Sacado de Panorama Católico Internacional
poco más de cuatro meses de la elección del nuevo Sumo Pontífice se producirá, el 29 de agosto, la primera reunión formal entre el Papa Benedicto y el Superior General de la FSSPX, Mons. Bernard Fellay.
Escribe Marcelo González
La existencia misma de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X ha sido, desde el momento de su erección canónica hace ya 35 años, una divisoria de aguas. En plena revolución posconciliar, la modesta iniciativa de un arzobispo retirado, que había cumplido importantes funciones como delegado pontificio para el Africa francófona bajo el reinado de Pío XII, y que formó parte de las comisiones preparatorias de los esquemas del Concilio Vaticano II siendo, a su vez, Superior General de los Padres del Espíritu Santo; la pequeña obra de formación sacerdotal con menos de diez seminaristas en su comienzo, produjo ya un fuerte rechazo en los sectores liberales del clero. En especial del francés.
El resto de la historia se presume conocida, aunque no lo es tanto. La iniciativa de Mons. Lefebvre radicada precariamente en Suiza tuvo tanto éxito que desde una Roma fuertemente influida por el poderoso Secretario de Estado Villot (francés) salieron varias directivas en el sentido de redireccionar el espíritu de los Estatutos fundacionales o cerrar la congregación. Esto provocó el primer conflicto canónico, que podríamos llamar -utilizando la terminología del lenguaje militar moderno- una guerra de baja intensidad. Esta primera etapa del conflicto culminó, después de muchas peripecias, en una suspensión a divinis del fundador y de los sacerdotes que no acatasen la orden de cerrar el seminario.
Las conversaciones con Roma y los contactos de Mons. Lefebvre con muchos cardenales con los que había trabajado durante años se mantuvieron. A fines de los años 80, la edad avanzada del arzobispo francés motivó el requerimiento de permiso a Roma para consagrar al menos un sucesor, puesto que ningún obispo diocesano garantizaba la futura ordenación de los seminaristas en caso muerte o impedimento físico del fundador de la Fraternidad, hecho presumiblemente cercano. Además el trabajo episcopal se había multiplicado enormemente durante esos años. Ya había cinco seminarios en distintas partes del mundo. La carga era insoportable para un hombre cercano a los ochenta años.
Esta vez las negociaciones con Roma fueron arduas y produjeron un efímero acuerdo, firmado a principios de junio de 1988, y denunciado en menos de 24 hs. por Mons. Lefebvre. El entonces Card. Ratzinger tuvo una influencia muy directa en las determinaciones de Roma durante estas tratativas. En concreto, la Santa Sede ofrecía otorgar sine die el mandato para la consagración de un obispo. Econe pedía cuatro obispos para fin de ese mes. Absueltas las posiciones, Mons. Lefebvre consagró a cuatro de sus sacerdotes con la asistencia de un obispo brasileño.
Las relaciones pasaron a una etapa de hostilidades de alta intensidad: excomunión de sobre Mons. Lefevbre y Mons. de Castro Mayer, Obispo de Campos, Brasil, co-consagrante, y sobre los cuatro consagrados, fue la respuesta por parte de Roma. En el documento se declara de un modo oblicuo la existencia de un "cisma", tema siempre disputado. Por otra parte, la Fraternidad San Pío X respondió con una defensa por "estado de necesidad" y declaraciones fuertemente críticas sobre las "desviaciones neomodernistas" de las autoridades de la Iglesia, duras críticas a la reforma litúrgica, el espíritu del Concilio Vaticano II, el ecumenismo posconciliar, etc.
El tema tuvo un tratamiento mediático mucho más efectista de lo que un conflicto de esta naturaleza hubiese aconsejado. La prensa liberal ayudó notablemente a demonizar los hechos y Roma se vio empujada por una dinámica que la llevó más allá de sus previsiones. Naturalmente había muchos curiales vaticanos felices con las excomuniones. Pero sin duda el número de los que consideraban que el conflicto había escalado desproporcionadamente era mucho mayor. Entre ellos el propio Pontífice, Juan Pablo II.
Hacia el año 2000 y después de la visita oficial de la FSSPX a Roma con motivo del Jubileo, cesó un largo periodo de "guerra fría". Debemos destacar, sin embargo, que los contactos informales nunca se interrumpieron completamente, aunque más no fuese en el nivel de visitas de cortesía de algunos sacerdotes de la FSSPX, destacados cerca de Roma, a diversos miembros de la Curia. Los múltiples gestos de buena voluntad y los esfuerzos sinceros del Card. Castrillón Hoyos signaron este período. El purpurado colombiano, Prefecto del Clero y Presidente de la Comisión Ecclesia Dei -formada especialmente en 1988 para atender el caso de los sectores de la Iglesia así llamados "tradicionalistas"- por vez primera pareció tomar a pecho las funciones que sus predecesores detentaban casi honoríficamente. Había un verdadero interés de Roma por restañar la herida. Se viró de una política de "cállese y obedezca" a otra de "cómo podemos solucionar esto".
Si embargo la discusión se planteó en dos registros distintos: el cardenal Castrillón proponía un acuerdo diplomático y un paraguas canónico para proteger la obra de los tradicionalistas. Estos, a su vez, exigían como gesto de buena voluntad el levantamiento de las sanciones canónicas (reclamo relativamente fácil de acordar, como se vio en el caso de Campos) y la "liberación de la Misa Tridentina". Luego vendría la discusión doctrinal. El Papa Juan Pablo II quería morir habiendo saldado esta cuenta, pero el tema de la Misa Tradicional ha producido siempre una violenta reacción de ciertos episcopados, en especial el francés. Estas presiones no permitieron dar los pasos de acercamiento.
Por otra parte, el Card. Castrillón jugó una carta diplomática de doble efecto: apuntando a demostrar que un acuerdo era posible, negocio en forma directa con la Asociación San Juan Maria Vianney de Campos, Brasil, tradicional aliada de la FSSPX, fundada por el difunto Mons. de Castro Mayer y en ese momento regida de facto por el actual Mons. Fernando Rifán. Al dividir el campo tradicionalista el Cardenal logró una pequeña victoria, pero en cierto sentido pírrica, porque polarizó la resistencia tradicionalista a un "acuerdo tramposo", potenciando las tensiones internas en las diversas congregaciones que constituyen el "movimiento tradicionalista" que está en conflicto con Roma y que se nuclean bajo la influencia de la Fraternidad.
El advenimiento de Benedicto XVI fue saludado con cierto optimismo por la FSSPX. Más allá de un comunicado de carácter protocolar se percibía una esperanza, presumiblemente fundada en las frecuentes opiniones críticas sobre el resultado de la reforma litúrgica posconciliar y la defensa del "derecho de ciudadanía" de la Misa Tridentina que el Card. Ratzinger manifestó a lo largo de sus años como Prefecto de la Fe. También su oposición al encuentro de Asís (I), su resistencia al famoso "mea culpa" del año 2000, cuyo documento redactó con deliberadas salvedades... Y finalmente, su homilía de la misa Pro Eligendo Pontifice y las ya célebres reflexiones del Via Crucis del Viernes Santo de 2005. Todos estos indicios muestran al actual pontífice como un hombre bien consciente y muy preocupado por el estado actual de la Iglesia.
Por otra parte, en una entrevista reciente (1), Mons. Fellay ha dicho que -más allá de la expectativa que producen estos antecedentes, la formación intelectual hegeliana (no tomista) del actual pontífice y su íntima relación con las ideas rectoras del Concilio Vaticano II son motivo de preocupación, por cuanto el Papa buscará la solución de la crisis en aquello mismo que la ha causado. El obispo Fellay vuelve así sobre la clásica discusión: si los abusos posconciliares son fruto de una "mala interpretación" del espíritu conciliar o el producto natural de sus directivas ambiguas, manipuladas por los sectores ultraliberales del clero.
Por otra parte, otro de los obispos de la FSSPX, actualmente a cargo del seminario de habla hispana de la Argentina, Mons. Richard Williamson ha hecho conocer unas declaraciones que se atribuyen al Card. Ratzinger. Las habría realizado una enigmática "fuente austríaca", presumiblemente un alto miembro del clero de ese país, al cual no identifica. Recordemos la estrecha amistad del Papa Ratzinger con el Card. Schomberg, de Viena. Según esta fuente, el actual pontífice habría confesado en su momento: "Dos problemas pesan sobre mi conciencia: el caso de Mons. Lefebvre y Fátima. En lo referente al segundo, me fue forzada la mano. En lo que respecta al primero, me equivoqué." El obispo especula luego sobre la posible veracidad de estas confesiones. En el caso de Fátima, sostiene, parece evidente que hubo al menos una tentativa de desviar el sentido del mensaje dando una interpretación que cuadra de un modo forzado con el texto de la visión. En lo referente a Mons. Lefebvre, la opinión del entonces Prefecto de la Fe fue crucial a la hora de decidir por la negativa a sus pedidos, llevando la situación al punto de la ruptura y la excomunión. (2)
Es interesante poner en esta perspectiva el también discutido y descuidado tema de la Consagración de Rusia pedida por la Ssma. Virgen a Sor Lucía en Tuy, en 1929. De ella pende la promesa de que "Rusia se convertirá" y la esperanzadora frase final "le será dado al mundo un tiempo de paz". Si el Papa Benedicto tiene en su conciencia haber dejado que forzaran su mano dando a entender que las profesías de Fátima estaban cumplidas, ¿no sería el mejor modo de reparar esta falta realizar finalmente la consagración en los términos pedidos por la Virgen? Mas siendo uno de los objetivos de su pontificado el llegar a un punto de coincidencia con los ortodoxos, ¿sería prudente, humanamente hablando, realizar un acto tan antiecuménico como pedir públicamente la "conversión" de los miembros de una de las iglesias cismáticas orientales más importantes?
Y respecto al caso de Mons. Lefebvre: ¿cómo podría reparar el error de 1988, cuando tensó la cuerda al punto de cortarla? ¿Accediendo a las peticiones de la FSSPX? Es una posibilidad.
El 29 de agosto Mons. Fellay se reúne con el Papa Benedicto. Tanto él como Mons. Williamson han reiterado que existen más obstáculos que coincidencias para un resultado frutífero de esta reunión. Ambos también han dicho, de modo diverso, que no descartan una inclinación del nuevo Papa hacia posiciones más marcadamente tradicionales si se viera forzado a optar entre el sector ultraliberal y el tradicionalista. Evidentemente hablan con extrema cautela, pero las puertas no quedan cerradas.
En fin, una suma de reticencias y esperanzas que nos genera una expectativa sobre lo que pudiese iniciarse (o concluirse) en dicha reunión. No olvidemos que todo lo que el "tradicionalismo interdicto" logra en sus discusiones con Roma abre mayor espacio de libertad al "tradicionalismo legal" que se ampara bajo la protección de Ecclesia Dei. Cualquier avance será beneficioso para el catolicismo tradicional.
(1) DICI 118(2) "Sous la Bannière", agosto de 2005.
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