No puedo sino reproducir el artículo que, apoyado en los escritos del maestro Ricardo de la Cierva, ha colgado un buen amigo y hermano en Cristo.

No tiene desperdicio:

LA CIENCIA ha quebrado!: ¿ todavía no te has enterado?

El historiador Joseph Lortz afirma, al estudiar la actitud de los bolcheviques contra el cristianismo a partir de 1917 afirma: «Nunca a lo largo de la Historia había adquirido semejantes dimensiones el odio contra la religión». Es verdad; pero el comienzo de esta era de persecución sistemática a gran escala, sembrada en la primera Ilustración y en la Revolución francesa, debería adelantarse a la segunda mitad del siglo XIX; cuando se concentraba ante los muros del Vaticano el odio agresivo del liberalismo radical, se presentía la erupción anticlerical y anti-religiosa del republicanismo francés y desde el corazón prusiano del otro gran nacionalismo europeo, el de Alemania, el canciller Bismarck, forjador del Segundo Reich, desencadenaba una ofensiva total contra la Iglesia católica en nombre de la "cultura", la lucha de la cultura o Kulturkampf. Y puede considerarse, junto a la subsiguiente persecución político-cultural contra la religión y la Iglesia católica en Francia, como el último coletazo del mal llamado «espíritu del siglo» contra ella. La rutilante victoria de Prusia en 1870 sobre el segundo Imperio francés le valió la hegemonía continental en Europa y estableció un nuevo equilibrio europeo además de permitir una proyección imperialista hacia África y Oceanía, en busca de las materias primas y las rutas comerciales, en competencia cada vez más cerrada con Inglaterra, dueña de los mares. La confrontación entre las dos grandes potencias arruinaría en 1914 los esquemas de Bismarck y provocaría la primera guerra mundial; pero 1870 era un momento de gloria alemana que coincidía con la victoria total del nacionalismo gernánico predicado por Fichte, la consagración del Estado Absoluto intuido por Hegel, el recrudecimiento militarista y antisemita de la orgullosa sociedad alemana y las exaltaciones de Nietzsche con su "voluntad de poder". El representante en el plano científico de este "estado de gracia" alemán, fue el célebre patólogo Rudolf Wirchow, explorador de la neurología y parlamentario liberal-radical como jefe de un partido bismarckiano, que desencadenó el Kulturkampf desde el ámbito (o mejor pretexto) cultural con una sentencia no precisamente científica pero que entonces sonó a declaración de guerra: «No he encontrado el alma en las autopsias».

Este ataque amargó los últimos años del pontificado de Pío IX y fracasó por la actitud firme y a la vez flexible de su sucesor León XIII, quien superó desde la Roca la terrible prueba con una renovada eclosión de vitalidad y un proyecto positivo para la reconquista del mundo moderno. Todos sabemos como acabó la Kulturkampf pero de lo que muchos todavía no se han enterado es de la quiebra del absolutismo científico que la acompañaba y que hemos personificado en Wirchow. Antagónicamente situaremos a Leon XIII, quien abrió a los investigadores los archivos del Vaticano, fiel al lema de «no decir falsedad, no callar verdad aunque esa verdad no favorezca a la Iglesia». Podemos estar bien seguros de que si la Iglesia, la Católica por supuesto, ha sobrevivido y goza de la asombrosa vitalidad de nuestros días, pese a quien pese, es un auténtico milagro, así como fue milagroso su surgimiento hace 2000 años desde aquel rinconcito de Galilea, desde aquella mísera cruz con la que tan exitosamente se terminaron las revueltas de tantos supuestos mesías. Podemos sentirnos orgullosos de pertenecer a la Iglesia en la que a pesar de sus debilidades humanas continúa latiendo el corazón de Jesús, y de entregar nuestra sangre para que se hinchen sus venas, para que Él la purifique y llegue a las arterias.

Pero vayamos a lo que vamos, que es a hablar de la ciencia, de esa ciencia orgullosa que a finales del XIX se pavoneaba de estar a los umbrales de saberlo todo, de haber despojado el misterio del universo entero, mirando por todos los agujeros, microscópicos o telescópicos, nadie daba cuenta de Dios, que parecía escondido ante tanto avance científico. Habíamos llegado hasta el átomo, hasta la esencia indivisible... Pero hete aquí que sí se podía partir... Anda, si está prácticamente hueco, jajaja... Vuelta a empezar.

Max Planck con su hipótesis de la emisión discontinua de energía, los quanta, había predeterminado la demolición de la Física clásica, tanto las ecuaciones de Newton sobre la dinámica como las de Maxwell para interpretar el electromagnetismo. En 1905 Albert Einstein con la teoría especial de la relatividad, terminó con los conceptos clásicos del espacio y el tiempo. Por último y ya en la segunda década del siglo XX el físico alemán Werner Heisenberg formuló su principio de indeterminación, por el que se descartaba la aproximación objetiva e indefinida a los fenómenos observables y la Ciencia Exacta se convertía fatalmente en aproximación estadística. La ciencia se había vuelto prepotente y orgullosa más por la interpretación de los filósofos, desde la Ilustración al positivismo, que por las pretensiones de los propios científicos. La filosofía o mejor, un sector de ella, que había considerado a la ciencia como sustitutivo absoluto de la teología desde el siglo XVIII, se quedaba sin modelo; los axiomas de Descartes, de Kant, de Hegel, de Marx y sobre todo de los positivistas de diversos pelajes, la idolatría científica de los enciclopedistas y los ilustrados quedaban asentados en el vacío.

¿Qué soluciones quedaban a los adoradores de la Ciencia Absoluta?. Solamente dos: sumergirse en el irracionalismo y su variante el existencialismo, para pensar sobre la angustia del hombre radicalmente desarraigado y desorientado; o retornar a la religión y a la teología, abandonadas desde el siglo XVIII. Por eso el siglo XX es el siglo de la angustia existencial y el siglo de un significativo despertar teológico como no se había producido desde el siglo XVII. Claro que esta consideración fundamental no ha calado aún en la opinión pública culta, y no digamos en la vulgar; y ni siquiera en las corrientes teológicas y culturales de la Iglesia Católica.

Los progresos inimaginables de la química, de la biología, de la medicina, etc, han continuado aún privados del orgullo fáustico y nietzscheano que exigía para muchos la previa proclamación de la muerte de Dios. Astrofísicos eminentes como Hubble, el profesor Fred Hoyle y Robert Jastrow han encontrado o reencontrado a Dios en medio de polvo de estrellas; la hipótesis del Big Bang llevó a un Papa del siglo XX (Pío XII) a sugerir una novísima vía hacia la existencia de Dios desde el creacionismo de la astrofísica moderna; y el bestseller, Historia del tiempo, así como otras estupendas elucubraciones de Hawking, consiste, en el fondo, en una meditación sobre la posibilidad, la incertidumbre y el vacío de Dios en medio de los agujeros negros. Entendida "elucubración" no desde el desprecio, sino desde la humildad que reconoce que siempre es mucho más lo que no se conoce.

Si has llegado hasta aquí ya me doy por contento. Se acaba aquí la parte seria para comenzar la más seria todavía. Hasta aquí los prolegómenos, el allanar los caminos del Señor, el retirar escombros para que pueda penetrar la Luz, aunque fuera un rayito, de entre tanto que ha llegado a ensombrecer la Realidad. Lo siguiente ya te puede resultar demasiado, te lo advierto, que puede resultar perjudicial para la muerte. Has de saber que si continúas te puedes encontrar con la Vida Verdadera, hazlo sólo bajo tu propia responsabilidad.

Se ha dicho "si Dios no existe, todo está permitido", algo que para muchos significará ¡ libertad!, hasta el punto de que piensen que si Dios existiese habría que matarlo. Sin embargo para mí significa caer en la desgracia más absoluta. Por contra, este último descubrimiento de la ciencia sobre sus propios límites, nos libera del materialismo y mecanicismo, que son los auténticos tiranos, así como del idealismo que nos inutiliza. No digo que dichas abstracciones hayan podido tener su interés e incluso en ocasiones resultar divertidas, pero quedarse ahí divagando, sin ser capaz de volver a la realidad, es como quedarse perdido en el espacio interestelar, o como dice el refrán: "si el Domingo vas al campo y te comes un helado y después no vas a Misa, te has quedado congelado". Lo mismo me atrevo a decir, claro que sí, de los que el Domingo vamos a Misa y no sabemos degustar ese acto de Amor supremo, quizá porque estamos tan congelados por la "vida moderna" que lo hacemos por deber, como un ritual vacío de contenido. "Por los frutos los conocereis": si el paso por la Misa no nos transforma, no le echemos la culpa a la ceremonia, sino a nuestros duros corazones. El Señor es Misericordia, está dispuesto a cambiártelo; no como dicen algunos a dar cápsulas de "misericordina", sino auténtica Cristomicina, pídela con insistencia y humilde sinceridad. Él dijo "buscad el Reino y lo demás se os dará por añadidura"; en atención a sus palabras yo diría, buscad al Rey y encontrareis el Reino.

La ciencia absoluta ha quebrado: ¡ Aleluya!. Ahora podemos respirar, hay espacio para la libertad y para el sentido. Estamos de enhorabuena, al menos, algunos... en realidad es para todos, es cuestión de quererlo, de amar de verdad. Esta es nuestra fiesta, a la que estamos llamados, la fiesta del Amor. Si indagas en la historia, si te ciñes a los hechos, encontrarás su demostración como un teorema inquebrantable. El Amor que venció a la muerte no es un mito ni leyenda, sino legado histórico que nos han traído los mártires y si aún te quedan dudas el libro de nuestro hermano Alfonso, RESURRECCIÓN, puede ser para tí un gran comienzo ( "pedid y se os dará"). Empieza a escuchar su palabra y pronto verás milagros que confirmarán tu fe. Me pueden llamar ingénuo si quieren, incluso superficial; pero por favor no me acusen de ocultista ni de pertenecer a ninguna secta secreta, tan sólo busco la Luz y la Luz está a disposición de todos.


Nota: este documento está elaborado tomando como base fundamental el libro "Las Puertas del Infierno", de Ricardo de la Cierva, muy recomendable, y del que espero seguir extrayendo para compartir valioso material (y a cualquier riesgo).


Adelto Mensajes: 6Registrado: Sab Abr 18, 2015 11:24 amCIENCIA ha quebrado!: ¿ todavía no te has enterado?

El historiador Joseph Lortz afirma, al estudiar la actitud de los bolcheviques contra el cristianismo a partir de 1917 afirma: «Nunca a lo largo de la Historia había adquirido semejantes dimensiones el odio contra la religión». Es verdad; pero el comienzo de esta era de persecución sistemática a gran escala, sembrada en la primera Ilustración y en la Revolución francesa, debería adelantarse a la segunda mitad del siglo XIX; cuando se concentraba ante los muros del Vaticano el odio agresivo del liberalismo radical, se presentía la erupción anticlerical y anti-religiosa del republicanismo francés y desde el corazón prusiano del otro gran nacionalismo europeo, el de Alemania, el canciller Bismarck, forjador del Segundo Reich, desencadenaba una ofensiva total contra la Iglesia católica en nombre de la "cultura", la lucha de la cultura o Kulturkampf. Y puede considerarse, junto a la subsiguiente persecución político-cultural contra la religión y la Iglesia católica en Francia, como el último coletazo del mal llamado «espíritu del siglo» contra ella. La rutilante victoria de Prusia en 1870 sobre el segundo Imperio francés le valió la hegemonía continental en Europa y estableció un nuevo equilibrio europeo además de permitir una proyección imperialista hacia África y Oceanía, en busca de las materias primas y las rutas comerciales, en competencia cada vez más cerrada con Inglaterra, dueña de los mares. La confrontación entre las dos grandes potencias arruinaría en 1914 los esquemas de Bismarck y provocaría la primera guerra mundial; pero 1870 era un momento de gloria alemana que coincidía con la victoria total del nacionalismo gernánico predicado por Fichte, la consagración del Estado Absoluto intuido por Hegel, el recrudecimiento militarista y antisemita de la orgullosa sociedad alemana y las exaltaciones de Nietzsche con su "voluntad de poder". El representante en el plano científico de este "estado de gracia" alemán, fue el célebre patólogo Rudolf Wirchow, explorador de la neurología y parlamentario liberal-radical como jefe de un partido bismarckiano, que desencadenó el Kulturkampf desde el ámbito (o mejor pretexto) cultural con una sentencia no precisamente científica pero que entonces sonó a declaración de guerra: «No he encontrado el alma en las autopsias».

Este ataque amargó los últimos años del pontificado de Pío IX y fracasó por la actitud firme y a la vez flexible de su sucesor León XIII, quien superó desde la Roca la terrible prueba con una renovada eclosión de vitalidad y un proyecto positivo para la reconquista del mundo moderno. Todos sabemos como acabó la Kulturkampf pero de lo que muchos todavía no se han enterado es de la quiebra del absolutismo científico que la acompañaba y que hemos personificado en Wirchow. Antagónicamente situaremos a Leon XIII, quien abrió a los investigadores los archivos del Vaticano, fiel al lema de «no decir falsedad, no callar verdad aunque esa verdad no favorezca a la Iglesia». Podemos estar bien seguros de que si la Iglesia, la Católica por supuesto, ha sobrevivido y goza de la asombrosa vitalidad de nuestros días, pese a quien pese, es un auténtico milagro, así como fue milagroso su surgimiento hace 2000 años desde aquel rinconcito de Galilea, desde aquella mísera cruz con la que tan exitosamente se terminaron las revueltas de tantos supuestos mesías. Podemos sentirnos orgullosos de pertenecer a la Iglesia en la que a pesar de sus debilidades humanas continúa latiendo el corazón de Jesús, y de entregar nuestra sangre para que se hinchen sus venas, para que Él la purifique y llegue a las arterias.

Pero vayamos a lo que vamos, que es a hablar de la ciencia, de esa ciencia orgullosa que a finales del XIX se pavoneaba de estar a los umbrales de saberlo todo, de haber despojado el misterio del universo entero, mirando por todos los agujeros, microscópicos o telescópicos, nadie daba cuenta de Dios, que parecía escondido ante tanto avance científico. Habíamos llegado hasta el átomo, hasta la esencia indivisible... Pero hete aquí que sí se podía partir... Anda, si está prácticamente hueco, jajaja... Vuelta a empezar.

Max Planck con su hipótesis de la emisión discontinua de energía, los quanta, había predeterminado la demolición de la Física clásica, tanto las ecuaciones de Newton sobre la dinámica como las de Maxwell para interpretar el electromagnetismo. En 1905 Albert Einstein con la teoría especial de la relatividad, terminó con los conceptos clásicos del espacio y el tiempo. Por último y ya en la segunda década del siglo XX el físico alemán Werner Heisenberg formuló su principio de indeterminación, por el que se descartaba la aproximación objetiva e indefinida a los fenómenos observables y la Ciencia Exacta se convertía fatalmente en aproximación estadística. La ciencia se había vuelto prepotente y orgullosa más por la interpretación de los filósofos, desde la Ilustración al positivismo, que por las pretensiones de los propios científicos. La filosofía o mejor, un sector de ella, que había considerado a la ciencia como sustitutivo absoluto de la teología desde el siglo XVIII, se quedaba sin modelo; los axiomas de Descartes, de Kant, de Hegel, de Marx y sobre todo de los positivistas de diversos pelajes, la idolatría científica de los enciclopedistas y los ilustrados quedaban asentados en el vacío.

¿Qué soluciones quedaban a los adoradores de la Ciencia Absoluta?. Solamente dos: sumergirse en el irracionalismo y su variante el existencialismo, para pensar sobre la angustia del hombre radicalmente desarraigado y desorientado; o retornar a la religión y a la teología, abandonadas desde el siglo XVIII. Por eso el siglo XX es el siglo de la angustia existencial y el siglo de un significativo despertar teológico como no se había producido desde el siglo XVII. Claro que esta consideración fundamental no ha calado aún en la opinión pública culta, y no digamos en la vulgar; y ni siquiera en las corrientes teológicas y culturales de la Iglesia Católica.

Los progresos inimaginables de la química, de la biología, de la medicina, etc, han continuado aún privados del orgullo fáustico y nietzscheano que exigía para muchos la previa proclamación de la muerte de Dios. Astrofísicos eminentes como Hubble, el profesor Fred Hoyle y Robert Jastrow han encontrado o reencontrado a Dios en medio de polvo de estrellas; la hipótesis del Big Bang llevó a un Papa del siglo XX (Pío XII) a sugerir una novísima vía hacia la existencia de Dios desde el creacionismo de la astrofísica moderna; y el bestseller, Historia del tiempo, así como otras estupendas elucubraciones de Hawking, consiste, en el fondo, en una meditación sobre la posibilidad, la incertidumbre y el vacío de Dios en medio de los agujeros negros. Entendida "elucubración" no desde el desprecio, sino desde la humildad que reconoce que siempre es mucho más lo que no se conoce.

Si has llegado hasta aquí ya me doy por contento. Se acaba aquí la parte seria para comenzar la más seria todavía. Hasta aquí los prolegómenos, el allanar los caminos del Señor, el retirar escombros para que pueda penetrar la Luz, aunque fuera un rayito, de entre tanto que ha llegado a ensombrecer la Realidad. Lo siguiente ya te puede resultar demasiado, te lo advierto, que puede resultar perjudicial para la muerte. Has de saber que si continúas te puedes encontrar con la Vida Verdadera, hazlo sólo bajo tu propia responsabilidad.

Se ha dicho "si Dios no existe, todo está permitido", algo que para muchos significará ¡ libertad!, hasta el punto de que piensen que si Dios existiese habría que matarlo. Sin embargo para mí significa caer en la desgracia más absoluta. Por contra, este último descubrimiento de la ciencia sobre sus propios límites, nos libera del materialismo y mecanicismo, que son los auténticos tiranos, así como del idealismo que nos inutiliza. No digo que dichas abstracciones hayan podido tener su interés e incluso en ocasiones resultar divertidas, pero quedarse ahí divagando, sin ser capaz de volver a la realidad, es como quedarse perdido en el espacio interestelar, o como dice el refrán: "si el Domingo vas al campo y te comes un helado y después no vas a Misa, te has quedado congelado". Lo mismo me atrevo a decir, claro que sí, de los que el Domingo vamos a Misa y no sabemos degustar ese acto de Amor supremo, quizá porque estamos tan congelados por la "vida moderna" que lo hacemos por deber, como un ritual vacío de contenido. "Por los frutos los conocereis": si el paso por la Misa no nos transforma, no le echemos la culpa a la ceremonia, sino a nuestros duros corazones. El Señor es Misericordia, está dispuesto a cambiártelo; no como dicen algunos a dar cápsulas de "misericordina", sino auténtica Cristomicina, pídela con insistencia y humilde sinceridad. Él dijo "buscad el Reino y lo demás se os dará por añadidura"; en atención a sus palabras yo diría, buscad al Rey y encontrareis el Reino.

La ciencia absoluta ha quebrado: ¡ Aleluya!. Ahora podemos respirar, hay espacio para la libertad y para el sentido. Estamos de enhorabuena, al menos, algunos... en realidad es para todos, es cuestión de quererlo, de amar de verdad. Esta es nuestra fiesta, a la que estamos llamados, la fiesta del Amor. Si indagas en la historia, si te ciñes a los hechos, encontrarás su demostración como un teorema inquebrantable. El Amor que venció a la muerte no es un mito ni leyenda, sino legado histórico que nos han traído los mártires y si aún te quedan dudas el libro de nuestro hermano Alfonso, RESURRECCIÓN, puede ser para tí un gran comienzo ( "pedid y se os dará"). Empieza a escuchar su palabra y pronto verás milagros que confirmarán tu fe. Me pueden llamar ingénuo si quieren, incluso superficial; pero por favor no me acusen de ocultista ni de pertenecer a ninguna secta secreta, tan sólo busco la Luz y la Luz está a disposición de todos.


Nota: este documento está elaborado tomando como base fundamental el libro "Las Puertas del Infierno", de Ricardo de la Cierva, muy recomendable, y del que espero seguir extrayendo para compartir valioso material.