La reciente Ley de la Memoria Histórica hace gala del mismo cinismo con el que el ejército israelí denominó su plan para la primera invasión del Líbano: "Paz para Galilea". Entonces, como ahora, se recurría al viejo truco del ladrón que grita "¡Al ladrón!" para salvarse. Con la mencionada "ley", y bajo el difuso concepto de "memoria", se crea un nuevo cuerpo de comisarios políticos y una nueva cheka, que busca disidentes y franquistas por todas partes. Desde el colegio la comisario Cabrera les espera para contarles que los comunistas –como los homosexuales- siempre han sido perseguidos. Ahora, el sofisma de que la guerra no había sido olvidada –todos la veían ya como historia salvo ellos- sirve para que su patología del rencor y del odio atice las insidias en unas nuevas geneneraciones que contemplaban aquello con perspectiva.

Pero el fin de esta demencia tiene su rentabilidad política: hacer creer que en el pasado todo el mundo vivió a disgusto, en medio de sufrimientos y penurias, por no haber aceptado sus brumosas y etiloides teorías instiladas de marxismo. La idea más criminal que surgiera alguna vez de mente humana.

Ellos, en cambio, son la redención de un pasado encarnado en un presente que es el que mejor y más nos conviene. De repente, los de la "memoria" se han convertido en médicos y farmacéuticos que venden el único remedio posible. Vivimos en el mejor de los mundos y, si no alcanzamos la perfección, se debe a que todavía hay mucho franquista por ahí suelto. Queda aún tarea de sobra para la brigada de propaganda y muchas docenas de "Trece rosas" y similares que, como en la novela de Orwell, nos enseñen nuestro minuto de odio cotidiano.

Es increíble que la estupidez del PP no vislumbre la jugada. Creen que es solo cosa de remover el pasado y de insidias de perdedores que no han superado que, hace setenta años, ellos querían la guerra civil porque, como dicen sus propios textos hoy conservados, estaban convencidos de que media España sobraba. Es mucho más aún. Están intentando refundar el pasado para que en el presente, y lo que es peor, en el futuro, no exista nadie más bueno, más moralmente autorizado, que ellos mismos.

Por eso, aunque en la calle Génova crean que aceptar la "total despolitización" del Valle de los Caídos les salvará, no pasarán más que unos años para que el PP, un partido encorsetado por la irracionalidad del fundamentalismo liberal y tibio hasta abominar la desolación, tenga que pedir perdón por existir, todo ello en nombre de la "libertad", la "reconciliación" y la "memoria". Para que luego digan que no existe el crimen perfecto.

En la "memoria histórica" la izquierda consuma su odio antihistórico y su rencor contra un pasado que, a su juicio, es una constante negación de las bondades que ella predica. La izquierda se corona a sí misma en la cima del progreso. Hasta Mercedes Cabrera no ha habido educación en España. Así que, si el pasado molesta, se cambia y ya está.

De este modo, las Brigadas Internacionales luchaban por la democracia, como dice Gaspar Llamazares, y toda la chusma azuzada por la Segunda República en las calles –saqueando indistintamente museos y conventos- eran fuerzas "progresistas". Incapaces de dar sentido a nada, la izquierda ha encontrado una de sus últimas banderas para no fenecer entre los regüeldos de su nihilismo atroz. Lo penoso es que hay quién piensa que todo es mercado, que la gente vive para garantizar sus "derechos" y que estos, a su vez, son protegidos por un libre mercado que cumple con los antiguos atributos del Dios cristiano: sabiamente, pone a cada uno en su sitio.

Pero la verdad es muy otra. Mientras esto ocurre los signos de derrumbe de la sociedad española y occidental son cada vez más alarmantes y pocos conciben lo que significa la normalización de líderes políticos triviales, que no se distinguen de los pillastres del pasado salvo en su arrogancia y sus trajes pagados con el sudor de todos.

Cada vez hay menos certezas a las que aferrarse porque viene un Bernat Soria cualquiera y las vuelve "polémicas" con su primera incontinencia pospandrial. Las clases populares pierden en silencio, y cada vez más rápido, sus derechos –logrados en pleno franquismo, todo hay que decirlo- a favor del capital global. Lacras como la violencia doméstica y las desviaciones de todo tipo aumentan pese a los millones y más millones que se invierten de año en año. Todo el mundo vive al día y las clases medias, verdadera garantía de estabilidad de la nación, son erosionadas poco a poco en los molinos del capitalismo más absurdo que pueda concebirse. Dos majaderos se pasean por Barcelona clamando contra "trescientos años de ocupación" y el Rafita sale en los diarios cargando el móvil, para horror de toda la gente normal, mientras que las "señorías" que le pusieron en la calle y la "eminencia gris" que parió esa ley, no salen siquiera nombrados en el mismo artículo.

Es necesario replantearlo todo y no creer a nadie de los que tienen notoriedad en esta locura. Así que si usted opina que no está escrito en las estrellas que el fin del Estado es alegrar las estadísticas macroeconómicas, si piensa que considerar al mercado –un mero instrumento técnico- como un nuevo dios omnisciente es idolatría barata, si cree que la gente vive de tener familias estables por amor y no de tener el derecho a deshacerlas, si intuye que dos mil años de cristianismo, con luces y sombras, han producido más cosas para fundamentar la vida en serio que la primera parida de un funcionario del PSOE, si cree que es mejor tener varios hijos en vez de morirse en la cama solo y de asco, si piensa que Sabino Arana venía de alguna luna de Saturno y que la historiografía nacionalista es superior a Orson Wells radiando "la guerra de los mundos", entonces usted y yo tendremos posiblemente posibilidades de acuerdo. Y, parodiando a Kipling, más aún: seremos libres.

¿Qué no tengo razón? Pues no me la dé. Pero eso sí: atrévase a disentir de verdad, no a pensar que uno disiente porque se hace okupa, fuma porros o lleva una camiseta del Ché. Esa es la vía más rauda hacia la majadería. Una majadería muy útil, por otra parte. De hecho, ya hasta le dan el Premio Planeta a Boris Izaguirre ¿Qué podemos perder?

----

Eduardo Arroyo

http://www.elsemanaldigital.com/arts/74599.asp?tt=