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Tema: La famosa polémica sobre la ciencia española

  1. #1
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    La famosa polémica sobre la ciencia española

    Las controversias sobre la aportación cultural de España tienen, en algunos momentos y en ciertas obras, el mismo contenido que aquellas cuyo objeto es la Historia de España: o sea, la contemplación de España como una cultura que ha desenvuelto su personalidad con tales o cuales características políticas y sociales. Y, sin embargo, cabe estudiarlas como cosas distintas. Hay toda una literatura ensayística que se propone algo parecido a una filosofía de la Historia de España. En ella se indaga la obra de una unidad histórica que ha desenvuelto su vida con independencia y autonomía.

    Desde el siglo XVII hasta nuestro días una copiosa producción pone en tela de juicio y hasta niega el valor de nuestras creaciones espirituales. Y si el principal reivindicador de España es entonces Quevedo — en dos, en tres folletos; sobre todo en uno llamado precisamente «España defendida...» — en el XVIII lo será Juan Pablo Forner, y en el XIX Menéndez Pelayo. Aquí se trata de la ciencia española. La ciencia, en efecto, era lo que se discutía en concreto. Mas si bien se mira, España, objeto del altercado, viene a ser de nuevo entonces como un caballero del que unos dicen que es persona culta y otros que no lo es.

    Y ya desde Quevedo, si queremos preguntarnos por las causas de los ataques que ocasionan tan bravas defensas, encontramos que la contestación es siempre la misma o muy parecida. En el fondo de estas controversias se trasluce una lucha de concepciones religiosas y filosóficas; junto a esa batalla está también la política.
    El espiritualismo católico nutre y presta significado a la cultura española: lo característico de España es oponerse a las corrientes universales que amenazan los fundamentos cristianos de la vida. Por eso una legión de escritores propugnó el antimaquiavelismo. Por eso filósofos y teólogos acudieron a la brecha abierta por la Reforma y lograron, entre otras cosas; conservar una parte de la Universidad y de la ciencia católicas en países protestantes. Por eso Balmes se opuso a las consecuencias del idealismo filosófico.

    Pero a esta causa religiosa hay que añadir la política. A veces se percibe neta y sustantivamente; otras, confundida con la primera. El hecho es que la hegemonía de la Casa de Austria está en la fuente de la polémica. Qué bien se advierte en los escritos de Quevedo, en aquellos trabajos que sirven hoy para comprobar tanto su cultura como su agudeza política y diplomática. Ya entonces el tema del mayor o menor valor cultural de los españoles no se abordaba con desinterés científico, como un problema erudito o académico. Los ataques respondían al vigor con que España había dejado sentir su garra en la historia.

    En la época de Forner, siglo y medio más tarde, el poder político había sido muy debilitado, pero quedaba una lección que convenía al ambiente de la época desacreditar a cualquier precio. Los hombres luchan siempre por ideas, aunque también por intereses, cierto. El formidable ataque desencadenado contra el Cristianismo en el siglo XVIII — «quiso abatir la Cruz», dice Hazard — explica en parte el vigor y la tenacidad con que se trató de borrar la huella de España en la Historia Universal. Porque este país había descubierto un mundo y había fundado un vastísimo imperio con inspiración cristiana; o lo que es lo mismo: había demostrado que la religión puede tener un valor vital aquí abajo, puede no ser obstáculo o ser incluso la razón de triunfos terrenales. Ahora bien: para una actitud irreligiosa esto era un desafío absolutamente intolerable.

    Nuestro Forner, con brillante cultura y más brillante retórica, salió al paso a los ataques de un oscuro escritor francés. Lo que había producido Europa era para Forner ciencia vana e impráctica. Lo verdaderamente sabio, lo inteligente, lo «útil» — el concepto de utilidad, resulta el eje de la «Oración apologética» — es lo que nosotros habíamos dado al mundo. Frente a las europeas «novelas de Física» Forner opone sobre todo la sabiduría práctica de nuestra filosofía, de nuestro pensamiento, fiel a la palabra de Dios.

    Y cuando en 1876 un muchacho apellidado Menéndez Pelayo se oponga a la tesis que sostiene que «en la historia científica no somos nada», lo hará con enorme saber y con exaltada pasión nacional; y, al mismo tiempo, confesando de -buen grado nuestra inferioridad en la matemática, en la física, en la ciencia experimental...

    Tanto esta puntualización como la de que la Inquisición no entorpeció el pensamiento científico, están hoy en pie. Y en pie sigue el espíritu de aquella intrépida defensa, que no trataba, en definitiva, sino de afirmar que los pueblos no son grandes únicamente por su preeminencia en el cultivo de determinadas ciencias, sino por el conjunto de sus creaciones espirituales. Sólo un estrecho, enteco, mezquino positivismo, podía atreverse a negar que España tuviese un alto puesto en la cultura occidental.
    Como en los comienzos, lo que encarnizadamente se discutía ahora eran cuestiones de principio: de religión, de política, de doctrina. Hay que recelar siempre de la imparcialidad y del desinterés con que se plantean ciertos problemas. Detrás de un tema aparentemente académico pueden encontrarse Dios, la Revelación, el poder de un pueblo.

    Por eso Quevedo, Forner y Menéndez Pelayo tuvieron razón en todo lo fundamental de sus asertos. Ellos se batieron por una tradición cultural de valor perenne. Y ahora que se han hecho claros e indiscutibles no pocos puntos que entonces no lo eran, hay que espolear el espíritu de investigación para que la elevación que empezó a alcanzar en el último cuarto del siglo XIX se haga cada vez más patente en las ciencias donde menos brillamos.
    raolbo y Pious dieron el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: La famosa polémica sobre la ciencia española

    LA CIENCIA ESPAÑOLA

    (por C. Pérez Bustamante, catedrático de la universidad de Madrid)


    1. Generalidades

    "El siglo XVII elaboró fuera de España las primeras bases de una especie de leyenda negra dirigida contra la ciencia española, que llega a su máximo desarrollo durante el siglo XIX. Los rasgos generales de esta leyenda, paralela a la que se dirigía contra la política y la grandeza patrias, contra nuestra obra en América y nuestra vida religiosa, son simples y bien conocidos.

    Según ella, la Inquisición ahogaría en germen la posibilidad de una ciencia española, no podrían surgir ni difundirse las ideas en los nuevos tiempos post-renacentistas, seguirían predominando los cerrados criterios de las escuelas medievales y, a lo sumo, un florecimiento de la teología pretendería suplir la falta de las ciencias naturales, de la filosofía criticista y racionalista y, en fin, de toda la vida científica que por contraste, aparece exuberante, arrolladora y magnífica más allá de los Pirineos; España permanecería durante los siglos XVI y XVII absolutamente muda, mientras hablan con voz propia todas las demás naciones; España nada o casi nada aportaría a la matemática, a la física, a la química, a la filosofía; por aquí no habría más que teólogos, capitanes arrogantes y, haciéndonos mucho favor, algún poeta.

    Esta es la leyenda que se encuentra repetida en todos los tonos y coloreada con todos los matices en innumerables libros del siglo XIX y no pocos del anterior. Toda la bibliografía del enciclopedismo, del positivismo y de tantas otras corrientes de la heterodoxia (y a veces también de la ortodoxia) europea está inspirada en este sentido. Autores indudablemente serios recogen el repiten tales falsedades, y no pocos españoles se incorporan al cortejo de difamadores del pensamiento y el espíritu de nuestra patria, a cuya cabeza, o por lo menos en punto preeminente y avanzado figura el francés Masson de Morvilliers (1740-1789), uno de los colaboradores de la Enciclopedia, iniciador o al menos estereotipador de la leyenda.

    ***

    2. La reacción españolista

    Ya desde los primeros momentos en que esta falsa valoración y sofístico enjuiciamiento de la cultura española se propaga por el mundo, surgen autores nacionales y extranjeros que, de una manera espontánea, van reivindicando aspectos parciales de la ciencia española y rectificando en puntos aislados la gigantesca mixtificación.

    Pero es una gran figura nacional, cuya grandeza como pensador, historiador y prosista rebasa con mucho las fronteras para entrar en la categoría de figura universal del siglo XX y comienzos del XX en toda Europa, es don Marcelino Menéndez y Pelayo, quien deshace titánicamente el monumental tejido de falacias. En torno suyo y después de él, se forja la obra de la reivindicación. Multiplícanse los discípulos, los continuadores y los colaboradores. Falanges de hispanistas extranjeros agréganse a la obra de justicia. Punto por punto, tras las directrices críticas generales y las formidables aportaciones de bibliografía del polígrafo santanderino, va reapareciendo la verdad.

    Aspectos parciales, primero, y más tarde la totalidad de nuestra ciencia del Siglo de Oro, en sus rasgos generales y su grandioso conjunto, van quedando en claro. Reconócenlo así incluso los más serios y documentados historiadores, aunque pertenecieran a campos opuestos o distantes de aquel en que militaba el autor de “La Ciencia Española”. Y hoy no queda ya nadie que aspire a ser objeto de un mínimum de estimación en la Europa culta que pueda repetir los viejos y desacreditados tópicos que el sectarismo antiespañol acumuló en tiempos pasados contra nuestra ciencia durante la época de los Austrias"...

    (Historia de la civilización española, 1946)
    Última edición por ALACRAN; 28/10/2021 a las 14:55
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    Re: La famosa polémica sobre la ciencia española

    (...)

    3. Los términos del problema

    Nuestros actuales (1946) historiadores y críticos, secundados magníficamente por el hispanismo extranjero, especialmente el francés, alemán y norteamericano, han establecido sobre sus verdaderas bases el problema de la ciencia española. Monstruosa y delirante injusticia era negar y denigrar nuestro pensamiento y nuestra cultura de los siglos XVI y XVII. (…) Algunos aspectos de la ciencia española, por ejemplo, la teología, la pedagogía, la jurisprudencia, la filosofía, la historia, la crítica, la filología, no tienen nada, absolutamente nada que envidiar a país alguno. Ningún pueblo europeo de esos dos siglos puede citar en esas ciencias su nombre antes del nombre de España.

    En las llamadas “ciencias del espíritu”, España no puede reconocer, justamente hablando, rival aventajado. Ahora bien; en las llamadas “ciencias de la Naturaleza”, la situación es diferente. El papel de España en estos ramos de los acontecimientos humanos es muy apreciable y en ocasiones magnífico. No faltaron grandes matemáticos, excelentes naturalistas, médicos de renombre e importancia universales, físicos y químicos de verdadero saber, etc. Pero el estilo, la orientación que la cultura española tomó en aquellas centurias, fue indudablemente la otra, la de las ciencias del espíritu, la teología y el derecho, la historia y la filosofía.

    Por otra parte, altas empresas universales de conquista y colonización absorbían a nuestro pueblo. Estas dos circunstancias, y ninguna otra, impidieron a nuestro pueblo llegar en el terreno de la ciencia experimental y los descubrimientos físico-naturales adonde llegaron las clases cultas de otros países. Pero de esto a afirmar, como lo hizo el sectarismo y el furor anti-español, que durante aquellos doscientos años España estuviese desierta de físicos y naturalistas, matemáticos y astrónomos, hay un abismo. En estos aspectos, la ciencia no debe a España tanto como en los otros, pero debe lo suficiente para que se pueda afirmar que la incorporación española a la marcha del pensamiento científico-naturalista en mundo es efectiva, real, evidente y gloriosa...

    (Historia de la civilización española, 1946)

    Última edición por ALACRAN; 28/10/2021 a las 14:55
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    Re: La famosa polémica sobre la ciencia española

    (... )

    4. Filósofos y Teólogos

    Estos estudios llegaron a gran esplendor entre los españoles. Aparte de pensadores como Quevedo y Gracián, que caen con más propiedad en el terreno de la literatura, nuestros filósofos constituyen una verdadera falange de la ciencia europea. Destaca, en primer término, dentro del más puro renacimiento, la gran figura de Luis Vives (1492- 1540), pedagogo, psicólogo y escritor exquisito. Vives es una de las mayores figuras del humanismo. Sus obras (De causis corruptarum artium, De tradendis disciplinis, etc.) destacan con perfil propio en el pensamiento de su época, y se le cuenta con justicia entre los inmediatos precursores de Bacon y Descartes. “Es -dice nuestro Menéndez y Pelayo- el escritor más completo y enciclopédico de aquella época portentosa, el reformador de los métodos, el instaurador de las disciplinas”.

    Formando grupo aparte están los filósofos teólogos. Entre éstos destaca el renovador Francisco de Vitoria (murió en 1546), cuyas Relectiones theologicae son una de las grandes obras del pensamiento español. A este ilustre dominico hay que añadir Melchor Cano y fray Domingo de Soto, muertos en 1560, pensadores ilustres los dos, verdaderas lumbreras de la teología española. Culmina el proceso teológico español en el P. Francisco Suárez (m. en 1617), cuyo sistema ha sido llamado universalmente el suarismo, por disentir en aspectos parciales de Santo Tomás. En conjunto constituyen un espléndido plantel de filósofos y teólogos, cuya producción nada tiene que envidiar a la tarea filosófica de los otros pueblos de Europa.

    ***

    5. Ciencias jurídicas y sociales

    El auge de las ciencias jurídicas ha de explicarse no solamente por el desarrollo intelectual de España, sino por los problemas mismos planteados al país por las consultas del rey y los Consejos a los grandes pensadores y teólogos. El Derecho Internacional nace en España, y no en Italia con Gentile ni en Holanda con Grocio. Surge de las relecciones De indis recenter inventis y De iure belli, del p. Vitoria, Palacios Rubios, Sepúlveda, Soto (De Justitia et iure), Guerrero (De bello iusto et iniusto), Ayala, etc. tratan y progresan en el mismo tema. En Derecho político existe un gran número de tratadistas: Fox Morcillo (De regni regisque institutione), Mariana (en 1591) con De rege et regis institutione, y Suárez (en 1613), con De legibus ac Deo legislatore, forman la gran trilogía de nuestra profunda ciencia política de los siglos XVI y XVII. (...)

    (Historia de la civilización española, 1946)
    Última edición por ALACRAN; 29/10/2021 a las 14:14
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    Re: La famosa polémica sobre la ciencia española

    (...)

    6. La Geografía

    En cuanto a la Geografía, digamos solamente que España es una de las creadoras de la geografía moderna. Los descubrimientos, colonizaciones y conquistas debieron dar, y dieron, como resultado un gran incremento de los estudios geográficos.

    La cartografía llega con García Torreño, Alonso de Santa Cruz (formidable figura representativa del espíritu científico español) y Luis Jorge a un esplendor inusitado en el siglo XVI. La Casa de Contratación se convierte en el centro de máxima actividad intelectual y de enseñanza. Grandes tratadistas, investigadores y técnicos como los ya citados, y otros (Felipe Guillén, Martín Cortés, etc.) aparecen por todas partes, dando a la astronomía y la cosmografía un impulso inestimable para la ciencia. López de Velasco, Sobrino, Alcántara y otros observan eclipses y cultivan la astronomía cartografía. Por otra parte, la geografía descriptiva, humana y la etnografía de los nuevos países descubiertos reciben un adelanto inmenso con las “Relaciones de Indias” de los pilotos y navegantes, lo mismo que con las “Relaciones de las visitas”.

    Actívase con Felipe II la enseñanza de la geografía, ábrese paso el sistema copernicano y comienzan a aparecer grandes tratadistas y obras: desde la Suma de Geografía de Fernández de Enciso (1519), hasta la Geografía o moderna descripción del mundo, de Fernández de Medrano, en 1686. El esfuerzo de los soldados y los conquistadores abría las rutas a esta labor de investigadores y teóricos. De esta colaboración surge y se forma la formidable aportación de España al conocimiento del planeta, aportación que no ha superado nación alguna.

    ***

    7. Filólogos y pedagogos

    La falange de latinistas, helenistas, arabistas, hebraístas, etc. es incontable (Verzosa, Serón, Arias Montano, Cantalapiedra, Ponce de León. etc. etc.), y muchos de los citados como filósofos y teólogos dan a la filología española de aquella centuria un brillo extraordinario. A ello hay que añadir los misioneros y frailes que estudiaron las lenguas aborígenes americanas.

    ***

    8. Resumen

    Tal es, a grandes rasgos y con inevitables y múltiples omisiones, el estado durante la época de los Austrias, de las “ciencias del espíritu” en España. Hay, es cierto, figuras culminantes y figuras de segunda y tercera fila; hay un amplísimo, dilatado, inmenso maremágnum bibliográfico. Pero téngase en cuenta que lo que da unidad y realce a la ciencia española no es solamente la abundancia bibliográfica y el prestigio de sus representantes más egregios, sino la unidad de doctrina y de tendencia, la magnífica y valiente unanimidad de escuelas y orientaciones en que se basa la existencia y consistencia real de una ciencia nacional española. (...)

    (Historia de la civilización española, 1946)

    ***
    Última edición por ALACRAN; 29/10/2021 a las 14:34
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    Re: La famosa polémica sobre la ciencia española

    (...)

    9. Matemáticos

    Destacan en el siglo XVI, como matemáticos, la mayor parte de nuestros cartógrafos y cosmógrafos de la Casa de Contratación. Justo renombre logró Juan Martínez Silíceo, profesor durante nueve años en la Universidad de París, obispo luego de Cartagena: escribió un Arte calculatoria. Juan Pérez de Moya, Gaspar Lax y Juan de Hortega, autor este último de un Tratado subtilísimo de aritmética y geometría, son también grandes prestigios de aquel siglo. Muchos de estos matemáticos españoles alcanzaron fama y renombre europeo.

    El siglo XVII no fue tan brillante; pero cuenta con dos figuras extraordinarias. La primera es el P. Zaragoza (muerto en 1678), que fue asimismo un gran astrónomo, y la segunda, Antonio Hugo de Omerique, cuya Análisis Geométrica (1698) fue elogiada por Newton.

    ***

    10. Ciencias Naturales

    El jesuita P. José Acosta (m. 1600) escribió en latín y tradujo luego al castellano una monumental Historia Natural de las Indias. Francisco Hernández Micó y Lorenzo Pérez fueron asimismo excelentes botánicos. El gran naturalista Andrés Laguna (traductor y comentarista de Dioscórides) orientó a Felipe II para establecer el primer Jardín Botánico, en Aranjuez. En el siglo XVII descuella Bernardo Cienfuegos, autor de una importante Historia de las plantas. En las universidades, como la de Valencia, se regulaban las excursiones botánicas de los escolares.

    ***

    11. Física, Química, Metalurgia

    No faltaron excelentes físicos y químicos, pero estos estudios tuvieron preferentemente un carácter aplicado a la metalurgia, la arquitectura hidráulica, etc. Entre otros muchos sobresalen Bartolomé Medina, que introdujo en Méjico el procedimiento de la amalgamación (1555), y López de Velasco, que lo introdujo en el Potosí (1571). Lope de Saavedra Barba se manifestó asimismo como un gran técnico (1633). Todos estos trabajos tuvieron una gran resonancia, lo mismo que los de Álvaro Alonso Barba (1569).

    ***

    12. Astronomía

    No se interrumpió durante el Siglo de Oro la ciencia astronómica española, ya que “al cultivarla, continuaba la gloriosa escuela tradicional de Alfonso el Sabio”, al decir de Ballesteros Beretta. Buenos astrónomos fueron los cartógrafos y cosmógrafos citados. A éstos habría que añadir muchos nombres: Poza, Fontano, Juan Sánchez. Juan Molina, y en el siglo XVII, el P. José de Zaragoza.

    ***

    13. La medicina

    Llegó a gran esplendor en el siglo XVI gracias a la actividad humanística y experimental de nuestros médicos. Decayó algo en el XVII, pero sin dejar de tener grandes figuras. Luis de Lucena (m. 1555) alcanzó gran renombre en España y en Roma. Andrés Laguna (m. 1560) fue un excelente tratadista y a la vez erudito y descubridor en la medicina. Sobresalió en la farmacología el médico Nicolás Monardes (m. 1568).

    Especial mención merece la pléyade española de precursores de Harvey: Servet, Francisco la Reina, Lobera de Ávila y otros. Francisco Vallés, el Divino (m. 1592), médico y filósofo, escribió muchos tratados: de él decía Boerhaave que “el alma de Hipócrates había transmigrado a Vallés”. Una numerosa escuela de comentadores de Galeno e Hipócrates surge en este siglo. Daza Chacón escribe la Práctica y teórica de cirugía en romance y en latín. Mientras teóricos, farmacólogos, cirujanos y galenistas hacían progresar diferentes aspectos de la medicina, el benedictino Pedro Ponce de León descubría un medio para enseñar a hablar a los mudos, expuesto por Juan Pablo Bonet en 1620.

    (Historia de la civilización española, 1946)

    ***

    Última edición por ALACRAN; 29/10/2021 a las 14:36
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    Re: La famosa polémica sobre la ciencia española

    LECTURAS

    El influjo de la ciencia española

    Desde la tarea de reivindicación de la ciencia española, emprendida por Menéndez Pelayo y continuada por un poderoso movimiento de eruditos nacionales y extranjeros, se ha adelantado bastante en la determinación del influjo de nuestro pensamiento en Europa y de las influencias europeas en nuestra Patria.

    Hoy en día puede asegurarse que el proceso de acción y reacción entre la ciencia española y el resto de la europea fue bastante intenso. Sin embargo, no está precisado y determinado hasta el detalle y agotada la materia.

    En líneas generales, puede decirse que durante el siglo XVI el pensamiento científico español, más poderoso que en el siguiente, influyó también en Europa de modo más pujante.

    La matemática española influyó de un modo extraordinario, sobre todo en el siglo XVI, por la difusión que alcanzaron nuestros tratadistas. Algunos de ellos alcanzaron un prestigio que da idea de su papel en la ciencia. Ticho Brahe reputaba a Muñoz como uno de los primeros geómetras de su tiempo. Su interpretación de Euclides gozó aceptación en muchos centros cultos, lo mismo que su crítica de Tartaglia.

    El mismo renombre alcanzó Oliver “el primero de los matemáticos que en su tiempo alcanzaron celebridad en las naciones extranjeras”, como dice Ballesteros. Sus largos viajes le proporcionaron ocasión de dejar su huella científica por el mundo. Discutió sobre las mareas con el gran sabio italiano Gaspar di Contareno, embajador de Venecia. En la centuria siguiente, Hugo de Omerique, vivamente elogiado por Newton, fue otra de nuestras reputaciones europeas. Como éstos, otros muchos españoles sobresalieron y fueron estimados como matemáticos.

    También la astronomía produjo figuras eminentes a lo largo del siglo XVIII; así, aquel P. José de Zaragoza, que, como dice el señor Cotarelo, tuvo el mérito de “haber comprendido la teoría de las órbitas planetarias elípticas, descubiertas por Keplero, cuando eran desdeñadas por la ciencia europea”, siendo éste uno de los muchos casos en que los pensadores y sabios españoles comprenden y asimilan lo que en Europa ocurre durante aquellas centurias, mientras el resto de los países permanece adherido a los viejos moldes.

    Las aplicaciones astronómicas a la geografía, tal y como en España se concibieron y realizaron, determinaron la renovación de estos estudios en toda la Europa culta. Alonso de Santa Cruz y los grandes cartógrafos de la Casa de Contratación son en realidad los creadores de la moderna cartografía. “El breve compendio de la sphera”, de Martín Cortés, fue el primer libro de texto de los navegantes facultativos en Inglaterra. Este hecho nos da una idea de la difusión del pensamiento cartográfico español. La famosa proyección de Mercator, matemático y cartógrafo holandés del siglo XVI, es, en realidad española. Encuéntrase por primera vez en el mapa de García Torreño, de 1522, donde aparece aplicado el sistema de proyecciones equidistantes. Mercator, que estuvo en España el servicio de Carlos V, pudo haberlo conocido y tenido en cuenta para sus admirables trabajos posteriores.

    No olvidemos, para juzgar la importancia de la cartografía española de la Edad Moderna, que, a nuestra patria corresponde en realidad la fundación de toda la moderna geografía, pues fueron navegantes y descubridores nuestros quienes más contribuyeron a completar el conocimiento del planeta desde el Renacimiento. Por eso no es preciso insistir más en esos puntos. En todo caso -y refiriéndonos nuevamente a la astronomía-, recordad los elogios que Weidler y Galileo hacían de los sabios españoles.

    En física, química y ciencias naturales, alcanzó la ciencia española menos desarrollo, pero tuvo también figuras influyentes. No faltaron zoólogos y botánicos de prestigio, como aquel Vélez de Arciniega, autor de una clasificación de las tortugas igual a la de Brongiart, entre otros muchos, o el botánico Juan Plaza, consultado por Clusio, etc. Entre estas figuras, destaca el P. Cienfuegos, que escribía hacia 1630, y que presintió la teoría de la sexualidad de las plantas y se manifestaba en posesión del concepto de mutación. Por otra parte, las descripciones y estudios que nuestros naturalistas, y en general nuestros escritores, realizaron en el Nuevo Mundo, sobre plantas y animales, ejercieron una influencia y tuvieron un valor documental para la Historia Natural, tan evidente, que no es necesario insistir en ello. En cuanto a la física y química, tuvieron un valor estimable, especialmente en sus aplicaciones industriales. Así, por ejemplo, la metalurgia española influye poderosamente en toda la europea. El libro que en 1640 público Álvaro Alonso Barba (Arte de los metales) se traduce muchas veces todos los idiomas cultos, y los métodos de amalgamación para explotación de minerales argentíferos, del mismo Barba y Bartolomé Medina (siglo XVI), tienen aún hoy un gran valor, con las naturales modificaciones.

    Por lo que respecta a la medicina, una rápida evocación de algunos nombres nos convencerá de que su influencia en la ciencia de su tiempo no es de desdeñar. El descubrimiento de Harvey, de la circulación de la sangre, tuvo aquí evidentes anticipaciones (Miguel Servet y Francisco de la Reina sobre todo). Gómez Pereira precede a Sydenham en la teoría de las fiebres. Los grandes anatomistas como Pedro Giménez, se relacionan con los extranjeros: conocidas son las de Giménez con Vesalio; Vallés, llamado “el Divino”, es admirado y leído por Boerhaave; Francisco Díaz práctica por primera vez la uretrotomía en tiempos de Felipe II; Valverde de Amusco es parangonado en muchas naciones con Vesalio; Huarte de San Juan se manifiesta precursor de Lavater, Cabanis y Gal, y Pujasol, en el XVI, de la moderna frenología y craneoscopia. A todo esto, hay que añadir la resonancia europea del método inventado por Ponce de León para enseñar a hablar a los sordomudos, difundido en Inglaterra e Italia por sir Kenelm Digby.

    La influencia de las ciencias históricas corre pareja a la ejercida por la geografía, pues la historia, filología etc., del Nuevo Mundo son estudiados antes que por nadie por los españoles, y de ellos es preciso partir. Aparte de que también la historia relativa a sucesos europeos y los tratadistas de aspectos parciales y técnicos de la historia alcanzaron notoria reputación. En cuanto a las ciencias filológicas, los latinistas, helenistas y hebraístas españoles, desde los tiempos de Luis Vives hasta bien entrado el siglo XVII, se mantuvieron siempre en contacto e influyeron en los demás países de Occidente.

    Pero donde el influjo español llega más lejos es en teología. Al llegar el siglo XVI -dice Mortier-, el centro doctrinal de los estudios teológicos había cambiado. Era España. España se transforma en la fuente de la teología. Bastaría un nombre para probar el prestigio e influjo de nuestros teólogos en el mundo culto: Trento. Del suarismo se hace escuela teológica y filosófica en toda Europa, y de su influencia en los medios culturales de distintos países se ha escrito ya bastante por Grabmann y otros historiadores de la filosofía. También Soto y Cano alcanzan en el extranjero máxima autoridad como teólogos.

    Y parejo y el enlazado con este triunfo de la teología española en el mundo, va el de nuestra filosofía. Desde los tiempos de Luis Vives, la filosofía española alcanza un puesto de primera línea. Reputación universal del Renacimiento. Vives orienta la psicología y pedagogía de su tiempo. El “vivismo” hace escuela en Europa. Aparece también la pléyade de precursores de Kant, Bacon y Descartes, estudiados por Menéndez y Pelayo. Entre ellos, Sánchez, precursor de Kant, y Gómez Pereira, que enuncia en su famosa Antoniana Margarita la teoría del automatismo animal de Descartes. Fox Morcillo y otros humanistas van asimismo formando el núcleo de irradiaciones intelectuales de España hacia Europa. Incluso el materialismo biologista del siglo XIX tiene un precursor en la extraña y genial figura de Esteban Pujasol (1637), precursor de la frenología.

    Y, por último, en las ciencias jurídicas se trasunta este esplendor del pensamiento español y su fortuna por el mundo. Vitoria funda en sus “RelectionesDe iure belli y De indis recenter inventis, el Derecho internacional, y en él se inspira el holandés Grocio. Fray Domingo de Soto y otros grandes teólogos y juristas desarrollan su obra y prueban la paternidad española del derecho internacional en la ciencia moderna. Por su parte, Alfonso de Castro, autor de tratados magistrales sobre la pena, se manifiesta como uno de los grandes penalistas de su época, y en muchos aspectos es un verdadero precursor de Beccaria, aunque con más formación filosófica que éste. Y Antonio Agustín, gran comentador de los textos justinianeos, en el moderno estudio del derecho romano, no pierde ni desmerece en compararse con Alciato o Cuyacio. Su obra fue tan estimada y gozo idéntica autoridad que la de los otros grandes autores de su tiempo, entre los romanistas europeos.

    (Historia de la civilización española, 1946)

    ***
    Última edición por ALACRAN; 30/12/2021 a las 17:49
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: La famosa polémica sobre la ciencia española

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    La Ciencia española y sus detractores

    "Apena el ánimo la persistencia con que arraigan en loa espíritus bajos ó mediocres los prejuicios más faltos de consistencia, á pesar de haber sido cien veces pulverizados. Ahora mismo, con ocasión de haber publicado el notable é ilustrado critico señor Juderías un libro en vindicación de nuestra patria, refutando la leyenda negra, me hubo de doler encontrarme con que un distinguido escritor atacaba al citado autor español para darle la razón al tristemente célebre monsieur Masson, pareciéndole justificadísimo el desprecio con que aquel no sólo insipiente sino estúpido escribidor trató á España en un artículo de la Enciclopedia. Pero no acaba aqui lo deplorable del caso sino que el citado periodista se dá por enterado del mentís que le dio Menéndez y Pelayo al tal detractor y calumniador de España, y no hace el menor caso de sus asertos, mientras acepta como moneda de la mejor ley las sandeces de Draper, Guizot y tutti quanti sobre nuestras cosas han disparatado, sin fijarse en que no pasan de ser un hato de protestantes fanáticos y de envidiosos de lo que, si no somos ya, hemos sido.

    Por rara casualidad al mismo tiempo que aparecía en las columnas de un importante periódico de provincias el caluroso elogio á M. Masson, recordaba otro diario la enérgica refutación hecha por el insigne botánico don Antonio Cavanilles, en París, y en lengua francesa, de las malévolas especiotas del referido Zoilo, el mismo año de 1784 en que aparecieron; obra traducida luego al alemán y al castellano y que merecería sin duda ser reimpresa para conocimiento de tantos Massones redivivos, según la frase de Menéndez, más ó menos conscientes como andan por ahí dándose tono de «intelectuales». Todo esto sin contar con las refutaciones de Denina y Forner, y posteriormente de Picatoste y de Bonilla San Martín.

    Hoy se ha olvidado, con harta justicia, al autor del artículo Espagne en la Nouvelle Encyclopédie, pero por largos años se le tuvo muy presente, y aún, según parece, no ha mucho que una acreditada revista de París incluía el malhadado ataque massonesco entre las causas de la inquina que muchos españoles sienten hacia Francia; cosa en que se equivoca, pues ya sólo algún rezagado libre pensador sabe, y aún de oídas, de M. Masson, holgando por otra parte el supuesto de que ningún español sienta desafecto á Francia.

    Sentados estos precedentes se comprenderá la razón de la alegría que me ha producido ver cómo nos hacen justicia quienes no son españoles, refiriéndome con ello al magnífico trabajo que con el título de “La cultura filosófica en la España medioeval” ha publicado el eminente profesor argentino don José Ingenieros en el «Boletín de la Asociación Española de Socorros mutuos de Buenos Aires».

    En ese artículo, digno de la reputación de su autor, trátase de la cultura romano-visigoda; de la cultura árabe, de la judía; de la catalano-aragonesa y de la castellana, con perfecto conocimiento de la materia y elevado espíritu de justicia. No hemos de seguir á Ingenieros en el desenvolvimiento de su tema, pero sí reproduciremos textualmente su sinopsis:

    «En ningún país europeo, durante la Edad Media—dice,—coexistieron en más íntimo contacto que en España las tres filosofías escolásticas medioevales. La musulmana y la judía fueron esencialmente españolas con Averroes y Maimónides. La cristiana, que en la Patrología había tenido á Isidoro de Sevilla, llegó á contar en Aragón el nombre ilustre de Raimundo Lulio: ninguno tuvo Castilla, que se distinguió principalmente por el cultivo de los géneros literarios.

    »Desde la irrupción de las religiones monoteístas en el mundo pagano hasta la aparición de la escolástica tomista, la península española es la región más interesante para la historia de la filosofía».

    Así habla Ingenieros y no puede, por lo mismo, ser más opuesto su criterio al de Masson, los Guizot y otros ejusdem zarinae según los cuales cabría escribir la Historia Universal de diez siglos, casi sin citar para nada á España.

    Podría pretenderse ahora que con la expulsión de los moros y judíos no quedaba ya ciencia española, pero fue así, á Dios gracias, antes bien puede decirse que á los Reyes Católicos se deben las bases sobre que se levantó luego la cultura nacional; tanta fue la protección que dispensaron al saber, en todas sus manifestaciones.

    No es esta ocasión oportuna para venirse con retahilas de nombres, pero al alcance de cualquiera está el convencerse del admirable progreso realizado en las ciencias desde Fernando é Isabel hasta el final del reinado de Felipe II; y eso en todos los ramos, aunque principalmente desde el punto de vista de sus aplicaciones prácticas, de suma urgencia con el descubrimiento y colonización de América y el incremento de la navegación. Siempre los españoles hemos sido harto realistas.

    Vino la decadencia después de siglo y medio de incomparable esplendor y nadie dejará de reconocer que llegó nuestra cultura científica al más lastimoso estado. Aquella centuria XVII pudo ser gloriosa en las letras y las artes, pero no en el aspecto á que nos referimos; baste recordar lo que refiere en su Vida don Diego de Torres Villarroel para formarse cargo de la abyección á que habia llegado la enseñanza de las ciencias matemáticas y aun de todo linaje de disciplinas, mas, aun asi puede decirse que no había desaparecido en absoluto el espíritu científico, refugiado en las especulaciones de los jurisconsultos y economistas, tan notables estos estos ultimes (como Martínez de la Mata, Sancho de Moncada, Navarrete) que bien puede afirmarse se anticiparon á las teorías de Adam Smith y de los fisiócratas.

    Y en este eclipse secular hacen hincapié los detractores de España para negarnos toda importancia científica. Claro que no tuvimos, ni por asomo, ningún Galileo, ni ningún Newton, pero ¿es que se encuentran esos á la vuelta de cada esquina? Tampoco los tuvieron Francia, ni Holanda, ni Alemania, ni Dinamarca.

    Por suerte no se prolongó más allá de la dinastía austríaca la decadencia del saber español y con el advenimiento de los Borbones resurgieron los estudios científicos y no tardaron en aparecer insignes sabios, en todo orden de conocimientos, esforzándose en ello Felipe V y sus sucesores incluso Carlos IV, ó si se quiere Godoy, hasta llegar á la guerra con Napoleón, en que volvió á quedar interrumpida la labor.

    Y ya desde el restablecimiento de la monarquía legítima en 1814, no se ha vuelto á interrumpir nuestro progreso científico, sin exceptuar el mismo reinado de Fernando VII, no tan completamente negro como se viene pintando, pues algo bueno se hizo, entre lo mucho malo que se registró.

    Puede decirse, sin embargo, que el resurgimiento del saber data del reinado de Isabel II y en este concepto estamos en nuestro derecho mostrándonos satisfechos y orgullosos de lo alcanzado dentro de la esfera exclusivamente científica. A centenares son los nombres de los ilustres matemáticos, naturalistas, médicos, físicos, químicos, geodestas, astrónomos, biólogos que podríamos añadir á los gloriosos de otros tiempos, y más en particular del siglo XVIII, los Jorge Juan, los Ulloa, los Mendoza, los Azara, los Martí y Franqués, los Cavanilles, los Piquer, los Salvá, etc., pero no es éste el lugar más oportuno para ello. En cambio, si lo es para clamar porque se eche prontamente tierra sobre ese prejuicio, que en mal hora están propagando los que menos debieran y por culpa del cual creen muchos que ni hemos tenido sabios, ni los tenemos, y esto es un error crasísimo. Lo que hay es que mientras se trompetea la fama de cualquier farandulero, de cualquier fabricante de mamarrachadas, de cualquier torero, ó politicastro, ú orador charlatanesco se guarda el mayor silencio sobre los hombres insignes que trabajan en sus laboratorios, en sus observatorios, en sus cátedras, en sus excursiones, para que su labor quede recluida en los anales ó las publicaciones de alguna sociedad, oficial ó no.

    No sacaremos á colación muchos nombres para no hacer interminable la lista, pero aparte de Ramón y Cajal, Ferrán y Carracido y algún otro, ¿quién conoce, por ejemplo, fuera de un reducido número de hombres de ciencia, los trabajos de Casiano de Prado, Vilanova, Ibáñez de Ibero, Eduardo Mier, Hernández Pacheco, Fernández Navarro, Castellarnau, Torroja, Augusto Pi y Suñer, Laureano y Salvador Calderón, Torres Quevedo, el P. Cirera, el P. Navas, el P. Barbens, Bolívar, Luis Mariano Vidal, Lorenzo Presas, Almera, Agustín Gibert, Reyes Prósper, y cien más que podríamos continuar citando? ¿quién está, siquiera ligeramente, enterado de lo que hacen nuestros ingenieros geógrafos y topógrafos, nuestro Depósito Hidrográfico, nuestros ingenieros civiles y militares, nuestras sociedades de Historia Natural de Madrid y Barcelona, nuestro Museo de Ciencias Naturales y tantas otras entidades como honran actualmente á España con sus trabajos propios y originales, teniendo que luchar no sólo con la general indiferencia, sino aun con las malévolas suposiciones de los que niegan espíritu científico á la patria de Pedro Juan Núñez, el inventor del nonius, del cual nombre se ha despojado á ese instrumento para llamarle goniómetro; de Pedro Ciruelo, uno de los fundadores de la ciencia matemática en la Sorbona; de Gómez Pereira, precursor de Descartes; de Luis Vives y de Arias Montano, descubridor de la presión atmosférica antes que Torricelli; de Pérez de Oliva, que rastreó, antes que Salva y Campillo, la comunicación telegráfica á distancia por medio de imágenes?

    No se nos venga, pues, hablando de que España no cuenta en el progreso científico. Es una prueba do ignorancia supina el afirmarlo."

    ALFREDO OPISSO (1917)
    Última edición por ALACRAN; 01/04/2022 a las 13:39
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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