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Tema: Madrid, sábado 26 octubre: Cena de Cristo Rey 2013

  1. #1
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    Madrid, sábado 26 octubre: Cena de Cristo Rey 2013

    Madrid, octubre 2013, mes del Santo Rosario. Arrecia el laicismo de las autoridades eclesiásticas y su oposición frontal al fin que perseguía la instauración de la fiesta de Cristo Rey: fortificar la doctrina dogmática que obliga a toda sociedad a reconocer la soberanía de Cristo y a someterse a su ley. Arrecia también, y por todas partes, la persecución civil contra los defensores de esa doctrina. Cuanto más dura sea su insistencia, tanto más dura y recia será la resistencia de la Comunión Tradicionalista; tanto más alto proclamará "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" y con mayor fervor hará suyo el himno del oficio divino Te saeculorum Principem:

    ¡Que los jefes de los pueblos
    te rindan culto público,
    maestros, jueces te honren,
    las leyes y las artes canten tu gloria!
    ¡Que los emblemas de los príncipes
    encuentren su gloria en estarte dedicados,
    a tu dulce imperio
    someta la patria y el hogar de los ciudadanos!

    La cena de Cristo Rey, organizada por el Círculo Cultural Antonio Molle Lazo (de la C.T.), tendrá lugar (D.m.) el próximo día 26 de octubre, sábado (víspera de la fiesta de Cristo Rey), a las 21 horas, en el restaurante Paolo, C/. General Rodrigo, 3 (con entrada también por C/. Julián Romea, 10); Metro Guzmán El Bueno. Madrid.

    A los postres harán uso de la palabra:

    • Victor Ibáñez (Secretario del Círculo Carlista Marqués de Villores).
    • Juan Manuel Rozas (Abogado).
    • José Miguel Gambra (Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista).


    Cubierto: 37 € (estudiantes: 27 €).
    Reservas: teléfono 622796664, correo electrónico.


    Esta convocatoria en Facebook: http://www.facebook.com/events/219309901570633/

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  2. #2
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    Re: Madrid, sábado 26 octubre: Cena de Cristo Rey 2013

    Madrid, 27 octubre 2013, fiesta de Cristo Rey. El sábado 26 de octubre, vigilia de la festividad de Cristo Rey, se ha celebrado en la villa y ex-corte la tradicional cena que, en nombre de la Comunión Tradicionalista, organiza el Círculo Cultural Antonio Molle Lazo. Se dieron cita correligionarios y simpatizantes jóvenes y viejos; veteranos de la Causa y nombres ilustres junto con nuevos y entusiastas carlistas. Como es habitual hubo tres discursos a los postres. El profesor Juan Cayón presentó a los oradores.

    Habló en primer lugar Víctor Ibáñez, del Círculo Carlista Marqués de Villores. A partir de una cita del Obispo Tissier de Mallerais, "si no tenemos el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, tendremos el reinado social del demonio", comparó el orden social cristiano con el impuesto por el liberalismo en nuestra Patria, mediante esas guerras de agresión a la sociedad católica, y de autodefensa de ésta, que luego se llamaron guerras carlistas. Comparó a las actuales autoridades eclesiásticas, que cantan las alabanzas de esos principios, con los clérigos apóstatas que elevaron altares al emperador en los primeros tiempos del cristianismo hispano. Destacó cómo las celebraciones carlistas de la fiesta de Cristo Rey, desde aquella en Pamplona durante la II República, que terminó con la detención del Marqués de Villores, hasta las de las décadas de mil novecientos sesenta y setenta, a veces presididas por S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, tuvieron lugar sucesivamente bajo el signo del gozo, del temor y de la tristeza. A pesar de todo, concluyó, las de estos últimos años bien puede presidirlas un sentimiento de esperanza; de esperanza en un resurgimiento de la Causa, por el que debe lucharse denodadamente.

    A continuación tomó la palabra Juan Manuel Rozas, abogado del Ilustre Colegio de Madrid. Con fina ironía citó a Andrés Ollero, "un católico bastante oficial", quien defiende que el Estado debe mantener con la religión una relación parecida a la que tiene con el fútbol: puede protegerlo y fomentarlo, pero no tomar partido por ningún club. Contra esta laicidad "positiva" Rozas dijo que "los que estamos aquí esta noche (...) seguimos sabiendo que Nuestro Señor Jesucristo, hoy expulsado de los parlamentos y de los tribunales, debe reinar sobre las naciones; que las instituciones y las leyes de las naciones deben someterse a la sabiduría divina; que los pueblos y sus gobernantes deben rendir culto públicamente a Dios, con el único culto (el católico) que agrada a Dios". En la última parte de su discurso, refutó las objeciones que suelen aducirse contra la verdad católica de la realeza social de Nuestro Señor: que se trate de una doctrina obsoleta a los ojos de las mismas autoridades eclesiásticas, y que el ideal de la Cristiandad sea hoy irrealizable. Su respuesta fue el recuerdo del ejemplo de los combatientes mejicanos en la segunda Cristiada, quienes se negaron a aceptar los compromisos alcanzados por la jerarquía de la Iglesia y fueron capaces de explicar el objeto de su lucha con palabras como éstas: "Nomás queremos ser como brasas de rescoldo (...) Que aunque sea nosotros guardemos la lumbrita bajo las cenizas. Y nomás en la espera de que soplen buenos vientos y nos arrimen [hojarasca], para que de vuelta se prenda la cristiada en todo México". Con sus palabras finales, Juan Manuel Rozas animó a que "mantengamos en alto la bandera de Cristo Rey, la doctrina íntegra, las brasas de rescoldo bajo las cenizas, a la espera de que, cuando Dios quiera, si Dios lo quiere, como Dios quiera, soplen de nuevo buenos vientos".

    El tercer y último discurso fue el de José Miguel Gambra, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista. En su parte central destacó que parece que el pontificado actual va a renovar el hostigamiento contra la doctrina social de la Iglesia, la cual se condensa en la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. Ante esta actitud, que contrasta con la relativa benevolencia del anterior hacia el tradicionalismo, el profesor Gambra sostuvo la licitud de la resistencia y de la crítica a palabras como las pronunciadas en Brasil a favor del laicismo y la aconfesionalidad del Estado. Contestó luego a las objeciones que suelen ponerse a quienes hacen tales criticas públicamente, señalando que deben formularse con prudencia y ciertas limitaciones, pero también destacando que "no hay autoridad absoluta alguna en este mundo, ni en la sociedad civil ni en la eclesiástica, a la que se deba un acatamiento ciego y con independencia del orden natural y sobrenatural querido por Dios". Lo cual vale también para los papas, pues, como enseña el Concilio Vaticano I, el Espíritu Santo les fue prometido sólo para custodiar con su asistencia "la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe". Contra quienes postulan un acatamiento irracional de cuanto hagan y digan las autoridades eclesiásticas, José Miguel Gambra defendió la licitud de hacer uso de la razón, que Dios nos dio para discernir el bien del mal, y de defender la doctrina social de la Iglesia como parte del depósito revelado de nuestra Fe. Finalizó animando a conservarla como el centro de la doctrina carlista, aun a pesar de las zozobras interiores que la oposición de los propios eclesiásticos pueda producirnos.

    Terminó la velada con el canto entusiasta del Oriamendi y los vivas de rigor.



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  3. #3
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    Re: Madrid, sábado 26 octubre: Cena de Cristo Rey 2013

    Madrid, 31 octubre 2013, vigilia de Todos los Santos. En despacho anterior FARO distribuyó un primer reportaje sobre la Cena de Cristo Rey 2013, que se celebró el pasado sábado 26 de octubre. Una versión corregida, con la adición de fotografías, aparece en el cuaderno de bitácora del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo: Celebrada la Cena de Cristo Rey 2013.

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  4. #4
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    Re: Madrid, sábado 26 octubre: Cena de Cristo Rey 2013

    Discurso en la “Cena de Cristo Rey”

    José Miguel Gambra

    En el magnífico libro Iglesia y política [1], recientemente presentado en el Círculo Molle Lazo, Mons. Barreiro, Prelado de honor de su Santidad, ha dicho que la base de la doctrina social y política de la Iglesia se encuentra precisamente en el concepto de realeza social de Cristo. A lo cual añade «que, a pesar de que la expresión “doctrina social” de la Iglesia sólo se ha empleado desde la Rerum Novarum (1891), en substancia siempre ha formado parte del patrimonio dogmático de la Iglesia».
    Esta afirmación no es ninguna novedad, pero tiene gran importancia para nosotros. Recalca que la doctrina social de la Iglesia, que obliga a los gobiernos como a los individuos a dar culto al único Dios verdadero tal como Él se ha manifestado, forma parte del depósito de la fe. No es una invención transitoria de los Papas decimonónicos como se ha pretendido. Eso —digo— es importante porque lo que mantiene el carlismo es precisamente esa doctrina social aplicada según su historia y costumbres a nuestra Patria
    Como el jefe cristero de la preciosa historia que nos ha contado Juan Manuel Rozas, podemos entender que, de momento, nuestro papel es el de rescoldos a la espera de que mejores tiempos nos permitan transmitir el fuego de la tradición católica y recobrar el orden político cristiano en nuestra Patria.
    Importantísima función la de ser transmisor. ¿Quiénes tienen mayor mérito a los ojos de Dios: los hombres oscuros que en la época de las invasiones bárbaras y mahometanas conservaron, en riscos y conventos, la sabiduría y las costumbres cristianas, o los grandes teólogos, filósofos, reyes y papas, que la historia reconoce y alaba como constructores de la magnífica Cristiandad? Casi diría que los primeros, porque los otros al menos han visto algo de la recompensa aquí en la tierra, y de los que sólo transmitieron, con grandes penalidades, ni el nombre se recuerda.
    ¡Qué arduo, sin embargo, el oficio de rescoldo! Porque el rescoldo no es una llamita recién nacida de una cerilla y llena de ingenuas esperanzas, sino que, por definición, ha sido antes fuego, o incendio, que han apagado violentamente con agua, tierra o golpeándolo con ramas. El rescoldo que es hoy el Carlismo recuerda con amargura las glorias pasadas; y los remojones que todavía recibe en cuanto echa alguna llamarada no le permiten olvidar la postración en que vive. Lo hemos visto recientemente en un hombre ejemplar hoy ausente pero que todos tenemos en la mente y no podemos citar, porque —ahí estamos— ya no cabe ni citar ni aplaudir al que de nosotros es perseguido. Pero al rescoldo lo que más le contrista no es el agua que le echan las izquierdas, o la arena que le arrojan las derechas, sino los golpes que los eclesiásticos le dan con las misma ramas que debían haber ardido con él, y ahora se ha convertido en el peor de sus enemigos. Y eso le daña más que nada, porque las defecciones y los ataques de los eclesiásticos laceran y confunden su alma con escrúpulos y zozobras interiores.
    Las ambiguas doctrinas del Vaticano II, junto a la desagradecida incomprensión, las desautorizaciones y los acosos de los eclesiásticos para con el Carlismo lo han debilitado más que cualquiera de las violencias procedentes del exterior. Durante el pontificado de Benedicto XVI, al menos la cúpula de la Iglesia pareció conceder al tradicionalismo cierta benevolencia, aunque no las autoridades inferiores. Pero el pontificado del Papa Francisco parece que va a producir una renovación del hostigamiento, ante lo cual debemos estar doctrinal y psicológicamente preparados.
    Como es sabido todo empezó cuando el Papa Francisco, el pasado 27 de julio, ante la clase política del Brasil, defendió el laicismo y la aconfesionalidad del Estado. Como eso es precisamente el meollo de lo que la Comunión Tradicionalista tiene por misión conservar, transmitir y, cuando pueda, llevar a la realización, está sobradamente justificada la nota de la Comunión Tradicionalista donde decía que «la equiparación de la religión católica con las infidelidades y la afirmación sin discernimiento de la laicidad del Estado» son doctrinas contrarias al magisterio de la Iglesia y a los fundamentos de la legitimidad española expresados, entre otros muchos por S.M.C. Don Alfonso Carlos. Si diéramos por buenas las palabras del Papa, sólo nos cabría, en buena lógica, abandonar el Carlismo, que siempre puso su máximo empeño en defender la unidad católica de España.
    No paró ahí la cosa. Las entrevistas concedidas por este Papa mediático contienen afirmaciones que descalifican nuestro propósito de transmitir una doctrina permanente, natural y sobrenatural, sobre el orden social cristiano. Así, en la entrevista que concedió al jesuita Spadaro, se atribuyen al Papa frases del siguiente jaez: nuestra fe es una «fe camino, una fe histórica. Dios se ha revelado como historia, no como un compendio de verdades abstractas. (…) el que tienda a la “seguridad” doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido posee una visión estática e involutiva. Y así la fe se convierte en una ideología entre tantas otras».
    Estas palabras evidentemente afectan a la pretensión que tenemos de conservar una doctrina inmutable que forma parte, como dice Barreiro, del patrimonio dogmático de la Iglesia. Es, pues, perfectamente lícito señalar que esas palabras, tal como suenan, se parecen peligrosamente a esta frase condenada por el decreto Lamentabili, de Pío X, según la cual: Cristo no enseñó un cuerpo determinado de doctrina aplicable a todos los tiempos, sino que inició más bien un cierto movimiento religioso, adaptado o para adaptar a los diversos tiempos y lugares. (Denz. 2059). Y lo mismo cuando el Papa dice: «hay que encontrar a Dios en nuestro hoy. Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo», de la cual parece seguirse que «la Revelación que constituye el objeto de la fe católica no quedó completa con los Apóstoles», lo cual también está condenado por el mismo decreto (Denz. 2021).
    Ante cualquier observación de este tipo, siempre hay alguno que se opone, alegando que esas frases no son las que ha dicho el Papa, sino los periodistas, o que son producto de una conjura hecha por los cortesanos de Roma; que son frases sacadas fuera de contexto; que tienen un significado oculto y técnico que se escapa al vulgo ignorante como nosotros, etcétera.
    A esta pega contestamos destacando que nuestras críticas no declaran heréticas esas palabras, sino sólo que, tal como suenan, tal como se entienden llanamente, parecen contrarias a lo que la Iglesia siempre ha enseñado. No juzgamos, ni podríamos hacerlo, si efectivamente las ha dicho el Sumo Pontífice, si tienen otro sentido que luego pueda el Papa rectificar, ni menos juzgamos a la persona del Papa ni su potestad. Porque todo eso está fuera de nuestro alcance. Limitamos nuestras denuncias a las frases en su sentido palmario y atendiendo al contexto, con el fin de hacer una defensa prudente pero pública de la doctrina de la Iglesia y del Carlismo.San Atanasio
    Pero, ni siquiera con semejantes precauciones, admiten algunos que se hable de lo dicho por el Papa, cuyas palabras creen que, en modo alguno, pueden criticarse públicamente. Los hay que llegan a decir que quien tal hace, está fuera de la Iglesia.
    A esto respondemos con una doctrina tajante que, según creemos, está en perfecta consonancia con las enseñanzas de la Iglesia: No hay autoridad absoluta alguna en este mundo, ni en la sociedad civil ni en la eclesiástica, a la que se deba un acatamiento completamente ciego. Absoluta es aquella autoridad que se atiene a su propia voluntad y habla y obra con independencia del orden natural y sobrenatural querido por Dios. Aunque nuestros padres son la potestad más natural y más evidente, no tenemos la obligación de respetarlos en cuanto pretendan, por ejemplo, apartarnos de la religión. Santo Tomás dice explícitamente que, al contrario, debemos odiar (odire) a los padres que tal pretendan «en cuanto eso hacen» [2]. Los carlistas anteponen la legitimidad de ejercicio a la de origen, de modo que la lealtad debida al Rey queda condicionada por el reconocimiento de la doctrina natural y revelada sobre la sociedad y también por los límites que el poder real no debe sobrepasar. Y lo mismo sucede con cualquier autoridad eclesiástica, el Papa incluido, lo cual es evidente desde el momento en que el Concilio Vaticano I, con haber declarado la infalibilidad pontificia, no olvida señalar que«no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe» (Concilio Vaticano I, Denz. n. 1836).
    Manuel de Santa Cruz cuenta que, en una reunión de altos mandos del Ejército, el Coronel Sanz de Diego, que en la guerra había sido comandante del Tercio del Alcázar, hizo algunas críticas al régimen anterior y fue interpelado en voz alta por el General Medrano, un pelota oficial, que le dijo: «No nos cabe duda de que es usted incondicional del Caudillo ¿verdad, Coronel?», a lo cual, tras un ominoso silencio, Sanz de Diego contestó: «No lo crea, mi general, yo no soy incondicional más que de Nuestro Señor Jesucristo». A ejemplo de ese carlista admirable, que de esa manera se la jugó en unos momentos en que la devoción a Franco estaba en su cúspide, debemos no reconocer más lealtad incondicional que la que a Dios debemos.
    No olvidemos que, para llevar las cosas a su colmo, San Pablo dijo a los Gálatas: «aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio que el que os hemos anunciado, sea anatema» (Gálatas, 1,8). Santo Tomás comenta este pasaje diciendo que la doctrina inmediatamente dada por Dios, como lo es la doctrina evangélica, y las que implícitamente contiene (como la doctrina social de la Iglesia) no pueden ser anuladas más que por Dios mismo, y ni los apóstoles, ni los ángeles pueden cambiarla (S. Tomás de Aquino, Super Epistolam B. Pauli ad Galatas, cap. 1, l. 2).
    Otra objeción que suele hacerse a cualquier crítica a las palabras del Papa es que no estamos capacitados para determinar lo que es contrario y lo que está en consonancia con la doctrina de la Iglesia.
    Debe a esto contestarse que la enseñanza católica siempre ha dado por sentada la capacidad racional del hombre, que conlleva la discriminación entre lo idéntico y lo diverso y la capacidad de raciocinio. Porque si el hombre no tuviera la facultad natural de la razón, tampoco podría distinguir el bien del mal, que son contrarios, no tendría sentido darle orden alguna, ni sería responsable de sus actos. De hecho, la misma sentencia de San Pablo a los Gálatas da por supuesto que somos capaces de distinguir lo que es contrario a lo enseñado por el Evangelio.
    Algunos creen que es virtud acrisolada dar pruebas de debilidad mental, en cuanto un eclesiástico abre la boca, y que han de concedérsele sin crítica los argumentos más peregrinos. De Maritain a esta parte nos han hecho creer (incluidos Pablo VI y Juan Pablo II) que la frase de Nuestro Señor «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», implica la separación de la Iglesia y el Estado, es decir el laicismo condenado por los papas preconciliares. Este mandato de Nuestro Señor, según los Santos Padres, sólo dice que unos son los deberes para con Dios y otros con los gobernantes, Si algo presupone esa frase, no es sino algo tan elemental como César y Dios no son la misma cosa. Porque, si Dios y el César fueran lo mismo, el mandato diría que hay que dar al César lo del César y al César lo del César (o a Dios lo de Dios y a Dios lo de Dios) lo cual serían frases redundantes y ridículas, indignas de Nuestro Señor. Pero, por mucho que se insista, la frase no dice ni palabra sobre las relaciones que deban darse entre esas dos cosas distintas que son Dios y el César. Ni a favor de su separación, ni de su unión, ni de su subordinación, ni nada de nada. Es más, si esa frase fundara la separación de Iglesia y Estado, la frase de idéntica estructura, «honrarás a tu padre y a tu madre» (el cuarto mandamiento), debería fundar el divorcio.
    Los carlistas de otro tiempo sufrieron muchas calamidades, tuvieron que abandonar sus hogares para ir a la guerra y padecieron penalidades de toda clase, tanto tras la derrota como tras la victoria. Pero podían descansar en la autoridad, porque había poderes en cuyas enseñanzas y decisiones podían confiar. Nuestro tiempo nos ha tratado bien en lo material y, por ahora, no hemos padecido los horrores de la guerra. Pero nos ha dado la cruz de vivir en la confusión y de impedirnos reposar en lealtades personales.
    Los carlistas de otro tiempo vencieron su miedo a la muerte y al destierro, lucharon, y se convirtieron en héroes y mártires. Los cobardes y los pusilánimes se quedaron en casa. Los que hoy, dominados por el miedo, se queden a medias, en la esquizofrenia interior entre la fe católica y el modernismo, serán brasas húmedas que se apagarán y dispersará el viento. Tengamos la magnanimidad de mantener la doctrina de siempre con la firmeza de nuestros padres, aun sin la benevolencia de nadie; sólo así seremos rescoldos que, cuando Dios quiera, renovarán el incendio de la tradición carlista.
    ________________________________
    [1] Iglesia y Política. Cambiar de paradigma, B. Dumont, M. Ayuso, D. Castellano eds., Itinerarios, Madrid 2013, pp. 124 y 133
    [2] S. T, II-II, q. 101, a. 4, ad 1

    Discurso en la “Cena de Cristo Rey” | Tradición Digital

  5. #5
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    Re: Madrid, sábado 26 octubre: Cena de Cristo Rey 2013

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    Discurso de Juan Manuel Rozas en la Cena de Cristo Rey 2013



    Brasas de Rescoldo



    En la fiesta de Cristo Rey del año de gracia de 2013: brasas de rescoldo, a la espera de buenos vientos
    Juan Manuel Rozas
    Reverendos padres, queridos amigos:
    En 1965, hace ya casi 50 años, ante las noticias y los aires preocupantes que llegaban de Roma en relación con los debates conciliares sobre los documentos que llegarían a ser la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia y el mundo de hoy (el mundo de entonces, ha pasado ya medio siglo) y la declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa, aprobados ambos al final de ese año 65 en la última sesión del II Concilio Vaticano, se convocó en España por defensores de la doctrina tradicional de la unidad católica un concurso, destinado a premiar la mejor defensa de esa doctrina tradicional, que fue ganado por Rafael Gambra con el libro definitivo que lleva por título La unidad religiosa y el derrotismo católico. Me falta el dato de cuántas obras se habrían presentado a ese concurso, pero sospecho que debieron de ser pocas, porque ya entonces el derrotismo católico (que campa en el título del libro premiado) era por desgracia la tendencia dominante. En ese libro el maestro Gambra cita unas palabras de José Luis López Aranguren, un catedrático de filosofía, democristiano de origen y que ya entonces había realizado con éxito el trasbordo al progresismo. López Aranguren (los que son algo mayores se acordarán de él) había escrito que pronto la relevancia social, política, de la religión llegaría a ser semejante a la relevancia social, política, del bridge, que como saben ustedes es un juego de naipes, bastante elegante. Salto ahora hasta Andrés Ollero, otro catedrático, éste de filosofía del derecho, antiguo diputado del partido popular y hoy magistrado del tribunal constitucional, un hombre inteligente, una de las lumbreras del catolicismo liberal-conservador de nuestros días. Pues bien, Ollero ha escrito varias veces que la relación del Estado con la religión debe ser parecida a la que tiene con el fútbol, no ya con el bridge sino con el fútbol. El ejemplo está mejor tomado, es más popular, mayoritario, no como el bridge. El fútbol es algo importante, muy presente en la sociedad, el Estado no puede ignorarlo, debe mantener relaciones positivas con él (laicidad positiva, la llaman), encauzarlo, incluso fomentarlo, pero no puede tomar partido, no puede ser ni del Real Madrid ni del Barcelona ni del Racing de Santander. Tampoco el Estado debe tomar partido por ninguna religión, ni por la católica ni por la mahometana ni por ninguna otra. Hablamos de nuestra santa religión católica, la única revelada por Dios, la única religión verdadera, en rigor la única verdadera religión (las demás no son formas de religión sino de infidelidad; infidelidades, las llama santo Tomás de Aquino, como nos ha recordado hace poco José Miguel Gambra). Pues bien, aquí la tenemos rebajada la Iglesia, no ya al nivel de las demás religiones (en eso consiste la peste del laicismo) sino al nivel de un equipo de fútbol, y no por un ateo sino por un católico bastante oficial. Los que estamos aquí esta noche, un año más, en la víspera de la fiesta de Cristo Rey, seguimos sin aceptar que el Estado, la comunidad política, deba relacionarse con la religión como con el bridge, un juego de cartas, o como con el fútbol. Seguimos sabiendo que nuestro Señor Jesucristo, hoy expulsado de los parlamentos y de los tribunales, debe reinar sobre las naciones, que las instituciones y las leyes de las naciones deben someterse a la sabiduría divina, que los pueblos y sus gobernantes deben rendir culto públicamente a Dios, con el único culto (el católico) que agrada a Dios. Todo esto está escrito, con estas mismas o semejantes palabras, en la encíclica Quas primas, con la que Pío XI instituyó en 1925 la fiesta de Cristo Rey. Para su celebración en el último domingo de octubre, como fiesta en cierto modo de la Iglesia militante (la formada por quienes en este mundo debemos combatir por el reinado de Cristo), antes del 1º de noviembre (festividad de Todos los Santos, fiesta de la Iglesia triunfante, la formada por quienes gozan de Dios en el cielo) y antes también del 2 de noviembre (conmemoración de los fieles difuntos, fiesta de la Iglesia purgante, la formada por las benditas ánimas del purgatorio). Los progresistas al estilo de López Aranguren, el del bridge, los que formaban entonces y siguen hoy formando la vanguardia del modernismo social y religioso, agravado con cada nueva aceleración (y acabamos de entrar ahora en una nueva fase de aceleración), aceptan que esa que he recordado fue la doctrina política de la Iglesia. La consideran felizmente abandonada, superada, obsoleta, pero al menos nos reconocen que fue la enseñada por el magisterio eclesiástico hasta el último concilio general, y vivida durante siglos por los pueblos y los príncipes cristianos. Los del bridge nos quitan el presente, nos excluyen del futuro (el progreso irreversible de la Humanidad nos habría arrojado a las cunetas de la Historia, dicen), pero al menos tienen la honradez intelectual de reconocernos el pasado. Los conservadores al estilo de Ollero, el del fútbol, los que formaban entonces y siguen hoy formando la retaguardia de ese mismo modernismo social y religioso, son incluso más crueles con nosotros, ya que no sólo nos quitan el presente y el futuro, sino que llegan incluso a privarnos del pasado, faltando a la verdad y a la honradez intelectual. Un correligionario de Ollero, el historiador Gonzalo Redondo, escribió que la fiesta de Cristo Rey nada tenía que ver “-salvo para la mentalidad estrecha de los tradicionalistas- con orientaciones político-culturales ……… se buscaba recordar que el hombre perfecto es el que sabe hacer libremente suyas las indicaciones [adviértase, no mandatos, no preceptos, “indicaciones”] que Dios le proporciona para su vida personal en el mundo” (Política, cultura y sociedad en la España de Franco, 1939-1975. Tomo II/2, Pamplona, Eunsa, 2009, nota 377, pág. 782). Seguramente Redondo debió de contar con que ya nadie leería la encíclica Quas primas y, en consecuencia, ya nadie descubriría la superchería; no andaba en eso muy alejado de la verdad puesto que, por desgracia, son poquísimos quienes hoy consultan el texto de esa gran encíclica política de Pío XI. Pero aquí seguimos los tradicionalistas de mentalidad estrecha, que sabemos leer y todavía leemos en la encíclica Quas primas (núm. 8): “Y en esta extensión universal del poder de Cristo no hay diferencia alguna entre los individuos y el Estado, porque los hombres están bajo la autoridad de Cristo, tanto considerados individualmente como colectivamente en sociedad. Cristo es, en efecto, la fuente del bien público y del bien privado. …………. No nieguen, pues, los gobernantes de los Estados el culto debido de veneración y obediencia al poder de Cristo, tanto personalmente como públicamente”. Fin de la cita. Muchos, si nos oyen reafirmar esta verdad católica cuando, fuera de estas ocasiones entre nosotros, tenemos la imprudencia de recordarla, sonríen y menean la cabeza, con más o menos simpatía o conmiseración, y nos replican dos cosas: Primero, que no es ya verdad católica una que ha dejado de enseñarse por las autoridades de la Iglesia, cuando no se enseña como católico precisamente el error opuesto, que es el laicismo: la bondad de la separación entre la Iglesia y el Estado, esto es, la neutralidad religiosa del Estado tomada como ideal cristiano, no como desgracia de los tiempos que haya que sufrir o conllevar. Segundo, que, a suponer incluso que hayan existido tiempos felices en que los pueblos se rigieron por el Evangelio (como afirmó León XIII en la encíclica Immortale Dei), esos tiempos de Cristiandad (felices o no, algunos lo conceden y otros lo niegan) ni desde luego son los tiempos de hoy ni han de volver nunca, por lo que es inútil mantenerse en los trece de la doctrina tradicional, y lo que procede es conformarse al mundo secularizado y pactar con él una laicidad positiva o benevolente. A esas dos objeciones clásicas, experiencia frecuente de todos nosotros, quiero responder esta vigilia de Cristo Rey no con mis propias palabras, sino con algunas citas extraídas de Rescoldo, una magnífica novela sobre la segunda Cristiada mexicana, escrita por Antonio Estrada, hijo de un jefe cristero muerto en combate y que con su madre y la familia entera anduvo de niño emboscado en las sierras, huyendo de las tropas del gobierno anticatólico y luchando contra ellas. Pasados los años, en la década de los 60 del pasado siglo, Estrada escribió esta gran novela autobiográfica que sinceramente les recomiendo ya que, superado el obstáculo de la abundancia de localismos mexicanos, es una lectura hermosa y conmovedora; en España ha sido recientemente publicada por Ediciones Encuentro. Primera cita, la de un sacerdote que, comisionado por el obispo, sube a la sierra para ordenar a los cristeros que depongan las armas: “Vengo a decirles que se dejen una vez más de revoluciones, señores. En nombre de la Iglesia Católica, depongan las armas. ………………. El Santo Padre ya les dispensó su juramento, hijitos, si es que en él se basan para otra lucha inútil. ……………. Lo que les corresponde es obedecer ciegamente a sus superiores.” Obediencia ciega, qué familiar nos suena esta exigencia desorbitada. Y la respuesta del jefe cristero: “No creo que usted nos pueda mandar esto, padrecito …….. ¿A quién vamos a creer? [añado yo ¿al magisterio de siglos o al de estos últimos tiempos? ] ……….. Perdone otra vuelta mi mala cabeza, padrecito ….. Pero aunque seamos unos rancheros de lo más cerrados [tradicionalistas de mentalidad estrecha, vuelvo a añadir yo], sabemos dos cosas. Si el Papa nos quitó el compromiso, nuestros adentros ya nunca lo podrán hacer. No le hace que los demás hayan corrido. Mire, señor cura: en esta tierra acostumbramos cumplir la palabra empeñada a cualquier hombre. Cuánto menos nos vamos a rajar con Dios ……”. Y otra cita del jefe cristero, que explica la finalidad del combate por Cristo Rey, que algunos consideraban inútil en el México de aquellos años 20 y 30 del pasado siglo XX, y muchos más consideran todavía más inútil, rematadamente inútil, en la España de nuestros días: “Nomás queremos ser como brasas de rescoldo, ……. Que aunque sea nosotros guardemos la lumbrita bajo las cenizas. Y nomás en la espera de que soplen buenos vientos y nos arrimen [hojarasca], para que de vuelta se prenda la cristiada en todo México.” De la Cristiandad, la gran obra temporal de la Iglesia, sólo quedan cenizas, es verdad, pero nosotros guardemos la lumbre, las brasas de rescoldo, bajo las cenizas. En la espera de que algún día, cuando Dios quiera, si Dios lo quiere, como Dios quiera, soplen buenos vientos, y entonces nos arrimen hojarasca (la masa indiferente, la multitud que siempre sigue la corriente, la que aclama a Cristo el Domingo de Ramos y a Barrabás el Viernes Santo) y otra vez arda la hoguera y se realice la Cristiandad. Pero para ello hace falta que se conserven las brasas de rescoldo bajo las cenizas, porque ordinariamente Dios no prescinde de instrumentos humanos (por pobres, por pequeños que sean) sino que quiere servirse de nosotros y, sin nosotros, no realiza su obra. Sin brasas no volverá a arder el fuego. Pío XII nos enseñó que “De la forma dada a la sociedad, conforme o no a las leyes divinas, depende y se insinúa también el bien o el mal en las almas, es decir, el que los hombres, llamados todos a ser vivificados por la gracia de Jesucristo, en los trances del curso de la vida terrena respiren el sano y vital aliento de la verdad y de la virtud moral o el bacilo morboso y muchas veces mortal del error y de la depravación” (radiomensaje de 1 de junio de 1941, núm. 5). Por lo tanto, la salvación eterna de la mayoría de las almas, de la multitud, depende mucho de la forma dada a la sociedad, conforme o no a las leyes divinas. Esa salvación de la multitud sólo es ordinariamente posible en un ambiente social cristiano, fundado en instituciones, costumbres y leyes cristianas, donde ese ambiente coopere al conocimiento de la verdad y la práctica de la virtud, en lugar de fomentar, como hoy ocurre, el error y el vicio. Por ello, quienes renuncian al reinado social de Cristo, arrojan las banderas y las dejan caídas por tierra, con esa renuncia doctrinal asumen una gravísima responsabilidad. De ese modo hacen imposible que Dios, ordinariamente, realice su obra. Nosotros mantengamos en alto la bandera de Cristo Rey, la doctrina íntegra, las brasas de rescoldo bajo las cenizas, a la espera de que, cuando Dios quiera, si Dios lo quiere, como Dios quiera, soplen de nuevo buenos vientos.


    Juan Manuel Rozas: Brasas de Rescoldo « Comunión Tradicionalista

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