El Código Da Vinci, de Dan Brown, saludado como gran "novedad" literaria por la tragicómica prensa "seria" peruana, en realidad no trae nada nuevo. Tan sólo continúa la larga y triste secuencia de libros difamatorios que atacan el credo católico.
El ataque a la Iglesia es el fondo ideológico de la novela. El autor tuvo la habilidad de construir una narrativa atrayente y bien concatenada acerca de un hombre y una mujer que huyen de enemigos peligrosos. Pero paralelamente va exponiendo una tesis que conjuga un enfoque teológico sacrílego en extremo, con un abordaje grotesco y erróneo de la Historia. Con esto, la novela sirve de vehículo a la ideología gnóstica, opuesta per diametrum a las enseñanzas de la Iglesia.
Un fraude impío pretendidamente "científico"
Mientras la pareja fugitiva va escapando de insólitas celadas, los demás personajes se mueven dando lugar a las más absurdas patrañas sobre Jesucristo, Santa María Magdalena y el origen de los Evangelios.
El hilo principal de la historia es la búsqueda del Santo Grial. Este no sería el cáliz de la Última Cena, sino el cuerpo de Santa María Magdalena, quien, en la mórbida imaginación del autor, se habría casado con Jesucristo y concebido un hijo, por lo que su cuerpo habría abrigado la sangre de Cristo. Y la Iglesia habría trabajado durante 2000 años (nada menos...) para hacer desaparecer esta "verdad" (!!!).
Todos los personajes principales de la novela se relacionan con esa búsqueda. La mayoría de ellos son adeptos del gnosticismo estilo New Age y mostrados como personas brillantes, eruditas y de gran saber, mientras que los católicos aparecen llenos de defectos, como por ejemplo un cruel homicida, figurado -no podía fallar - como miembro del Opus Dei....
Brown también alude a misteriosos documentos sobre Santa María Magdalena que habrían estado en manos de los Caballeros Templarios, a los que imagina desviados de su vocación, de manera tan ridícula que llega a ser absurdamente caricatural.
La doctrina gnóstica, eje central de la novela
El tema implícito en toda la novela es la pugna de dos fuerzas, la Iglesia y la gnosis, en la que finalmente, luego de siglos de represión, los gnósticos prevalecen.
Pero sucede que el gnosticismo es la doctrina de la anti-Iglesia. Afirma que Dios no existe como Ser personal, sino que, por una misteriosa catástrofe, se fragmentó en todas las cosas que existen (panteísmo); y que por eso la existencia de seres individuales y diferenciados es un mal, y el bien sería la reconstitución de ese "dios" despedazado mediante la fusión de todas las cosas en la nada.
Actualmente el gnosticismo se manifiesta en muchas de las corrientes revolucionarias que atacan la sociedad, desde las feministas y homosexuales hasta los panteístas, ecologistas radicales y evolucionistas. Esas corrientes se nutren de las mismas fuentes ideológicas: el evolucionismo de Charles Darwin - muy alardeado, nunca demostrado - ; la dialéctica de Georg Hegel, que es el concepto evolucionista introducido en la filosofía, por el cual no existe el ser, sino un permanente "devenir en"; el marxismo, que es la dialéctica aplicada a la historia de las relaciones sociales; y las tesis psicoanalíticas de Sigmund Freud y su colaborador Carl Jung, ambos gnósticos y adeptos de Marx, para quienes la mayoría de los desórdenes mentales proviene exclusivamente de la sexualidad reprimida en lucha dialéctica con la razón, y culpan de esos desórdenes a la moral cristiana, a la familia y a la misma Iglesia Católica.
De todas las ramificaciones del gnosticismo, las más de moda actualmente son los movimientos como Nueva Era, cuyos "valores" incluyen la veneración por el hinduismo, el endiosamiento de la "madre Tierra", y el uso de técnicas psicológicas o de alteración de la conciencia, tales como el yoga o la meditación trascendental.
Los "Evangelios Secretos"
Para aparentar que se basa en investigaciones serias, Brown crea un personaje erudito, miembro de la nobleza británica e "historiador de la Corte", que lanza feroces ataques al catolicismo manipulando tendenciosamente un descubrimiento arqueológico. Se trata del hallazgo de 52 textos paleocristianos enterrados en una vasija de arcilla, ocurrido en 1945 en Nag Hammadi (Egipto). Al divulgarse las traducciones de esos textos, los gnósticos se apresuraron a declarar que esos eran los verdaderos evangelios, que habían sido ocultados por la "clase dominante" y "opresora" de la Iglesia primitiva.
Pero esos llamados evangelios secretos absolutamente no son tales. Sólo cuatro de ellos pretenden ese nombre, y de ninguna manera contienen la riqueza e historicidad de sus cuatro homólogos en el Nuevo Testamento. Además - y este es un dato fundamental - el más antiguo de esos textos data del año 150 d.C., o sea, es muy posterior a los tiempos apostólicos: la Iglesia ya tenía más de un siglo de existencia, y los verdaderos Evangelios llevaban escritos entre cien años (San Mateo) a cincuenta años (San Juan) cuando esos textos apócrifos se redactaron.
Pero además dichos textos recogen las primeras herejías, que fueron en su época refutadas por muchos Padres de la Iglesia, como San Ireneo (125-203 d. C.), porque a justo título las consideraban subversivas de la doctrina de Cristo. Por eso puede decirse que tan sólo representan el esfuerzo de un grupo de contestatarios gnósticos de la época, empeñados en adulterar la Revelación.
Pero la fama del hallazgo de Nag Hammadi no se debe tanto a su valor intrínseco, sino al provecho que quisieron sacar del mismo numerosos "intelectuales" de tendencia gnóstica, junto con medios de comunicación anticatólicos. La publicación de esos manuscritos sirvió para poner de moda otros textos antiguos, especialmente el llamado "Evangelio de María", creando una ola de contestación al Magisterio de la Iglesia, que incluso adultera la misma figura de Jesucristo. Exactamente como lo hace El Código da Vinci.
La naturaleza de la Iglesia Católica
En la novela de Brown los errores históricos y teológicos se acumulan de tal manera, que puede decirse que no hay en ella materia sobre la cual no aparezcan groseras falsedades. Por ejemplo, sobre el Nuevo Testamento, el "historiador de la Corte" afirma que "fue compilado y editado por hombres [del siglo cuarto] que poseían una agenda política... para dar solidez a su poder". En esto el autor revela, por lo demás, una completa falta de conocimiento de la naturaleza de la Iglesia primitiva. Y coincide con el gnosticismo moderno, que es precisamente la rebelión contra toda autoridad y el menosprecio por la religión institucionalizada.
La Iglesia fue fundada por Jesucristo, Verbo de Dios humanado, quien la constituyó como su Cuerpo Místico. Es "católica", o sea universal, porque Jesucristo redimió a todo el género humano. Por eso tiene una existencia concreta en el tiempo, a lo largo de la Historia, y en el espacio, abarcando todos los pueblos. Su doctrina se corporifica en el Nuevo Testamento, compuesto de los Evangelios y la prédica escrita de los Apóstoles, y en la Tradición. Y su naturaleza jerárquica le ha permitido conservar la unidad y armonía, ejerciendo un Magisterio infalible que preserva el mensaje de Jesucristo de toda corrupción.
La Expansión de la Iglesia
Después de Pentecostés el cristianismo se irradió rápidamente en la cuenca del Mediterráneo, a través de los Apóstoles y sus discípulos, cuyo éxito puede ser medido por la oposición que despertaron; por ejemplo en Filipo y Tesalónica, donde se los acusó de alborotadores ante los magistrados (Hechos 16, 20 y 17,6), o en Éfeso, donde se los tenía por sediciosos (Hechos 19, 26), etc..
Aunque la prédica y milagros de los Apóstoles ciertamente conmovían incontables corazones, en definitiva era el propio Cristo quien actuaba en ellos (cfr. ....). Y así, por medio de la prédica la Iglesia fue expandiéndose durante al menos quince años antes que el primer Evangelio fuera escrito. Los Evangelios provinieron de la Iglesia, no la precedieron.
La Autenticidad de los Evangelios
Los ataques a la Tradición cristiana han sembrado confusión y dudas, sobre todo en personas de escasa cultura teológica, sobre la autoría de los cuatro Evangelios. Pero tales ataques sólo revelan la ignorancia de sus autores, pues la documentación existente zanja la cuestión de manera concluyente. Numerosos escritores anteriores al Credo de Nicea (compuesto antes del 323), como San Ireneo de Lyon (140-202), Tertuliano de Cartago (150-220) y Orígenes de Alejandría, no sólo mencionan a los cuatro Evangelistas, sino también brindan información suplementaria que aclara nuestro conocimiento sobre el propósito y las circunstancias de la redacción de los Evangelios.
El Apóstol San Mateo, por ejemplo, originariamente escribió su Evangelio en hebreo, para favorecer la conversión de los judíos. San Marcos, discípulo de San Pedro, a pedido de los cristianos de Roma dejó una narración escrita de los relatos verbales de su maestro. San Lucas, un converso del paganismo griego, escribió sobre la verdad que había aprendido en sus muchos viajes con San Pablo. San Juan, el "discípulo a quien Jesús amaba", escribió su Evangelio en Éfeso, precisamente para refutar los errores del movimiento gnóstico, que ya entonces negaba la divinidad de Cristo.
El texto en hebreo de San Mateo fue escrito entre el 40 y 50 d.C. y su traducción al griego aproximadamente diez años después. Todo indica que el Evangelio de San Marcos fue compuesto durante la década del 53 al 63 d.C. El de San Lucas coincide con la primera prisión de San Pablo durante los años 61 a 63. Y el de San Juan fue tradicionalmente asignado al año 100.
La difusión e integridad de los Evangelios puede ser probada comparando las citas del Nuevo Testamento de Irineo, Tertuliano y Clemente de Alejandría (150-215). Ireneo cita al Nuevo Testamento 1.819 veces, Clemente 2.406 y Tertuliano nada menos que en 7.259 oportunidades. Una comparación entre estos textos y el Nuevo Testamento en su versión actual, demuestra que las interpretaciones son esencialmente las mismas. Dada la existencia de más de 4.000 manuscritos o fragmentos muy antiguos, podemos afirmar que hay más evidencias manuscritas de los Evangelios que de cualquier otro clásico antiguo griego o latino, y mucho más cercanas a los originales autógrafos.
Ataque a la divinidad de Jesucristo
Estos datos no dejan cualquier sombra de duda de que los Evangelios son documentos auténticos y confiables, y refutan por sí mismos lo que es, probablemente, la invención más torpe de la novela de Brown.
En efecto, su "historiador de la Corte" afirma que "hasta ESE momento en la historia [año 323], Jesús era visto por sus seguidores como un profeta mortal... un poderoso y gran hombre, pero no obstante, un HOMBRE. Un mortal" (Destaques del original).
Parece que Brown ni siquiera ha leído los Evangelios, pues ya en la primera frase del Evangelio de San Juan esa grosera falsedad queda desmentida: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1, 1). O sea, el Evangelista declara categóricamente que el Verbo, Jesucristo, preexistía eternamente, era distinto del Padre y que era divino, es decir, consubstancial con el Padre. El mismo San Juan hace numerosas referencias a las ásperas discusiones de Nuestro Señor con los escribas y los fariseos en el Templo de Jerusalén. En el capítulo 10 relata que Jesucristo explicó a los judíos "Mi Padre y Yo somos una cosa" (v. 30). Ciertamente lo entendieron, ya que "Al oír esto los judíos tomaron piedras para apedrearle" (v.31). Momentos más tarde, les dijo: "cuando no queráis darme crédito a Mí, dádselo a mis obras, a fin de que conozcáis y creáis que el Padre está en Mí, y Yo en el Padre" (v.38), lo que despertó la furia de sus enemigos.
Podríamos mencionar muchas otras citas. Pero baste la siguiente: durante el juicio ante el Sanedrín, el Sumo Sacerdote, revestido de toda su autoridad, preguntó a Jesucristo: ""Yo te conjuro de parte de Dios vivo, que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Le respondió Jesús: "Tú lo has dicho"" (Mat. 26, 63-64). Acto seguido, el Sanedrín lo condenó a muerte. Cristo aceptó voluntariamente la muerte por la verdad de Su divinidad.
¿Renace el clima de las primeras persecuciones?
Queda un interrogante: ¿a qué obedece la publicación de falacias torpes como El Código da Vinci? Sin duda es una manifestación de odio anticatólico, mal disimulada en ropajes literarios y seudo-científicos.
Esto no nos debe sorprender. Desde el Sermón de la Montaña hasta la Última Cena, Nuestro Señor puso énfasis en el conflicto eterno e irreconciliable entre el espíritu del mundo y el espíritu de Dios, de lo que resultaría una persecución feroz contra su Santa Iglesia. De hecho, la Iglesia sufrió varios siglos de persecución, herejías y dos oleadas de invasiones bárbaras.
A medida que la sociedad contemporánea se descristianiza, la osadía de los adversarios de la Iglesia, apoyados por la macro-publicidad mediática, crece en virulencia. Y el patético rebaño de los seguidores de la moda - entre los cuales no pocos católicos culposamente cándidos - garantiza el consumo de su venenosa publicidad. En este proceso de regresión de la civilización cristiana hacia un neopaganismo mucho peor que el paganismo antiguo, parece que nos encaminamos a revivir la peor etapa de las antiguas persecuciones. El Código Da Vinci refleja cuál es la mentalidad que inspira dicha persecución.
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