Tiempo de odiar
La profanación del Gran Poder ha caído en Sevilla como una bomba. La noticia se ha publicado en todos los medios, prensa, radio y televisión. Hablar de conmoción no es exagerado, porque en Sevilla estas cosas afectan hasta ese grado.
En la acelerada descomposición social de una ciudad de estructura moderna, la sensibilidad religiosa se evapora ambientalmente, sin que la ideología laicista tenga que emplear muchos recursos para ello, porque la espiritualidad se aviene mal con los cánones de esta modernidad de diseño deliberadamente desestructurado. En una ciudad del XXI, el desarraigo de las instituciones naturales va acompañado de la erradicación de lo sobrenatural. El sky line de una metrópolis lo marcan los rascacielos, no el Cielo, y las antenas no dejan ver la cruz.
Pero en Sevilla, a pesar del tenaz propósito de la piara del enemigo, la Giralda sigue siendo una referencia válida, y marca el canon de altura con toda su carga simbólica: La fe cristiana triunfante sobre una maciza torre de los moros; fundido con el mismo bronce de las campanas, el Giraldillo es una airosa proclama de la historia, como toda Sevilla, tan profundamente marcada, córpore et ánima, por la fe. Todo lo que afecta a la fe, afecta a Sevilla; la fe tal y como se entiende en Sevilla.
Por eso ha impactado como un proyectil de muerte la profanación del Gran Poder. Las noticias, la prensa, dicen "agresión" porque la prensa y sus gacetilleros han perdido calidad, sensibilidad y profesionalidad. Si tuvieran la altura que debieran, hubieran dicho y escrito "profanación" o "sacrilegio", como corresponde cuando se trata de algo santo objeto de violencia por ser santo. Esta es la clave, y conviene que se distinga.
Una profanación es un ultraje real, material, cometido contra algo sagrado en razón de su esencia sacra. Puede darse la paradoja de que sea producto de una fe alterada, que estalla en violencia impropia contra lo que cree, una expansión anómala de una fe defectuosa o pervertida. Pero lo común es que sea consecuencia de la falta de fe, o de una intencionalidad expresamente anti-religiosa. Y, por supuesto, deliberada.
El Domingo por la noche, al rato de haberse consumado el sacrilegio, ya corría por internet cierta versión "oficial" que daba por loco al culpable. Es la primera reacción del perplejo honrado, incapaz de atribuir el crimen a una persona en sus cabales, y por eso escoge la explicación de lo irracional, como una paradoja remotamente exculpatoria, dolida y escandalizada, pero compasiva: ¡Es un loco, ha sido una locura!
Justamente es lo que nos preguntamos los más conscientes (y quizá más doloridos): ¿Ha sido locura, un simple arrebato demente? No es lo mismo matar a uno en un momento de enajenación, que enajenarse para matar a uno. Una cosa es perder la cabeza y otra dejársela perder queriéndolo. Estar loco es una cosa y actuar como un loco voluntariamente, otra. No es igual, es distinto.
España lleva seis años sufriendo una contínua e implacable presión laicista, muy agresiva, que ha inyectado un odio anti-católico por todos sitios, aplicándose en ciertos sectores que modelan efectivamente la opinión social, especialmente la televisión, la prensa (la prensa gratuíta) y el cine. En los últimos años, no hay serie de TV ni película de cine que no cargue las más negras tintas contra la Iglesia, el clero y/o la religión en general; y el catolicismo en particular. Es una de las más acusadas líneas del gobierno de Zp, uno de sus perfiles más apreciables y distintivos. Y es así por expresa elección del presidente de gobierno y de su equipo (y sospecho que, también, de su partido, en cuyo nombre "gobierna").
Hace un par de años, ocurrió una arremetida estudiadamente elegida: Se escogió, nada más y nada menos, que a la Macarena, acusando a la Hermandad de mantener símbolos franquistas en la Basílica, en la capilla donde está la sepultura del General Gonzalo Queipo de Llano, el que se alzó en Sevilla el 18 de Julio contra la debacle de la ominosa 2ª República, gran benefactor de la Hermandad de la Macarena; dos símbolos bien seleccionados. Se reclamó que se despojara a la imagen de la Virgen del fajín de capitan general que suele llevar puesto en la cintura. Al poco, una mañana, el azulejo del retablillo cerámico de la Virgen venerado en la esquina de la Basílica con la calle San Luís, una obra maestra de la artesanía sevillana, amaneció con una pintada blasfema. Nunca se supo quién, pero Sevilla entera sabía quiénes había excitado el mal ánimo que perpetró, finalmente, el atentado contra la imagen de la Virgen. Uno fué el que desgració el azulejo, pero eran ellos, los de la "izquierda progresista", quienes removían el gallinero y afilaban los espolones de los gallos. Eran ellos.
En Sevilla, de pronto, se despertó cierta sensación de que estábamos como en las provincias vascas, con la mala gente bien sentada en los sillones de las alcaldías, haciendo la vista gorda a la kaleborroka de las bestias que ellos mismos y sus partidos criaban en sus siniestras madrigueras. Pues algo parecido, pero a la sevillana.
En la mala conciencia de marxistas y republicanos atormentan con su eco horrísono los hechos del pasado que fue, ese que Zp se empeña en falsear y tapar a golpe de decreto. En Sevilla y en España todos saben quienes quemaron las iglesias, asaltaron los conventos, profanaron y destruyeron las imágenes y los objetos sagrados, y se ensañaron en una persecución martirial contra el clero y los buenos católicos. Eso ni las películas ni los seriales de la tele lo podrán mudar, por mucha subvención que pague la filmación aberrante de la contra-historia. Cuando estos malos años pasen, cuando esta mala gente caiga, alguien volverá a contar la verdad y cantar las verdades.
Pero mientras estaremos expuestos. Con exposiciones blasfemas, cine propagadístico, malos seriales, periódicos corrompidos, revistas prostituídas, y toda esa falsa "cultura" subvencionada y pagada, muy bien pagada. La última "paga" ha sido la que ha cubierto la producción y rodaje de ese miserable anuncio con la galería de rostros de los cómplices actuales dando voz a fantasmas del pasado (sus fantasmas). La mala intención se intuye, los malos efectos se temen. Porque están alentando el odio con palabras, con imágenes, como se aviva el fuego con un aventador. Luego, si hay incendio, mirarán para otro lado y hasta habrá algunos que lo celebrarán. Como ya pasó, entonces.
La profanación del Domingo en la Basílica del Gran Poder, el sacrilegio cometido contra la Imagen del Señor, es uno de esas consecuencias, si no queridas sí suscitadas. Han preparado la bomba, la han colocado en la esquina, y han repartido mechas encendidas por todos sitios, a todo el mundo. Y cuando explota, dicen que ha sido un loco.
La España en declive de Zp es un campo de minas, plantadas durante seis años de siembra explosivamente ideologizada, por todos sitios. No indiscriminadamente, sino de forma bastante selectiva. Los objetivos no son casuales, la estrategia no es caprichosa. Hay quien sabe, quien escoge, quien dispone. Y quien luego explica según su tesis: Es el fanatismo de la religión, es la intolerancia de los intransigentes, se trata de la España católica e inquisitorial, que tiene que desaparecer.
¿Cuánto y cuántas veces nos acosarán para que desaparezcamos? La Historia moderna de España es un siglo de persecución anticatólica, desde los desmanes liberales y la Desamortización de 1836 a la Guerra Civil del 1936-39, la Iglesia de España sufrió cien años de crímenes, expolios, victimaciones, destrucciones. Ningún patrimonio religioso de una nación occidental ha sufrido tamaña barbarie en el siglo XX. Una agresión que se ensañó con lo santo por ser santo. Por eso, hablar de "sacrilegio nacional" no es una exageración, porque fue eso.
Lo grave, muy grave, es que todo aquello se resucite por la perversa intención descabellada de quien entiende el presente como una revancha odiosa contra el pasado, que pide más de lo mismo, como un demente insatisfecho por el crímen que hizo, con sed de más víctimas, intentado aplacar su abyección recurriendo a los espectros que se fueron, transportándolos al presente como el brujo que invoca los demonios en un aquelarre de tiniebla diabólica.
La España de Zp es un políptico que unas veces enseña una pintura negra, otras un capricho, un día un disparate y al siguiente una tauromaquia, como una versión en power-point de los grabados de Goya, tan terrible en su amarga ironía como veráz en su descarnada visión.
La escena de la profanacion del Gran Poder merecería un grabado de Don Francisco, que no sé qué título le pondría. Por ejemplo: "¿Un loco?"; o quizá "Dicen que estaba loco"; o también "Lo que mueve la locura".
Me dan ganas de meterme con alegorías y explicar en antitético los versos sagrados que hablan, en los Salmos y los Profetas, del "brazo de Dios" y de "su gran poder". Después me viene cierto desengaño de intención y me digo ¿para qué? si los que tenían que oir no escuchan, si no creen, si no les queda fe, si a lo peor nunca la tuvieron.
Pero sí tienen odio. Un odio del que serán más o menos conscientes, pero del que son militantes. Viven odiando la fe, las cosas santas y - ¡miedo da decirlo! - a Dios. Odian lo más alto y los más bajo, la vida en la tierra y a Dios en el cielo. Todo lo odian, todo.
Ignoran, sin embargo, que también eso está escrito, que dice la Biblia, clama el Predicador, que hay un "...tiempo de odiar" Ecl 3,8. Es un misterio, pero una verdad: En los planes de Dios, en esas perspectivas inescrutables de su Providencia, también hay un tiempo, un espacio profetizado para el odio. Y ahora, ellos, el loco sacrílego y quienes le inyectan la locura, están, sin saberlo, cumpliendo la profecía del "tiempo de odiar".
Que Jesús del Gran Poder nos conceda a nosotros, los odiados con Él, por Él y en Él, la fuerza de su brazo, de su divino y omnipotente brazo, el que le han profanado odiando, dicen que un loco.
¡Y bendito sea siempre el Gran Poder de Dios!
+T.
EX ORBE
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