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Una exposición que se celebrará el próximo año en San Sebastián y Bayona recordará a Tomás Zumalacárregui en el 70 aniversario de su muerte.
Es calificado como uno de los principales estrategas de su tiempo. Una afirmación que viene avalada por las victorias que cosechó a lo largo de su carrera militar. 170 años después de su fallecimiento, Tomás Zumalacárregui se convierte en el personaje con mayor peso de la exposición temporal El País Vasco francés en la aventura carlista, que en la actualidad aún se encuentra en fase de investigación con el fin de seleccionar los que serán sus contenidos.
Esta iniciativa transfronteriza, en la que trabajan el Musée Basque de Bayona y el Museo Zumalakarregi de Ormaiztegi, verá la luz el próximo año en dos ciudades diferentes. San Sebastián y Bayona se unirán para descubrir capítulos, en ocasiones desconocidos, de la historia del siglo XIX. Entre éstos destacan los relacionados con el propio Zumalacárregui. Quienes visiten la muestra podrán conocer de cerca la vida de este general hoy considerado prácticamente un mito.
Desde su nacimiento en 1788, un año antes de que estallara la Revolución francesa, en una familia media, a su papel como testigo, y con frecuencia también protagonista, de los continuos enfrentamientos bélicos y políticos de la época. Durante la invasión gala dirigida por Napoleón en 1807, optó por incorporarse a la guerrilla liderada por Gaspar Jáuregui en Gipuzkoa. Sus méritos no pasaron desapercibidos para sus superiores, que le ascendieron a teniente, un reconocimiento que influyó en su decisión de incorporarse a la carrera militar.
En 1822, se sublevó contra el gobierno liberal, luchando en la guerrilla realista hasta que se integró en las tropas del duque de Angulema y sus cien mil Hijos de San Luis. Un año más tarde, el absolutismo se restablecía en el país de la mano de Fernando VII y Tomás Zumalacárregui era destinado a diversos puestos militares. En Pamplona se constituyó en el jefe de los voluntarios realistas, un grupo de carácter político-militar creado para la defensa de los principios absolutistas, mientras que en El Ferrol ocupó el puesto de gobernador militar, siendo poco tiempo después sustituido a raíz de un dudoso comportamiento en la intentona de los realistas por hacerse con el poder.
A la muerte de Fernando VII, y tras diversos levantamientos llevados a cabo por los realistas, el General Zumalacárregui se incorporó a los insurgentes favorables a Don Carlos, los carlistas, que representaban la defensa de los principios absolutistas. El 14 de noviembre de 1833 era nombrado comandante general de Navarra y apenas unos días más tarde, los jefes carlistas de Gipuzkoa y Bizkaia le reconocían como jefe militar del ejército carlista.
De los tres mil hombres mal armados que le fueron concedidos, el ormaiztarra consiguió formar un ejército regular dotado de treinta mil soldados, demostrando de este modo sus dotes como líder y organizador. Sobre el terreno, utilizó las tácticas guerrilleras, basadas en la información, movilidad e improvisación. La comarca navarra de Amescoas se transformó en su centro de operaciones militares, el lugar desde donde su presencia se extendió progresivamente hasta el punto de proponer traspasar el Ebro para dirigirse hacia Burgos y Madrid. Sus intenciones se vieron frenadas por el pretendiente Carlos, quien impuso el criterio de conquistar antes Bilbao.
Muerte de un carlista
Fue a su muerte, rodeada de misterio, cuando surgió el mito. En junio de 1835, Tomás Zumalacárregui llegó aBilbao para preparar su asedio y dos días después, nada más subir al balcón de un edificio cercano al santuario de Begoña para supervisar las operaciones, una bala rebotada le hirió en la pierna derecha. Los médicos que le atendieron coincidieron en señalar que no era grave y que en el plazo máximo de tres semanas estaría restablecido.
Sin embargo, Zumalacárregui prefirió visitar a Petriquillo, un curandero al que conocía desde joven y que residía en Zegama. Hasta allí fue trasladado por cuarenta granaderos, que se iban turnando en la tarea de transportarle sosteniendo su cama con fusiles de bayoneta. A pesar de las recomendaciones de los facultativos, Petriquillo extrajo el proyectil alojado en su pierna, causando una infección que acabó costándole la vida. Su fallecimiento dio paso a la leyenda.
ELENA VIÑAS
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