRADICIÓN
    26. ¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII, fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano, durante el Año Santo de 1900.
    27. No se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los frecuentísimos Congresos Eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis, regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del Augusto Sacramento públicamente expuesto y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido como por una inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las vías públicas, quiere restablecerlo en todos sus reales derechos.
    CORONADA EN EL AÑO SANTO
    28. Ahora bien; para realizar Nuestra idea que acabamos de exponer, el Año Santo, que toca a su fin, Nos ofrece tal oportunidad que no habrá otra mejor; puesto que Dios, habiendo benignísimamente levantado la mente y el corazón de los fieles a la consideración de los bienes celestiales que sobrepasan el sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores carismas. Ora, pues, atendamos a tantas súplicas como Nos han sido hechas, ora consideremos los acontecimientos del Año Santo, en verdad que sobran motivos para convencernos de que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado, en que anunciemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo, como Rey de todo el género humano.
    29. Porque en este año, como dijimos al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus Santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los Altares. Asimismo, en este año, por medio de una inusitada Exposición Misional, han podido todos admirar los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros evangélicos al extender su reino. Finalmente, en este año, con la celebración del Centenario del Concilio de Nicea, hemos conmemorado la vindicación del dogma de la consubstancialidad del Verbo Encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya como en su propio fundamento la soberanía del mismo Cristo sobre todos los pueblos.
    CONDICIÓN LITÚRGICA DE LA FIESTA
    30. Por tanto, con Nuestra autoridad apostólica, instituimos la Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que Nuestro predecesor, de s. m., Pío X, mandó recitar anualmente.
    Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que Nos mismo oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u ordenaremos que dicha consagración se haga en Nuestra presencia. Creemos que no podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, más amplio testimonio de Nuestra gratitud -con lo cual interpretamos la de todos los católicos- por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.
    31. No es menester, Venerables Hermanos, que os expliquemos detenidamente los motivos por los cuales hemos decretado que la festividad de Cristo Rey se celebre separadamente de aquellas otras en las cuales parece ya indicada e implícitamente solemnizada esta misma dignidad real. Basta advertir que, aunque en todas las fiestas de Nuestro Señor, el objeto material de ellas es Cristo, pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la potestad real de Jesucristo. La razón por la cual hemos querido establecer esta festividad en día de Domingo, es para que no tan sólo el Clero honre a Cristo Rey con la celebración de la Misa y el rezo del Oficio Divino, sino para que también el pueblo, libre de las preocupaciones y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo preclaro testimonio de su obediencia y devoción. Nos pareció también el último domingo de octubre mucho más acomodado para esta festividad que todos los demás, porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y, antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de Aquel que triunfa en todos los Santos y elegidos. Sea, pues, vuestro deber y vuestro oficio, Venerables Hermanos, hacer de modo que a la celebración de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en todas las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y ordenen un género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo.
    CON LOS MEJORES FRUTOS
    32. Antes de terminar esta Carta, Nos place, Venerables Hermanos, indicar brevemente las utilidades que en bien, ya de la Iglesia y de la sociedad civil, ya de cada uno de los fieles esperamos y Nos prometemos de este público homenaje de culto a Cristo Rey.
    A) PARA LA IGLESIA
    En efecto; tributando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo, exige -por derecho propio e imposible de renunciar- plena libertad e independencia del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de nadie.
    Más aún: El Estado debe también conceder la misma libertad a las Ordenes y Congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos auxiliares de los Pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya profesando una vida más perfecta, merced a la cual, aquella santidad que el Divino Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y alumbra cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de todos.
    B) PARA LA SOCIEDAD CIVIL
    33. La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo, no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.
    A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del Juicio Final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado, cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.
    C) PARA LOS FIELES
    34. Porque si a Cristo Nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el Cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los afectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios[35], deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección.
    35. Haga el Señor, Venerables Hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos ya sus súbditos e hijos, llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad: y que nuestra vida, conformada siempre a las leyes del reino divino, sea rica en hermosos y abundantes frutos; para que, siendo considerados por Cristo como siervos buenos y fieles, lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de su eterna felicidad y gloria.
    Estos deseos que Nos formamos para la fiesta de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo, sean para vosotros, Venerables Hermanos, prueba de Nuestro paternal afecto; y recibid la bendición Apostólica, que en prenda de los divinos favores os damos de todo corazón, a vosotros, Venerables Hermanos, y a todo vuestro Clero y pueblo.
    Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de diciembre de 1925, año cuarto de Nuestro Pontificado.

    [1] Eph. 3, 19.
    [2] Dan. 7, 13-14.
    [3] Num. 24, 19.
    [4] Ps. 2.
    [5] Ps. 44.
    [6] Ps. 71.
    [7] Is. 9, 6-7.
    [8] Ier. 23, 5.
    [9] Dan. 2, 44.
    [10] Dan. 7, 13-14.
    [11] Zach. 9, 9.
    [12] Luc. 1, 32-33.
    [13] Mat. 25, 31-40.
    [14] Io. 18, 37.
    [15] Mat. 28, 18.
    [16] Apoc. 1, 5.
    [17] Ibid. 19, 16.
    [18] Hebr. 1, 1.
    [19] 1 Cor. 15, 25.
    [20] In Luc. 10.
    [21] 1 Pet. 1, 18-19.
    [22] 1 Cor. 6, 20.
    [23] Ibid. 6, 15.
    [24] Conc. Trid. sess. 6, c. 21.
    [25] Io. 14, 15; 15, 10.
    [26] Io. 5, 22.
    [27] Hymn. Crudelis Herodes in off. Epiph.
    [28] Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.
    [29] Act. 4, 12.
    [30] S. Aug. Ep. ad Macedonium, c. 3.
    [31] Enc. Ubi arcano.
    [32] 1 Cor. 7, 23.
    [33] Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.
    [34] Sermo 47 de Sanctis.
    [35] Rom. 6, 13.


    http://www.mercaba.org/PIO%20XI/pioxi-06.htm

  3. #3
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    Re: Cristo Rey

    El padre Cantalamessa y su laicismo pseudocatolico en la Fiesta de Jesucristo Rey.

    La presencia del padre Raniero Cantalamessa, OFM, redicador de la Casa Pontificia, tiene una ventaja: tiene la portentosa virtud de sintetizar en pocas palabras todos los errores modernos entorno a un tema, presentarlos y hacer creer a todo el mundo que esas palabras son ortodoxas. Y su último comentario sobre la liturgia del domingo en su especialidad ha alcanzado una especie de cumbre en su arte particular.
    El comentario para la Fiesta de Cristo Rey se titula paradigmáticamente “¿Es Cristo rey y señor de mi vida?”, y en ella hace estas asombrosas afirmaciones:
    Para descubrir cómo nos toca de cerca esta fiesta, basta con recordar una distinción sencillísima. Existen dos universos, dos mundos o cosmos: el macrocosmos, que es el universo grande y exterior a nosotros, y el microcosmos, o pequeño universo, que es cada hombre. La liturgia misma, en la reforma que siguió al Concilio Vaticano II, sintió la necesidad de trasladar el acento de la fiesta, haciendo énfasis en su aspecto humano y espiritual, más que en el –por así decirlo— político. La oración de la solemnidad ya no pide, como hacía en el pasado, que «se conceda a todas las familias de los pueblos someterse a la dulce autoridad de Cristo», sino que «toda criatura, libre de la esclavitud del pecado, le sirva y alabe sin fin».
    Como ven, el padre Cantalamessa nos cuenta una fábula en la que la liturgia se convierte en ser consciente que siente la necesidad de trasladar el acento de la fiesta de Cristo Rey de lo que él llama política al aspecto humano y espiritual. Decir y para expresarlo con claridad: de lo social a lo individual.
    Recuérdese que en los sectores católicos infeccionados de modernismo se habla continuamente de “un sano laicismo”, en el cual no se mezcla lo religioso con lo político (Cantalamessa dixit); es decir, la religión se aparta de lo público y social y se vive en el ámbito de lo privado.
    Y no será la primera vez que alguien, seguramente cargado de buena voluntad, nos critica por usar para nuestra Web el título de “Ediciones Catolicas”. Según esa crítica, al hacerlo así hacemos culpable a la Iglesia de nuestros errores. Crítica que nunca nos ha convencido, por lo que nunca hemos sentido la tentación de llamarnos “Ediciones Sanamente laicistas”.
    Pues bien, resulta que el sentido original de la fiesta de Cristo Rey es exactamente la contraria. Y en la Carta Encíclica “Quas Primas”(1925) del Sumo Pontífice PÍO XI, en la que se instituye la Fiesta de Cristo Rey, se explica así el motivo de su institución:
    Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios. (Quas Primas, 23)
    Es decir, lo que Quas Primas denuncia y frente a la cual levante la Fiesta de Cristo Rey, la peste que hoy inficiona a la humana sociedad y es su principal mal es lo que seguimos llamando el laicismo. Frente al laicismo es frente a lo que Pío XI levanta la fiesta de Cristo Rey.
    ¿Y qué es el laicismo? El llamado laicismo con sus errores y abominables intentos es una enfermedad social que se incubó a lo largo de los últimos siglos. Un proceso cuyas etapas el Santo Padre representa con breves frases:
    1. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes
    2. Se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
    3. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas.
    4. Se la sometió luego a la Iglesia al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados
    5. Después hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos.
    6. Y finalmente no faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.
    En esta última etapa se haya el Estado Español y muchos otros estados del mundo. Pero En realidad, ahora estaríamos en una séptima etapa que el Santo padre Pío XI aún no se atrevió ni a presentir: la etapa en la que los miembros de la jerarquía católica osan hablar laudatoriamente del sano laicismo.
    ¿Cuál es la diferencia entre el laicismo sano y el insano? Simplemente que en el sano la Iglesia no es perseguida a cambio, naturalmente, de que ocupe su lugar que es el de la vida privada de los fieles.
    Frente a esa enseñanza del laicismo que infecciona a gran parte de la jerarquía actual, la enseñanza de la Iglesia es clara y diamantina, y dice que todo el bien de los individuos y de la sociedad procede de la realeza de Cristo:
    El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos
    El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos (30). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. (Quas Primas, 6)

    En cambio, los frutos de alejarse de la realeza de Cristo son terribles y devastadores y hoy los sufrimos en nuestra carne:
    Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.

    Y el origen de todo ese mal es sólo el laicismo, la nefanda patología que pretende, y en gran parte ha logrado, expulsar a Jesucristo de la vida pública. Y frente a eso el cristiano debe luchar con todas las armas a su alcance:
    En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad. (Quas Primas, 25)
    Y como arma para combatir el laicismo rampante en la sociedad de la época de Pío XI (y hoy rampante en el seno de la Iglesia) fue pensada la fiesta de Cristo Rey:
    La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.
    A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectítud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.(Quas Primas, 33)

    Frente a eso, los católicos infeccionados de herejía modernista enseñan lo contrario; enseñan que Jesucristo debe reinar sólo a nivel de nuestro interior, o con palabras del padre Cantalamessa, debe reinar en nuestra alma y no en el ámbito de la política. Y lo explica así este osadísimo fraile:
    En esta perspectiva, el interrogante importante que hay que hacerse en la solemnidad de Cristo Rey no es si reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; no si su realeza está reconocida por los Estados y por los gobiernos, sino si es reconocida y vivida por mí. ¿Cristo es Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mi, quién fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo o algún otro? Según san Pablo, existen dos modos posibles de vivir: o para uno mismo o para el Señor (Rm 14, 7-9). Vivir «para uno mismo» significa vivir como quien tiene en sí mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin perspectiva alguna de eternidad. Vivir «para el Señor», al contrario, significa vivir por Él, esto es, en vista de Él, por y para su gloria, por y para su reino. ( “¿Es Cristo rey y señor de mi vida?”)

    Sólo pedimos que los que habitan en tal caos de fe, en tal confusión de ideas, esos que pusieron “su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios”, que se arrepientan ahora que aún es tiempo, y que sobre todo cuando son pastores de la Iglesia, que dejen de extraviar a sus rebaños.


    http://www.edicionescatolicas.com/articulo3.asp?Id=1879
    Smetana y Pasiego dieron el Víctor.

  4. #4
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    Re: Cristo Rey

    El Salvator Mundi de Leonardo da Vinci. Posiblemente, el Cristo Rey mas sublime que se haya pintado nunca - a destacar sobre todo la nobleza del rostro, donde se reflejan autoridad y fuerza soberanas sin un apice de rudeza, caridad y compasion sin falsos sentimentalismos.




    Saludos en Cristo


    Pd: Comentar, a modo de anecdota, que uno de los discipulos mas interesantes de Leonardo era Jose de Ribera, conocido como el Spagnoletto (Algo extrañisimo si se tiene en cuenta que, segun dicen, España y los españoles son invento modernos)

    http://arte.laguia2000.com/pintura/j...etto-1591-1692
    Pasiego dio el Víctor.

  5. #5
    Avatar de muñoz
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    Respuesta: Cristo Rey

    Cristo Rey

    -Pero, de todos modos, ¡la pena de muerte! ¡la pena de muerte!
    El rostro del joven adquirió una expresión de gravedad y ternura.
    -¿Tan terrible es esto -dijo-, para un católico convencido?
    Se levanto Monseñor. Le parecía que hasta su sentido moral estaba por entero en peligro. Apelo al ultimo recurso.
    -¡Pero Cristo!-grito-. ¡Jesucristo! ¿Podéis ni siquiera concebir la idea de que aquel dulcisimo Señor de todos nosotros tolere esas cosas ni por un instante? No puedo contestarle ahora, aunque estoy persuadido de que existe una contestación; pero ¿es concebible que Aquel que dijo “no luches con el mal”, que Aquel que enmudecía ante sus asesinos?...
    También el Padre Adrian se puso en pie. Centelleaban sus ojos y estaba aun mas palido que antes. Comenzó a hablar en voz baja; pero fue elevándola hasta acabar casi a gritos, que resonaban en la reducida estancia.
    -Sois vos quien deshonra a Nuestro Señor -dijo-, Sufrió El ciertamente , como algún día veréis que sufrimos nosotros, los católicos... como habéis visto ya mil veces, si algo sabéis de lo pasado. Pero ¿es acaso esto lo único que El representa?...¿Es solo el Príncipe de los Mártires, la Suprema Victima del Dolor, el silencioso Cordero de Dios? ¿No habéis oído hablar de la ira del Cordero; de los ojos que despiden llamas; del cetro de hierro con que hace pedazos a los reyes de la Tierra?... El Cristo ante quien vos clamáis no es nada: no es mas que un Hombre vencido, del cual se separa la Divinidad..., el Príncipe de los sentimentales y de aquella antigua y perniciosa religión que en otro tiempo se atrevió a darse a si misma el nombre de cristianismo. Pero el Cristo que adoramos nosotros es mas que esto: el eterno Verbo de Dios, el caballero de la Blanca Cabalgadura que realiza y seguirá realizando sus conquistas...Monseñor, !os olvidáis de cual es la Iglesia a la que pertenecéis como sacerdote! Es la Iglesia de Aquel que rechazo los reinos de este mundo que le ofrecía Satan, que El podía ganarlos por si mismo. Esto ha hecho.!Cristo reina!... He aquí lo que habéis olvidado, Monseñor. Cristo no es ya una opinión o una teoría. Es un hecho, !Cristo reina!El gobierna real y verdaderamente el mundo. Y es mundo lo sabe.


    Dejo de hablar un momento, temblando de cólera, y alzo después al cielo las manos.
    -¡Despertad, Monseñor! ¡Despertad! Estáis soñando. Cristo es nuevamente, ahora, el Rey de los hombres..., no precisamente el de los devotos, cuyo entendimiento se orienta a lo religioso. Gobierna porque esta en su derecho... Y el poder civil lo reconoce y apoya en lo secular, y la Iglesia en lo espiritual. ¿Que se me condena a mi a muerte? Pues bien, yo protesto de que no se considere inocente; pero no de que el crimen de que se me acusa se castigue con la perdida de la vida. Protesto; pero no me lamento, no me quejo. ¿Creéis que temo a la muerte?...¿No esta ella también en Sus manos?...Cristo reina, y todos lo sabemos. ¡Y también vos debéis saberlo!


    Hasta el poder de sentir parecía haber abandonado al que escucha estas palabras...No veía ante el mas que un rostro pálido, como con éxtasis, y unos ojos ardientes que le miraban con fijeza. No podía ya resistirse, rebelarse por mas tiempo. Solo un gran esfuerzo impidió que se rindiera del todo. Algo enorme, inexplicable, parecía oprimirle, envolverle, amenazándole hasta con hacerle desaparecer.
    Tan terrible era la fuerza con que ellas palabras se dijeron que por un instante le pareció que surgía ante el la visión de lo que describían: una suprema y dominadora Figura, herida, en verdad, pero poderosa e imperativa en la plenitud de su fuerza: no ya el Cristo de la dulzura y de la muchedumbre, sino un Cristo que, revestido, al fin, de todo Su Poder, reinaba; un Cordero que era, al mismo tiempo, un León; un Siervo que resultaba ser Señor de todo, y que, si defendía antes su derecho, mandaba ahora sin contradicción.




    Extraido de Alba Triunfante de Robert Hugh Benson.

  6. #6
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    Re: Respuesta: Cristo Rey

    JESUCRISTO REY INMORTAL DE LOS SIGLOS



    «De toda la tierra se ha levantado hoy un homenaje a Jesucristo, Rey inmortal de los siglos: los creyentes con nuestra adoración lo proclamamos Señor del pensamiento humano y con latidos de amor lo reconocemos por Soberano de los corazones de los hombres. Los himnos litúrgicos de la Iglesia militante de hoy únense a los clamores de cien generaciones cristianas, que han reconocido esa Soberanía, y me parece ver a nuestro lado a los atenienses del areópago convertidos por Pablo, a los magistrados del Imperio Romano bautizados a orillas del Tíber, a los soldados de Constantino, a las legiones de Clodoveo, a Carlomagno y a Carlos V, a todos con frentes inclinadas delante de aquél Monarca, que no tuvo necesidad del oro, ni de la hermosura del diamante para que su cabeza coronada de espinas irradiara sobre las almas y sobre los siglos torrentes de luz más brillante que la que despidió el sol la primera mañana en que lo contemplaban las miradas humanas. Paréceme que llegan a mis oídos formando un himno gigante e imperecedero mil voces distintas que proclaman Rey a Jesucristo: la Niñez, ennoblecida y guardada por los ángeles del Cielo, canta el idilio de Belén; la mujer, honrada y dignificada en María, más que en todas las criaturas, canta la tragedia del Calvario; el hombre, con las cadenas de la esclavitud rotas en las manos, iluminado por la fe, armado con la espada de sacratísimos derechos, canta la apoteosis de la Resurrección; una estrofa es el clamor de una raza regenerada, otra es la voz de la sangre de un mártir o de la virtud de una virgen; y de las catacumbas y del Coliseo, y de las bibliotecas de los monasterios y de los órganos de nuestras Catedrales, con gritos de guerra de Covadonga, con acentos de triunfo de Lepanto, con voces de oración franciscana en este mundo nuevo, se levanta de toda la Historia Cristiana este inmenso grito ¡Viva Cristo Rey!, que contesta con sus fulgores el lucero de la mañana, con la majestad de sus tormentas en el mar, con el rugido de las fieras del bosque, las cordilleras con el fuego de sus entrañas y la luz desplegando el iris de sus colores.
    En ese himno secular y católico yo distingo el acento de mi Patria y en armonía sublime escucho la voz del México de ayer, del México de hoy y del México de mañana, que hace eco a los coros de los ángeles, con un eterno hosanna, siempre antiguo y siempre nuevo, cantan en las alturas la Soberanía de Jesucristo, el Rey de la Gloria.
    Voy a deciros, señores ya, que sois tan benévolos de oírme, algo de lo que mi Patria dice en ese himno y veréis como el pasado de México proclama la Realeza de Cristo, como su presente lo aclama y como finalmente lo reclama su porvenir: proclamación, aclamación y reclamo, que resuena ya en nuestros corazones y que el alma de la Patria pone en nuestros labios con ese grito incomparable: ¡Viva Cristo Rey!
    Obispo D. Salvador Martínez Silva.

    Fiesta de Cristo Rey 1928

    Ecce Christianus
    Smetana dio el Víctor.

  7. #7
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    Re: Respuesta: Cristo Rey

    Festa de Cristo Rei



    Dominabitur a mari usque ad mare: et a flumine usqe ad terminos orbis terrarum. Et adorabunt eum omnes reges terrae: omnes gentes servient ei.

    ***


    Dominará dum mar ao outro, e desde o rio aos confins da terra. E adorá-Lo-ão todos os reis da terra e servi-Lo-ão todos os povos.


    Salmo 71 - 8,11

    A Casa de Sarto: Festa de Cristo Rei

  8. #8
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    Re: Cristo Rey

    Aunque he puesto los dos posteos anteriores con un día de retraso (ayer tuve problemas para conectarme), no importa, porque SIGUE SIENDO EL REY y lo es todo los días.

    ¡Viva Cristo Rey!
    Beatrix dio el Víctor.

  9. #9
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    Re: Cristo Rey

    Cita Iniciado por Hyeronimus Ver mensaje
    Aunque he puesto los dos posteos anteriores con un día de retraso (ayer tuve problemas para conectarme), no importa, porque SIGUE SIENDO EL REY y lo es todo los días.

    ¡Viva Cristo Rey!

  10. #10
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    Re: Cristo Rey

    Bueno, pues estoy leyendo, del padre Leonardo Castellani "Cristo, vuelve o no vuelve". Esta tarde el capítulo (o artículo) CRISTO REY.

    https://ia801304.us.archive.org/1/it...o%20vuelve.pdf

    Me ha gustado tanto que quiero compartirlo. No en su totalidad, pero casi. Al copiar de PDF y pasarlo a word ha cambiado el formato, desaparecido los puntos y aparte y otros varios errores han surgido. He procurado remediarlo


    (Frente al liberalismo)la Iglesia arbola hoy la siguiente verdad de fe: Cristo es Rey, por tres títulos, cada uno de ellos de sobra suficiente para conferirle un verdadero poder sobre los hombres. Es Rey por título de nacimiento, por ser el Hijo Verdadero de Dios Omnipotente, Creador de todas las cosas; es Rey por título de mérito, por ser el Hombre más excelente que ha existido ni existirá, y es Rey por título de conquista, por haber salvado con su doctrina y su sangre a la Humanidad de la esclavitud del pecado y del infierno.
    Me diréis vosotros: eso está muy bien, pero es un ideal y no una realidad. Eso será en la otra vida o en un tiempo muy remoto de los nuestros; pero hoy día... Los que mandan hoy día no son los mansos, como Cristo, sino los violentos; no son los pobres, sino los que tienen plata; no son los católicos, sino los masones. Nadie hace caso al Papa, ese anciano vestido de blanco que no hace más que mandarse proclamas llenas de sabiduría, pero que nadie obedece. Y el mar de sangre en que se está revolviendo Europa, ¿concuerda acaso con ningún reinado de Cristo?
    La respuesta a esta duda está en la respuesta de Cristo a Pilatos, cuando le preguntó dos veces si realmente se tenía por Rey. “Mi Reino no procede de este mundo." No es como los reinos temporales, que se ganan y sustentan con la mentira y la violencia; y en todo caso, aun cuando sean legítimos y rectos, tienen fines temporales y están mechados y limitados por la inevitable imperfección humana. Rey de verdad, de paz y de amor, su Reino procedente de la Gracia reina invisiblemente en los corazones, y eso tiene más duración que los imperios. Su Reino no surge de aquí abajo, sino que baja de allí arriba; pero eso no quiere decir que sea una mera alegoría, o un reino invisible de espíritus. Dice que no es de aquí, pero no dice que no está aquí, Dice que no es carnal, pero no dice que no es real. Dice que es reino de almas, pero no quiere decir reino de fantasmas, sino reino de hombres. No es indiferente aceptarlo o no, y es supremamente peligroso rebelarse contra él. Porque Europa se rebeló contra él en estos últimos tiempos, Europa y con ella el mundo todo se halla hoy día en un desorden que parece no tener compostura, y que sin El no tiene compostura...
    Mis hermanos: porque Europa rechazó la reyecía de Jesucristo, actualmente no puede parar en ella ni Rey ni Roque. Cuando Napoleón I, que fue uno de los varones -y el más grande de todos- que quisieron arreglar a Europa sin contar con Jesucristo, se ciñó en Milán la corona de hierro de Carlomagno, cuentan que dijo estas palabras: “Dios me la dio, nadie me la 151 quitará.” Palabras que a nadie se aplican más que a Cristo. La corona de Cristo es más fuerte, es una corona de espinas. La púrpura real de Cristo no se destiñe, está bañada en sangre viva. Y la caña que le pusieron por burla en las manos, se convierte de tiempo en tiempo, cuando el mundo cree que puede volver a burlarse de Cristo, en un barrote de hierro. “£ t reges eos in virga férrea".
    Veamos la demostración de esta verdad de fe, que la Santa Madre Iglesia nos propone a creer y venerar en la fiesta del último domingo del mes de la primavera, llamando en nuestro auxilio a la Sagrada Escritura, a la Teología y a la Filosofía, y ante todo a la Santísima Virgen Nuestra Señora con un avemaria.
    Los cuatro Evangelistas ponen la pregunta de Pilatos y la respuesta afirmativa de Cristo:
    -¿Tú eres el Rey de los Judíos?
    -Yo lo soy.
    ¿Qué clase de rey será éste, sin ejércitos, sin palacios, atadas las manos, impotente y humillado?, debe de haber pensado Pilatos.
    San Juan, en su capítulo XV III, pone el diálogo completo con Pilatos, que responde a esta pregunta:
    Entró en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:“¿Tú eres el Rey de los Judíos?”
    Respondió Jesús: “¿Eso lo preguntas de por ti mismo, o te lo dijeron otros?” Respondió Pilatos: “¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los pontífices te han entregado. ¿Qué has hecho?” Respondió Jesús, ya satisfecho acerca del sentido de la pregunta del gobernador romano, al cual maliciosamente los judíos le habían hecho temer que Jesús era uno de tantos intrigantes, ambiciosos de poder político: “Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, Yo tendría ejércitos, mi gente lucharía por Mí para que no cayera en manos de mis enemigos "Los regirás con vara de hierro." Pero es que mi Reino no es de aquí.” Es decir, su Reino tiene su principio en el cielo, es un Reino espiritual que no viene a derrocar al César, como Pílalos teme, ni a pelear por fuerza de armas contra los reinos vecinos, cómo desean los judíos. Él no dice que este Reino suyo, que han predicho los profetas, no esté en este mundo; no dice que sea un puro reino invisible de espíritus, es un reino de hombres; El dice que no proviene de este mundo, que su principio y su fin están más arriba y más abajo de las cosas inventadas por el hombre. El profeta Daniel, resumiendo los dichos de toda una serie de profetas, dijo que después de los cuatro grandes reinos que aparecerían en el Mediterráneo, el reino de la Leona, del Oso, del Leopardo y de la Bestia Poderosa, aparecería el Reino de los Santos, que duraría para siempre. Ése es su Reino...
    Esa clase de reinos espirituales no los entendía Pilaros, ni le daban cuidado. Sin embargo, preguntó de nuevo, quizá irónicamente: “-Entonces, ¿te afirmas en que eres Rey?”
    Respondió Jesús tranquilamente: “-Sí, lo soy-y añadió después mirándolo cara a cara-: yo para eso nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad oye mi voz."
    Dijo Pilatos: “-¿Qué es la Verdad?”
    Y sin esperar respuesta, salió a los judíos y les dijo: “-Yo no le veo culpa.”
    Pero ellos gritaron: “-Todo el que se hace Rey, es enemigo del César. Si lo sueltas a éste, vas en contra del César.”
    He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyecía, al fin de su carrera, delante de un tribunal, a riesgo y costa de su vida; y a esto le llama Él dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida no tiene otro objeto que éste. Y le costó la vida, salieron con la suya los que dijeron: "No queremos a éste por Rey, no tenemos más Rey que el César”; pero en lo alto de la Cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero en tres lenguas, hebrea, griega y latina, que decía: “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”; y hoy día, en todas las iglesias del mundo y en todas las lenguas conocidas, a 2.000 años de distancia de aquella afirmación formidable: “Yo soy Rey”, miles y miles de seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y la obediencia de sus corazones a su Corazón Divino.
    Por encima del clamor de la batalla en que se destrozan los humanos, en medio de la confusión y de las nubes de mentiras y engaños en que vivimos, oprimidos los corazones por las tribulaciones del mundo y las tribulaciones propias, la Iglesia Católica, imperecedero Reino de Cristo, está de pie para dar como su Divino Maestro testimonio de Verdad y para defender esa Verdad por encima de todo. Por encima del tumulto y de la polvareda, con los ojos fijos en la Cruz, firme en su experiencia de veinte siglos, segura de su porvenir profetizado, lista para soportar la prueba y la lucha en la esperanza cierta del triunfo, la Iglesia, con su sola presencia y con su silencio mismo, está diciendo a todos tos Caifás, Herodes y Pilatos del mundo que aquella palabra de su divino Fundador no ha sido vana.
    En el primer libro de las Visiones de Daniel, cuenta el profeta que vio cuatro Bestias disformes y misteriosas que, saliendo del mar, se sucedían y destruían una a la otra; y después de eso vio a manera de un Hijo del Hombre que viniendo de sobre las nubes del cielo se llegaba al trono de Dios; y le presentaron a Dios, y Dios le dio el Poderío, el Honor y el Reinado, y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán, y su poder será poder eterno que no se quitará, y su reino no se acabará.
    Entonces me llegué lleno de espanto -dice Daniel- a uno de los presentes, y le pregunté la verdad de todo eso. Y me dijo la interpretación de la figura: “Estas cuatro bestias magnas son cuatro Grandes Imperios que se levantarán en la tierra [a saber, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, según estiman los intérpretes], y después recibirán el Reino los santos del Dios altísimo y obtendrán el reino por siglos y por siglos de siglos."
    Esta palabra misteriosa, pronunciada 500 años antes de Cristo, no fue olvidada por los judíos. Cuando Juan Bautista empieza a predicar en las riberas del Jordán: “Haced penitencia, que está cerca el Reino de Dios”, todo ese pequeño pueblo comprendido entre el Mediterráneo, el Líbano, el Tiberíades y el Sinaí resonaba con las palabras de Gran Rey, Hijo de David, Reino de Dios. Las setenta semanas de años que Daniel había predicho entre el cautiverio de Babilonia y la llegada del Salvador del Mundo, se estaban acabando; y los profetas habían precisado de antemano, en una serie de recitados enigmáticos, una gran cantidad de rasgos de su vida y su persona, desde su nacimiento en Belén hasta su ignominiosa muerte en Jerusalén. Entonces aparece en medio de ellos ese joven doctor impetuoso, que cura enfermos y resucita muertos, a quien el Bautista reconoce y los fariseos desconocen, el cual se pone a explicar metódicamente en qué consiste el Reino de Dios, a desengañar ilusos, a reprender poderosos, a juntar discípulos, a instituir entre ellos una autoridad, a formar una pequeña e ínsignificante sociedad, más pequeña que un grano de mostaza, y a prometer a esa Sociedad, por medio de hermosísimas parábolas y de profecías deslumbradoras, los más inesperados privilegios: durará por todos los siglos - se difundirá por todas las naciones - abarcará todas las razas - el que entre en ella, estará salvado - el que la rechace, estará perdido - el que la combata, se estrellará contra ella - lo que ella ate en la tierra; será atado en el cielo, y lo que ella desate en la tierra, será desatado en el cielo. Y un día, en las puertas de Cafarnaúm, aquel Varón extraordinario, el más modesto y el más pretencioso de cuantos han vivido en este mundo, después de obtener de sus rudos discípulos el reconocimiento de que él era el “Ungido”, el “Rey”, y más aún, el mismo “Hijo Verdadero de Dios vivo", se dirigió al discípulo que había hablado en nombre de todos y solemnemente le dijo: “Y Yo a tí te digo que tú eres Kefá, que significa piedra, y sobre esta piedra Yo levantaré mi Iglesia, y los poderes infernales no prevalecerán contra ella, y te daré las llaves del Reino de los Cielos. Y Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos.”
    Y desde entonces, viose algo único en el mundo: esa pequeña Sociedad fue creciendo y durando, y nada ha podido vencerla, nada ha podido hundirla, nadie ha podido matarla. Mataron a su Fundador, mataron a todos sus primeros jefes, mataron a miles de sus miembros durante las diez grandes persecuciones que la esperaban al salir mismo de su cuna; y muchísimas veces dijeron que la habían matado a ella, cantaron victoria sus enemigos, las fuerzas del mal, las Puertas del Infierno, la debilidad, la pasión, la malicia humana, los poderes tiránicos, las plebes idiotizadas y tumultuantes, los entendimientos corrompidos, todo lo que en el mundo tira hacia abajo, se arrastra y se revuelca (la corrupción de la carne y la soberbia del espíritu aguijoneados por los invisibles espíritus de las tinieblas); todo ese peso de la mortalidad y la corrupción humana que obedece al Ángel Caído, cantó victoria muchas veces y dijo: “Se acabó la Iglesia.” El siglo pasado, no más, los hombres de Europa más brillantes, cuyos nombres andaban en boca de todos, decían: “Se acabó la iglesia, murió el Catolicismo.” ¿Dónde están ellos ahora? Y la Iglesia, durante veinte siglos, con grandes altibajos y sacudones, por cierto, como la barquilla del Pescador Pedro, pero infalible irrefragablemente, ha ido creciendo en número y extendiéndose en el mundo; y todo cuanto hay de hermoso y de grande en el mundo actual se le debe a ella; y todas las personas más decentes, útiles y preclaras que ha conocido la tierra han sido sus hijos; y cuando perdía un pueblo, conquistaba una Nación; y cuando perdía una Nación, Dios le daba un Imperio; y cuando se desgajaba de ella 155 media Europa, Dios descubría para ella un 'Mundo Nuevo; y cuando sus hijos ingratos, creyéndose ricos y seguros, la repudiaban y abandonaban y la hacían llorar en su soledad y clamar inútilmente en su paciencia...; cuando decían: “Ya somos ricos y poderosos y sanos y fuertes y adultos, y no necesitamos nodriza", entonces se oía en los aíres la voz de una trompeta, y tres jinetes siniestros se abatían sobre la tierra: uno en un caballo rojo, cuyo nombre es La Guerra; otro en un caballo negro, cuyo nombre es El Hambre; otro en un caballo bayo, cuyo nombre es La Persecución Final; y los tres no pueden ser vencidos sino por Aquel que va sobre el caballo blanco, al cual le ha sido dada la espada para que venza, y que tiene escrito en el pecho y en la orla de su vestido: “Rey de Reyes y Señor de Dominantes.”
    El Mundo Moderno, que renegó la reyecía de su Rey Eterno y Señor Universal, como consecuencia directa y demostrable de ello se ve ahora empantanado en un atolladero y castigado por los tres primeros caballos del Apokalypsis; y entonces le echa la culpa a Cristo. Acabo de oír por Radio Excelsior una poesía de un tal Alejandro Flores, aunque mediocre, bastante vistosa, llamada Oración de este Siglo a Cristo, en que expresa justamente esto: se queja de la guerra, se espanta de la crisis (racionamiento de nafta), dice que Cristo es impotente, que su “sueño de paz y de amor” ha fracasado, y le pide que vuelva de nuevo al mundo, pero no a ser crucificado.
    El pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo, pero está volviendo como Rey -o qué se ha pensado él que es un Rey?-; está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar Él solo con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?
    Y ésta es la respuesta a los que hoy día se escandalizan de la impotencia del Cristianismo y de la gran desolación espiritual y material que reina en la tierra. Creen que la guerra actual es una gran desobediencia a Cristo, y en consecuencia dudan de que Cristo sea realmente Rey, como dudó Pilatos, viéndole atado e impotente. Pero la guerra actual no es una gran desobediencia a Cristo: es la consecuencia de una gran desobediencia, es el castigo de una gran desobediencia y -consolémonos- es la preparación de una gran obediencia y de una gran restauración del Reino de Cristo. “Porque se me subleven una parte de mis súbditos, Yo no dejo de ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos", dice Cristo. En la última parábola que San Lucas cuenta, antes de la Pasión, está prenunciado eso: “Semejante es el Reino de los cielos a un Rey que fue a hacerse cargo de un Reino que le tocaba por herencia. Y algunos de sus vasallos le mandaron embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo del Reino, mandó que le trajeran aquellos sublevados y les dieran muerte en su presencia.* Eso contó Nuestro Señor Jesucristo hablando de sí mismo; y cuando lo contó, no se parecía mucho a esos cristos melosos, de melena rubia, de sonrisita triste y de ojos acaramelados que algunos pintan. Es un Rey de paz, es un Rey de amor, de verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que le quieren; pero es Rey verdadero para todos, aunque no le quieran, ¡y tanto peor para el que no le quiera! Los hombres y los pueblos podrán rechazar la llamada amorosa del Corazón de Cristo y escupir contra el cielo; pero no pueden cambiar la naturaleza de las cosas. El hombre es un ser dependiente, y si no depende de quien debe, dependerá de quien no debe; si no quiere por dueño a Cristo, tendrá el demonio por dueño. “No podéis servir a Dios y a las riquezas", dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no quiso reconocer a Dios como dueño, y cayó bajó el dominio de Plutón, el demonio de las riquezas.
    En su encíclica Quadragesitno Anno, el Papa Pío XI describe de este modo la condición del mundo de hoy, desde que el Protestantismo y el Liberalismo lo alejaron del regazo materno de la Iglesia, y decidme vosotros si el retrato es exagerado: “La libre concurrencia se destruyó a sí misma; al libre cambio ha sucedido una dictadura económica. El hambre y sed de lucro ha suscitado una desenfrenada ambición de dominar. Toda la vida económica se ha vuelto horriblemente dura, implacable, cruel. Injusticia y miseria. De una parte, una inmensa cantidad de proletarios; de otra, un pequeño número de ricos provistos de inmensos recursos, lo cual prueba con evidencia que las riquezas creadas en tanta copia por el industrialismo moderno no se hallan bien repartidas.”
    El mismo Carlos Marx, patriarca del socialismo moderno, pone el principio del moderno capitalismo en el Renacimiento, es decir, cuando comienza el gran movimiento de desobediencia a la Iglesia; y añora el judío ateo los tiempos de la Edad Media, en que el artesano era dueño de sus medios de producción, en que los gremios amparaban al obrero, en que el comercio tenía por objeto el cambio y la distribución de los productos y no el lucro y el dividendo, y en que no estaba aún esclavizado al dinero para darle una fecundidad monstruosa. Añora aquel tiempo, que si no fue un Paraíso Terrenal, por lo menos no fue una Babel como ahora, porque los hombres no habían recusado la Reyecía de Jesucristo.
    Los males que hoy sufrimos, tienen, pues, raíz vieja; pero consolémonos, porque ya está cerca el jardinero con el hacha. Estamos al fin de un proceso morboso que ha durado cuatro siglos. Vosotros sabéis que en el llamado Renacimiento había un veneno de paganismo, sensualismo y descreimiento que se desparramó por toda Europa, próspera entonces y cargada de bienestar como un cuerpo pletórico. Ese veneno fue el fermento del Protestantismo; "rebelión de los ricos contra los pobres”, como lo llamó Belloc, que rompió la unidad de la Iglesia, negó el Reino Visible de Cristo, dijo que Cristo fue un predicador y un moralista, y no un Rey; sometió la religión a los poderes civiles y arrebató a la obediencia del Sumo Pontífice casi la mitad de Europa. Las naciones católicas se replegaron sobre sí mismas en el movimiento que se llamó Contrarreforma, y se ocuparon en evangelizar el Nuevo Mundo, mientras los poderes protestantes inventaban el Puritanismo, el Capitalismo y el Imperialismo. Entonces empezó a invadir las naciones católicas una a modo de niebla ponzoñosa proveniente de los protestantes, que al fin cuajó en lo que llamamos Liberalismo, el cual a su vez engendró por un lado el Modernismo y por otro el Comunismo. Entonces fue cuando sonó en el cielo la trompeta de la cólera divina, que nadie dejó de oír; y el Hombre Moderno, que había caído en cinco idolatrías y cinco desobediencias, está siendo probado y purificado ahora por cinco castigos y cinco penitencias:
    Idolatría de la Ciencia, con la cual quiso hacer otra torre de Babel que llegase hasta el cielo; y la ciencia está en estos momentos toda ocupada en construir aviones, bombas y cañones para voltear casas y ciudades y fábricas.
    Idolatría de la Libertad, con i a cual quiso hacer de cada hombre un pequeño y caprichoso caudülejo; y éste es el momento en que el mundo está lleno de despotismo y los pueblos mismos piden puños fuertes para salir de la confusión que creó esa libertad demente.
    Idolatría del Progreso, con el cual creyeron que harían en poco tiempo otro Paraíso Terrenal; y he aquí que el Progreso es el Becerro de Oro que sume a los hombres en la miseria, en la esclavitud, en el odio, en la mentira, en la muerte.
    Idolatría de la Carne, a la cual se le pidió el cielo y las delicias del Edén; y la carne del hombre desvestida, exhibida, mimada y adorada, está siendo destrozada, desgarrada y amontonada como estiércol en los campos de batalla.
    Idolatría del Placer, con el cual se quiere hacer del mundo un perpetuo 'Carnaval y convertir a los hombres en chiquilines agitados e irresponsables; y el placer ha creado un mundo de enfermedades, dolencias, y torturas que hacen desesperar a todas las facultades de medicina.
    Esto decía no hace mucho tiempo un gran obispo de Italia, el arzobispo de Cremona, a sus fieles, ¿Y nuestro país? ¿Está libre de contagio? ¿Está puro de mancha? ¿Está limpio de pecado? Hay muchos que parecen creerlo así, y viven de una manera enteramente inconsciente, pagana, íncristiana, multiplicando los errores, los escándalos, las iniquidades, las injusticias. Es un país tan ancho, tan rico, tan generoso, que aquí no puede pasar nada; queremos estar en paz con todos, vender nuestras cosechas y ganar plata; tenemos gobernantes tan sabios, tan rectos y tan responsables; somos tan democráticos, subimos al gobierno solamente a aquel que lo merece; tenemos escuelas tan lindas; tenemos leyes tan liberales; hay libertad para todo; no hay pena de muerte; si un hombre agarra una criaturita en la calle, la viola, la mata y después la quema, ¡qué se va a hacer, paciencia!; tenemos la prensa más grande del mundo: por diez centavos nos dan doce sábanas de papel llenas de informaciones y de noticias; tenemos la educación artística del pueblo hecha por medio del cine y de la radiotelefonía; ¡qué pueblo más bien educado va a ir saliendo, un pueblo artístico! ¡Qué país, mi amigo, qué país más macanudo! -¿Y reina Cristo en este país? -¿Y cómo no va a reinar? Somos buenos todos. Y s¡ no reina, ¿qué quiere que le hagamos?
    Tengo miedo de los grandes castigos colectivos que amenazan nuestros crímenes colectivos. Este país está dormido, y no veo quién lo despierte. Este país está engañado, y no veo quién lo desengañe. Este país está postrado, y no se ve quién va a levantarlo.
    Pero este país todavía no ha renegado de Cristo; y sabemos por tanto que hay alguien capaz de levantarlo. Preparémonos a su Venida y apresuremos su Venida. Podemos ser soldados de un gran Rey; nuestras pobres efí*meras vidas pueden unirse a algo grande, algo triunfal, algo absoluto. Arranquemos de ellas el egoísmo, la molicie, la mezquindad de nuestros pequeños caprichos, ambiciones y fines particulares. El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por su prójimo, o solo, o en su parroquia, o en las Sociedades Vicentinas... El que pueda hacer apostolado, que ayude a Nuestro Cristo Rey en la Acción Católica o en las Congregaciones. El que pueda enseñar, que enseñe, y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la golpee y que la persiga, aunque sea con riesgo de la vida. Y para eso, purifiquemos cada uno de faltas y de errores nuestra vida. Acudamos a la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los ángeles y de los hombres, para que se digne elegimos para militar con Cristo, no solamente ofreciendo todas nuestras personas al trabajo, como decía el capitán Ignacio de Loyola, sino también para distinguirnos y señalarnos en esa misma campaña del Reino de Dios contra las fuerzas del Mal, campaña que es el eje de la historia del mundo, sabiendo que nuestro Rey es invencible, qué su Reino no tendrá fin, que su triunfo y Venida no está lejos y que su recompensa supera todas las vanidades de este mundo, y más todavía, todo cuanto el ojo vio, el oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso.
    juan vergara dio el Víctor.

  11. #11
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    Re: Cristo Rey

    A partir de lo que vino con posterioridad al V-II, con las nuevas concepciones del falso Ecumenismo, y de la Libertad Religiosa, prácticamente ha desaparecido la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo.
    La Encíclica "Quas Primas", del Papa Pio XI, en el orden político y en la concreta vida de las sociedades, ha pasado a ser una pieza de museo, cuya aplicación sería repudiada por
    la generalidad de los católicos, empezando por la propia Jerarquía.
    Si algún gobernante intentara aplicarla -aunque más no fuera tibiamente- sería tratado de antidemocrático, segregacionista, nazi, discriminador, y un interminable etcétera, además de ser destituido y recluido en alguna mazmorra o loquero.
    ALACRAN y Trifón dieron el Víctor.

  12. #12
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    Re: Cristo Rey

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    Cita Iniciado por juan vergara Ver mensaje
    A partir de lo que vino con posterioridad al V-II, con las nuevas concepciones del falso Ecumenismo, y de la Libertad Religiosa, prácticamente ha desaparecido la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo.
    La Encíclica "Quas Primas", del Papa Pio XI, en el orden político y en la concreta vida de las sociedades, ha pasado a ser una pieza de museo, cuya aplicación sería repudiada por
    la generalidad de los católicos, empezando por la propia Jerarquía.
    Si algún gobernante intentara aplicarla -aunque más no fuera tibiamente- sería tratado de antidemocrático, segregacionista, nazi, discriminador, y un interminable etcétera, además de ser destituido y recluido en alguna mazmorra o loquero.
    Previamente a su proclamación por algún (ingenuo) presidente católico, ya la Conferencia Episcopal correspondiente, le advertiría de que eso es imposible desde el Vaticano II, que postula justamente lo contrario.
    Pero, de seguir en su cabezonería osando entronizar a Cristo Rey, previsiblemente ese gobernante católico sería excomulgado sin remisión y a bombo y platillo, para que el nuevo Orden Mundial y los amos judíos comprobaran ostensiblemente que la Jerarquía Católica hizo lo que pudo para impedirlo.
    Última edición por ALACRAN; 06/03/2018 a las 12:45
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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