He encontrado una carta a una revista rumana y nunca creí que el pueblo rumano vieniera a España a luchar por esta nacion y en defensa de la cruz.
No se, me ha parecido interesante. Por aqui la dejo



Dios ha querido escogerme - puede que también a otros de mis camaradas legionarios rumanos del Capitán - entre los felices luchadores caídos en España en defensa de la Cruz. Mirad, digo, que son »felices» estos luchadores - a pesar de dejar muchos detrás de nosotros, hijos, esposa, seres queridos y sin otro sostén que el nuestro -, porque verdaderamente sólo es feliz el hombre que pasa por la vida terrestre para poder esperar la salvación de su alma. Y los que hemos sido escogidos y elegidos por Dios para sus defensores con el precio de nuestra sangre y de nuestra vida, podemos tener una gran esperanza en la salvación del alma, a pesar de todos nuestros pecados presentes.

Ningún poder, ningún, amor está por encima del de la patria y no se puede cumplir más que en la propia patria, excepto el poder de Cristo y el amor hacia Él. Cristo es el mismo en España que en Rumania. Cuando una hueste diabólica se levanta para arrojarle del mundo, cuando a la figura luminosa del Salvador se la hiere con la bayoneta y se la ametralla, entonces todos los hombres, de cualquier nación que sean, tienen que alzarse en defensa de la Cruz. Y tanto más, cuanto que los que trabajan para derribar el cristianismo en España no se contentan con la desgracia de este país. Sino que atacarán mañana los cimientos cristianos de todos los países y también los de nuestra Rumanía...

Pero si el amor a Cristo y el poder de Cristo que, como he dicho, está por encima de las naciones, puede llevarnos a nosotros, rumanos, a luchar por la Cruz en tierra extranjera, en España, al lado de los españoles, de los alemanes y de los italianos, esto no quiere decir que la potencia del cristianismo y el amor a Cristo nos saquen de nuestra nación, nos desarraiguen de ella. Porque nuestra nación no puede vivir sin nuestra fe cristiana. Defendiendo al cristianismo, aún en tierra extranjera, defendemos un poder que es fuente del de nuestra nación, y obedeciendo las sugestiones del amor a la Cruz, nos sometemos aquí, en España, al amor de nuestra nación rumana.

Así, nosotros luchamos, estamos aquí en defensa de nuestra ley tradicional, por la felicidad de nuestra patria rumana, por su resurrección, por la reconstrucción que quiere hacer de Ella el Capitán. Nuestros hechos son la piedra angular de la nueva edificación legionaria rumana, la cual, siguiendo la voluntad de la suerte (como lo fue en los tiempos legendarios de Mestero Manolé), ha exigido que nos entierren en los cimientos, los cuales, desde ahora en adelante, no podrán ser destruidos por los siglos.

He aquí por qué me he separado ahora de los míos, por qué no estaré ya más entre vosotros corporalmente, queridos camaradas y lectores de «Libertatea».

Pero un himno legionario dice bellamente: «Los que cayeron muertos por las balas enemigas marchan al paso junto con los que se quedaron ... »

Igualmente, los legionarios saben muy bien que, cuando en la reunión del frente se hace el llamamiento a los muertos, es decir, se nombra a los que sucumbieron en la lucha, todos los legionarios contestan, con fuerza y con fe, en lugar del que no tiene ya voz:

¡PRESENTE!

Estoy con vosotros; mi alma no os ha dejado.

Y mirad: para comprobarlo, para daros quizá la alegría de mi permanencia entre vosotros, he escrito en los días de lucha que hemos vivido en tierra española, varias cartas para vosotros, mis queridos camaradas y lectores de «Libertatea». He escrito bastante para que tengáis desde ahora en adelante, semanalmente, durante muchos años en las páginas de esta «Libertatea», tan querida para mí y para vosotros, algunas líneas mías por medio de las cuales descansaré en vuestras almas y en vuestros pensamientos, para tenerme aún así más a vuestro lado, si esta charla conmigo os ha sido grata.

Así, en adelante marcharé con vosotros, los que habéis quedado. Semanalmente «Líbertatea» me llevará a vuestro lado para hablaros también, tanto de las cosas pequeñas como de las grandes; para contaros episodios de nuestras luchas, pero, sobre todo, para pediros lo que nosotros quisimos con el ansia más grande y esperamos de vosotros con ansia aún mayor: Amor y fe completa en el Capitán y en su Legión, en nuestra Legión.

Lisboa (Portugal), a 3 de diciembre de 1936.

Día de nuestra marcha a tierra española.