Castilla y
los vascos,
año 1200


La conquista de Vitoria por Alfonso VIII de Castilla fue un hito decisivo en la incorporación de los territorios del actual País Vasco a la Corona castellana, de la que ahora se cumplen ochocientos años


EL AÑO 1200 TIENE UNA EXCEPCIONAL importancia para la historia de Castilla. Los enfrentamientos militares mantenidos por el monarca castellano Alfonso VIII con
Sancho VII el Fuerte, rey de Navarra, le permitieron a aquél incorporar diversos territorios situados en el actual País Vasco.


Un documento de fecha 11 de octubre del año 1200, recogido en su día por Julio González, sin duda alguna el más eminente histo- riador del reinado de Alfonso VIII, afirma que dicho monarca ejercía el mando en Castilla, Álava, Campezo, Marañón, Guipúzcoa y San Sebastián. Aquél fue el resultado de las campañas militares desarrolladas poco tiempo atrás, concretamente en los años 1198 y 1199, por los ejércitos castellanos, pero también la consecuencia de diversos pactos, a través de los cuales Alfonso VIII logró incorporar importantes territorios a sus dominios.


Unos territorios entre Navarra y Castilla


Para comprender el significado de aquellos acontecimientos resulta de todo punto imprescindi- ble hacer una presentación de sus precedentes históricos, por más que de forma somera. Los sucesos que nos ocupan tienen tres protagonistas: los territorios del actual País Vasco, el reino de Navarra y el reino de Castilla. El ámbito espacial correspondiente a las actuales Álava, Guipúzcoa y Vizcaya era, obviamente, el menos articulado políticamente, lo que explica que fuera objeto de disputa por sus dos poderosos vecinos, los reinos de Navarra y de Castilla.


Las zonas antes citadas tenían como rasgos característicos la presencia de pueblos con rasgos tribales, un poblamiento disperso y una economía preferentemente ganadera.


Conservaban elementos del pasado prerromano, como la lengua euskera, y habían sido tardíamente cristianizados.




Asimismo habían luchado tenazmente, en tiempos de la monarquía visigótica, por preservar su autonomía.


De todos esos territorios, el primero que ofrece una clara articulación es el de Álava. Es posible que en ello influyera la temprana importancia alcanzada en esa región por el trabajo del hierro.


En cualquier caso, Álava aparece en el siglo IX muy próxima a la Castilla primigenia aunque, en última instancia, vinculada al reino de León.


En el siglo X, no obstante, se produjeron cambios significativos.


Por de pronto, se configuró definitivamente el reino
de Pamplona, dirigido por la dinastía Jimena, que inicia el monarca Sancho Garcés I.


Dicho reino englobaba a buena parte del territorio de la futura Guipúzcoa.


Paralelamente se afianzó el condado de Castilla, unificado bajo el mando del hábil político Fernán González, que adquirió una independencia de facto con respecto al reino de León.


El siglo XI fue testigo, nuevamente, de cambios sustanciales.


El reino de Pamplona, bajo la batuta de Sancho III el Mayor, alcanzó su máxima expansión.


Al mismo tiempo, tuvo lugar la vinculación del condado de Castilla a Navarra, gracias al matrimo- nio de Sancho III con doña Mayor, heredera de aquel condado. Al morir Sancho el Mayor (1035), no obstante, sus reinos se dividieron. El reino de Pamplona, a cuyo frente se situó el primogénito del fallecido, García, conocido como el de Nájera, incluía en sus dominios el territorio del actual País Vasco. Simultáneamente irrumpió en la escena el reino de Castilla, dirigido por Fernando, el segundo hijo de Sancho el Mayor.


Ahora bien, en los años siguientes el reino de Castilla, que al poco tiempo unió sus destinos al de León, no dejó de crecer, en tanto que el de Pamplona entró en una fase de declive. La muerte en Peñalén (1076) del monarca navarro Sancho IV su- puso, por una parte, la unión de Pamplona con Ara- gón y, por otra, la incorporación al reino de Castilla de territorios que, hasta esas fechas, habían estado integrados en Navarra, como La Rioja, Álava, Viz- caya y una parte de Guipúzcoa. Hay que tener en cuenta, asimismo, que en el transcurso del siglo XI Vizcaya se articuló como señorío, a cuyo frente se situó la familia nobiliaria de los López de Haro.


En cambio la organización territorial de Guipúzcoa, objeto de una interesante investigación por parte de Elena Barrena, fue más tardía.


Navarra recuperó su autonomía en 1134, tras la muerte de Alfonso I el Batallador. García Ramírez, conocido como el Restaurador, fue el iniciador de una nueva etapa en la historia del reino pamplonés.


De todos modos, en la segunda mitad del siglo XII el reino de Navarra, expresión que termina por sustituir a la antigua de reino de Pamplona, fue objeto de las continuas apetencias de sus vecinos, los reinos de Aragón y de Castilla.


¿Cuántos proyectos de reparto de Navarra formularon los monarcas de Aragón y Castilla?


Es preciso señalar, sin embargo, que Navarra no sólo resistió las presiones de sus vecinos, sino que incluso fue capaz de recuperar el aliento.


Muy importante fue, en ese sentido, la época de Sancho VI el Sabio (1150-1194), durante la cual de nuevo se vinculó a Navarra buena parte de los territorios de Álava y de Guipúzcoa.


Esta recuperación de Navarra en parte se explica por la división, en 1157, a raíz de la muerte de Alfonso VII, de los reinos de Castilla y León que, en principio, quedaron debilitados.


La ofensiva de Alfonso VIII de Castilla: conquista de Vitoria
Los años finales del siglo XII, coincidentes con el acceso al trono navarro de Sancho VII el Fuerte (1194-1234), fueron decisivos en lo que respecta al futuro de los territorios del actual País Vasco, y en particular de Álava y de Guipúzcoa.


El señorío de Vizcaya, que incluía en aquel tiempo las Encartaciones pero no el Duranguesado, se había vinculado definitivamente, por esas fechas, a los reyes de Castilla. El señor de Vizcaya de finales del siglo XII y comienzos del XIII (en concreto de 1170 a 1214) fue Diego López de Haro II al que siempre se ha considerado como uno de los grandes magnates de la nobleza del reino de Castilla.


El reino de Navarra vivió, una vez más, el acoso de sus vecinos. Ciertamente la derrota sufrida por Alfonso VIII en Alarcos frente a los almohades, en el año 1195, frenó de momento la actitud ofensiva del castellano.


Es más, Sancho VII llegó a pactar con los almohades su neutralidad, en el caso de que surgiesen nuevos conflictos con el rey de Castilla.


Pero al poco tiempo reapareció la agresividad del monarca castellano.


En 1198, Alfonso VIII firmaba en Calatayud, con Pedro II de Aragón, que se encontraba al frente de su reino desde 1196, un nuevo tratado de reparto de Navarra.


El cambio de actitud de Pedro II hizo posible, no obstante, que se llegara a firmar una tregua con el rey de Navarra.


Ahora bien, en la primavera del año 1199, Alfonso VIII, sin hacer caso de la tregua existente, y sin contar con la alianza de Aragón, decidió, por su cuenta, atacar el territorio alavés.


Sus ejércitos, partiendo de Pancorbo, en donde se hallaban a principios del mes de agosto, se dirigieron hacia la comarca de Treviño y, poco después, hacia la ciudad de Vitoria.


Así se expresa Jiménez de Rada: “Nuevamente, pues, el noble rey don Alfonso de Castilla empezó a atacar Ibida (en tierra de Treviño) y Álava, y puso prolongado cerco a Vitoria”. Nos consta que en el mes de agosto del citado año las tropas de Alfonso VIII habían iniciado el sitio de Vitoria.


Pero la ciudad ofreció una tenaz resistencia. Eso explica que, al concluir el año 1199, se mantuvieran las posiciones tanto de los sitiadores como de los sitiados.


Mientras tanto, Sancho VII había decidido pedir ayuda al sultán almohade, para lo cual marchó hacia al-Andalus y acaso a Marruecos. Mas las circunstancias no eran nada favorables para que esa ayuda se concretase.


Paralelamente, según el testimonio de Rodrigo Jiménez de Rada, “los moradores y defensores (de Vitoria), cansados con los asaltos y trabajos del sitio y extenuados por la falta de víveres, se hallaban en grande apuro y casi a punto de verse precisados a rendirse”.


Según todos los indicios, el obispo de Pamplona, don García, ante la gravísima situación que estaban atravesando los sitiados de Vitoria, consiguió que el monarca Sancho VII de Navarra autorizara la entrega de la ciudad al rey de Castilla Alfonso VIII. Finalmente se consumó la rendición de Vitoria, en unas fechas imprecisas, pero que sin duda hay que situar entre el 22 de diciembre de 1199 y el 25 de enero de 1200, fecha esta última en la que Alfonso VIII estaba en Belorado, camino de Burgos.


La incorporación de Guipúzcoa


Simultáneamente, utilizando la vía de la nego- ciación, sabemos que numerosas fortalezas del territorio de Guipúzcoa, no sólo hasta el río Urumea, sino también de la zona situado entre el Urumea y el Bidasoa, se entregaron al rey de Castilla.


La vieja historiografía vascongada afirmaba que Guipúzcoa se encomendó voluntariamente a Castilla.


Así Pablo Gorosábal, basándose a su vez en Esteban de Garibay, manifiesta que mientras conti- nuaba el cerco de Vitoria por Alfonso VIII “la provincia de Guipúzcoa deseó por muchos respectos volver á la union de la corona de Castilla”.


Por su parte, J. Ignacio de Iztueta indica que Guipúzcoa decidió escapar “de las maldades y villanías de que era objeto por parte de Navarra, para ponerse del lado de un Rey de intachable honor”, el cual no era otro sino Alfonso VIII de Castilla. En defi- nitiva, el monarca castellano había obtenido ga- nancias por la vía militar, como la ciudad de Vitoria. Pero el resto de las tierras incorporadas a sus dominios le llegó por el camino del pacto, tal y como pone de relieve Julio González.


Asimismo Gonzalo Martínez, en su reciente estudio sobre Alfonso VIII, señala que “fuera del largo y prolongado asedio de Vitoria, la incorporación del resto de Álava y de toda Guipúzcoa no fue el fruto de con- quistas militares; las numerosas fortalezas le fueron entregadas por sus tenentes pacíficamente, aunque no existiera ningún acuerdo ni pacto colectivo con los mismos, y mucho menos con una supuesta junta guipuzcoana inexistente”.


Otra cosa es discutir hasta qué punto esos pactos estaban condicionados, en el sentido de exigir al monarca castellano el reconocimiento de los fueros, usos y costumbres de los lugares que pasaban a depender de su soberanía.


El rey de Castilla colocó al frente de esos territorios a su vasallo Diego López de Haro, a la sa- zón señor de Vizcaya.


Alfonso VIII, por lo tanto, había recuperado todos los territorios que fueron, en tiempos pasados, de su antecesor Alfonso VI. Incluso había rebasado los límites de los dominios de su tatarabuelo.


Es verdad que en su testamento, de fecha 8 de diciembre de 1204, el monarca castellano hacía promesas al rey de Navarra de devolverle diversos territorios, en concreto aquellos sobre los que no poseía ningún título histórico: “Prometo también que, si Dios me da salud, restituiré al rey de Navarra todo lo que tengo des- de Ponte de Araniello hasta Fuenterrabía y los castillos de Buradón, de San Vicente de Toro, de Marañón, de Alcázar, de Santa Cruz de Campezo, la villa de Antoñana y el castillo de Atauri y de Portilla de Corres”. Pero dichas promesas no se cumplieron jamás.


Los territorios adquiridos por Alfonso VIII nunca más iban a cambiar de soberano, convirtiéndose en ámbitos del reino de Castilla y posteriormente de la Corona del mismo nombre. De esa forma, Castilla obtenía una salida al Cantábrico, pero también una comunicación terrestre con Francia.


Al fin y al cabo, Alfonso VIII recogió los frutos de la política llevada a cabo desde Pamplona con objeto de ordenar las tierras que tenían como centro la villa de San Sebastián.


Más aún, con el fin de consolidar su dominio en la zona oriental del Cantábrico, Alfonso VIII otorgó, en 1203, el estatuto de villa al poblado de Fuenterrabía, que recibía el fuero de San Sebastián.


Dicho fuero fue también concedido a las villas de Motrico y de Guetaria. En cambio, Navarra había quedado totalmente desvinculada de la fachada marítima cantábrica.


El epílogo alavés


De todas formas, la integración de Álava en el reino de Castilla no puede entenderse sin aludir a su epílogo. Me refiero a los sucesos del año 1332, cuando tuvo lugar la voluntaria entrega efectuada por la cofradía de Arriaga al rey de Castilla, en aquel tiempo Alfonso XI.


En verdad, con posterioridad al año 1200, estaban plenamente integradas en Castilla Vitoria y Treviño.


El resto de Álava, en cambio, si bien había roto sus antiguos vínculos con Navarra, tampoco los tenía muy firmes con Castilla. Veamos lo que dice, a este respecto, la Crónica de Don Alfonso el onceno: “Acaesció que antiguamente desque fue conquistada la tierra de Alava, et tomada a los navarros, siempre ovo señorio apartado; et este era qual se lo querian tomar los fijosdalgo et labradores naturales de aquella tierra de Alava... Et en todos tiempos pasados ningun rey non ovo señorio en esta tierra, nin puso oficiales para facer justicia, salvo en las villas de Vitoria et de Treviño, que eran suyas; et aquella tierra sin aquellas villas llamábase Confradia de Alava”.


Este texto pone claramente de relieve la existencia de una dicotomía entre el mundo rural, dominado por los linajes nobiliarios, y el ámbito urbano, representado por las villas.


Fue en 1332 cuando, sigamos la opinión de Landázuri, los alaveses, o más concretamente los miembros de la cofradía de Arriaga, “unieron su señorío libre y voluntariamente con la Corona de Castilla”.


Según la opinión de Julio Caro Baroja, lo que se produjo en 1332 fue “una especie de raro concierto entre el rey de Castilla, Alfonso XI, y los nobles alaveses, para hacer entrega de la tierra al rey, bajo determinadas condiciones”.


Esas condiciones tenían que ver, básicamente, con los derechos que los hidalgos alaveses deseaban preservar a toda costa.


http://www.educa.madrid.org/web/cc.s...toria%2022.pdf