En mi opinión este tema debería seguir siendo tratado en "El Purgatorio".
Totalmente. Por eso digo, sin exageración, que prefiero a un comunista antes que a estos innombrables.
En mi opinión este tema debería seguir siendo tratado en "El Purgatorio".
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
Por mi de acuerdo. He encontrado la crítica del P. José Mª Iraburu:
La encarnación del Verbo
Pagola, en su «aproximación histórica» a Jesús, nada nos dice acerca de su nacimiento, como si fuera ésta una cuestión de escasa importancia o acerca de la cual la Iglesia no tuviera conocimientos ciertos. Él, sin más, deja a un lado los «evangelios de la infancia», y se aproxima a Jesús a partir de su bautismo en el Jordán. Se limita a decir:
«Tanto el evangelio de Mateo como el de Lucas ofrecen en sus dos primeros capítulos un conjunto de relatos en torno a la concepción, nacimiento e infancia de Jesús. Son conocidos tradicionalmente como “evangelios de la infancia”. Ambos ofrecen notables diferencias entre sí en cuanto al contenido, estructura general, redacción literaria y centros de interés. El análisis de los procedimientos literarios utilizados muestra que más que relatos de carácter biográfico son composiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Cristo resucitado [...] De ahí que la mayoría de los investigadores sobre Jesús comiencen su estudio a partir del bautismo en el Jordán» (39).
Con esto y poco más, despacha, sin entrar en ella, la cuestión del nacimiento de Jesús. Para aproximarse a su verdad no le valen a Pagola los testimonios de Mateo y Lucas, ni tampoco parece decirle nada el prólogo del evangelio de Juan: «el Verbo se hizo carne». Pagola, «eliminando» los Evangelios de la infancia, suprime, por decirlo así, la Anunciación del Señor, la Llena-de-gracia, la condición virginal de María, José, Zacarías, Isabel, el Ave María, el Benedictus, el Magnificat y el Nunc dimittis, la Visitación de María, la Natividad de Juan Bautista, la Natividad de Jesús, la Presentación, la matanza de los Inocentes, la Epifanía, los Reyes magos, la huída a Egipto...
Pero lo más grave es que elimina el fundamento bíblico de lo que constituye el núcleo central de la fe católica: creo en Cristo Jesús, Hijo de Dios, que «nació por obra del Espíritu Santo de María virgen». Esa verdad y esas mismas palabras están tomadas de Mateo 1,20 y de Lc 1,34-35, es decir, de los Evangelios de la infancia desechados por Pagola. Por el contrario, el Catecismo de la Iglesia nos asegura que «desde las primeras formulaciones de la fe, la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso» (496).
La Virgen María
Pagola, en su aproximación histórica a Jesús, niega la virginidad de María. Lo tiene muy claro:
«Los evangelios nos informan de que Jesús tiene cuatro hermanos que se llaman Santiago, José, Judas y Simón, y también algunas hermanas»... Y añade en nota: «Meier, tal vez el investigador católico de mayor prestigio en estos momentos, después de un estudio exhaustivo concluye que “la opinión más probable es que los hermanos y hermanas de Jesús lo fueron realmente”» (43).
Por el contrario, otra vez, el Catecismo de la Iglesia afirma la muy antigua fe católica de Oriente y Occidente en la siempre-virgen María, la «Aeiparthénon» (499. Cf. Símbolo de Epifanio, año 374: DS 44). «La Iglesia siempre ha entendido que... [los dichos hermanos] son parientes próximos de Jesús» (500). Él «es el Hijo único de María» (501). Pero no; para Pagola la Virgen María no era virgen.
Más aún, estima Pagola que María pensó que su hijo Jesús estaba loco, y que lo más conveniente era hacerle volver a casa, abandonando su ministerio público.
En aquella escena que se narra en Marcos 3,20-21.31-35, escribe Pagola, «de pronto avisan a Jesús de que han llegado su madre y sus hermanos con la intención de llevárselo, pues piensan que está loco. Se quedan “fuera”, tal vez para no mezclarse con ese grupo extraño que rodea a su pariente». Y añade en nota: «El episodio ha sido retocado en la comunidad cristiana, pero conserva sustancialmente su núcleo histórico. Después de Pascua, ningún cristiano se hubiera atrevido a “inventar” que Jesús había sido tenido por loco por su propia madre» (226). «En un determinado momento, su madre y sus hermanos vinieron para llevárselo a casa, pues pensaban que estaba loco» (282).
María, pues, se mantiene distanciada de Jesús durante su ministerio evangelizador.
«Llama la atención ver que ninguno de los familiares de Jesús fue seguidor suyo. Solamente después de su muerte, su madre y sus hermanos se unieron a los discípulos (Hch 1,14)» (279).
El Concilio Vaticano II afirma, por el contrario, que «la unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación» se manifiesta continuamente (LG 57). Y desde el nacimiento, hasta la Cruz y Pentecostés, pasando por Caná, el Concilio va contemplando esa unión profunda en los diversos misterios de la vida del Salvador (55-59).
La divinidad de Jesús
En su aproximación histórica, no alcanza Pagola a discernir en Jesús la divinidad que confiesa la fe católica: «un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho».
No. Para Pagola Jesús es un hombre, muy perfectamente unido a Dios por el amor y la fidelidad, pero un hombre. El título del capítulo 3 es bien expresivo: «Buscador de Dios».
«Jesús vivió un período de búsqueda antes de encontrarse con el Bautista» (63). «Todo lleva a pensar que busca a Dios como “fuerza de salvación” para su pueblo [...] Jesús no tiene todavía un proyecto propio cuando se encuentra con el Bautista. Inmediatamente queda seducido por este profeta del desierto [...] Es sin duda, el hombre que marcará como nadie la trayectoria de Jesús» (64). En ese encuentro del Jordán se producirá «La “conversión” de Jesús [...] Para Jesús es un momento decisivo, pues significa un giro total en su vida» (73-74). «Jesús quiere concretar su “conversión”, y lo hace tomando una primera determinación: en adelante se dedicará a colaborar con el Bautista en su servicio al pueblo» (75).
Si nada cierto sabe Pagola acerca de Jesús antes de su bautismo, ¿cómo puede afirmar que Él experimentó «un giro total en su vida» al encontrarse con Juan? ¿Conoce, pues, Pagola qué pensaba y qué quería Jesús antes de ese encuentro?... Sería bueno que nos comunicara las fuentes históricas que le permiten darnos esa información. Tampoco alcanzamos a saber cómo Pagola, en su «aproximación histórica», llega a conocer que Jesús se hizo discípulo de Juan el Bautista. No podemos menos de sospechar que ambas afirmaciones son «creaciones» ideológicas suyas, sin base histórica alguna:
«Jesús no solo acogió el proyecto de Juan, sino que se adhirió a este grupo de discípulos y colaboradores» (76). «Jesús comenzó a verlo todo desde un horizonte nuevo» (78). Vuelto a Nazaret, sorprende a todos su cambio. «Aquel Jesús no era el que habían conocido» (279).
Benedicto XVI, en su Jesús de Nazaret, advierte que «una amplia corriente de la teología liberal» afirma este cambio profundo y brusco de Jesús en el Jordán. Y añade:
«Pero nada de esto se encuentra en los textos. Por mucha erudición con que se quiera presentar esta tesis, corresponde más al género de las novelas sobre Jesús que a la verdadera interpretación de los textos» (46-47).
Pagola rehuye sistemáticamente los textos del Nuevo Testamento que más claramente expresan la divinidad de Jesús. No le interesa saber que Jesús se dice «anterior a Abraham», capaz de «perdonar los pecados» y de alimentar a los hombres como «pan vivo bajado del cielo». No recoge la palabra de Cristo cuando dice que Él es «venido del Padre», y que el Padre y Él son «una sola cosa».
Podemos apreciar el «rigor» metodológico de Pagola en su justa medida si consideramos, por ejemplo, cómo se autoriza a ignorar los anuncios que Jesús hizo de su pasión. Él mismo advierte en el Anexo 4 de su libro que entre los varios criterios de historicidad tienen especial fuerza el «criterio de testimonio múltiple» y el «criterio de dificultad». Pues bien, en los tres anuncios que hace Cristo de su pasión, primero (Mc 8,31-33; Mt 16,21-23; Lc 9,22), segundo (Mc 9,30-32; Mt 17,22-23; Lc 9,43-45) y tercero (Mc 10,32-34; Mt 20,17-19; 18,31-34), se da el criterio histórico del testimonio múltiple y coincidente. Pero además, en segundo lugar, se da también el criterio de dificultad, ya que es impensable que los evangelistas, conociendo la suma veneración que los cristianos primeros tenían por los Apóstoles, se atrevieran a «crear» unos relatos que los dejan en una posición tan lamentable. En efecto, los Apóstoles «no entendieron nada de lo que Él decía, y no se atrevían a preguntarle». Y Simón Pedro, el más prestigioso de ellos, se ve humillado por Cristo con palabras durísimas: «¡Apártate de mí, Satanás! Tú piensas según los hombres, no según Dios». Estas escenas, pues, tienen una garantía clara de historicidad.
Pero Pagola no lo estima así, y en su aproximación histórica a Jesús ignora por completo esos tres anuncios. Sencillamente, no encajan en su ideología sobre Jesús, pues al mostrar que Él pre-conocía su muerte y que la anunciaba a sus discípulos con toda seguridad, descubren demasiado la realidad de su personalidad divina. Por tanto no son textos históricamente válidos. Prescinde, pues, de ellos tranquilamente, los omite, para poder darnos en cambio una descripción muy diversa del estado de ánimo de Jesús ante la proximidad de su muerte, como en seguida veremos.
Ignora Pagola igualmente, como ya sabemos, todos los más altos textos del Nuevo Testamento sobre la majestad divina de Cristo. Ignora, por ejemplo, el prólogo de San Juan: «el Verbo era Dios, Él estaba desde el principio en Dios, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. Hemos visto la gloria del Unigénito del Padre. Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos lo ha dado a conocer». El rigor científico de su investigación histórica sobre Jesús no le permite tampoco conocer y reconocer los himnos cristológico-litúrgicos de San Pablo, como Colosenses 1,13-20 o Filipenses 2,6-11. O el comienzo sobrecogedor de la carta a los Hebreos.
Pagola titula el capítulo 11 de su libro «Creyente fiel». En efecto, centenares de veces habla de Jesús como de un creyente fiel, pues «también él tiene que vivir de la fe» (456). Pero por mucho que investiguemos en las fuentes históricas sobre Jesús no hallamos texto alguno en el que se afirme que Jesús «creía» en Dios. Hallaremos, por el contrario, afirmaciones de que Jesús ve al Padre y da testimonio de lo que ve (Jn 1,18; 3,11; 6,46). Hallaremos, más aún, que Cristo exige fe en su propia persona: «creéis en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Él se aplica incluso las palabras que Dios dice de sí mismo: «Yo soy» (Jn 8,24.28.58), y llega a afirmar: «si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn 10,33). Por eso los judíos, que no eran tontos, entendían bien en qué sentido hablaba de sí mismo Jesús: «tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios» (Jn 10,33).
Pagola, hablando de Jesús, del «creyente fiel», alude con mucha frecuencia a «su profunda experiencia de Dios» (473). Y como advierte al tratar de la condena a muerte del Señor,
«En ningún momento manifiesta pretensión alguna de ser Dios: ni Jesús ni sus seguidores en vida de él utilizaron el título de “Hijo de Dios” para confesar su condición divina» (379). «Para los cristianos, Jesús no es un “dios griego”. Proclamarlo “Hijo de Dios” no es una apoteosis como la que se cultiva en torno a la figura del emperador. Es intuir y confesar el misterio de Dios encarnado en este hombre entregado a la muerte solo por amor» (460).
El libro de Pagola tiene 542 páginas. Y es cierto que en algunas dice que «Jesús es la encarnación de Dios», el «hombre en el que Dios se ha encarnado» (7). También dice que
«Jesús es verdadero hombre; en él ha aparecido lo que es realmente ser humano: solidario, compasivo, liberador, servidor de los últimos, buscador del reino de Dios y su justicia... Es verdadero Dios; en él se hace presente el verdadero Dios, el Dios de las víctimas y los crucificados, el Dios Amor, el Dios que solo busca la vida y la dicha plena para todos sus hijos e hijas, empezando siempre por los crucificados» (460).
Pero son tantas las páginas en las que niega Pagola los fundamentos bíblicos e históricos en los que se apoya la enseñanza de la Iglesia sobre la divinidad de Jesucristo, que esas pocas frases no logran hacernos creer que su presentación de Jesús sea conforme con la genuina fe católica. Cualquier lector medianamente espabilado sabe apreciar «la intención redaccional» de los autores sagrados; y de los no sagrados también. Y sabe distinguir lo que dice un autor y lo que quiere decir.
Pagola, en cuanto a la divinidad de Jesucristo, a lo largo de todo su extenso libro, nos lo muestra como «buscador de Dios», como «creyente fiel», «sin pretensión alguna de ser Dios», es decir, lo representa de una forma que puede ser aceptada por los arrianos (s.IV), por los nestorianos (s.V) o por los adopcionistas (s.IX), pero no por los católicos.
No, el Jesús de Pagola no es el de la fe católica:
-un solo Señor Jesucristo,
-unigénito del Padre, nacido antes de todos los siglos,
-unigénito de la siempre Virgen María, nacido por obra del Espíritu Santo.
Milagros
Jesús hizo durante su ministerio público muchos milagros (Mc 6,556; Mt 14,35-36). Sus mismos enemigos lo reconocen: «¿qué hacemos con este hombre, que hace muchos milagros?» (Jn 11,47). Hizo muchos más milagros, por supuesto, que los que quedan concretamente referidos en los Evangelios (Jn 20,30). Sin embargo, cuando Pagola se aproxima históricamente a Jesús, descubre que
«Jesús solo realizó un puñado de curaciones y exorcismos» (175).
Los exorcismos no consistían propiamente en expulsar demonios de los hombres:
«...practicó exorcismos liberando de su mal a personas consideradas en aquella cultura como poseídas por espíritus malignos» (474). «En general, los exegetas tienden a ver en la “posesión diabólica” una enfermedad» (169), aunque los campesinos de Galilea no lo entendían así. «Probablemente es más acertado ver en el fenómeno de la posesión una compleja estrategia utilizada de manera enfermiza por personas oprimidas para defenderse de una situación insoportable» (170).
En cuanto a la sanación de los enfermos, Pagola no usa nunca el término «milagro», y la explica así:
«Lo decisivo es el encuentro con el curador. La terapia que Jesús pone en marcha es su propia persona: su amor apasionado a la vida, su acogida entrañable a cada enfermo o enferma, su fuerza para regenerar a la persona desde sus raíces, su capacidad para contagiar su fe en la bondad de Dios. Su poder para despertar energías desconocidas en el ser humano creaba las condiciones que hacían posible la recuperación de la salud» (165).
Resulta sumamente difícil esperar que esa terapia de Jesús pudiera ser eficaz para dar la vista a un ciego de nacimiento, para sanar a distancia al siervo del Centurión, o para resucitar a Lázaro, un muerto de cuatro días, que ya olía mal.
Pagola, por otra parte, no se molesta en referir los milagros de Jesús sobre la naturaleza –multiplicar los panes, calmar la tempestad, la pesca sobreabundante, etc.–. Piensa, al parecer, que ya el propio lector, sin su asesoría, se dará perfecta cuenta de que se trata de ficciones literarias que expresan una teología primitiva.
Última cena
La última Cena de Jesús con sus apóstoles no fue, según Pagola, la celebración de una Pascua renovada, ni la inauguración de una Alianza Nueva, sellada con su sangre, ni un sacrificio expiatorio para la remisión de los pecados del mundo, ni la institución de un acto litúrgico que, como la Pascua judía, había de ser actualizado siempre, en memoria suya, hasta su segunda venida al final de los tiempos.
«Lo que hace es organizar una cena especial de despedida con sus amigos y amigas más cercanos». «Al parecer, no se trata de una cena pascual» (363). «Probablemente no es una cena de Pascua». Lo que sí hay que reconocer es que «Jesús vivía las comidas y cenas que hacía en Galilea como símbolo y anticipación del banquete final en el reino de Dios» (364).
Entonces, ¿qué sentido tienen hoy para Pagola las misas que se celebran en millares de comunidades cristianas? Puesto que no podemos pensar que la misa sea y signifique algo mayor que la última Cena, habremos de entender que se celebra en la misa una cena de amigos, unidos todos por el amor a Jesús, en anticipación figurativa del banquete del reino de los cielos.
Queda, pues, Pagola muy lejos de la fe católica en la Eucaristía, en el sacerdocio ministerial, en la Liturgia.
Muerte
Pagola, como ya vimos, no quiere que Jesús enfrente su próxima muerte con un dominio sobrehumano, anunciándola varias veces a sus discípulos; más aún, afirmando: «nadie me quita la vida; soy yo quien la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla» (Jn 10,17-18). Es éste un lenguaje demasiado divino, que por tanto es forzosamente falso, es pura creación literaria del evangelista. El Jesús que Pagola describe ante su próxima muerte es muy distinto, lleno de perplejidades y angustias:
«Era inevitable que, en su conciencia, se despertaran no pocas preguntas: ¿cómo podía Dios llamarlo a proclamar la llegada decisiva de su reinado, para dejar luego que esta misión acabara en un fracaso? ¿Es que Dios se podía contradecir? ¿Era posible conciliar su muerte con su misión?» (349). «Al parecer, Jesús no elaboró ninguna teoría sobre su muerte, no hizo teología sobre su crucifixión [...] Jesús no interpretó su muerte desde una perspectiva sacrificial. No la entendió como un sacrificio de expiación ofrecido al Padre. No era su lenguaje» (350). Son los primeros cristianos los que, para explicar la cruz, se la representan como «sacrificio de expiación», como una «alianza nueva», establecida en el «siervo sufriente» (442).
Podríamos traer tantos discursos y parábolas de Jesús que contradicen lo que Pagola afirma –los anuncios de su pasión, el heredero de la Viña, muerto por los viñadores infieles, el Pastor bueno que da su vida por las ovejas, etc.–, pero comienza a apoderarse de nosotros el cansancio. Y el aburrimiento.
Pagola, en todo caso, sigue implacable:
La muerte de Cristo no es voluntad providente del Padre ni de Cristo (440-441). «Las noticias de Marcos y de Juan, que presentan a los fariseos buscando la muerte de Jesús, no son creíbles históricamente» (338). «En realidad, todo hace pensar que esta comparecencia de Jesús ante el Sanedrín nunca tuvo lugar» (377). «¿Hubo realmente un proceso ante el prefecto romano?» Parece que hay que «sospechar que nos encontramos ante una composición cristiana y no ante una información histórica» (384). En cuanto a la comparecencia de Jesús ante Caifás y ante el pretorio, que se burla de él, hay que decir que «probablemente, tal como están descritas, ninguna de estas dos escenas goza de rigor histórico» (393). En fin, «Aunque se ha dicho con frecuencia que la presencia [junto a la Cruz] de estas mujeres [María, su madre, y otras mujeres] ha podido reconfortar a Jesús, el hecho es poco probable» (404). Tampoco son históricos los diálogos del Crucificado con su Madre, con San Juan o con los dos malhechores (405).
Según Pagola, prácticamente nada es histórico en el ciclo evangélico de la pasión. Los tres evangelios sinópticos y el de San Juan describen los juicios que sufre Cristo, y afirman expresamente (Mc 14,64 y Mt 26,65) que el Sanedrín condena a Jesús a muerte «por blasfemo». Pero, por lo visto, la descripción de estos hechos no es histórica, ya que no es conforme con la ideología de Pagola:
«Estamos ante una escena que difícilmente puede ser histórica. Jesús no es condenado por nada de esto. En ningún momento manifiesta pretensión alguna de ser Dios» (379).
Pagola nos descubre –es decir, inventa– las verdaderas causas de la condenación a muerte de Jesús. Sabemos que en una ocasión entró Jesús en el Templo y expulsó violentamente a los vendedores. Tenemos de esta escena varias versiones (Mc 11,15-19; Lc 19,45-46 y Jn 2,13-22). Y San Juan la sitúa a los comienzos del ministerio público de Jesús. Lo mismo hacen autores modernos de Sinopsis de los cuatro evangelios (Leal, Benoit, Boismard). Pagola, sin embargo, que de ningún modo quiere ver a Jesús condenado por blasfemo, sino por revolucionario enfrentado con el régimen sacerdotal del Templo, sitúa la escena después de la entrada final de Cristo en Jerusalén, montado en un asno. Traslada la escena del comienzo de la vida pública de Jesús (cortar y pegar) al final de la misma. Hecho lo cual, sin fundamento histórico alguno, concluye:
«De hecho, esta intervención en el templo es lo que desencadena su detención y rápida ejecución» (358).
La muerte de Jesús, finalmente, se produce –así lo permitió Dios– en una gran angustia:
«Tú lo puedes todo. Yo no quiero morir. Pero estoy dispuesto a lo que tú quieras [...] Quiero vivir» (401-402). Pagola añade en nota: «Esta imagen de un Jesús turbado y angustiado, caído en tierra para implorar a Dios que lo libere de su destino, contrasta fuertemente con la muerte de Sócrates descrita por Platón. Obligado a tomar veneno, Sócrates acepta su muerte sin lágrimas ni súplicas patéticas, con la certeza de dirigirse al mundo de la verdad, de la belleza y la bondad perfectas» (401).
Resurrección
La Iglesia católica enseña en su Catecismo que «el misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas, como lo atestigua el Nuevo Testamento» (639). Se refiere concretamente al «sepulcro vacío» (640) y a «las apariciones del Resucitado» (641-644). Pero Pagola no cree ni en lo uno ni en las otras.
–En cuanto al sepulcro vacío, Pagola estima que
...«se trata de un relato tardío [...] No es fácil saber si las cosas sucedieron tal como se describen en los
evangelios» (429)... «Para muchos investigadores, tampoco queda del todo claro si las mujeres encontraron vacío el sepulcro de Jesús» (431). «Más que información histórica, lo que encontramos en estos relatos es predicación de los primeros cristianos sobre la resurrección de Jesús [...] Todo hace pensar que no fue un sepulcro vacío lo que generó la fe en Cristo resucitado, sino el “encuentro” que vivieron los seguidores, que lo experimentaron lleno de vida después de su muerte» (432). «Es más fácil pensar que el relato nació en ambientes populares donde se entendía la resurrección corporal de Jesús de manera material y física, como continuidad de su cuerpo terreno» (433). Evidentemente, «Jesús tiene un “cuerpo glorioso”, pero esto no parece implicar necesariamente la revivificación del cuerpo que tenía en el momento de morir [...] Para esta transformación radical no parece que el Creador necesite de la sustancia bioquímica del despojo depositado en el sepulcro» (433).
Dicho en otras palabras: Pagola niega la continuidad entre el cuerpo crucificado y muerto, y el resucitado. No tiene por qué resucitar glorioso «el mismo cuerpo» de Cristo muerto. Nuestra fe en el Resucitado quedaría intacta si un día se descubrieran las restos momificados o corrompidos del cuerpo de Jesús. Afirmaciones éstas que son incompatibles no solo con la convicción de «ambientes populares», mentalmente cortitos, sino con la fe de la Iglesia católica, proclamada en media docena de Símbolos y Concilios, según la cual la salvación de Cristo salva al hombre entero, en su alma y en su propio cuerpo.
Por otra parte, la permanencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro durante «tres días» no es un dato cronológico: simplemente, «significa el “día decisivo”» (414-415). Afirma Pagola –y se supone que se fundamenta en fuentes históricas que nosotros lamentablemente desconocemos en nuestra ignorancia– que en Jesús muerte y resurrección son simultáneas:
«En el mismo momento en que Jesús siente que todo su ser se pierde definitivamente siguiendo el triste destino de todos los humanos, Dios interviene para regalarle su propia vida» (418). «Dios estaba con Jesús. Por eso, al morir, se ha encontrado resucitado en sus brazos» (442).
–En cuanto a las apariciones del Resucitado, ya podemos prever que Pagola las reducirá a meras «experiencias» espirituales:
«No pretenden [los evangelistas] ofrecernos información para que podamos reconstruir los hechos tal como sucedieron, a partir del tercer día después de la crucifixión. Son “catequesis” deliciosas que evocan las primeras experiencias para ahondar más en la fe en Cristo resucitado», etc (417, en nota). Más aún, «los relatos evangélicos sobre las “apariciones” pueden crear en nosotros cierta confusión. Según los evangelistas, Jesús puede ser visto y tocado, puede comer, subir al cielo hasta quedar ocultado por una nube» (417).
Todo lo cual es impensable. No olvidemos que, ya desde 1793, cuando el señor don Manuel Kant escribió La Religión dentro de los límites de la sola razón, una persona culta, por muy creyente que sea, no debe permitirse creer en tales paparruchas. No hay, pues, propiamente apariciones del Resucitado, sino que más bien ha de hablarse de «primeras experiencias» que los cristianos tienen de Jesús después de su muerte, por las que lo captan como viviente. Por otra parte,
«el esquema de Lucas limitando las manifestaciones del resucitado a cuarenta días es meramente convencional» (420, nota). «En algún momento caen en la cuenta de que Dios les está revelando al crucificado lleno de vida» (423). «Hemos de aprender a leer correctamente estos textos viendo en esas escenas tan gráficas no descripciones concretas sobre lo ocurrido, sino procedimientos narrativos que tratan de evocar, de alguna manera, la experiencia de Cristo resucitado» (425, nota).
Por tanto, los encuentros y diálogos de Cristo con los de Emaús, con María Magdalena, con los Doce, en diversas ocasiones, son siempre composiciones literarias y catequéticas, compuestas por quienes «llevan ya cuarenta o cincuenta años viviendo de la fe en Cristo resucitado» (424). No proporcionan, pues, datos válidos para fundamentar una «aproximación histórica» a Jesús. Niega, pues, Pagola todo lo que afirma acerca de las apariciones el Catecismo de la Iglesia Católica (641-644).
Por último –por último, ya que Pagola ignora Pentecostés–,
«Lucas es el único evangelista que narra la “ascensión” de Jesús al cielo [...] La “ascensión” es una composición literaria imaginada por Lucas con una intención teológica muy clara» (428-429, nota).
En conclusión
El Jesús de Pagola, mucho más allá que una mera «aproximación histórica» a la verdadera figura de Jesús, es una teología encubierta sobre Cristo, la Iglesia, la Virgen, la Eucaristía, la conversión, el sacerdocio, las normas morales, etc., en la que se rehuye cautelosamente un enfrentamiento claro con la doctrina de la Iglesia católica, pero en la que se suprimen los fundamentos bíblicos e históricos de esa doctrina de la fe, y se da una doctrina distinta en muchas cuestiones.
Es, por tanto, en realidad una presentación de la ideología de Pagola sobre nuestro Señor Jesucristo, sobre la Iglesia y el cristianismo. Esta reflexión subjetiva se fundamenta, según el libre examen, en análisis arbitrarios y selectivos de una parte extremadamente reducida de los Evangelios, pues éste es considerado no histórico en su gran mayor parte. Pagola intenta una aproximación histórica a Jesús, prescindiendo en ella por sistema de todo lo que el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, la Tradición y el Magisterio apostólico han enseñado sobre Jesús hasta hoy.
Se queda, pues, Pagola solamente con los Evangelios. Pero, como he dicho, ni siquiera con eso, ya que elimina de ellos todo lo relativo a la infancia de Jesús, todos los más poderosos milagros realizados en su vida (tempestad calmada, multiplicación de los panes, ciego de nacimiento, resurrección de muertos), los momentos más divinos, como la transfiguración en el monte, o las palabras igualmente más divinas, «anterior a Abraham», «Yo soy», «creed en mí». Niega también la historicidad de casi todos los detalles del ciclo evangélico de la pasión, la cena, los juicios sucesivos ante las autoridades civiles y religiosas, la causa real de su condena, las siete palabras en la cruz. Niega igualmente el sepulcro vacío, las «apariciones», y por supuesto la Ascensión y Pentecostés. Hay que reconocer, por tanto, que la aproximación de Pagola a la verdad histórica de Jesús se apoya –es difícil decirlo– ¿en un diez, en un cinco por ciento de los Evangelios? Nada más.
El libro de Pagola sobre Jesús hace presentes, con un lenguaje muy elocuente, pedagógico y persuasivo, errores ya muy antiguos. Su libro nos permite comprobar hoy que el racionalismo crítico del protestantismo liberal de mediados del siglo XIX, pasó en buena medida al campo católico con los autores del modernismo (cf. Beato Pío IX, 1864, Syllabus; San Pío X, 1907, decreto Lamentabili; 1907, encíclica Pascendi), y persiste actualmente, muy semejante, en el progresismo exegético y teológico. Unos y otros comienzan por no creer en la Iglesia católica. Orientan normalmente la cristología por los caminos del arrianismo o escuelas posteriores similares. Y en la moral suelen seguir tendencias luteranas –salvación sin conversión, por la pura fe fiducial puesta en Cristo–, aunque a veces –todo es posible cuando se deja a un lado la ortodoxia católica–, inciden, por el contrario, en posiciones pelagianas o semipelagianas: el hombre no se salva por la fe en Cristo, sino por las buenas obras con los necesitados.
Una última observación. El libro Jesús. Aproximación histórica de Pagola, a los dos meses y medio de su publicación en la editorial PPC, perteneciente al grupo SM, ha vendido ya unos 20.000 ejemplares, y al parecer se prevé su traducción a varios idiomas. Tal éxito, aunque no alcanza al del Código da Vinci, es en todo caso extraordinario. El daño que este libro puede hacer se ve muy limitado por su gran volumen: son muy pocas las personas que hoy leen un libro de 542 páginas. Pues bien, la peligrosidad mayor de las doctrinas de Pagola está en sus frecuentes artículos en diarios y revistas, en varias páginas de internet, en conferencias. Por esta vía principalmente es como llega a difundir sus errores a muchísimas personas, que nunca leerán su libro Jesús, aunque quizá lo tengan. Éste es un dato que debe ser considerado.
A Dios nuestro Señor y a todos nuestros Obispos, «que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y apostólica», les pedimos que libren al pueblo cristiano de las tinieblas del error y que lo guarden en el esplendor de la verdad católica.
"De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"
Lo de que el tema sea llevado al "Purgatorio" es para que no haya ojos inadecuados que puedan dejarse influenciar errónea y negativamente por la referencia a la cuestión y, no digamos, "dar pistas a los enemigos". Hay muchos de unos y otros que leen sin registrarse.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
Estimado Reke Ride:
Espero no tomes a mal esta recomendación fraterna, pero lo mejor que puedes hacer con el libro de José Antonio Pagola es arrojarlo al cesto de basura.
Sus apreciaciones provienen de los antiguos gnósticos; de la que también se hicieron eco los judíos y protestantes y más recientemente los seudo peritos o expertos devenidos en teólogos que con una supuesta erudición; que no es otra cosa que un plagio, insisten en repetir falsedades que ya están rebatidas y acreditadas con toda precisión.
Me extraña que te fíes de Maier. Notorio apellido judío que es otro de los que pretende aparecer entre los mamarrachescos neognósticos.
Por otra parte el libro tiene otros errores descomunales. El que haya sido autorizado por la Comisión Pontificia demuestra el porque andamos como andamos. En cuanto a la editorial San Pablo aquí en la Argentina no hace más que editar autores heterodoxos, anti-tradicionalistas o bobalicones.
Un abrazo.
Tarde. El libro de Pagola se ha vendido y recomendado en todas las librerías católicas de este país, y según me han comentado, es el libro más regalado de estas Navidades en los conventos de España.
Prefiero que esto quede a la vista del público, y que más gente como Reke que no conocían el libro puedan ver lo que se esconde. De lo contrario en Google no van a encontrar más que alabanzas.
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
Por supuesto que no me lo tomo a mal pienso también que es una bazofia (aunque estaba bien escrito por lo poco que he hojeado)...ahora viene la labor de convencer a su dueña, de que lo tire a la basura o de que le devuelvan el dinero...pero me costará un poquito, porque aunque gracias a Dios es muy católica y devota, cuando le echo alguna reprimenda relacionada con cosas parecidas (modernismo, "cosillas" postconciliares, etc...) que no me gustan, siempre me dice "es que eres muy cerrado y muy radical, bla, bla, bla"
Un abrazo
PD. Lamento tener que contaros detalles íntimos de mi vida...pero creo que de mi círculo de amigos, familiares, etc...estoy sólo en esa forma de pensar tan "cerrada".
Última edición por Reke_Ride; 23/02/2009 a las 19:55
"De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"
Yo tampoco conocía el libelo, pero a este hereje, dicho en el más estricto de los sentidos del término, no se le puede llamar católico. Además de condenar su panfleto aquí, habría que buscar el modo de que esas librerías se enteren de lo que venden. Otro "signo" más de los tiempos.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
¿Y la iglesia lo ha autorizado?
Jo!!como estamos,esto va de mal en peor.
¡Por España Siempre!
Excelente desición de Donoso: esto debe quedar a la vista, pues cuando entren en google a ver acerca de este escritor y sus libros, necesariamente se encontrarán con estas opiniones y esclarecimientos.
Muy bien Donoso. No había pensado en ello. Lo que es manejar la tecnología y la informática para el bien!!!.
Si este tema es de religión , ¿qué pinta en este foro de LITERATURA?
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
"gracias a Dios es muy católica y devota, cuando le echo alguna reprimenda relacionada con cosas parecidas (modernismo, "cosillas" postconciliares, etc...) que no me gustan, siempre me dice "es que eres muy cerrado y muy radical, bla, bla, bla". Reke Ride dixit.
Eso es lo malo del catolicismo, hermano y amigo Reke. Si fueras musulmán la agarras de los pelos, te la llevas al patio, y le haces "entender, aprender y asumir" tus ideas al modo islámico. Un par de azotes dados a tiempo alientan a la buena catequésis musulmana.
Fijate nomás el atrevimiento de la parienta, contestarte mirándote a los ojos!!.
No ha hecho falta, le he comido tanto la cabeza, que hace 7 días que no lo toca. Me dijo "me has quitado las ganas de leerlo" (a regañadientes, porque su amiga le dijo que era una pasada....pero lo he conseguido, después de lo que le he contado del libro, no lo volverá a tocar jamás. A mi manera, he semievangelizado a alguien)
"De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"
Bueno. Ahora solo faltaría recuperar esos euros mal gastado, y saldada la cuestión.
Por cierto: si no te quieren devolver el dinero, diles que les va a mandar al hombre ese que agarró a porrazos el bar etarra, y que así les va a quedar la librería.
Un fin de semana igual me acerco y le digo al encargado/a, que son una pandilla de herejes...cuando la tienda esté concurrida. Se les quedará este careto:
"De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"
La respuesta de Pagola a las críticasEn los primeros días de enero de 2008 en la página web de la diócesis de Tarazona han hecho su aparición diversos textos comentando y juzgando mi libro «Jesús. Aproximación histórica», PPC, Madrid 2007. Se trata en concreto de una Carta de Monseñor Demetrio Fernández que lleva como título: «El libro de Pagola hará daño»; una breve nota de Luis J. Argüello, Vicario de la ciudad de Valladolid, titulada «A propósito del Jesús de Pagola»; un escrito de José Rico Pavés, director del Secretariado de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe (CEE) con el título, «Un Jesús irreconocible»; una recensión del teólogo José María Iraburu que titula «Pagola. Aproximación histórica» y un extenso trabajo del teólogo José Antonio Sayés, «Jesús, aproximación histórica» de José Antonio Pagola, que había aparecido ya en un espacio de Internet en noviembre de 2007.
LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES
José Antonio Pagola
Aunque se trata de cinco textos firmados por autores diferentes, en realidad en todos ellos resuena una voz análoga y han sido presentados por la diócesis de Tarazona formando un bloque. No sólo el enfoque y el tratamiento de las diversas cuestiones es prácticamente idéntico, sino que se utilizan en diversas ocasiones las mismas expresiones y frases de manera casi literal. El obispo de Tarazona los presenta como un conjunto de textos con cuyo contenido se identifica, lo aprueba y lo recomienda a sus fieles.
Este hecho permite estudiar de manera conjunta su posición, perfectamente definida dentro del pluralismo teológico actual, considerando, al menos, las cuestiones más importantes y decisivas. Este es mi propósito en este escrito. Lo importante para mí no es defender mi libro. Al fin y al cabo, es un hecho menor e insignificante en la historia de nuestra Iglesia. Lo que busco es que no seamos los teólogos ni la jerarquía los que cerremos a la gente sencilla las puertas para un encuentro vital y renovador con Jesús y con su Evangelio. No quiero juzgar a los autores de estos escritos ni a quienes se afanan por difundirlos. Quiero escuchar en estos momentos la llamada firme de Jesús a sus seguidores: «No juzguéis a nadie… No condenéis a nadie. Perdonad» (Lucas 6, 37 – 38). Me limitaré a constatar algunos hechos y a plantear algunas preguntas. En cualquier caso, mi disposición ahora y en el futuro va a ser la de estar dispuesto a mejorar mi libro teniendo en cuenta las críticas y sugerencias que se me puedan hacer. Sólo quiero ayudar a la gente a conocer, amar y seguir más fielmente a Jesucristo.
1. PUNTO DE PARTIDA
Me parece importante constatar tres hechos que nos permitan aproximarnos al punto de arranque y a la orientación de estos estudios.
Omisión de la verdadera intención Pagola
· Comienza J. A. Sayés su trabajo de esta manera: «Decía J. A. Pagola en una entrevista concedida al Diario Vasco (16-10-07) que a él le interesa Jesús porque es el hombre compasivo, que se acerca a los últimos, que busca la dignidad de la mujer». «Los rasgos más importantes de su perfil retratan a un hombre compasivo, un defensor de los últimos, que se interesó sobre todo por la salud de la gente y que, frente a una visión legalista introduce la compasión como principio de actuación. Ésta es la búsqueda que hace Pagola de Jesús».
· Lo que dice Pagola. En realidad, las palabras de Sayés son una utilización de lo que yo respondo al entrevistador cuando me hace la tercera pregunta: «¿Cómo era Jesús?». Sayés oculta a sus lectores lo que yo respondo al entrevistador cuando me hace la primera pregunta precisamente sobre qué es lo que me ha impulsado a escribir el libro. Esto es lo que respondo literalmente: «Lo hice por una exigencia de mi fe en un Dios encarnado. Me interesa el hombre en el que Dios se ha encarnado, cómo es, a quiénes se acerca, qué critica, cómo trata a la mujer, cómo desenmascara una determinada religión. Es la única forma que tengo de conocer a Dios. Si Jesús es un hombre compasivo, que se acerca a los últimos, que busca la dignidad de la mujer, estoy descubriendo lo que es el Dios encarnado. Me sorprende que haya entre algunos cristianos un deseo muy grande de afirmar la divinidad de Jesús y que luego no se preocupen en absoluto de cómo se ha encarnado».
· Preguntas: ¿Por qué omite Sayés a sus lectores mi verdadera motivación? ¿Es ése el camino más adecuado para ayudarles a comprender mi libro? ¿Puede ser éste el mejor punto de partida para intentar un análisis objetivo de mi libro?
Ausencia de la benevolencia inicial pedida por el Papa
· En el prólogo de su obra teológica (no magisterial) «Jesús de Nazaret», J. Ratzinger pide con una humildad admirable «a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible» (p.20). Esta recomendación del Papa no se respeta en estos escritos. Iraburu dice: «Tengamos claro desde el principio que Pagola, a través de esta aproximación histórica a Jesús, difunde innumerables doctrinas de teología dogmática y moral, que ha fundamentado en el libre examen de las Escrituras y que son inconciliables con la fe católica. Lo iremos comprobando». Argüello dice: «se debe prescindir de la fe para reconstruir la figura histórica de Jesús, viene a decirnos el autor, que manifiesta querer escribir desde la Iglesia católica». (Evidentemente nunca digo yo que, para aproximarnos a la figura histórica de Jesús, se deba prescindir de la fe). Más tarde añade que «el Jesús de Pagola está lleno de prejuicios modernos, sociales y eclesiales». Por su parte, a Monseñor Fernández lo que le preocupa es «alertar de los peligros que pueden acechar» a los lectores y «anima a otros pastores y teólogos, a que examinen con atención este libro… que tanto daño puede hacer a nuestros fieles, sobre todo a los más sencillo».
Es también significativo el lenguaje irónico, empleado por Sayés, precisamente cuando está condenando públicamente lo que él considera graves errores doctrinales de un hermano teólogo: «Por lo demás, la explicación de Pagola resulta ridícula»; «si me lo permite Pagola, recurriré a mi Biblia (hace tiempo que pienso que poseo una Biblia diferente)»; «resulta cómico que Pagola…», etc.
· Pregunta: ¿Tiene todo esto algo que ver con esa «benevolencia inicial» sin la cual, según el Papa, no hay comprensión posible?
El juicio a la persona del autor
· La congregación romana para la Doctrina de la Fe suele pronunciarse sobre las proposiciones de un autor, nunca sobre su fe o sus intenciones subjetivas. Así aparece también en la última Notificación sobre las obras de Jon Sobrino: «La Congregación no pretende juzgar las intenciones subjetivas del Autor, pero tiene el deber de llamar la atención acerca de ciertas proposiciones que no están en conformidad con la doctrina de la Iglesia».
· Desgraciadamente, no es esta actitud respetuosa y lúcida de la Congregación Romana la que aparece en estos textos que no diferencian el juicio sobre una proposición determinada y el juicio sobre el autor. Así Sayés afirma que «para Pagola, Jesús no es Dios». Iraburu dice que Pagola «no cree en la Iglesia»; «para Pagola, Jesús es un hombre»; Pagola «inventa» las verdaderas causas de la condenación a muerte de Jesús; todo el libro es «una presentación de la ideología de Pagola sobre nuestro Señor Jesucristo, sobre la Iglesia y el cristianismo» (Iraburu). Es frecuente también ver que se juzgan las supuestas «intenciones subjetivas» de Pagola. Así Rico Pavés afirma que Pagola «se propone solapadamente una revisión integral de la fe»; que Pagola «sabe acudir a expresiones que evocan propuestas fundamentales de la doctrina católica para sugerir solapadamente que carecen de fundamento histórico». Es sencillamente estremecedor sentirse juzgado públicamente así por un teólogo como Iraburu que dice literalmente: «Es cierto que en algunas páginas Pagola dice que «Jesús es la encarnación de Dios», «el hombre en el que Dios se ha encarnado»… Pero son tantas las páginas en las que niega Pagola los fundamentos bíblicos e históricos en los que se apoya la enseñanza de la Iglesia sobre la divinidad de Jesucristo que esas pocas frases no logran hacernos creer que su presentación de Jesús sea conforme con la genuina fe católica. Cualquier lector medianamente espabilado… sabe distinguir lo que dice un autor y lo que quiere decir». De esta manera, ya no es el libro de Pagola el que hará daño como teme el obispo Fernández. Es Pagola el que resulta «dañino». Por eso, Iraburu, sin más pruebas ni argumentos, denuncia que «la peligrosidad mayor de las doctrinas de Pagola está en sus frecuentes artículos en diarios y revistas, en varias páginas de Internet, en conferencias. Por esta vía principalmente es como llega a difundir sus errores a muchísimas personas». Por eso, pide a Dios y a todos los Obispos que «liberen al pueblo cristiano de las tinieblas del error».
· Pregunta: ¿Es éste el lenguaje y la actitud que hemos de promover en la Iglesia para crear comunión y diálogo en el seguimiento fiel a Jesús?
2. LA VERDADERA NATURALEZA DE UN ESTUDIO HISTÓRICO DE JESÚS
¿Cómo se explica que estos autores atribuyan a un libro que, desde su mismo título, aclara que se trata de una «aproximación histórica» a Jesús, todo un conjunto de doctrinas contrarias a la Iglesia e incluso de herejías? A mi parecer, las cosas comienzan a aclararse cuando analizamos en qué consiste la verdadera naturaleza de la investigación histórica sobre Jesús.
Estos autores no distinguen entre «investigación histórica» y «cristología»
Siempre ha buscado la teología católica diferenciar bien el estudio de la dimensión humana de Jesús (jesuología) y el estudio de la fe cristiana en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación (cristología). Pero hemos de agradecer de manera especial las precisiones llevadas a cabo por John. P. Meier, el más eminente investigador católico sobre el Jesús histórico en su obra «Un judío marginal: nueva visión del Jesús histórico». Verbo Divino, Estella (1998-2003), p.47-57. Este esfuerzo clarificador de Meier ha sido aceptado de manera muy positiva por la mayoría de los exégetas católicos (aunque con algunas matizaciones) y su obra ha sido considerada por Benedicto XVI como «modelo de exégesis histórico-crítica en la que se ponen de manifiesto tanto la importancia como los límites de esta disciplina» (Jesús de Nazaret, p. 144). Siguiendo sobre todo a Meier, los investigadores católicos distinguen hoy claramente entre un «estudio histórico sobre Jesús», llevado a cabo según los criterios propuestos por la Pontificia Comisión Bíblica (La interpretación de la Biblia en la Iglesia) en 1993, y la «cristología» que es el tratado de teología dogmática que estudia y expone el contenido de la fe en Jesucristo tal como es confesada por la Iglesia católica.
Esta distinción elemental no es tenida en cuenta por este grupo de autores que exigen de un estudio de «aproximación histórica» a Jesús lo que sólo se ha de pedir a la «cristología». Así, Sayés plantea su estudio de esta manera: «Así pues, seguiremos la búsqueda de Pagola preguntándonos qué piensa de Jesús: ¿es un profeta itinerante que nos habla de Dios como Padre o el Hijo de Dios en persona? Y lo trataremos entrando en los temas decisivos de su teología». Más tarde, en un momento de su estudio, afirma: «lo que tiene que hacer un teólogo no es eliminar los datos de la Escritura y la Tradición. Así no se hace Teología. Lo que tiene que hacer un teólogo es comprender, en la medida de lo posible, el misterio que en ellos se revela». Arrastrados, tal vez, por este error de Sayés, el resto de autores analizan mi libro de investigación histórica como si fuera un tratado de cristología. Así Iraburu llega a decir como conclusión de su trabajo que «Pagola intenta una aproximación histórica a Jesús, prescindiendo en ella por sistema de todo lo que el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, la Tradición y el Magisterio apostólico han enseñado sobre Jesús hasta hoy». Rico Pavés, al iniciar su análisis dice: «Mediante el recurso a la investigación histórica, el autor traza un programa integral de revisión de la enseñanza de la Iglesia sobre Jesús».
Esta confusión, difícil de calificar en un teólogo, lleva a estos autores a consecuencias increíbles. Sólo señalo dos. Por una parte, me atribuyen todas las herejías y errores doctrinales que no son expuestos por mí en mi libro de investigación histórica: negación de la divinidad de Jesús, negación de la Encarnación del Verbo, eliminación de la concepción virginal de Jesús, negación del carácter sobrenatural de los milagros, negación del carácter redentor de la muerte de Jesús… y otras «innumerables doctrinas de teología dogmática y moral… que son inconciliables con la fe católica» (Iraburu). Por otra parte, Monseñor Fernández, llevando su desconocimiento de lo que es un estudio histórico sobre Jesús hasta extremos sorprendentes, me recrimina que en mi libro «hay un silencio total sobre la reflexión que a lo largo de la historia ha realizado la Iglesia, particularmente en los siete concilios ecuménicos de la Iglesia indivisa a lo largo del primer milenio».
Lo que dice Pagola
En mi libro no pretendo, como es natural, exponer una cristología. Trato sencillamente de articular una aproximación histórica a Jesús teniendo en cuenta los criterios emanados de la Pontificia Comisión Bíblica. La interpretación de la Biblia en la Iglesia (PPC. Madrid, abril 2001). Este documento, al presentar los principios del método histórico-crítico, afirma que «es un método crítico que opera con la ayuda de criterios científicos tan objetivos como sea posible en cada uno de sus pasos» (p.36), es decir, no opera con la fe cristiana como instrumento de investigación. Se añade que «es un método analítico que estudia el texto bíblico del mismo modo que todo otro texto de la antigüedad y lo comenta como lenguaje humano» (p.36). Por eso, es muy importante lo que dice el Papa Juan Pablo II en la presentación del Documento: «La exégesis católica no tiene un método de interpretación propio y exclusivo sino que, partiendo de la base histórico-crítica, sin presupuestos filosóficos u otros contrarios a la verdad de nuestra fe, aprovecha todos los métodos actuales, buscando en cada uno de ellos la semilla del Verbo» (p.16).
Esto explica que nadie haya condenado o atribuido a importantes investigadores católicos de Jesús errores doctrinales o herejías. Voy a poner cuatro ejemplos de investigadores católicos eminentes cuyas obras se pueden leer en su traducción española y que, junto a otros muchos, me han servido de referente en mi trabajo: Meier J.P., Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Estella, Verbo Divino, 2001-2003. Este autor, profesor de Nuevo Testamento en la Universidad Católica de Washington ha sido presidente de la Asociación Bíblica Católica norteamericana y es el investigador católico más elogiado por el Papa Benedicto XVI. 2) Gnilka Joachim, Jesús de Nazaret. Mensaje e historia. Barcelona, Herder, 1993. Este biblista de fama internacional, es profesor de exégesis del Nuevo Testamento en la Universidad Católica de Munich. El Papa considera su obra como una de «las más importantes y recientes» sobre Jesús. 3) Schlosser Jacques, Jesús el profeta de Galilea. Salamanca, Sígueme, 2005. Es profesor en la Universidad Católica de Estrasburgo y uno de los más renombrados especialistas en Jesús y en Nuevo Testamento. 4) Barbaglio Giuseppe. Jesús hebreo de Galilea. Investigación histórica. Salamanca, Secretariado Trinitario, 2003. Recientemente fallecido, ha sido un eminente especialista italiano, autor de una producción bíblica de gran calidad.
Ninguno de estos autores estudia la divinidad de Jesús, la encarnación del Verbo, el carácter sobrenatural de los milagros, el valor salvífico de la muerte de Cristo, la teología sacramental de la eucaristía… y, sin embargo, a nadie se le ha ocurrido condenarlos. Para que los lectores españoles conozcan la naturaleza de la investigación de estos exégetas católicos eminentes, no sólo no condenados por Roma sino elogiados por el Papa, me permito citarlos sobre algunas cuestiones:
· Sobre la concepción virginal de Jesús: «Por sí sola, la investigación histórico-crítica carece simplemente de las fuentes y los medios necesarios para llegar a una conclusión definitiva sobre la historicidad de la concepción virginal como la narran Mateo y Lucas. La aceptación o el rechazo de la doctrina estarán condicionados por las ideas filosóficas y teológicas de que se parta, así como por el peso que se conceda a la enseñanza de la Iglesia» (John P. Meier, o.c., I, 236). «Decir que Jesús fue o no concebido de manera virginal es algo que está fuera del campo de la investigación histórica» (Barbaglio, o.c., 126).
· Sobre el carácter sobrenatural de los milagros. «¿Actuó Dios directamente en el ministerio de Jesús para que se produjeran los milagros? No digo que esta pregunta sea ilícita sino, simplemente, que está más allá del campo específico del historiador o del exegeta» (Meier, II/2, p.605). «De los testimonios analizados no se deduce que el sanador de Nazaret, a diferencia una vez más de Elías, haya intentado legitimarse de este modo como profeta o enviado divino» (Barbaglio, o.c., p.247). «La autoridad de la misión de Jesús, en su carácter singularísimo y único, no es deducible históricamente» (Gnilka, o.c., 322).
Preguntas
¿Cómo se ha de explicar un error tan grave en el análisis y la condena de mi libro por parte de este grupo de autores? ¿Se debe a que, según me dicen, ninguno de ellos es exegeta ni biblista? ¿Se debe a un planteamiento precipitado?
Pero, entonces, ¿cómo se explica una condena pública tan rotunda, unánime y segura, sin escuchar al autor y sin debatirlo entre teólogos? ¿No resulta particularmente insólita la intervención de un obispo? ¿Es pastoralmente adecuado que el obispo de una Iglesia diocesana prescinda de la Conferencia episcopal y del obispo del autor, para, después de una lectura individual, condenar públicamente un libro, a tres meses de su aparición, afirmando que «no se atiene a la fe de la Iglesia» y que asoma sobre él «la tentación arriana»? ¿Es éste el camino mejor para orientar evangélicamente a los creyentes?
3. OLVIDO DE LA ENSEÑANZA DE LA PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA DE ROMA SOBRE EL METODO HISTÓRICO – CRÍTICO
Tal vez, lo que más sorprende en la crítica de estos autores es que, para analizar mi libro, no acuden en ningún momento a los principios y criterios emanados de Roma precisamente para orientar a los exégetas católicos en su investigación.
Estos autores no tienen en cuenta la enseñanza de la Pontificia Comisión Bíblica
Al no tener en cuenta el carácter histórico-crítico de mi libro, estos autores lo analizan ignorando los criterios de la P.C.B. de Roma sobre la exégesis histórica y su valoración. Iraburu adopta incluso una actitud recelosa y peyorativa. Dice así: «Pagola, intenta, pues una "aproximación histórica" a Jesús, a veinte siglos de distancia, empleando únicamente el método histórico-crítico, con otros métodos complementarios – el acercamiento sociológico, la antropología cultural, algunas claves de la teología de la liberación y del feminismo». No sé si se da cuenta de que lo que él llama «métodos complementarios», son precisamente algunos de los que la P.C.B. ofrece y valora para que los exégetas católicos los utilicemos de forma correcta: Método histórico-crítico (p.33-39); El acercamiento sociológico (p.55-57); Acercamiento por la antropología cultural (57 – 58); Acercamiento liberacionista (61-64); Acercamiento feminista (61-66).
Por otra parte, tampoco indican ninguna obra de investigación histórica de Jesús, llevada a cabo por autores católicos y que pueda ser presentada como aplicación correcta de los principios de la P.C.B., en contraposición a mi libro. No entiendo muy bien por qué estos autores condenan mi trabajo y no hacen lo mismo con las obras de John P. Meier, J. Gnilka, J. Schlosser, G. Barbaglio. ¿Es que mi libro se distancia de estos trabajos olvidando la enseñanza de Roma?
Por último, he de decir que no encuentro en estos autores la valoración enormemente positiva y agradecida que Benedicto XVI hace del método histórico-crítico para acercarnos a la figura de Jesús. Las palabras del Papa son éstas: «El método histórico… es y sigue siendo una dimensión del trabajo exegético a la que no se puede renunciar» (p.11). «La historia de lo fáctico forma parte esencial de la fe cristiana, ésta debe afrontar el método histórico. La misma fe lo exige» (p.11). Por último, hablando de su libro dice: «Este libro no está escrito en contra de la exégesis moderna, sino con sumo agradecimiento por lo mucho que nos ha aportado y nos aporta. Nos ha proporcionado una gran cantidad de material y conocimientos a través de los cuáles la figura de Jesús se nos puede hacer presente con una vivacidad y profundidad que hace unas décadas no podíamos ni siquiera imaginar» (p.19-20).
Naturalmente, el Papa como buen teólogo dice que el método histórico-crítico es «indispensable», pero tiene sus límites. La fe cristiana «no puede surgir del mero método histórico». Por eso, J. Ratzinger explica humildemente su trabajo, nada fácil pero sin duda necesario, con estas palabras: «Yo sólo he intentado, más allá de la interpretación meramente histórico-crítica, aplicar nuevos criterios metodológicos que nos permiten hacer una interpretación propiamente teológica de la Biblia, que exigen la fe, sin por ello querer ni poder en modo alguno renunciar a la seriedad histórica» (p.20).
Confundir una «investigación histórico-crítica» con una «cristología» y no tener en cuenta los principios y criterios de la P.C.B., puede tener graves consecuencias de orden pastoral que los teólogos deberíamos evitar. Es lo que, a mi juicio, puede suceder con la carta de Monseñor Fernández. Escribe porque considera que «muchos de los lectores no tendrán elementos de juicio» para leer correctamente mi libro. Pero en su carta no ofrece a sus fieles ningún «elemento de juicio» sino que los pone en guardia, alertándolos de los peligros que pueden acechar su fe». Más aún, pienso que los puede confundir, pues los orienta a leer como «cristología» un libro que sólo es una «aproximación histórica» a Jesús, y lo presenta como una obra escrita «según la técnica de la desmitologización promovida por Bultman» Hoy se distingue perfectamente en la teología actual la «exégesis desmitologizadora de Bultmann» de un trabajo de «aproximación histórica» a la dimensión humana de Jesús en el que los cristianos descubrimos y confesamos al Hijo de Dios encarnado.
Lo que dice Pagola
Cuando en el prólogo de mi libro advierto que «escribo este libro desde la Iglesia católica», no lo digo por decir. Por eso, desde el principio me preocupé de estudiar el documento romano de la P.C.B. «La interpretación de la Biblia en la Iglesia» para ajustar mi trabajo a sus directrices. Por la misma razón, pensé que debía ofrecer a mis lectores, en el ANEXO 2, estos criterios generales de interpretación católica, antes incluso que los criterios técnicos de historicidad (ANEXO 5).
Tal vez, hoy añadiría lo que el documento romano dice en el apartado «Exégesis y teología dogmática». Por una parte, «para interpretar la Escritura con exactitud científica y precisión, los teólogos tienen necesidad del trabajo de los exégetas. Por su parte, los exégetas deben orientar sus investigaciones de tal modo que el estudio de la Sagrada Escritura pueda efectivamente ser como «el alma de la teología». A continuación se añade «Los exégetas pueden ayudar a los teólogos a evitar dos extremos: por una parte, el dualismo, que separa completamente una verdad doctrinal de su expresión lingüística, considerada como no importante; y por otra el fundamentalismo, que confundiendo lo humano y lo divino, considera como verdad revelada aún los aspectos de la expresiones humanas».
Creo que la posición de Jose María Rovira Belloso, teólogo avezado y nada sospechoso de frivolidades, es muy clarificadora, cuando presenta mi libro. Habla Rovira Belloso, en primer lugar, de libros sobre Jesús que «han nacido de la necesidad del creyente y teólogo de expresar su fe en Jesús porque, después de leer las fuentes de su vida, surge la convicción de que la mejor interpretación de su figura es la creyente: Jesús, Hijo de Dios». Habla después de libros escritos por autores a «los que les ha movido el deseo de presentar con rigor los elementos históricos fiables que permiten contemplar los elementos "biográficos" de Jesús, quien, por gracia añadida, suele entregar a los que fijan su mirada en él, el secreto de su misterio más divino. Unos y otros van de la historia a la fe, siguiendo al único Jesús, el Cristo, pues una sola es la persona del Jesús histórico y del Cristo de la fe. Tan diversos libros no se perjudican entre sí, pues cada uno llena un ámbito peculiar…, Así, mi elogiosa recomendación del libro de J. Ratzinger no entorpece mi nuevamente elogiosa recomendación del libro de José Antonio Pagola» (Vida Nueva, 3-9 noviembre de 2007. Nº 2587, p.46).
Preguntas
¿Es legítima una investigación histórica sobre Jesús que respeta y se mantiene en sus propios límites o hay que exigirle, además, una explicitación de la fe dogmática, propia de un tratado de cristología? ¿Se puede condenar públicamente una «aproximación histórica» a Jesús sin acudir en absoluto a las directrices de Roma? ¿Desde qué otros criterios? ¿Por qué se condena mi libro y no otras obras de exégetas católicos que circulan entre nosotros? ¿Es esta condena pública, precipitada, teológicamente mal fundamentada, sin notificación alguna a su autor, el mejor camino para hacer verdad en un clima de diálogo y comunión?
4. ¿RUPTURA ENTRE EL JESÚS HISTÓRICO Y EL CRISTO DE LA FE?
Lo que dicen los autores
Dos de estos autores me acusan de forma genérica y contundente de que introduzco en mi obra una ruptura entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Rico Pavés dice: «La gran dificultad que ofrece la aproximación de Pagola estriba en la ruptura señalada entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe». Argüello, por su parte, afirma: «Como ya recoge el título, se trata de una aproximación histórica y para realizarla el autor establece una ruptura entre la investigación histórica y la fe». Esta acusación es posible cuando se le pide al estudio histórico que sobrepase sus límites y llegue a establecer y fundamentar la fe cristiana.
Lo que dice Pagola
En el discurso de estos autores hay algo preocupante. Su manera de reflexionar parece presuponer que la fe cristiana ha brotado directa e inmediatamente de la predicación y la actuación de Jesús, es decir, del Jesús histórico, sin necesidad de recurrir al hecho de la Resurrección y de la experiencia pascual consiguiente. Creo que, en ningún momento de su discurso recuerdan que la resurrección de Cristo es un hecho fundamental y decisivo en el origen de la fe cristiana. Sin embargo, es un grave error cristológico fundamentar la fe cristológica sólo en el Jesús pre-pascual. Me resulta sorprendente ver que Rico Pavés admite que yo afirmo que «Jesús es la encarnación de Dios» o que Jesús es «el hombre en el que Dios se ha encarnado», pero señala que esas afirmaciones aparecen «al exponer lo que los seguidores de Jesús, una vez resucitado, exponen sobre Jesús»?
Efectivamente lo hago así. Y no lo puedo hacer de otra manera. Sólo después de hablar de la resurrección de Jesús y de estudiar la experiencia pascual, expongo la cristología que emerge en los evangelios y también en los títulos cristológicos que se le atribuyen a Jesús en las comunidades cristianas. Ése es el momento. Ése es su sitio. No antes de la resurrección.
En realidad, en su sentido más estricto, un estudio de la historia de Jesús ha de acabar cuando acaba la historia de Jesús: en la ejecución del Calvario el año 30. Por eso, la mayoría de los investigadores de Jesús terminan sus libros con el capítulo de la crucifixión. Así el católico Gnilka, después de estudiar la ejecución de Jesús, termina su investigación con un breve epílogo donde dice sencillamente que «la historia de la resurrección del Crucificado de entre los muertos no pertenece ya a la historia terrena de Jesús de Nazaret» (p.389). Lo mismo hace Schlosser, quien dice así: «el acontecimiento de la resurrección, desde que lo presentan las fuentes como algo totalmente distinto de un retorno a la vida anterior, merece ser llamado metahistórico o transhistórico. Se escapa, por tanto, de las manos del historiador (p.280).
A pesar de todo esto, yo no he querido terminar mi libro en el Calvario. He añadido otros dos capítulos que desbordan la historia terrena de Jesús: el capítulo 14 sobre Jesús resucitado y el capítulo 15 sobre los primeros nombres y título que se le comienza a atribuir a Jesús. Lo hago por razones pedagógicas, para no introducir una ruptura entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, y para invitar a cristianos y no cristianos a adoptar una postura, no simplemente ante el Jesús que vivió en Galilea, sino ante Jesucristo, es decir, ante Jesús tal como fue vivido por sus seguidores después de la experiencia pascual.
Naturalmente, que nadie pretenda encontrar aquí una cristología sistemática. Ni siquiera en estos capítulos abandono la perspectiva histórica. El capítulo 14 no es una teología sobre la resurrección de Jesús, sino una aproximación histórica, para acercarnos a tres cuestiones: 1) qué quieren decir los primeros seguidores cuando empiezan a hablar de la resurrección de Jesús; 2) qué podemos decir históricamente del proceso que los llevó a creer en Jesús resucitado; 3) qué consecuencias fueron extrayendo a partir de la resurrección sobre la persona de Jesús que habían conocido en Galilea. Tampoco el capítulo 15 es una cristología sistemática, sino una brevísima exposición que permita a los lectores conocer algo sobre cómo comenzó a gestarse la fe en Jesucristo partiendo del Jesús que habían conocido en Galilea y del Señor vivo que habían experimentado en la Pascua.
Preguntas
¿Ignoran estos autores que toda la investigación católica afirma lo mismo que J. Ratzinger ha declarado con precisión de teólogo enterado: «la hermenéutica cristológica… presupone una decisión de fe y no puede surgir del mero método histórico-crítico» (p. 15).
¿Por qué me pide Rico Pavés elaborar mi trabajo histórico-crítico sobre Jesús extrayendo ya afirmaciones cristológicas antes de la resurrección? ¿Por qué me pide actuar en contra de la exégesis católica y del pensamiento del Papa?
¿Cómo no se valora mi esfuerzo pedagógico por añadir los capítulos 14 y 15 precisamente para relacionar al Jesús de la historia con el Cristo de la fe?
5. NATURALEZA DIVINA DE JESÚS
Lo que dicen los autores
En sus conclusiones, Sayés hace esta rotunda afirmación. «Para Pagola Jesús no es Dios». Iraburu repite la misma afirmación: «En su aproximación histórica, no alcanza Pagola a discernir en Jesús la divinidad que confiesa la fe católica… Para Pagola es un hombre, muy perfectamente unido a Dios por el amor y la fidelidad, pero un hombre». Monseñor Fernández se expresa así: «La tentación arriana, que ha recorrido la historia del cristianismo reduciendo a Jesucristo a un hombre excepcional, pero que no es Dios consustancial al Padre, asoma en el conjunto de la obra, pero si Jesús no es Dios como su Padre, no podrá divinizarnos y la salvación que nos aporta queda diluida simplemente en un buen ejemplo». Para probar que en mi libro se niega la divinidad de Jesús se añaden otras afirmaciones más concretas. Así, Sayés me recrimina: «Lo que no dice Pagola es que Jesús sea Dios, el Hijo de Dios en un sentido único». Iraburu por su parte, dice: «Ignora, igualmente, Pagola, todos los más altos textos del Nuevo Testamento sobre la majestad divina de Cristo. Ignora por ejemplo el prólogo de San Juan: El Verbo era Dios, Él estaba desde el principio en Dios, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. Hemos visto la gloria del Unigénito del Padre. Dios unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos lo ha dado a conocer».
Lo que dice Pagola
En contra de lo que dicen estos autores, yo afirmo la condición divina de Jesús, pero, naturalmente, sólo lo puedo hacer a la luz de la resurrección de Jesús, tal como lo hicieron los seguidores de Jesús. Lo hago de dos maneras. En el capítulo 14 estudiando brevemente a los evangelistas como testigos de la fe pascual en Jesús, Hijo de Dios, y en el capítulo 15 estudiando la génesis de la cristología que se encierra en los nombres y títulos que comienzan a atribuírsele a Jesús a partir de la resurrección.
· Los evangelios, testigos de la fe en Jesús, Hijo de Dios
Los evangelios que, interpretados críticamente, me han servido para aproximarme históricamente a Jesús, me sirven ahora como testigos de la fe pascual, para captar en ellos la confesión de Jesús, Hijo de Dios, que va emergiendo a partir del Jesús histórico interpretado por sus seguidores a la luz de la experiencia pascual. Indico que los evangelios no han sido escritos «para redactar la biografía de un gran personaje ya muerto, ni para trazar su retrato histórico o psicológico… Lo que quieren es desvelar la presencia salvadora de Dios, que ha resucitado a Jesús, pero que estaba ya actuando en su vida terrena» (p.436).
En concreto, según Marcos, «la persona de Jesús encierra un misterio que la gente no ha podido captar del todo en Galilea. Sólo escuchando una «voz del cielo» hubieran podido descubrir que era el «Hijo querido» de Dios. Ahora, después de la resurrección, es posible ahondar mejor en su misterio… Ahora es posible seguir a Jesús sabiendo que es el Mesías e Hijo de Dios quien va delante de nosotros» (p.436-437).
«Mateo se atreve a decir mucho más… A Jesús se le puede llamar Emmanuel», es decir, «Dios con nosotros». En la resurrección, Dios se ha mostrado tan identificado con Jesús que ahora es posible decir que Jesús es Dios con nosotros; en Jesús, Dios está compartiendo su vida con nosotros; en sus palabras escuchamos la Palabra de Dios, en sus gestos podemos captar su amor salvador (p.437).
Según Lucas, «el pueblo no lo ha podido captar plenamente en Galilea, pero ahora que Jesús vive resucitado por el Espíritu de Dios, Lucas invita a descubrir que ese mismo Espíritu lo ha estado animando siempre. Jesús ha sido concebido virginalmente por la fuerza del Espíritu. Este Espíritu ha trabajado sobre él mientras hacía oración después del bautismo, lo ha conducido en el desierto, lo ha guiado con su fuerza por los caminos de Galilea. Impregnado por ese Espíritu de Dios, ha vivido anunciando a todos los pobres, oprimidos y desgraciados la Buena Noticia de su liberación… Jesús de Nazaret fue un hombre que, ungido con el Espíritu Santo y con poder, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (p. 438).
Juan, por su parte, llega a una profundidad teológica nunca antes expresada con tanta hondura. Según Juan «Jesús no es sólo el gran Profeta de Dios». Es «la Palabra de Dios hecha carne», hecha vida humana. Jesús es Dios hablándonos desde la vida concreta de este hombre. Más aún, en la resurrección, Dios se ha manifestado tan identificado con Jesús que el evangelista se atreve a poner en su boca estas misteriosas palabras. «El Padre y yo somos uno», «el Padre está en mí y yo en el Padre»… Nadie ha visto a Dios, pero Jesús, que es su Hijo y viene del seno del Padre, nos lo ha dado a conocer». «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo»… A la luz de la resurrección todo cobra una profundidad grandiosa que no podían sospechar cuando lo seguían por Galilea. Aquel Jesús al que han visto curar, acoger, perdonar, abrazar y bendecir es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo para que todos encuentren en él la salvación» (p.439).
· Los nombres atribuidos a Jesús
La resurrección les obliga a pensar a los seguidores de Jesús «con quién se han encontrado realmente en Galilea… ¿Qué misterio se encierra en este hombre al que la muerte no ha podido vencer? ¿Cuál es la verdadera identidad de este crucificado al que Dios ha resucitado infundiéndole su propia vida? ¿Cómo lo tienen que llamar? ¿Cómo lo han de anunciar? » (p.450).
A partir de esta observación, estudio brevemente algunos nombres y títulos que se le van atribuyendo a Jesús. Señalaré los dos títulos más importantes para afirmar la divinidad de Jesús.
· A pesar de que Iraburu dice que ignoro el Prólogo de San Juan, lo cierto es que le dedico página y media y digo literalmente: «La Palabra de Dios se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros. Ahora podemos captar la Palabra de Dios hecha carne en este Profeta de Galilea llamado Jesús… Dios ha tomado carne en él. En sus palabras, sus gestos y su vida entera nos estamos encontrando con Dios… Jesús es Dios hablándonos desde la vida frágil y vulnerable de este ser humano» (p.458-459).
· Al hablar del título de Hijo de Dios, digo que es un título muy antiguo. «Prácticamente en todas las comunidades y desde muy pronto Jesús comenzó a ser llamado Hijo de Dios. Era un título arraigado seguramente en el recuerdo que se tenía de Jesús, un hombre al que habían visto vivir en una actitud de obediencia, fidelidad y confianza íntima en un Dios al que llamaba Abba. Y, al mismo tiempo, un título abierto al misterio inefable de Dios, que les permitía relacionar a Jesús con ese Padre que lo ha resucitado infundiéndole su propia vida» (p.459).
Aunque según Sayés, «Pagola no dice que Jesús es el Hijo de Dios en un sentido único», esto es lo que afirmo literalmente: «Jesús no es un "hijo" más de Dios. Es "el Hijo". Lo más querido de Dios. Ha sido el Padre quien lo "ha enviado" al mundo desde su propio seno. Jesús "viene de Dios". Su raíz última está en él. La vinculación de Jesús con Dios no es como la nuestra. Dios es el Padre de Jesús de un modo distinto de cómo es nuestro Padre» (p.459-460).
Buscando pedagógicamente abrir esta primera búsqueda cristiana de nombres que expresen la identidad de Jesús, termino mi estudio del título «Hijo de Dios», preparando el lenguaje que se desarrollará más tarde en los grandes concilios cristológicos, sobre todo en Calcedonia: «Jesús es verdadero hombre: en él ha aparecido lo que es realmente el ser humano: solidario, compasivo, liberador, servidor de los últimos, buscador del reino de Dios y su justicia… Es verdadero Dios: en él se hace presente el verdadero Dios, el Dios de las víctimas y los crucificados, el Dios Amor, el Dios que sólo busca la vida y la dicha plena para todos sus hijos e hijas, empezando siempre por los crucificados» (p.460).
Y para culminar mi esfuerzo de aproximación a Jesús, elaborado en definitiva por un cristiano que cree en la encarnación de Dios, termino con estas palabras: «El esfuerzo por aproximarnos históricamente a Jesús nos invita a creyentes y no creyentes, a poco creyentes o malos creyentes, a acercarnos con fe más viva y concreta al Misterio de Dios encarnado en la fragilidad de Jesús» (p.460).
Preguntas
¿Han leído estos autores estas páginas? Si las han leído, ¿por qué no las recogen? y, si no las han leído, ¿cómo se atreven a juzgar mi libro y atribuirme algo tan grave y doloroso para mí como es la negación de la divinidad de Jesús?
¿Cómo puede decir Iraburu que ignoro el Prólogo de San Juan cuando le dedico página y media? ¿Cómo puede decir Sayés que no afirmo que Jesús es el Hijo de Dios en sentido único si lo afirmo y explico de diversas formas y con detalle?
6. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Lo que dicen estos autores
En sus conclusiones, Sayés, hablando de la Resurrección de Jesús, afirma: «Todo se reduce a una "experiencia" de fe (así interpreta las "apariciones" por las que llegaron los discípulos a creer que Jesús seguía vivo». Iraburu se expresa así: «La Iglesia católica enseña en su Catecismo que «el misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas, como lo atestigua el Nuevo Testamento». Por su parte Rico Pavés dice: «contradice la enseñanza de la Iglesia, negar el "carácter histórico" de la resurrección. Aunque Pagola admite que es un hecho "real", para él no ha dejado su huella en la historia, sino en el corazón de los discípulos…». «Aunque afirma que la resurrección es algo que le pasa a Jesús, se niega la referencia a su cuerpo real y se explica como la convicción de los discípulos de que "Dios lo ha llenado de vida», sin que se explique qué quiere decir con eso».
Sobre mi tratamiento de las apariciones del resucitado, Sayés dice que Pagola «entiende que todo se reduce a una experiencia de fe. Así interpreta las apariciones». Iraburu repite la misma idea: «en cuanto a las apariciones del Resucitado, ya podemos prever que Pagola las reducirá a meras experiencias espirituales».
Lo que dice Pagola
· En el capítulo 14 cuyo título habla de un acontecimiento y no de una experiencia (Resucitado por Dios), afirmo sobre el hecho de la resurrección lo que sigue:
«La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús. Algo que se ha producido en el crucificado, no en la imaginación de sus seguidores. Esta es la convicción de todos. La resurrección es un hecho real, no producto de su fantasía ni resultado de su reflexión. No es tampoco una manera de decir que de nuevo se ha despertado su fe en Jesús. Es cierto que en el corazón de los discípulos ha brotado una fe nueva en Jesús, pero su resurrección es un hecho anterior, que precede a todo lo que sus seguidores han podido vivir después. Es, precisamente, el acontecimiento que los ha arrancado de su desconcierto y frustración, transformando de raíz su adhesión a Jesús» (p.416).
«Para los primeros cristianos, por encima de cualquier otra representación o esquema mental, la resurrección de Jesús es una actuación de Dios que, con su fuerza creadora, lo rescata de la muerte para introducirlo en la plenitud de su propia vida. Así lo repiten una y otra vez las primeras confesiones cristianas y los primeros predicadores. Por decirlo de alguna manera, Dios acoge a Jesús en el interior mismo de la muerte, introduciéndole toda su fuerza creadora» (p.418).
«Esta acción creadora de Dios acogiendo a Jesús en su misterio insondable es un acontecimiento que desborda el entramado de esta vida donde nosotros nos movemos. Se sustrae a cualquier experiencia que podamos tener en este mundo. No lo podemos representar adecuadamente con nada. Por eso, ningún evangelista se ha atrevido a narrar la resurrección de Jesús. Nadie puede ser testigo de esa actuación trascendente de Dios. La resurrección no pertenece ya a este mundo que nosotros podemos observar. Por eso se puede decir que no es propiamente un "hecho histórico", como tantos otros que suceden en el mundo y que podemos constatar y verificar, pero es un "hecho real" que ha sucedido realmente. No sólo eso. Para los que creen en Jesús resucitado es el hecho más real, importante y decisivo que ha ocurrido para la historia humana, pues constituye su fundamento y su verdadera esperanza» (p.418-419).
Sobre las apariciones y el proceso que llevó a los seguidores de Jesús a la fe en Cristo resucitado digo lo siguiente:
«En su proceso confluyen preguntas, reflexiones, acontecimientos inesperados, vivencias de fe especialmente intensas. Todo ha ido contribuyendo a despertar en ellos una fe nueva en Jesús, aunque esta experiencia que viven de su presencia viva después de la muerte no es fruto exclusivo de su reflexión. Ellos la atribuyen a Dios. Sólo él les puede estar revelando algo tan grande e inesperado. Sin su acción, ellos se hubieran perdido en sus preguntas y cavilaciones, sin llegar a ninguna conclusión segura y gozosa sobre el destino de Jesús». (p.420).
«En el corazón mismo de este proceso está Dios inspirando su búsqueda, iluminando sus preguntas, desvaneciendo sus dudas y despertando su fe inicial a horizontes nuevos. Esta es la convicción de los discípulos: Dios está haciendo presente a Jesús resucitado en sus corazones. En algún momento caen en la cuenta de que Dios les está revelando al crucificado lleno de vida. No lo habían podido captar así con anterioridad. Es ahora cuando le están "viendo" realmente en toda su gloria de resucitado» (p.423).
«¿Cómo entienden los discípulos lo que les está ocurriendo? La expresión más antigua es una fórmula acuñada muy pronto y que se repite de manera invariable: Jesús se deja ver» (ofthé). Siguiendo la posición más general de los expertos (Michielis, Pelletier, León-Dufour, Kessler, Lorenzen, Deneken…) afirmo: «Este lenguaje por sí sólo no nos dice nada de cómo perciben los discípulos la presencia del resucitado. Lo que se sugiere es que, más que mostrar su figura visible, el resucitado actúa en sus discípulos creando unas condiciones en las que éstos pueden percibir su presencia» (p.423).
Preguntas
¿Han leído estos autores estas páginas? Si las han leído, ¿por qué se empeñan en decir que reduzco la resurrección a una experiencia de fe? ¿Por qué aseguran que reduzco las apariciones del resucitado a meras experiencias espirituales?
¿Es que su visión teológica les impide entender mi exposición? ¿Es que desconocen la reflexión teológica católica actual sobre la resurrección? ¿Es que ignoran la investigación y los análisis cada vez más profundos y matizados de los exégetas católicos sobre el proceso histórico que llevó a los discípulos a la fe en Cristo resucitado?
7. LA MUERTE REDENTORA DE JESÚS
Lo que dicen los autores
En su conclusión, Sayés afirma: «En la Pasión de Cristo no ve Pagola un misterio de salvación querido por el Padre que envía a su Hijo para que ofrezca su vida para la redención de nuestros pecados; es sencillamente el rechazo que Jesús tuvo por anunciar la bondad misericordiosa de Dios». Monseñor Fernández, contrapone a mi supuesta exposición en el libro esta afirmación: «Jesús ha tenido conciencia de su muerte redentora. Es decir, ha vivido y ha caminado con plena libertad hacia el momento supremo de entregar la vida en rescate por todos los hombres. La muerte no es un accidente en la historia de Jesús, la muerte para Jesús es el momento supremo de la glorificación por parte del Padre, porque él entrega su vida para el perdón de los pecados». Por su parte, Rico Pavés, sin más argumentos ni explicaciones, me atribuye «la falta de sentido redentor y expiatorio de la muerte de Jesús».
Lo que dice Pagola
Mi exposición sobre la actitud de Jesús ante su muerte está fundamentada en exégetas católicos de gran prestigio y, sobre todo, en los estudios del teólogo alemán H. Schürmann… Al mismo tiempo, he cuidado mi lenguaje esforzándome por ajustarlo a las observaciones hechas por la Congregación romana para la Doctrina de la Fe en su Notificatio sobre las obras de J. Sobrino. Esto es lo que digo:
Actitud básica ante la muerte. «Jesús entiende su muerte como ha entendido siempre su vida: un servicio al reino de Dios a favor de todos. Se ha desvivido día a día por los demás; ahora, si es necesario morirá por los demás. La actitud de servicio que ha inspirado su vida será también la que inspirará su muerte. Al parecer, Jesús quiso que se entendiera así toda su actuación: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve». Así estará también en la cruz, "como el que sirve". Es el rasgo característico que le define desde el principio hasta el final, el que inspira y da sentido último a su vivir y su morir. Esta es, probablemente, su actitud básica al afrontar su muerte» (p.351).
Valor salvífico de su muerte. «¿Qué valor salvífico atribuyó Jesús a su muerte? ¿Pudo intuir qué aportaría al reino de Dios su muerte violenta y dolorosa? Había vivido ofreciendo "salvación" a quienes vivían sufriendo el mal y la enfermedad, dando "acogida" a quienes eran excluidos por la sociedad y la religión, regalando el "perdón" gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. No sólo proclamaba la vida y la salvación de Dios. Al mismo tiempo las ofrecía. Lo hacía movido por su confianza en el amor increíble de Dios a todos. Vivió su servicio curando, acogiendo, bendiciendo, ofreciendo el perdón gratuito y la salvación de Dios. Todo apunta a pensar que murió como había vivido. Su muerte fue el servicio último y supremo al proyecto de Dios, su máxima contribución a la salvación de todos» (p.351-352).
En el contexto de la última cena. «En esa copa que Jesús va pasando y ofreciendo a todos, Jesús ve algo "nuevo" y peculiar que quiere explicar: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Mi muerte abrirá un futuro nuevo para vosotros y para todos". Jesús no piensa sólo en sus discípulos más cercanos. En ese momento decisivo y crucial, el horizonte de su mirada se hace universal: la Nueva Alianza, el reino definitivo de Dios será para muchos, "para todos"… Estas palabras expresan lo que va a ser ahora su muerte: se ha "desvivido" por ofrecer a todos, en nombre de Dios, acogida, curación, esperanza y perdón. Ahora entrega su vida hasta la muerte ofreciendo a todos la salvación del Padre» (p.366-367).
Teología sobre la crucifixión. «Al parecer, Jesús no elaboró ninguna teoría sobre su muerte, no hizo teología sobre su crucifixión. La vio como consecuencia lógica de su entrega incondicional al proyecto de Dios» (p.350). «No hay ningún dicho cierto en que Jesús atribuya a su muerte un significado de sacrificio de expiación» (p.351, nota 45). «Jesús no interpretó su muerte desde una perspectiva sacrificial. No la entendió como un sacrificio de expiación ofrecido al Padre. No era su lenguaje. Nunca había vinculado el reino de Dios a las prácticas cultuales del templo; nunca había entendido su servicio al proyecto de Dios como sacrificio cultual. Habría sido extraño que, para dar sentido a su muerte, recurriera al final de su vida a categorías procedentes del mundo de la expiación» (p.350).
H. Schürmann, teólogo católico alemán, elogiado por J. Ratzinger en diversos escritos, «ha acuñado el término "pro-existencia" para evocar esta actitud existencial de Jesús en su vida y en su muerte, previa a toda teología elaborada más tarde en las comunidades cristianas» (p.352, nota 48).
Preguntas
¿Han leído estos autores estas páginas? ¿Por qué no recogen mi exposición? ¿Conocen los matizados trabajos de la exégesis católica actual: X. Leon-Dufour, P.Grelot, J.Schlosser, G.Barbaglio… y, en especial H. Schürrmann, tan ampliamente aceptados en la teología católica contemporánea?
¿Cómo es posible que Rico Pavés atribuya a mi libro «la falta de sentido redentor y expiatorio de la muerte de Jesús», sin diferenciar el contenido redentor de la muerte de Jesús de la categoría teológica de «sacrificio de expiación» utilizada más tarde, sobre todo, por Pablo y la Carta a los Hebreos para presentar teológicamente la muerte de Jesús como un «sacrificio de expiación» por el pecado de la humanidad?
¿Cómo no ha captado Rico Pavés que mi lenguaje se ajusta rigurosamente a las directrices de la Notificatio de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe a J. Sobrino?
8. CENA DEL SEÑOR
Lo que dicen estos autores
Sayés dice que «el tratamiento que hace Pagola del tema de la Eucaristía es verdaderamente decepcionante. Dice que se trató simplemente de una despedida». Al final de su estudio concluye: «La Eucaristía es simplemente una cena de despedida en la que se recordará la llegada del Reino y la muerte de Cristo y se evocará la victoria final del Reino. Es un recuerdo y una evocación. Nada más». Rico Pavés se suma a esta opinión y sin argumento ni justificación alguna dice que en mi libro «la última cena es entendida como una mera cena de despedida».
Iraburu es más explícito. Según él, «la última cena de Jesús con su apóstoles no fue, según Pagola, la celebración de una Pascua renovada, ni la inauguración de una Alianza Nueva, sellada con su Sangre, ni un sacrificio expiatorio para la remisión de los pecados del mundo, ni la institución de un acto litúrgico que, como la Pascua judía, había de ser actualizado siempre, en memoria suya, hasta la segunda venida al final de los tiempos». Luego, me interpela preguntándome «¿qué sentido tienen hoy para Pagola las misas que se celebran en millares de comunidades cristianas?» y él mismo responde que habremos de entender que se celebra en la misa «una cena de amigos», unidos todos por el amor a Jesús, en anticipación figurativa del banquete del reino de los cielos». Iraburu concluye diciendo que «queda pues Pagola muy lejos de la fe católica en la Eucaristía, en el sacerdocio ministerial, en la Liturgia».
Lo que dice Pagola
Al parecer, a estos autores no les agrada que hable de una «despedida inolvidable», aunque en el lenguaje tradicional se suele hablar de la «última cena», «discursos de despedida», etc. Estos autores le dan mucha importancia al hecho de que yo me inclino a pensar que esta cena no se celebró la noche de Pascua sino antes de esa fiesta. Tal vez desconocen el problema que presentan las fuentes evangélicas: mientras los evangelios sinópticos dan suficientes indicaciones para que los lectores identifiquen esa cena con la cena pascual judía, Juan dice que Jesús fue crucificado la víspera de Pascua (18, 18) y, por tanto, la cena tuvo que celebrarse antes de la noche de Pascua. Por otra parte, ninguna fuente (Sinópticos, Juan, Pablo) hablan del rito propio de la cena pascual (comida del cordero, de pie y con bastones, etc.). Por eso la mayoría de los exégetas (Shürmann, Leon-Dufour, Theissen, Scholosser, Rolof, etc.) niegan el carácter pascual de esa última cena o lo dejan bajo interrogante. En realidad, la discusión tiene poca importancia, pues, en cualquier caso, se trata de una cena solemne que se celebra en el ambiente de las fiestas de Pascua. El dato concreto de la fecha no predetermina en absoluto el carácter que Jesús le dio a esa cena.
Me ha dado mucha pena ver que, para Sayés, mi «tratamiento del tema de la Eucaristía es verdaderamente decepcionante» pues pasé muchas horas para recoger bien las dimensiones y los matices que históricamente se pueden captar en esa cena con el fin de presentarlos luego de manera pedagógica. En el fondo, pensaba que captar bien lo que hizo Jesús nos puede ayudar a reavivar hoy nuestro modo de entender y celebrar la eucaristía.
Esto es lo que digo literalmente de esa cena de despedida: «En esa copa que va pasando y ofreciendo a todos, Jesús ve algo "nuevo" y peculiar que quiere explicar: "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Mi muerte abrirá un futuro nuevo para vosotros y para todos". Jesús no piensa solo en sus discípulos más cercanos. En este momento decisivo y crucial el horizonte de su mirada se hace universal: la nueva Alianza, el reino definitivo de Dios será para muchos, "para todos".
Con estos gestos proféticos de la entrega del pan y del vino, compartidos por todos, Jesús convierte aquella cena de despedida en una gran acción sacramental, la más importante de su vida, la que mejor resume su servicio al reino de Dios, la que quiere dejar grabada para siempre en sus seguidores. Quiere que sigan vinculados a él y que alimenten en él su esperanza. Que lo recuerden siempre entregado a su servicio. Seguirá siendo "el que sirve", el que ha ofrecido su vida y su muerte por ellos, el servidor de todos. Así está ahora en medio de ellos en aquella cena y así quiere que lo recuerden siempre. El pan y la copa de vino les evocará antes que nada la fiesta final del reino de Dios; la entrega de ese pan a cada uno y la participación en la misma copa les traerá a la memoria la entrega total de Jesús. "Por vosotros": estas palabras resumen bien lo que ha sido su vida al servicio de los pobres, los enfermos, los pecadores, los despreciados, las oprimidas, todos los necesitados... Estas palabras expresan lo que va a ser ahora su muerte: se ha "desvivido" por ofrecer a todos, en nombre de Dios, acogida, curación, esperanza y perdón. Ahora entrega su vida hasta la muerte ofreciendo a todos la salvación del Padre.
Así fue la despedida de Jesús que quedó grabada para siempre en las comunidades cristianas. Sus seguidores no quedarán huérfanos; la comunión con él no quedará rota por su muerte; se mantendrá hasta que un día beban todos juntos la copa de "vino nuevo" en el reino de Dios. No sentirán el vacío de su ausencia: repitiendo aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo y de su presencia. Él estará con los suyos sosteniendo su esperanza; ellos prolongarán y reproducirán su servicio al reino de Dios hasta el reencuentro final. De manera germinal, Jesús está diseñando en su despedida las líneas maestras de su movimiento de seguidores: una comunidad, alimentada por él mismo y dedicada totalmente a abrir caminos al reino de Dios, en una actitud de servicio humilde y fraterno, con la esperanza puesta en el reencuentro de la fiesta final» (p.366-368).
Los lectores podrán comprobar algunos rasgos que subrayo en esta cena:
· Cena en la que se comparte la copa de la Nueva Alianza, sellada con la sangre de Jesús que «abrirá un futuro nuevo a todos»: el reino definitivo de Dios.
· «Gran acción sacramental, la que mejor resume el servicio de Jesús al reino de Dios».
· Cena que permitirá a sus discípulos hacer memoria de él como alguien que «ha ofrecido su vida y su muerte por ellos»: su «entrega total».
· Cena que les asegura a sus discípulos que «la comunión con él no quedará rota por su muerte».
· Cena en la que «podrán alimentarse de su recuerdo y de su presencia».
· Despedida en la que Jesús «diseña las líneas maestras de su movimiento de seguidores: una comunidad alimentada por él mismo, dedicada totalmente a abrir caminos al reino de Dios, en una actitud de servicio humilde y fraterno, con la esperanza en el reencuentro de la fiesta final».
Preguntas
Si han leído estas páginas, ¿las consideran una descripción de «una cena de amigos»?
¿No logran ver en mi trabajo un esfuerzo por recuperar las dimensiones más genuinas de la cena del Señor, las que nos podrían ayudar a reavivar y renovar «esas misas que se celebran en millares de comunidades cristianas» (Iraburu), y de las que se nos marchan poco a poco personas que, seguramente, ya no volverán?
9. BUSCANDO ALGUNA EXPLICACIÓN
No es fácil encontrar una explicación razonable a esta condena pública, tan precipitada y contundente. Cualquier biblista que sigue de cerca la investigación de Jesús detecta inmediatamente que estos autores desconocen la investigación actual sobre Jesús, no utilizan los criterios de historicidad, no muestran conocer la enseñanza y las directrices de Roma a los exégetas católicos, ni conocen los trabajos concretos que se están publicando estos últimos veinte años. De hecho, frente a la amplia bibliografía que ofrezco en mi libro a los lectores, no presentan ningún estudio sobre Jesús. Sólo Sayés, para fundamentar su posición acude en tres ocasiones a las notas del Padre Iglesias en su Nuevo Testamento.
Una visión teológica confusa
Lo primero que se observa en el análisis de estos autores es una visión teológica confusa y desorientadora:
· No se diferencia bien lo que es un estudio histórico de Jesús y lo que es un tratado de cristología. Por ello se le exige a mi libro de investigación histórica lo que sólo se le puede pedir a la cristología.
· Precisamente por ello, se confunde la exégesis histórico-crítica con la «exégesis canónica» que es la interpretación que, inspirada por la fe, estudia un texto acudiendo a todo el conjunto de la Biblia católica. De hecho, Argüello me pide que utilice la « exégesis canónica» en este trabajo histórico, olvidando que la P.C.B. advierte que este acercamiento «no pretende sustituir al método histórico-crítico, sino que desea completarlo», cuando se trata de «conducir a buen término una tarea teológica de interpretación.
· Se confunde al Jesús histórico y al Cristo de la fe, sin diferenciar la fe de los discípulos en Galilea y la fe nueva que se origina y se va gestando a partir del hecho de la resurrección de Jesús. Incluso J. Ratzinger que en su libro utiliza la «exégesis canónica» acudiendo a todos los textos del Nuevo Testamento, cuando en el capítulo 8 estudia «las imágenes del Evangelio de Juan (no las imágenes de Jesús), dice que va a centrar la atención «en la imagen que de Jesús nos da el cuarto evangelio, que en varios aspectos resulta muy distinta de la que ofrecen los sinópticos» (p.261).
· Por último, no cualifican con precisión su condena. Afirman indistintamente que mi libro va contra «la doctrina de la Iglesia», contra «el dogma», contra «la fe católica», contra «la enseñanza de la Iglesia», contra «el Catecismo de la Iglesia católica»… Se esperaría, al menos, una distinción precisa entre «doctrina dogmática», «enseñanza cierta de la Iglesia» e «interpretación teológica».
Lectura proclive al fundamentalismo
En el fondo de la visión teológica de estos autores me parece descubrir una lectura que no evita los riesgos del fundamentalismo, tan rechazados por la Pontificia Comisión Bíblica de Roma.
Según este importante Documento romano, la lectura fundamentalista «se opone al empleo del método histórico-crítico, así como de todo otro método científico para la interpretación de la Escritura» (p.67).
Esta lectura fundamentalista, «rechazando el carácter histórico de la revelación bíblica, se vuelve incapaz de aceptar plenamente la verdad de la Encarnación misma» (p.68)
«En lo que concierne a los evangelios, el fundamentalismo no tiene en cuenta el crecimiento de la tradición evangélica, sino que confunde ingenuamente el estudio final de esta tradición (lo que los evangelistas han escrito) con el estudio inicial (las acciones y las palabras de Jesús de la historia» (p.69)
«El acercamiento fundamentalista es peligroso, porque seduce a las personas que buscan respuestas bíblicas a sus problemas vitales. Puede engañarlas, ofreciéndoles interpretaciones piadosas, pero ilusorias… El fundamentalismo invita tácitamente a una forma de suicidio del pensamiento» (p.69-70).
10. A MODO DE CONCLUSIÓN
· Un deseo. Me agradaría que obispos y teólogos, biblistas y exégetas, a pesar de nuestras diferencias razonables, tuviéramos en cuenta, en la aproximación a Jesús este importante criterio de la P.C.B.: «El justo conocimiento del texto bíblico no es accesible sino a quien tiene una afinidad vivida con aquello de lo cual habla el texto». Todos conoceremos mejor a Jesús si le seguimos cada día con más pasión y fidelidad.
· Una llamada. Pido a todos los que quieran defenderme, que no lo hagan atacando o condenando a nadie. Se puede estar conmigo sin estar contra nadie. Hemos de purificar nuestro talante, nuestras actitudes y nuestro lenguaje tan poco evangélico muchas veces. Sólo una Iglesia sana puede anunciar de manera cordial y limpia el Evangelio de Jesús.
· Una pregunta. Los que nos creemos sabios y entendidos, ¿no hemos de estar más atentos a lo que captan los sencillos? Recordemos que, según Jesús, al Padre le agrada esconder estas cosas a los sabios y entendidos y darlas a conocer a los sencillos.
· Un planteamiento. Tratando de encontrar siempre lo que nos pueda llevar a un conocimiento y una adhesión más fiel a ese Jesús en el que el Misterio de Dios se ha encarnado y revelado, me estoy planteando la conveniencia tal vez de redactar en el prólogo de mi obra una NOTA PARA CRISTIANOS, que explique y oriente a los creyentes sobre la naturaleza de mi libro, su propósito, sus virtudes y sus límites.
· Una disponibilidad. No han aparecido todavía recensiones o estudios de mi libro en las revistas especializadas de teología o de exégesis bíblica. Como es natural, estaré muy atento a la valoración que se haga de mi obra y, sobre todo, a las críticas y sugerencias. Así podré mejorar el libro y, además, podrá ser sentido como más de todos. Lo importante es ayudarnos a conocer más a Jesús.
José Antonio Pagola
San Sebastián, 15 de enero de 2008
Lectura del Evangelio según San Juan 9, 25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre,
la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería,
dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre!"
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Rezo para que la mano del maligno, no provoque confusión, para que no guie a los catolicos, para cada oveja descarriada vuelva al redil.
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo
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