(...) Para Ramiro, las afirmaciones centrales y determinantes del fascismo serían éstas:
1. La Patria, como categoría histórica y social.
2. La negación del Estado liberal-parlamentario.
3. La oposición a la democracia burguesa y parlamentaria.
4. Sus grandes transformaciones revolucionarias.
5. Su nuevo sentido de la autoridad, la disciplina y la violencia.
En cuanto al problema del fascismo en España, que empezaba a trascender del suelo italiano, lo esencial es que no debía haber mimetismo. Puesto que su inmediata raíz estuvo en el fracaso de la II República. Y otra más honda, en el patriotismo de los españoles, que despertó en las juventudes nuevas un ansia de revolución nacional frente a las derechas y frente a las izquierdas que se reveló hasta en figuras como la del marxista Joaquín Maurín en su libro La Segunda República (Barcelona, 1935). Él mismo es, ante todo, un «nacionalsindicalista». Y para explicarlo recurre a recordar su propia trayectoria con La Conquista del Estado el 14 de marzo de 1931, sin más precedentes que la campaña «de Giménez Caballero en 1929 que postuló por primera vez en España una doctrina nacionalista moderna, social y vital desenmascarando con eficacia lo que en el liberalismo demo-burgués había de podrido, reaccionario y antisocial».
El año 1933 fue el de la expansión jonsista con publicaciones, mítines y acciones como el asalto a los Amigos de Rusia. Pero también el del penal de Ocaña para varios de los jonsistas y del que yo me libré por un aviso a tiempo del sereno de mi calle.
Sin embargo, habían ido apareciendo focos jonsistas peninsulares. Además de Madrid y Valladolid. En Barcelona, Bilbao, Zaragoza, Valencia y Galicia donde se sumó un gran talento que pasó del Comunismo al jonsismo: Santiago Montero Díaz, que escribió un magistral ensayo sobre Ramiro.
El 29 de octubre de 1933 hizo su aparición política José Antonio en el mitin de la Comedia fundando Falange Española. Ramiro, en su libro, examina los componentes de tal organización y sus directivas ideales, basadas en el antecedente inmediato e inexcusable del jonsismo. Cerca de Ramiro y de José Antonio, yo intervine para la unificación de ambos movimientos, lográndola. Como también lo haría luego en Salamanca con la Falange Española de las JONS y los Tradicionalistas. Esas unificaciones fueron el secreto del triunfo franquista y por no lograrlas el enemigo (fraccionado políticamente) perdió la guerra. La unión culminaría en el importante mitin de Valladolid, el 4 de marzo de 1934. Después, violencias y caídos. Los chibiris o rojos atacaron. Se nombra a José Antonio Jefe nacional. Y comienza la crisis y la secesión de Ramiro y La Patria Libre y su idea de marchar a Barcelona y la afirmación final de que le vendría mejor «la camisa roja de Garibaldi que la camisa negra de Mussolini». Eso fue en noviembre. Pero ya antes, en mayo, había redactado otra publicación: su fichteano Discurso a las Juventudes de España.
¿Qué figuras europeas pudieran emparejarse con aquella del español Ramiro Ledesma Ramos?
En Italia, no se dio el caso Ramiro. El precursor de Mussolini, Gabriele D'Annunzio, fue ante todo un poeta y después un combatiente, bien recompensada su vanidad por el Duce, haciéndole «Príncipe di Monte Nevoso». En Alemania hay figuras algo semejantes en fundadores que se unifican con el Führer, pero que su disidencia posterior les lleva a la muerte. Fue el caso de Gottfried Feder que tras su gran servicio de escritor anticapitalista y su influjo sobre Hitler murió arrinconado. Más trágico fue el destino de Ernst Rohm. Colaborador de primera hora, disidente y emigrado a Bolivia, figura con Hitler como Jefe del Estado Mayor en las SA. Ministro sin cartera y asesinado en 1934. Como Gregor Strasser, inicial colaborador del Führer y con buenos servicios al Partido.
Pero donde se dieron figuras más parecidas a la de Ramiro —intelectuales y revolucionarias—, fue en Francia. Roberto Brasillach, crítico de L'Action Française, nacional socialista, colaboracionista en la guerra y fusilado en 1944. Marcel Bucard, fusilado también (1946) en Fort de Chátillon, creador del «Francismo» y de la Internacional fascista. Marcel Deat, socialista y antifascista, pero después director de L'Oeuvre, propugnó la colaboración con el Eje. Condenado a muerte en rebeldía. Jacques Doriot, comunista y antifascista rival de Thorez; pero después fundador de la «Legión de los voluntarios franceses», muriendo al lado de los alemanes. Drieu la Rochelle que vio en el fascismo el rejuvenecimiento del mundo y murió suicidado...
Habría que recordar al belga Léon Degrelle con su movimiento «Rex», refugiado luego en España. Dos ingleses: Arnold Spencer Leese y Sir Oswald Mosley. El primero veterinario y sobrino de un barón, fundó en 1929 la «Imperial Fascist League» y la revista The Fascist, siendo su símbolo un haz lictorio. Y en cuanto a Mosley, noble, combatiente, laborista, Canciller con Mac Donald y fundador en 1932 de la «British Union of Fascist». Encarcelado, tornó tras la guerra con sus ideas corporativistas. Joris van Severen, flamenco y caudillo del movimiento nacionalista de Flandes. Y asesinado. Hay que recordar a los rumanos: Codreanu, fundador de la Guardia de Hierro, asesinado con trece de sus seguidores; Horia Sima, que asumió el mando de la Guardia de Hierro tras la muerte de Codreanu, condenado a muerte en rebeldía; Ion Motza y su amigo Marin, muertos peleando en España contra el comunismo. De Hungría habría que recordar a Zoltan Bozormeny y a Mesko. Al suizo Rolf Henne, fundador de un Frente Nacional. A los eslovacos Taka y Alexander Mach. Al ruso Larki. Al holandés Antón Adriaan Mussart. Al croata Pavelich. Al eslovaco Tiso. Al yanqui Ezra Pound.
El final de Ramiro tuvo algo de poema que no puedo olvidar. Para terminar su ¿Fascismo en España? regresó a sus orígenes natales, a su sayaguesa Puebla de Sanabria (*), en cuyo lago, como un joven Nietzsche en la Engadina, hace las que serán sus últimas meditaciones sosegadas en libertad. Porque retorna a Madrid, donde tiene la familia de padres y hermanos, a su calle Santa Juliana en el atroz Cuatro Caminos. José Antonio, desde la cárcel de Alicante, dio la orden de cooperar con Ramiro a los camaradas que estuvieran aún en libertad. El 11 de julio, logró sacar el primer número de Nuestra Revolución, y quedó cesante como empleado de Correos. Era el 2 de agosto, mi cumpleaños. El día anterior había preguntado de nuevo telefónicamente por mí a casa de mi madre. Había cenado con su hermano en la glorieta de la Iglesia. No pudieron llegar a casa. Un coche les siguió, les detuvo y se los llevó a la Dirección General de Seguridad en la calle de Víctor Hugo. De allí pasaría a la prisión de Ventas, donde estaba el otro Ramiro, Maeztu. El mismo Ledesma se había identificado rechazando documentos que le pudieran salvar. Entre miserias y sufrimientos, pero con una serenidad de predestinado, Ramiro soportó su cautiverio. En la madrugada del 29 de octubre, por fin le sacaron al camión. Su muerte fue allí mismo; iba de la mano de Maeztu, de pronto, se soltó exclamando: «A mí me matáis donde yo quiera, no donde vosotros queráis.» Y abalanzándose al fusil más cercano quiso arrebatarlo; pero un miliciano disparó el suyo sobre su cráneo que saltó en pedazos. Maeztu se tapó la cara exclamando: «¡Jesús!» El cadáver de Ramiro lo tiraron dentro del camión a los pies de los otros condenados. Marcharon al cementerio de Aravaca donde abrieron una fosa a la que fueron arrojando fusilado tras fusilado.
Para terminar esta evocación, me fui una tarde a Santa Juliana, 3, en Cuatro Caminos. La casa estaba repintada, una casa de modern style, a lo principios de siglo. Sin embargo, en su fachada baja había una pintada con una consigna ledesmiana «PATRIA, PAN Y JUSTICIA» y una cruz gamada. Allá, a la izquierda, el Cine Europa donde hablara José Antonio. En la calle una pajarería, un herbolario, una sastrería y dos bares. Creo que en su piso aún habitado por su familia todo sigue igual que él lo dejara, mesa, sillas funcionales.
De allí, aquella misma tarde marché a Aravaca con mi esposa que tanto le estimaba. Nos hubiera gustado llevarnos a Juan Aparicio. Y aun recoger en su chalet de Fuente del Rey a José María de Areilza que le protegió. El camposanto estaba cerrado; pero entre las verjas vimos el altar y la cruz sobre la fosa común donde cayeron acribillados los demás. Era una tarde dulcísima, otoñal y, allí, descampada. Rastrojos. Soledad. En el suelo, ¡oh!, cartuchos (de escopeta). Y recordé que cuando a nuestro común maestro Ortega le comunicaron la muerte de Ramiro dijo: «No han matado a un hombre, han matado a un entendimiento.» No sólo un entendimiento, querido Ortega, también a un corazón de héroe.
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