Matrimonio y castas en América: llega la contrarrevolución
elmanifiesto.com
Kay Hymowitz es “senior fellow” en la Universidad de Manhattan y editora colaboradora del City Journal. A ella se debe el libro que ha motivado la investigación de The Economist. Se llama “Matrimonio y Casta en América: Familias separadas y desiguales en una edad post-matrimonial”. No tiene desperdicio.
“Lo liberal que queda en mí –dice Kay Hymowitz- me lleva a pensar que la desigualdad es un problema social gravísimo, sobre todo cuando a ello se une la falta de movilidad social. Una cosa es que, aunque haya diferencia entre ricos y pobres, los segundos tengan oportunidades para llegar a formar parte del primer grupo. Pero si los pobres siguen siendo pobres generación tras generación, sin posibilidades de avanzar, es que algo falla”.
Para la autora, el espectacular aumento de la ilegitimidad y del divorcio durante los últimos cuarenta años –lo que ella denomina la “revolución de los no casados”- se ha disparado de forma alarmante en los hombres y mujeres menos educados. Las mujeres que han estudiado en la Universidad apenas han tenido niños fuera del matrimonio. “Murphy Brown era una fantasía de Hollywood”, dice Hymowitz. Las tasas de divorcio entre las clases educadas de mujeres han ido descendiendo desde los años 80. La mayoría de ellas cuidan a sus hijos dentro del matrimonio. Pero con las mujeres poco educadas no ocurre lo mismo. Hay muchas más probabilidades de que tengan niños sin casarse: más de la mitad de los nacimientos de mujeres sin graduado escolar son extramaritales. Y cuando se casan, las probabilidades de divorciarse son mucho mayores que las de las mujeres educadas.
“Teniendo en cuenta que los niños que se educan con sus padres casados son capaces de destacar en un abanico de actividades mucho mayor que el de los que se educan fuera de una familia –explica Hymowitz-, esto nos hace pensar que la estructura familiar juega un papel importante en el aumento de la desigualdad. Es más, aquellos niños que son hijos de madres solteras tienen más posibilidades de acabar siendo madres o padres solteros también. Es la perpetuación de la ‘distancia marital’. Los hijos de solteros tienen más posibilidades de no conseguir el graduado escolar que los que nacen en una familia estable. Por eso mi libro se llama así: Matrimonio y Casta: Familias separadas y desiguales en una edad post-matrimonial”.
Hymowitz estima que “los matrimonios son dos pares de manos, dos cerebros que resuelven problemas, dos personas para cuidar de los niños, por no hablar de que hay dos sueldos, con los que se puede comprar una casa en un distrito donde haya un buen colegio. Esta teoría, sin embargo, no funciona cuando hablamos de padrastros o madrastras, ya que, aunque todo lo anterior se da, aún así el niño sale peor que el de las familias casadas. Lo mismo con los niños que viven con padres que viven juntos, pero no están casados. Yo creo que el matrimonio es más que una suma de partes, más que el anuncio público de amor y compromiso, como muchos americanos lo definen. Es una institución social que durante su existencia ha satisfecho las demandas económicas y culturales que se han creado”.
Consecuencias de la revolución sexual
Un aspecto importante es la posición específica del matrimonio dentro de la cultura norteamericana. La evaluación de Hymowitz vale, en realidad, para la cultura europea en general: “El matrimonio americano nos dice cómo vivir, mensajes con una larga historia que nos ayudan a triunfar en esta sociedad. Ello le da a la juventud un guión a seguir, una orientación hacia el futuro y ayuda a aumentar la creación de riqueza. Desde el principio, los matrimonios anglo-americanos estaban ligados a la propiedad privada. En la antigua Inglaterra una pareja debía esperar para casarse, y para tener hijos, claro, hasta que tenían un trozo de tierra que les permitiría ser auto-suficientes. Los fundadores americanos también ensayaron esta idea de autogobierno de las parejas con niños. Por eso el matrimonio y la riqueza están unidos. Los hombres casados ganan más que los que no lo están, controlando la raza, la educación y casi todas las medidas variables. El 70% de los hogares de Norteamérica tiene su propia casa; casi todos son matrimonios casados”.
En los procesos que han conducido a la actual situación, la autora de Matrimonio y casta en América no duda en criticar a la “revolución sexual”: “No cabe duda de que hay un número de fuerzas impersonales que han contribuido a acabar con la familia: la píldora, que da a la mujer la capacidad de decidir en la reproducción; la riqueza, que hace que el matrimonio no sea tan importante a la hora de hablar de la supervivencia, y, sobre todo, la inserción de mujeres en el mercado laboral, lo cual ha dado más independencia a las mismas. Pero tampoco cabe duda de que la ‘revolución de los no casados’ ha sido producto de distintas ideas. Los idealistas de los años 60 creyeron que se podía liberar a los individuos de los modelos tradicionales de ser y de las instituciones tradicionales, y que así vivirían la vida más directamente. A esta idea se une la de las feministas, para quienes el matrimonio es una fuente de desigualdades. Ser una esposa equivale, según estas ideas, a limitar tu potencial individual, así como a mantenerte bajo control masculino. Por todo esto creían que el divorcio era positivo; los medios más populares se referían al divorcio con las palabras “cambio” o “crecimiento”, e incluso aún hoy en día las siguen utilizando. También difundían la idea de que si una mujer quería tener una hija siendo soltera, que eso también estaba bien. Jueces, abogados y legisladores ayudaron a normalizar estas ideas, aprobando sin demasiado ruido leyes para eliminar las distinciones entre padres casados y no, o leyes que no penalizaban el divorcio. El matrimonio dejó de ser considerado completamente ajeno a la educación de los hijos, sólo era una forma de sentirse realizado-o no. El efecto en los niños es muy fuerte. Durante los años 70 u 80 los investigadores ignoraron el tema de la estructura familiar, o concluyeron que la tristeza que pasaban los niños cuando su padre se iba de casa, se pasaría pronto puesto que los niños eran muy resistentes. No fue hasta los 90 cuando los científicos sociales hicieron estudios más serios y comenzaron a acercarse a la idea de que los niños resultaban mejores con padres casados. Después de veinte años se había llegado a esta nueva conclusión”.
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