LA POLÍTICA NO DEBE SER UNA
PEGA PARA LA CANONIZACIÓN
El próximo día 10 de Marzo grupos
de tradicionalistas de toda España y
de no pocos puntos de las Españas
Ultramarinas, se reunirán en Misas y en
actos políticos para conmemorar los Mártires
de la Tradición. Esta es una de las
instituciones donde mejor superpuestas y
en más firme aleación están las dos caras
posibles de una misma persona, la religiosa
y la política. Discurramos acerca de ese
doble aspecto y de su futuro deseable.
La Iglesia ha sido y es muy severa y
exigente al enjuiciar a quien se propone
elevar a los altares. Esa normativa le da
gran prestigio en ese orden de cosas. Hay
dos clases de interpretadores en los procesos
de canonización. Algunos, algo tocados
de liberalismo, distinguen demasiado
entre piedad personal y actuación política,
y marcan esas diferencias como inconvenientes,
aunque luego entiendan que no se
interfieren de manera insalvable. Otros,
no solamente no ven roces y distingos entre
religiosidad y políticas (ya se entiende
que nos referimos a políticas ortodoxas),
sino que ponen énfasis en el beneficio y
justificación recíproca de esa dualidad.
Ejemplos: Al estudiar la figura de algunos
pontífices recientes, ciertos comentaristas
han objetado que sus pontificados
no han sido especialmente lúcidos. Desde
otro punto de vista, en el estudio de otros
pontificados se han aducido en favor de
una santidad personal realizaciones espléndidas.
Algunos que creen de buena fe
que España se ha descristianizado en el
pontificado de Juan Pablo II, no ven en esto
un freno para sus entusiasmos por su figura.
Pero, en general, desde las alturas vaticanas
que trabajan con normas escritas,
hasta el sentir popular informal, la política
tiene mala prensa. Aun siendo buena,
buenísima, cuando ha aparecido en un
proceso de canonización mezclada con la
pura santidad individual, le ha entorpecido
y retrasado, en vez de favorecerle. La
historia contemporánea de las canonizaciones
de los Mártires de la Tradición, y
especialmente de los de la Cruzada de
1936, confirma decididamente esta aseveración.
Creo que debería ser al revés, exactamente
lo contrario.
Podríamos estar ahora en un punto de
partida idóneo para ir haciendo ambiente
a ese giro que lavara el tinte peyorativo de
la política. Es decir, que para que la política
fuera, en los debidos casos, presentada
como un mérito impulsor, y no como
una dificultad, muchas veces valorada excesivamente
en forma de “pega”. Esto sería
beneficioso para el conjunto de la
cuestión y para el prestigio de la propia
Iglesia. Algunos, ante la tormenta que se
divisa, lanzan la consigna de que los católicos
vayan más a la “vida pública”, pero
al mismo tiempo mantienen en los procedimientos
de canonización, como al servicio
de “abogado del diablo”, salvedades y
objeciones, a veces decisivas, en el terreno
político, que aun siendo puramente ortodoxas,
ejercen una influencia negativa.
Pongamos, de paso, una reticencia a
que se hable, como cautela vergonzante,
de “vida pública”, en vez de decir, sencillamente,
“política”.
Muchos procesos de canonización con
significativo nacimiento espontáneo de un
clamor popular, tienen que guardar cola
tanto tiempo que pueden agotarse y morir
sin prosperar hacia su buen fin. Esta tardanza,
a veces desesperante, ha disuadido,
con otras dificultades como la carestía, de
que se iniciaran procesos admirables y fecundísimos.
Es un grave error. Porque un
proceso de canonización, aunque no avance,
da siempre ocasión para mantener vivos
altísimos ejemplos de aspectos meramente
naturales de los biografiados.
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