¿POR QUÉ SOY CRISTIANO?







Serían tantas las razones para ser cristiano, que de entrada descarto la pretensión de ofrecerlas aquí todas. ¿Argumentos filosóficos? ¿Teológicos? ¿Morales? ¿Cosmológicos? Durante más de mil años, desde los Padres de la Iglesia, pasando por los Doctores y las Doctoras, se han dado argumentos: pero eso era en aquellos felices tiempos, cuando la gente pensaba o, al menos, no le salía urticaría por pensar.



En nuestra época, el ateísmo ha dejado de ser teórico, lejos están los tiempos de Epicuro; el ateísmo se ha tornado en ateísmo práctico, sin dejar de ser por ello la grosera apología del hedonismo que siempre ha sido. Así que, en consecuencia, mi cristianismo es tan práctico como la vida misma. ¿Por qué soy cristiano?



Pues tan sencillo como esto: Cristo me enseña a vivir. Y la vida del hombre sobre la tierra es milicia, así que Cristo me enseña a luchar. Y la vida del hombre sobre la tierra es amor, así que Cristo también me enseña a amar. Y la vida del hombre sobre la tierra es una continua aspiración a la felicidad, y Cristo me conduce a la felicidad. ¿Alguien da más? ¿Quién como Dios? -מיכאל



¡Nadie como Dios! Por eso mismo: Serviam! -¡Te serviré!



No soy monoteísta metafísico, como Aristóteles lo era; soy cristiano por ver en Cristo al Dios que se convirtió en Divino Pastor que salió a buscar a su oveja perdida.



"La potencia divina a la cual Aristóteles, en la cumbre de la filosofía griega, trató de llegar a través de la reflexión, es ciertamente objeto de deseo y amor por parte de todo ser -como realidad amada, esta divinidad mueve el mundo-, pero ella misma no necesita nada y no ama, sólo es amada. El Dios único en el que cree Israel, sin embargo, ama personalmente. Su amor, además, es un amor de predilección [...] Él ama, y este amor suyo puede ser calificdo sin duda como eros que, no obstante, es también totalmente agapé" (Deus Caritas est, Benedicto XVI)



Bien. Por una razón muy práctica soy cristiano. Pero, ¿por qué quisiera yo que todos lo fueran?



No son pocos los que me dirían que sería muy intolerante por mi parte que yo quisiera que todos los seres humanos fuesen cristianos, y más que de nombre. Muchos son los que lanzarían la acusación de "integrista" a todo aquel que osase decir eso, pues creen que lo de la religión es cosa personal y otras pamplinas. Bueno, nunca impondría a nadie mi Fe, pero... Es que quiero que todos sean lo mismo de felices que yo. Ser cristiano es vivir en el elemento más óptimo y excelente, que hace que la vida de uno mismo y la de los demás adquiera la dimensión que, sin ser cristiano, tan a menudo se pierde: la de ser imagen y semejanza de Dios y la de ser Hijos de Dios por Jesucristo. Así que vivo en un optimismo que arraiga en la Fuente de todo cuanto en este mundo y en el otro es Óptimo. No fundo mi optimismo en mis estados de ánimo, tampoco en mis méritos, nunca en mis limitadas capacidades, y sería de necio fundar ese optimismo en mis ignorancias que son tantas... (esas que se traducen con el "Ojos que no ven, corazón que no siente"). No. Nada de eso. El optimismo del cristiano es una vivienda alegre, un vivir alegre de confianza en Dios, de fe, esperanza y amor. Que vivir alegres... Él nos lo mandó. Mal cristiano el que está siempre quejándose, siempre triste. Pues quien suele tener la moral por los suelos, termina por arrastrar sus virtudes por el fango.



Quiero que todos lo sean, por lo bien que me va a mí siéndolo. ¿También me prohibirían esos "tolerantes" invitar a los demás a ser divinamente felices? Aunque me lo prohibieran, no lo conseguirían; no saben lo cabezón que soy, y además Él está conmigo: así que llevan las de perder.



Maestro Gelimer

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