¿Orgullo... o infierno Gay?
Testimonio de un homosexual atrapado en un mundo de pesadilla
Transcripción de Leopoldo Varela
Revista Época
"Comencé cuando estaba en segundo de carrera" -explica Juan José L. F., madrileño de 33 años-. "Iba con amigos a bares de ambiente gay, pero pijos, en la zona de las calles Pelayo y Augusto Figueroa, cerca de la Gran Vía madrileña.
Me atraía lo divertido y lo morboso. Desconectabas, te reías, veías chulazos, nos colocábamos con porros y cubatas. Era una alternativa a las chicas. Pero fue ganando terreno lo morboso. Y empecé a frecuentar otros garitos, picado por la curiosidad.
Un verano, al cabo de un par de años, tuve la experiencia de lo que es un cuarto oscuro. Aquello me cambió la vida. Había oído hablar de ellos, había leído cosas en revistas como Mensual, Shangay Express o Zero, pero nunca había entrado.
Lo primero que te llama la atención es la oscuridad. Luego vas distinguiendo figuras de cuerpos que se mueven despacio. Se acercan. Es una mezcla de miedo y de atracción. Dudas si zambullirte o no en un mar de sensaciones? De pronto, notas un roce de un mano? tienes una descarga de adrenalina, el corazón galopa dentro del tórax..."
"Desde entonces" -continúa Juan José L. F. su relato- "me enganché a la montaña rusa, así la llamo yo, y no me quise bajar. Te da vértigo, pero cada vez la necesitas más. Comencé a ir todos los findes. Y cuando me conocí todos los cuartos oscuros de todos los clubs, saunas o discos gays de Madrid, descubrí los de Tenerife, Valencia, Roma o Hamburgo -aprovechando las vacaciones.
A veces voy en grupo, con tres o cuatro amigos, o cuando he tenido un novio, he ido con él? Otras voy solo, me pierdo en esos laberintos y tengo relaciones con gente diferente y anónima. Ahí está el morbo. ¿Sitios? Bares y clubes de Chueca, de Gran Vía o de Lavapiés.
¿Qué se siente? La sensación de que no hay barreras, ni freno. Las relaciones sexuales parecen no tener límite? Vas probando experiencias cada vez más fuertes y más prohibidas?
Pero al día siguiente, al volver a la vida cotidiana, te acompaña la angustia, el desprecio por ti mismo. Los recuerdos de esas relaciones se fijan en la memoria como un postit y se quedan clavados y no hay forma de olvidarlos.
Cada vez necesitas hacer cosas más fuertes, porque las anteriores ya te aburren. Necesitas sentir la adrenalina y el corazón galopando dentro del pecho. Y buscas, entonces, experiencias más excitantes, aunque para ello tengas que rebasar los límites de la locura.
Y parece que vas a salir indemne, pero? no. A mayores hazañas sexuales, más ansiedad. Y te odias. Pero a la semana siguiente vuelves a la orgía privada, a la sauna, al festival de leather -"cuero"- (modalidad de sexo duro, donde los participantes llevan arneses, gorras y prendas de cuero). Y ya no puedes escapar.
Las orgías se organizan los jueves o los fines de semana. Se anuncian en los propios garitos, o en la Red. Algunos clubes tienen calendarios programados con antelación. Y hay intercambios con el extranjero y se organizan circuitos por clubes o discotecas gays de toda Europa. Son fiestas monográficas: todos leather, o todos desnudos. O sólo para skin (los rapados) o sólo para los llamados osos (gente peluda).
Deseas morirte
¿Qué es lo que más teme Juan José o lo que más le repugna de ese submundo? "Lo que más temo son las enfermedades. Es un miedo atroz, con el que te despiertas por la noche. Pero lo que más me repugna es otra cosa. Es la sensación de que los otros, en las orgías, te utilizan como si fueras un objeto. Te sientes reducido a cosa, no eres persona.
Te ve un tío en un cuarto oscuro y va a por ti, frenéticamente, como que no se puede contener, y en lugar de hablarte, te empieza a tocar y te abre la bragueta, y notas que le importas un bledo, que lo único que quiere es tu órgano sexual. Y, yo al menos, noto una angustia instalada en el pecho, como una explosión lenta y pesada de tristeza.
Hay ocasiones en que estás a gusto con un tío y tienes un buen rollo. Y, al acabar, hasta hablas con él y te tomas copas. Pero otras veces tienes la sensación de estar siendo utilizado. No lo soporto: el tío quiere tu cuerpo, no te quiere a ti. Y desea poseerte, usarte y se acabó. Y entonces es como si tu tuvieses un momento de lucidez, te despertaras en medio de la pesadilla y dijeras: ?Pero ¿se ha vuelto loco? ¿qué hace este tipo sobándome y sodomizándome, fuera de sí, como un energúmeno??. Y entonces odias a ese individuo y te odias a ti mismo: porque resulta que tú eres igual, te ves reflejado en el espejo. Y deseas morirte
El miedo a las enfermedades es una tortura. Mis amigos gays lo niegan, dicen que habitualmente no están pensando en ello? pero es mentira. Al revés: casi no piensan en otra cosa.
Imagínate: todo el santo día con prácticas de riesgo: sexo anal, sexo oral, fisting (introducir la mano, el puño -fist, en inglés- e incluso el antebrazo en el recto). Todo el día jugando con el peligro: con el semen o la sangre. Y generalmente sin preservativo. ¿Cómo no vamos a estar temblando, aunque no lo digamos?".
Un susto mayúsculo
"Yo pillé hace cinco años una gonorrea anal. El susto fue mayúsculo. Pensé que también tenía el sida y me hice la prueba. Afortunadamente, no había nada. Y me curé la gonorrea con antibióticos. Pero el miedo, la desazón no te las quita nadie. Cuando vas de médicos, con análisis, con exudados, te sientes un trapo, un desecho humano: eres nada y menos que nada. Y vuelves a odiarte.
Te engañas. Crees que no vas a coger ninguna venérea. En la euforia de una fiesta, cuando estás en pelotas, bien colocado con unos cubatas -o alguna pastilla-, transportado a otra galaxia por la música y el estruendo, te parece que puedes hacer de todo y hacerlo con todos. Entonces que no te hablen de las hepatitis, ni de la sífilis, el herpes o el sida. Pero esa misma noche cuando estás durmiendo la mona, te despiertas de pronto con la sensación de que estás infectado, de que tienes ya el virus dentro, aunque no tengas síntomas.
Eso es lo más angustioso: no puedes huir, no puedes refugiarte de la enfermedad... porque la enfermedad la llevas encima. Y ahí están todos tus recuerdos. Uno por uno, sin olvidarte de una sola de tus aventuras sexuales. Y no puedes dormir. Y te atiborras de pastillas.
He llegado a estar seis meses limpio. Sin practicar sexo ni frecuentar garitos. Por miedo, claro. Convencido de que ya tenía el sida y que la cuenta atrás había sonado en el reloj de mi vida.
Cada visita al médico, cada análisis, cada hora en la sala de espera, esperando la sentencia en forma de resultados, era un inhibidor de la furia sexual. Pero siempre vuelves. Se pasa el miedo, te confías, y vuelves.
En esos meses de sequía, piensas que el mundo gay es una locura. Lo ves con cierta distancia y piensas que estás de atar, todos obsesionados por mojar, por follar (con perdón), ése es el objetivo. Luego están las fiestas, la parafernalia, la ropa, los adornos, pero debajo de todo eso no hay más que un objetivo: sexo duro, es todo. Yo, a veces, lo he hablado - y discutido- con amigos: quitas el sexo duro y ¿qué queda?? Nada. Lo que pasa es que esto no se atreven a decirlo muchos".
Te vuelves neurótico
"Yo he visto cosas tremendas en las orgías gays. Fiestas monográficas de pissing (lluvia dorada); de fisting (lo del puño); o incluso de sado-maso (te atan, te azotan, te pinchan, te llegan a apagar colillas en los genitales). O clubes nudistas. En Madrid hay uno, donde es casi imposible no salir sin un par de relaciones o tres.
O lugares con códigos estrictos de ropa (en algunos sitios sólo admiten arneses o prendas de goma y cuero; en otros, con ropa militar). O con códigos de señales: hay orgías donde llevar un pañuelo de un determinado de un color quiere decir que me gusta que me sodomicen, o que me gustan los fetiches, o el beso negro, por ejemplo? Es cuestión de dar con la media naranja.
O gente que lleva su locura a decorarse el cuerpo -genitales incluidos- con tatuajes y piercing, o raparse todo el pelo de su anatomía.
Yo nunca he ido al psiquiatra, como sí han ido otros compañeros gays. Pero sí que me gustaría poder hablar de todo esto, con gente normal, que no esté en ese ajo. Pero para eso necesitas distanciarte, alejarte un poco?
Te vuelves neurótico. Sufres porque ves a amigos tuyos que han pillado el sida, que se han ido al otro barrio, o que de pronto te los encuentras en un garito y están en los huesos, consumidos, y te das cuenta de que ya están en la recta final, y de que han contagiado o van a contagiar a todo bicho viviente. O con pañales de por vida, como dos que yo conocí, que tuvieron que hacerles una colostomía porque se habían destrozado el colon a base de introducirse juguetes en el recto (vibradores, penes de plástico, etcétera).
Lo piensas fríamente y dices: qué locura. Cada club de sexo duro, cada sauna es una bomba de relojería de sida, un foco de infección, cuyas ondas se expanden cada vez más lejos. Y luego está la sensación de esquizofrenia. Haces vida normal y es una tortura mental acordarte, mientras estás despachando con un compañero de trabajo o hablando con tu madre, del fisting, por ejemplo. Y como no hay freno, aplicas tus fantasías sexuales, cada vez mayores y más extravagantes, a la gente normal que te rodea. Y en esos momentos notas que ya no eres dueño de tu mente.
Claro que más de una vez me he planteado dejarlo. Pero estás enganchado y no puedes. Pero no porque alguien te lo impida? sino porque te lo impides tú mismo. Es como si tuvieras la facultad de querer dividida en dos: por un lado, te repugna todo eso? pero, por otro, lo deseas. Acabas hecho polvo, neurótico perdido".
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