EL AUTOR de El lápiz del carpintero denuncia que hay «una falsedad establecida y es la de creer que hay una mayoría de la gente que se mueve en el ámbito de la cultura y del pensamiento, eso que llamamos intelectuales, comparten una visión de izquierda». También le inquieta -puede que estuviera pasando un mal día- una duda: «Dudo incluso de que exista una mayoría liberal, en el sentido pleno de la palabra liberal». Da, así pues, la impresión de que se refiere a dos mayorías, una mayoría de izquierda, a la que da por falsa, y otra mayoría, liberal, de la que duda, aunque esa impresión puede ser errónea y proceder de un modo algo torticero, por mi parte, de interpretar lo que escribe, o de un modo algo ligero de escribir, por la suya.
Sea como sea, le comprendo. No son pocas las noches que me paso con los ojos como platos, ni los días que se me van con el corazón en un puño mientras me hago preguntas muy similares, aunque algo más concretas, a saber: ¿Es que no hay un Gabilondo de derechas? ¿Es que no hay un Jiménez Losantos de izquierdas? ¿Representan, cada uno en lo que le corresponde, una mayoría adiabática colocada en los puntos de fuga correspondientes a unas perspectivas en situación de merodeo recíproco? ¿Encarnan ambos sendos arquetipos en simetría de lo sublime a ras del suelo? ¿Podría existir el uno sin el otro? ¿Podrían no existir el uno con el otro, sea lo que sea lo que esto quiera decir? La existencia de un Gabilondo de derechas y de un Jiménez Losantos de izquierdas, ¿cambiaría las cosas, los signos naturales de las ondas radiofónicas, el carácter de sus respectivos radioyentes, la parrilla de los programas que a su alrededor se articulan y mueven, los cálculos, arqueos y cuentas de resultados de las empresas a las que sirven y de las que, de un modo u otro, son estandartes, banderines de enganche e iconos que, a su vez, expresan una y otra concepción del mundo? ¿Están más cerca de la paranoia quienes escuchan a uno u a otro que de la esquizofrenia quienes escuchan a ambos con el fervor de drogadictos polimorfos y la obsesa ilusión de mantenerse equilibradamente informados? ¿No sería más sensato considerarlos como un par de profesionales de la danza condenados a no bailar jamás con la más guapa y a mantener siempre viva la crepitación del escenario en el que la palabra no busca otra cosa que un espacio cada vez más amplio en el que cada vez signifique menos?
Y también: ¿es más liberal el compromiso paranoico de oír a uno o a otro que la ambigüedad no menos tajante, y simétricamente esquizoide, de oír a ambos? ¿Es más digna de respeto cualquiera de esas opciones que de compasión la contraria?
Aunque puede ser que a Rivas no le preocupe tanto la cualidad de la izquierda o del liberalismo, cuanto la cantidad de la mayoría, un bien sujeto a fluctuaciones y a ponerse de perfil. Quizá le sirva de alivio considerar que este país cuenta con una institución dedicada a pensar en la mayoría, en cómo darle solaz y sacar provecho de ello. Es la Editorial Planeta. Y luego, ya en plan estupendo y primavera, El Corte Inglés.
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