"JOSEANTONIANOS" (por Enrique de Aguinaga)
Catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid
Si por
"joseantoniano" se entiende la persona que, en el estudio actualizado, por encima de factores circunstanciales, secunda el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, en cuanto arquetipo español y paradigma de hombría, me declaro joseantoniano y, siguiendo la exhortación de Carles Castro
(Joseantonianos del mundo, uníos, en
La Vanguardia de 28 de julio), estoy dispuesto a unirme a otros joseantonianos.
Lo joseantoniano implica el conocimiento de la obra escrita de José Antonio (no solo dos o tres frases sueltas), esa obra completa ante la que Rosa Chacel exclama:
Dos cosas son increíbles: una, que todo esto haya podido pasarme inadvertido a mi, en España; y otra, que España y el mundo hayan logrado ocultarlo tan bien...Leyéndole con honradez se encuentra el fondo básico de su pensamiento... fenómeno español por los cuatro costados.
Ser joseantoniano es saber que la recurrente y primeriza frase de
la dialéctica de los puños y de las pistolas (Teatro de la Comedia, 29 de octubre de 1933) se clarifica inmediatamente , del modo que merece la pena transcribir al pie de la letra:
La posición de Falange Española no es mantener el statu quo económico y social, con medidas coercitivas, por un procedimiento fascista, mussoliniano o hitleriano, o por un fascismo desvanecido o desvaído, ni tampoco propugnamos la revolución del puñetazo y de la pistola: vamos a una revolución más honda y trascendental no solo en la parte moral de los hombres sino en la política económica, aunque no se enteren los dirigentes socialistas ni dejen que se enteren las masas (
Consigna, semanario
FE, núm. 1, 7 de diciembre de 1933).
Ser joseantoniano es entender a José Antonio, por encima de cualquier bandería, como patrimonio de todos los españoles, fuente de ética, que nos propone, sobre las accidentalidades políticas, una profunda manera de ser, un estilo de vida, en el que la acción se somete a la inteligencia y se proclama el antiguo e ilustre sabor de la norma. Y todo ello, encuadrado en una portentosa personalidad, concentrado en una brevísima vida pública y culminado por un testamento estremecedor.
Solo desde aquella personalidad se puede entender que, al cabo de medio siglo, tras tantas mitificaciones y caricaturas, tantas malversaciones y proscripciones, se produzcan análisis como los de Vicente Gonzalo Massot (
José Antonio. Un estilo español de pensamiento, Buenos Aires, 1986) y Miguel Argaya (
Entre lo espontáneo y lo difícil, Oviedo, 1996) o se aprueben tesis doctorales como las de Alain Couartou (Burdeos, 1975), Feliciano Correa (Badajoz, 1980) o Emilio González Navarro (Madrid, 1994).
Hay, efectivamente, algo más que la descoyuntada frase del
más noble destino de todas las urnas, que hay que leer en su contexto, que se pronuncia exactamente el mismo día (29 de octubre de 1933) que Indalecio Prieto, en Valladolid, en nombre del socialismo, arenga
a vencer en las calles al grito de ¡Viva la revolución social!, si no se vence en las urnas. El vicio de juzgar el pasado con mentalidad de presente se hace costumbre perezosa y dañina a la hora de juzgar a José Antonio fuera de su contexto histórico.
El joseantoniano no entra en aquel juego, tan simple como falso, y sitúa a José Antonio en su contexto precisamente para escrutar lo que en él haya de perdurable, por encima de la peripecia de su tiempo. Así se ve, por ejemplo, que José Antonio, frente a los azuzamientos de la derecha y de la izquierda, se negó rotundamente a ser fascista, a la tentación más fácil. Leyendo y estudiando, esto se ve con toda claridad y con toda abundancia, más allá de las superficialidades.
Pero es más cómodo no leer, no estudiar, recostarse en el tópico y en el prejuicio, tomar lo joseantoniano como un dicterio, tal como lo hizo en su día el entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, para apostrofar a su oponente José Maria Aznar, tal como lo hacen ahora Santiago Carrillo y Felipe González para apostrofar a su antiguo conmilitón Julio Anguita. A los contumaces del improperio se les podría preguntar al modo de José Antonio:
¿Sus señorías han dedicado dos minutos de meditación a leer lo que significa lo joseantoniano?
En aquella ocasión, al señor Guerra, también vicesecretario del P.S.O.E., hube de informarle, en
ABC, de algo que, en el Parlamento, pronunció José Antonio :
El día en que el Partido Socialista asumiera un destino nacional, como el día en que la República, que quiere ser nacional, recogiera el contenido socialista, ese día no tendríamos que salir de nuestras casas a levantar el brazo ni a exponernos a que nos apedreen y a lo que es más grave, a que nos entiendan mal. El día en que eso sucediera, el día en que España recobrara la misión de estas dos cosas juntas, podéis creer que la mayoría de nosotros nos reintegraríamos pacíficamente a nuestras vocaciones (6 de junio de 1934).
Carles Castro, en el artículo anotado, tiene el buen gusto de situarse fuera del improperio y pone en duda que se pueda calificar a Julio Anguita como joseantoniano porque, como cuestión previa, tal calificación exigiría delimitar el significado del propio término joseantoniano,
que no pocas personas asocian con un pasado tenebroso. Y no terminaría aquí la cuestión porque ya apuntan teorías historiográficas que, superando la división entre lo absolutamente malo y lo absolutamente bueno, revisan aquella tenebrosidad y la calidad positiva o negativa de sus consecuencias.
En cualquier caso, la vinculación de José Antonio con el franquismo es mera ucronía, que no necesita demostración (otra cosa es la vinculación del franquismo con José Antonio), ucronía que se clarifica en lo joseantoniano, como se clarifican la alegría republicana, la aversión al derechismo, la reforma agraria, la nacionalización de la Banca, la atribución de la plusvalía del trabajo, la crítica del parlamentarismo, la eliminación de la partitocracia, la superación de las dicotomías izquierda-derecha , comunismo-capitalismo o patria-revolución, la instauración del sindicalismo, la unidad de destino , la revolución pendiente, la dimensión espiritual de la persona y cualquier otro componente del pensamiento político de José Antonio.
¿Como actualizar, al cabo de tantos años y transformaciones, el pensamiento político de José Antonio? En respuesta urgente: sin literalismos, sin prevención por la utopía, sin miedo a la libertad. Si se puede pensar la autodeterminación regional bajo la Constitución de
la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, ¿cómo no se va a poder pensar la superación del capitalismo, cuyos excesos están tradicionalmente en la censura del magisterio pontificio?
¿Es que alguien puede pensar que hemos llegado realmente al fin de la Historia? ¿Es que alguien puede pensar que no hay nada más que pensar? ¿Es que alguien puede pensar que ya no se puede pasar de aquí?
Aquí quiere decir el dogma del mercado como dios del consumismo;
aquí quiere decir la concepción economicista de la existencia;
aquí quiere decir la reducción del hombre a un simple sistema de satisfacciones. ¿Es que, a las puertas del tercer milenio (
Milenio ¿de qué? se ha preguntado), no cabe la proposición de una renovada cristianía?
¿Será necesario invocar el constitucional derecho
a expresar y difundir libremente los pensamientos para situar el pensamiento de aquel de quien se ha dicho
prodigio de armonía (Pedro Laín),
¡qué alma tan limpia! (Gustave Thibon),
cerebro privilegiado, tal vez el más prometedor de la Europa contemporánea (Miguel de Unamuno),
inefable (Azorín),
interprete y realizador de la doctrina de Ortega (Pío Baroja),
señalado por Dios (Camilo José Cela),
inmenso filósofo (Cándido),
una de las personalidades más nobles y atractivas de nuestra Historia contemporánea (José María Garcia Escudero),
quizá hubiera podido cambiar la Historia de España (Salvador de Madariaga),
generosa cordialidad frente a los que no pensaban como él (Gregorio Marañón),
víctima inenarrable (Indalecio Prieto),
la verdad de España duradera (Luis Rosales)?
El joseantoniano, que lógicamente lo es por vía intelectual, con lejanía del origen, sin militancia pertinaz, al margen de cualquier ganancia, está diametralmente opuesto al cerrilismo político en el que se le quiere encasillar y desde el que se formula tal encasillamiento. El joseantoniano no postula restauración alguna porque su horizonte, como el del propio José Antonio, es el de la innovación,
la otra orilla fresca y prometedora del orden que se adivina, que ha recordado Carles Castro.
Lo joseantoniano es antinómico de la conspiración y de la nostalgia,
tristeza melancólica en el recuerdo de una dicha perdida. En la búsqueda intelectual de lo joseantoniano nada se trama ni nada se ha perdido. Todo está por ganar para un rearme moral, con el signo de un arquetipo humano (el héroe de Carlyle), modelo para un tiempo; con el signo de José Antonio, al decir de Fernando Sánchez Dragó,
el español más interesante (y más desaprovechado) de esta terrible centuria que ya se acerca a su fin.
Joseantonianos, historia de un articulo indito
Marcadores