EL DESCENSO DE MARÍA A JAÉN EL AÑO DE 1430
Talla de la Virgen de la Capilla, sin ropa talar ni coronas en Madre ni en su Divino Hijo.
Y VIERON PASAR EL BLANCO CORTEJO
En la noche del 10 al 11 de junio del año del Señor de 1430 María Sánchez, mujer del pastor Pedro Hernández, se levantó entre las 11 y las 12 de la noche, para dar agua a un hijo suyo, niño y enfermo. La casa, situada en los arrabales de Jaén, se iluminó de pronto. María contó que parecía "como resplandor de oro reluciente cuando le da el sol". Pensó que podría ser un relámpago, tuvo miedo y cayó de hinojos en el suelo, impetrando la misericordia de Dios... Y vio pasar el Blanco Cortejo.
Juana Hernández, mujer de Aparicio Martínez, vivía frente al cementerio de la iglesia de San Ildefonso. Se levantó tras el primer sueño y, desvelada y doliente, fue a su corral de la casa. Allí le sorprendió un súbito resplandor cual no había visto nunca. También pensó que era relámpago, pero luego pensó que no podía serlo pues era muy resplandeciente la claridad y asaz persistente, que no cedía a la noche... Y vio pasar el Blanco Cortejo.
Poco más abajo de la casa de Juana Hernández, dormían en el molino de Alonso García, Juan -el hijo del molinero-, Juan el hijo de Usanda Gómez y Pedro, el hijo de Juan Sánchez, casero de la viuda de Ruy Díaz de Torres. A la media noche, Juan el hijo de la Usanda se despierta y advierte que la casa se ha iluminado con una claridad que le hizo pensar que se habían dormido, tanto que el día les hubo echado la delantera. Los siete perros cazadores que tenían en la casa ladraban, pero también ladraban más perros a los que se les oía fuera de la casa. Se levantó del lecho y, sin vestirse, entreabrió la puerta y, entre la puerta y la pared, asomó la cabeza... Y vio pasar el Blanco Cortejo.
Juan el de Usanda entró, tras asistir al paso del Blanco Cortejo, cerró la puerta tras de sí, echándole la tranca, corrió a llamar a sus amigos, y llamó a Pedro, hijo de Juan Sánchez, y díjole:
-Verás, Pedro, qué cosa es ésta, cuánta gente va por la calle, en blanco, y una señora.
Y Pedro le preguntó:
-¿Por dónde va?
Y Juan le resondió:
-Por ahí arriba va, de cara a San Ildefonso.
Juan se vistió y se echó sobre un poyo, pensando en lo que había visto. Dándole vueltas estuvo un rato desvelado, hasta que se durmió.
Felipe II, uno de los devotos más ilustres de la Virgen María, en su advocación de la Capilla, de Jaén.
Mientras tanto, se puso Pedro su camisón y salió a un corral de la casa que daba frente a la iglesia de San Ildefonso, y asomándose por la tapia, a eso de una piedra que se tira con la mano, allí encaramado, el bueno de Pedro... vio pasar el Blanco Cortejo.
Al clarear el día, Pedro salió. Su idea era ver si había quedado vestigio alguno de aquella gente que había visto envuelta en luz. Pero no halló rastro alguno. Al regresar del cementerio de San Ildefonso vio a Juan, el hijo de Usanda, que hablaba con Miguel Fernández de Pegalajar, al que contaba lo que había visto. Pedro se les unió y dijo: "Yo lo vi todo". Y viendo Pedro que Juan el de la Usanda tenía la cara amarilla, va y le pregunta: "¿Cómo estás así, tan amarillo?". Y Juan le contestó: "Del miedo de anoche".
¿Qué habían visto? ¿Cómo se componía aquel Blanco Cortejo misterioso que en la noche del viernes al sábado transitó por la Collación de San Ildefonso de la ciudad de Jaén?
De todos los testigos, el que mejor lo vio todo fue Pedro, y su testimonio coincide con lo que declararon los otros haber visto:
Siete Crucíferos (barbirrapados, los describió Juan el de la Usanda), vestidos los siete con albas ropas talares, uno en pos de otro, abrían la procesión portando siete cruces. Veinte personas, también vestidas de blanco hasta los pies, formadas en dos filas caminaban rezando. Tras ellos venía una Señora, más alta que todos los demás, vestida con una halda larga, sin nadie al lado, con una criatura, también vestida de blanco, en el brazo derecho. María Sánchez, mujer de Pedro Hernández, primero quedó sobrecogida de espanto, pero después reconoció en esa Señora a la Virgen María, según estaba Santa María representada en el altar de San Ildefonso, y tuvo -confiesa- gran placer y consuelo.
De la Señora y del Niño salía tal resplandor que todo se iluminaba, y tan radiante era la luz que brotaba de ella que Pedro tuvo, varias veces, que apartar la vista por deslumbrarse ante aquella Señora de Luz. El séquito de la Señora con el Niño venía en tropel (que Pedro calculó como de trescientas personas) compuesto de hombres y mujeres vestidos de blanco: primero, más cerca de la Señora, iban las mujeres y a la zaga de estas venían los hombres: todos juntos, que esta bienaventurada muchedumbre no desfilaba en procesión. Y tras esa gente, Pedro vio hasta cien hombres armados, vestidos también de blanco, portando lanzas y haciendo sonar sus armas. Juana Hernández, la mujer de Aparicio, quedó deslumbrada por la luz de aquella misteriosa procesión y, recobrándose un poco, con las manos palpando la pared para no caerse, fue a su cuarto, para acostarse temblando al lado de Aparicio, su marido.
A las espaldas de la iglesia de San Ildefonso, por la parte de fuera de la capilla, vio Pedro que se había aparejado un altar. Los paramentos de la pared eran blancos y colorados. Los veinte que iban delante de la Señora cantaron en voz alta. No había ningún clérigo revestido en el altar. La Señora llegó al altar y tomó asiento como en un trono de plata.
Los moros tenían en aquellos días cercada la ciudad de Jaén. Sin que nadie sepa el motivo, levantaron el sitio y se fueron de allí.
Santa María de la Capilla, en su Descensión a Jaén, tomó posesión de la ciudad haciéndola suya para siempre.
¡Sí! Somos tuyos, María, enteramente tuyos... De tal forma que aquel que se diga de Jaén y no venere, por encima de los Santos y los Ángeles, a María Santísima y no siga la religión de sus mayores, ese no es de Jaén, sino un maldito renegado. Y por eso, por ser tuyos Señora Nuestra, aborrecemos todo lo que no venga de Vos, Vos la que nos trajo al mundo a Jesucristo Nuestro Señor, sin merma de su Virginidad, y Vos, la que nos volverá a traer a Jesucristo Nuestro Señor a través de los fulgores del Reino Santo, Místico y Social de Cristo Rey.
INTERPRETACIONES
Don Juan Montijano, en su poema en prosa "El Blanco Cortejo" (Premio del Certamen Literario organizado por el Instituto de Estudios Giennenses, de 1961) hace una interpretación magistral de la composición de aquel descenso de María y las celestiales huestes. Veamos lo más destacado:
Los siete cruciferarios: "Siete cruces parroquiales a la vanguardia del Blanco Cortejo, que representan a los fieles todos de Jaén, sin excluir a ninguno...".
Los veinte clérigos: "Veinte clérigos rezando y cantando salmos e himnos litúrgicos [...] son los ministros del Santuario que en la presencia de Dios, y como premio a la vocación correspondida, gozan de perdurable felicidad".
La muchedumbre de mujeres y hombres: "Son seglares piadosos en la tierra, y ahora dichosos en el Cielo porque gozan eternamente de la presencia de Dios"... "Son los que lavaron sus vestiduras manchadas y las blanquearon en la sangre del Cordero".
La Milicia Celestial, la Hueste que cerraba la procesión: "Ángeles de la Gloria o las almas de los que sucumbieron en la santa lid contra el mahometano invasor. Un escuadrón, representante de cuantos ofrendaron en el altar de la Patria el heróico sacrificio de su sangre y de sus vidas, formaban la retaguardia de la maravillosa procesión".
Nosotros creemos que, en la procesión descrita por los testigos oculares, se plasma figurativamente toda una enseñanza de hondo calado teológico-político-social:
Abre la procesión el clero, como heraldo de la Virgen María, Madre Purísima que, cual Sagrario y Custodia, porta a Jesucristo Nuestro Señor. Jesucristo aparece en figura de Niño que tiene que ser protegido por la Madre Purísima Sin Pecado Concebida. El clero marcha delante, a la cabeza, y su disposición en la procesión hace pensar en la disciplina de vida que observan los sacerdotes y religiosos. La muchedumbre de los fieles no va en orden de desfile, sigue a la Reina y camina libremente: las mujeres son más santas que los hombres -es algo que haría que pensáramos si consideramos el privilegio que supone que sean ellas -las mujeres- las que inmediatamente siguen a Nuestra Señora. Y por último, cerrando la comitiva, contemplamos a la Sagrada Milicia, vestida de punta en blanco, con corazas, yelmos, cotas de malla, armados, pertrechados y haciendo sonar sus armas. La Hueste Celestial (compuesta por Ángeles y Cruzados) protege al pueblo y cierra la marcha: al igual que el clero, también los Guerreros sujetan su vida a una disciplina estricta y a una Regla de vida que hace del Honor la Divisa.
Es, no puede ser otra cosa, una prefiguración de lo que será el Reino de María, aquel Reino que le fue concedido a San Luis María Grignion de Montfort profetizar. Un ejército de Santos Sacerdotes se adelanta a la llegada del Reino de María, portadora del mismo Cristo Jesús. El pueblo fiel será amparado... Y un ejército en formación de batalla defenderá las espaldas, y todos los costados de ese Reinado Social de Jesucristo.
ORACIÓN POR JAÉN
Jaén, vuelve tus ojos a María Santísima de la Capilla. Reconócete a ti misma en tus venerandas tradiciones. Hermoso es, Jaén, que tus hijas lleven el nombre de María de la Capilla, y que todos honremos este día como el día de nuestro rescate. Cuando más amenazados estábamos por la morisma, más grande fue la prueba de amor de nuestra Soberana la Virgen María. Ahora que también lo estamos, Ella no nos desamparará. Y piensa, Jaén, que si eres infiel... el infiel te dominará. Y si eres fiel, hasta las huestes angelicales combatirán de tu parte contra las avalanchas infernales.
En el retablo barroco de San Ildefonso se plasma de modo maravilloso el descenso, sin faltarle -en un segundo plano- las cabezas asomadas de aquellos vecinos de la Collación de San Ildefonso que fueron testigos de aquella Santa Compaña de Bienaventurados Confesores, Mártires, Santos y Guerreros que acompañaban a Santa María Nuestra Señora de la Capilla.EPÍLOGO
El 20 de mayo del año de gracia de 1570, Su Católica Sacra Real Majestad Felipe II visitó Jaén, hospedándose en el Palacio Episcopal. Era a la sazón Obispo de Jaén Don Francisco Delgado. El Rey Prudente y el Obispo Delgado fueron a la Catedral de Jaén a venerar la Verónica. Y de ahí pasaron a venerar a Santa María de la Capilla. El Rey Felipe, conmovido de ternura y devoción, veneró a la poderosa protectora de la capital del Reino de Jaén. El Obispo contó a Felipe II la tradición que arrancaba de aquella noche de junio de 1430. El Rey encargó al Obispo que se hiciera grande estima y aprecio de este santuario. Tiempo después, cuando a Felipe le recordaron, en El Escorial, el Descenso de la Virgen María a Jaén Nuestro Señor el Rey sentenció:
"En la materia ninguno llega a ser como el milagro de Jaén, que entre los grandes es el mayor".
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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