Revista FUERZA NUEVA, nº 583, 11-Mar-1978
La palabra de Tarancón
Monseñor Tarancón ha sido elegido, por tercera vez consecutiva, presidente de la Conferencia Episcopal Española.
Luis Apostua comenta en “Ya”: “Será el suyo, en conjunto, un mandato muy largo, un verdadero puente que ha hecho que la Iglesia salga del franquismo y entre el régimen democrático, bien bautizado por este castellonense que siempre ha sabido decir la palabra justa”.
Es lástima que Apostua limite la reciente historia de la Iglesia a “la salida del franquismo” y no se acuerda de la salida de las catacumbas en que vivió durante la persecución roja. De las catacumbas la sacó Franco, la sacó el franquismo, como se dice ahora. Los católicos españoles comprenderán siempre mal las razones del desenganche de un Régimen al que la Iglesia debía su propia existencia, aparte inmensos favores recibidos en todos los órdenes. La gratitud no parece la más notable virtud de los que, desde España o desde Roma, han impulsado el proceso.
En cuanto a que Tarancón “siempre ha sabido decir la palabra justa”, el “siempre” introduce un factor de contradicción difícilmente digerible, ya que el actual (1978) arzobispo de Madrid, a lo largo de su carrera eclesiástica, ha dicho palabras muy diferentes. No hablaba lo mismo respecto al régimen político cuando era un modesto sacerdote refugiados en zona nacional durante la guerra, que en las postrimerías del caudillaje de Franco. ¿Fue su palabra “justa” en 1938, o lo fue en 1975? Porque una cosa es que la palabra sea “justa” y otra “ajustada” a oportunismos circunstanciales.
Las biografías son esclarecedoras cuando se globalizan con un “siempre” las conductas. A Tarancón, para suerte suya, le sorprendió la guerra en zona nacional, lo que probablemente le impidió recibir la corona del martirio con que fueron premiados tantos compañeros suyos del sacerdocio en zona roja, mártires cuyo testimonio hoy se oculta, sacrificados a conveniencias políticas. Durante la Cruzada (así consideraba entonces a nuestra guerra de Liberación, en comunión con Roma), las “justas palabras” de Tarancón demostraron su adhesión al franquismo del que, según Apostua, ha ayudado luego a “salir” a la Iglesia.
En 1938, cuando Franco libera Vinaroz (Castellón) en aquella espectacular ofensiva que llevó a las tropas nacionales hasta el Mediterráneo, Tarancón fue nombrado arcipreste de la ciudad, a la que llegó, puede decirse, en los furgones del Ejército franquista.
En 1945, por presentación de Franco, fue nombrado obispo de Solsona (Lérida), a los treinta y ocho años de edad.
En 1964, por presentación de Franco, fue nombrado arzobispo de Oviedo.
En 1969, por presentación de Franco, fue nombrado arzobispo de Toledo, Sede Primada de España.
En 1971, por presentación de Franco, fue nombrado arzobispo de Madrid.
Como se ve, era un hombre especialmente preparado para sacar a la iglesia del ominoso régimen de Franco. (… IRONÍA)
Lo que podían pedir los católicos
Añade Apostua en su comentario: “En esencia, ¿qué podían pedirle los católicos españoles a su Iglesia? Primero, que se despegara del franquismo… Segundo, que ayudara a aterrizar un complicado régimen democrático…”
Los católicos “podían” pedir eso y los católicos podían pedir cualquier otra cosa. Lo importante era saber qué era de verdad lo que pedían los católicos, es decir, el pueblo de Dios, que componía mayoritariamente el catolicismo español, y no unas minorías resentidas y politizadas, que fueron las que se adjudicaron, ante unos obispos acobardados, su representación. Lo que los católicos pedían a la Iglesia era que conservara las conquistas realizadas por el catolicismo gracias a la victoria de Franco sobre el marxismo y que no las pusiera en peligro con la demolición del régimen que las había hecho posibles.
Si los obispos, si algunos obispos en posición privilegiada, entendieron otra cosa, a la vista están los resultados. Ya ha sido desmantelado el franquismo, ya gozamos de una democracia partidista. ¿Ahora qué?
La contemplación objetiva del panorama religioso en España no es para enorgullecer a nadie. La descatolización del pueblo, en especial de la juventud, es visible. La pérdida de identidad de los sacerdotes y la falta de vocaciones, cada vez más grave. La inmoralidad se extiende ante la pasividad de los eclesiásticos, cuando no con su ayuda, de lo que son pruebas esos libros y esos artículos escritos por sacerdotes en favor de la homosexualidad, el divorcio, el aborto, la promiscuidad sexual… La desacralización de la religión alcanza caracteres escalofriantes. Una parte de la Iglesia, en vez de convertir ha sido convertida, y en vez de volver los comunistas a la Iglesia son los sacerdotes los que pasan engrosar los comités rojos.
“Por sus frutos los conoceréis” dice el Evangelio. Los frutos de los desenganchadores están a la vista (…)
R. I. |
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