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Tema: Últimos de Filipinas y Cuba: biografía y testimonios de viejos combatientes

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    Últimos de Filipinas y Cuba: biografía y testimonios de viejos combatientes

    Últimos de Filipinas y Cuba: biografía y testimonios de viejos combatientes


    Revista FUERZA NUEVA, nº 134, 2-Ago-1969

    LOS ÚLTIMOS DE LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS

    Tres supervivientes nonagenarios de Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba convierten aquellas jornadas en historia viva. Su ilusión: lucir unas estrellas de teniente.

    Cuando España hizo la guerra en sus colonias de Cuba y Filipinas a finales del siglo XIX, sus ejércitos eran de 200.000 y 30.000 soldados, respectivamente. De ese escaso cuarto de millón de hombres apenas quedan unos pocos, muy pocos. Yo calculo que no llegarán ni a 100. Es natural, desde 1898 hasta ahora (1969) ha llovido mucho, son muchos años para la vida humana.


    De vez en cuando, algunos de estos últimos de Filipinas o de Cuba da señales de vida, asomándose a las hojas de un periódico o a la televisión. Entonces caemos en la cuenta de que todavía viven, que están entre nosotros. Y nos da un pequeño vuelco el corazón. De alegría, porque al fin y al cabo son nuestros, son de casa. Y también de pena, casi de remordimiento, porque les tenemos un poco olvidados; no hemos cumplido bien con quienes tan bien supieron cumplir con España. Pero no hay que apurarnos. Nunca es tarde si la voluntad es buena.

    Son muy semejantes todos estos veteranos de las Campañas de Ultramar. Tienen todos ellos un mismo denominador común, un aire español y al mismo tiempo colonial, que les hace inconfundibles. Se diría que, resumiendo en su vida y en su gesta las virtudes de la raza y del guerrero español, supieron asimilar tan perfectamente la idiosincrasia y el paisaje tropical que, sin dejar por nada de ser españoles, son nativos, y, siendo indígenas de las últimas colonias, son más españoles que los que quedaron en la metrópoli. Y es que España no destruye los pueblos que conquista para evangelizar, sino que los eleva al darles su sangre y su civilización, y sobre todo, al tratarles y quererles como iguales, como amigos.

    “Cuando el heroísmo sigue a la victoria queda aquél compensado con la corona de laurel, pero cuando sigue a la derrota, se necesita temple de acero para seguir creyendo, amando y esperando. ¡Cuba se pierde! ¡Filipinas se pierde! Tal era el doloroso grito de angustia que lanzaban todos los labios no cerrados por el candado del presupuesto. Una serie de ignominias y bajezas habían arrastrado por los suelos la dignidad de la Patria, y un Ejército brillante y que merece el respeto de sus propios enemigos, es puesto en ridículo ante el mundo entero.”

    Por eso, porque fueron héroes, “héroes del Desastre”, como se les ha llamado, héroes del olvido, como a mí me gusta llamarlos, se lo merecen todo: nuestro recuerdo, nuestro cariño, nuestro agradecimiento. Veteranos de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, soldados de España, héroes olvidados, que de Dios os lo pague. Que España entera os lo agradezca.

    ***
    Tenemos la suerte de conocer a tres de estos soldados del 98. Son Felipe Moreno Sánchez, Luis Ruiz de la Torre y Venancio Mayoral de las Heras. Tres sólo, pero que nos bastan para hacernos idea de cómo eran los héroes de Filipinas, igual que los de Cuba, igual que los de siempre. Vamos a oírles contar sus hechos de armas:


    Felipe Moreno Sánchez

    “Pues verá usted. Yo vine a estos mundos de Dios en este pueblo en que estamos y que se llama Cadalso de los Vidrios, que lo llaman así por los tres fábricas de cristal que tenía y que yo conocí muchos años. ¡Es un pueblo con mucha historia! Está en Madrid, pero a la linde con Ávila y tierra de Toledo. Yo nací el 13 de septiembre, el día que comienzan las fiestas. El 1897 fue el primer año que hubo pólvora y música y toros. La traían de Madrid. (…)

    “De mozo me mandaba mi padre a sacar los garbanzos o a sementar lo de la Sierra; otros a coger algarrobas. Mi padre ganaba al día seis reales, de caminero.”


    -¿Cómo fue usted a la guerra?

    -¡Anda! ¡Porque te mandaban los amos y tenías que ir! ¡Andaba la cosa buena! Si no ibas te afusilaban allí mismo”.

    -Cuente, cuente.

    “En la Villa del Prado monté en un tren. En Madrid fui a la Zona, que la teníamos en mis tiempos en Getafe, y en el sorteo saqué el 777. Yo soy de la quinta del 96, que había que ir a la guerra y no te podías esperar hasta los veintiún años. ¡Hacía falta mucho personal! Ese año llamaron a tres quintas. Fui destinado al Regimiento Castilla, número 16, que estaba de guarnición en Badajoz. Iba mucha gente al tiro, a vernos tirar: vendedores de pipas, cigarrillos… ¡Qué sé yo! ¡Una de chiquillos! Pero a pesar de estas cosas, ¡que me lo pasé bien! Porque me eché novia, la Maximina, con quien me casé al volver de las Filipinas”.

    “Después, viendo mis padres que mandaban muchos a Cuba y Filipinas, que se habían sublevado los insurrectos, le dijo mi tío Victoriano al ministro de la Guerra, don Marcelo Azcárraga y Palmero, que me llevara a Madrid, para que no me llevaran allá… ¡Y a los pocos días sortearon para cubrir bajas y me tocó a Filipinas! ¡Madrecita la que se armó en casa! Todos llorando, y yo no. Pero al fin tuvieron que consolarse y dejarme ir”.

    Ya en Filipinas, Felipe Sánchez, del Batallón número 8 de Cazadores, segunda Compañía, se porta como los buenos. Toma parte en casi todos los combates, tiene una acción personal en Ballambang, por la que se le concederá una cruz pensionada y vitalicia, y cae prisionero al final en manos de los norteamericanos, que lo entregan a los tagalos para trabajarles los campos. Es tratado mal y viendo que va a morir de hambre, como otros muchos, se escapa después de dieciocho meses de cautiverio en Ilocos Norte, regresando a España cuando aun sus mismos familiares le daban por muerto. Entonces sienta plaza de peón de caminero, para no ser menos que su padre y su abuelo, y allí crea una familia, que llega a tener dos mujeres, seis hijos, los tres varones también camineros, 26 nietos y 15 bisnietos, y comparte la jornada entre sus campos de labor y el cariño de todos.


    Luis Ruiz de la Torre

    Moral de Calatrava es un pueblo típicamente manchego, con sus campos verdes de hierba, jugosa a veces y a veces arcillosa: por eso tiene muchos rebaños. Uno de ellos era de Luis Ruiz De la Torre. Había nacido Luis para pastor; lo llevaba en la sangre, y pastor será toda la vida hasta la más remota ancianidad. Su padre también fue ganadero, que por algo hice el refrán: “De raza le viene al galgo la caza”.

    Su padre tenía 400 ovejas que, como a sus hermanos pequeños, cuidaba Luis: era su ilusión. Después el padre se ve obligado a vender el ganado. A su hijo se le parte el corazón. Al casarse empieza a formar su rebaño, su pequeño rebaño. Deja de ser dueño para hacerse pastor a sueldo. (…)

    Cuando le llaman a quintas y le destinan a Filipinas, el soldado Luis Ruiz De la Torre estará bien dispuesto a dar la vida por su bandera. Se embarcó en Barcelona, en 1893, iba en el vapor “Marqués de Novaliches”. Tardaron sus cuarenta días en llegar a Manila. En España perteneció a la 7ª Compañia del Regimiento de la Arapiles. Allí fue un cazador más: uno de aquellos valientes y sufridos cazadores españoles de Ultramar, con su traje de rayadillo blanco, su sombrero de paja, sus cartucheras pequeñas y sus botas de fuerte cuero, siempre dispuesto a dar su vida por la Patria.

    Fue herido dos veces, una en cada pierna. Hoy (1969) muestra sus cicatrices como sus mejores blasones. En su pueblo natal le quieren mucho. Sus vecinos le tienen en gran estima, como una página gloriosa de la Historia de España. Todo lo cual no quita para que, dada su avanzada edad, el “hermano Luis”, como le llaman en el pueblo, y su anciana esposa, hayan posado muchas privaciones y apuros económicos estos últimos años.

    Una casa de pueblo muy modesta, con un cuarto para dormir y una cocina de lumbre baja, que hace de cuarto de estar y recibidor, con sus cuatro sillas alrededor de la mesa. Acurrucados al calor de la lumbre, los dos viejos se pasan todo el invierno. Sus ingresos no dan para más: 400 pesetas por Superviviente de las Campañas de Ultramar y 300 de Subsidio a la Vejez. Pero los vecinos, que los quieren a rabiar, suplen con su caridad lo que falta para pasar el mes.

    La prensa nacional empezó a pensar en el viejo soldado y su pobreza. Entonces llovieron donativos. El viejo soldado, despojándose imaginariamente su uniforme viejo de rayadillo, dijo los cuatro vientos: “`Todavía quedan personas buenas en el mundo!” El Gobierno completó la faena: se le concedió una pensión suficiente y generosa para mientras vivan.

    Resulta altamente ejemplar el caso de estos veteranos del 98. Son, sin duda alguna, los españoles que menos han recibido de la Patria y los que más le han dado. Con los consejos de sus padres y, eso sí, su buen ejemplo, recibieron el título de bachiller en humanidades, con el Catecismo que les daba el maestro y las pláticas del señor cura levantaron el edificio de su fe y la caridad.


    Venancio Mayoral de las Heras

    “Nací en Corrales, de la provincia de Zamora, en el 1877 y entré en quintas el 96. Embarcamos el 20 de diciembre de 1896 en el trasatlántico “Colón”, desde el puerto de Barcelona, y pertenecía a la segunda compañía del Batallón de Cazadores expedicionarios número 14, y después de treinta y un días de viaje, desembarcamos en Manila el 20 de enero del 97, donde estuvimos tres días, después de los cuales salimos de operaciones, que duraron diecinueve meses, tomando parte en 27 combates. Combates, combates, no escaramuzas.

    “Era yo, como mi padre, que en gloria esté, carnicero de oficio. ¡No estaba yo bien en mi pueblo por entonces! ¡Me sentía como capitán general con mando en plaza! Pero me tocó la hora de cumplir como los buenos, y ¡a Filipinas! Y tiro va y tiro viene. ¡Y cómo silbaban las balas! Recuerdo que nos decía el capitán: ¡No moveros, muchachos! ¡La que silba es porque ya ha pasado; esa no os puede dar! No me escondí nunca, como hacían otros, y nunca me dio una bala. Hasta me concedieron una medalla pensionada y otras más”.

    “Pero todo no iba a ser bueno. Y caí prisionero en Lipa. Era el 12 de julio del 98, que nunca se me olvidará, y desde entonces el cautiverio, con sus muchas fatigas, calamidades y sinsabores que pasamos. Teníamos por jefes al coronel Navas y al comandante Vara del Rey, hermano del general que murió en Santiago de Cuba heroicamente, y otros varios oficiales que corrieron la misma suerte que nosotros. Estuvimos dieciocho meses prisioneros. Un día nos sacan con que a no sé y después de una larga caminata íbamos vestido de harapos, con las botas fuera y sin comer”.

    “Nos hacen entrar en un río a todos los prisioneros. Empezaron a matarnos con los machetes, los bolos, que dicen ellos. ¡Sálvese quien pueda! Yo le dije al de atrás que me desatara, y yo desaté al de delante. Y corriendo al bosque a refugiarnos. Allí me encontré con otros dos prisioneros, que también se habían escapado del macheteo. Durante tres días caminamos por entre árboles, saltando matas, que no daban de comer. Por no haber, no había en aquel bosque, ni pájaros. El hambre nos apretaba. Llegamos a una casa de campo, un bajay, que dicen los de allí. Uno de los tres acercó y se trajo un coco y un frasco de miel. Cuando lo estábamos devorando, que nos viene un filipino, machete en mano, y un fusil a la espalda. ¡Madrecita! Pero era buena persona éste y su mujer cocinó una gran perola con arroz y boniatos, que nos supo a gloria bendita”.

    “El 1 de marzo de 1900 nos recogieron los americanos y nos trajeron embarcados tres días a Manila. He intervenido con mis compañeros en los combates de San Nicolás, Riozapote, Pamplona, Salitrán, el célebre combate de Guimis, Cavite Viejo, Noveleta, Santa Cruz y San Francisco de Malabón, Nainc, Maribandón y otros. ¡Qué sé yo! Descalzos, casi en cueros, sin comer muchos días, llevándonos de Herodes a Pilatos por bosques impenetrables y senderos que ni las cabras van. ¡Así que me recorrí casi todas las Filipinas! El vapor “León XIII” nos trajo a nuestra querida España. ¡Aquello ya era otra cosa!

    ***
    Tenientes honorarios

    Hay una gran ilusión en el fondo del corazón de estos ancianos: la de ser tenientes honorarios del Ejército Español. Es como el deseo que esperan alcanzar para decir, como el viejo Simeón: “Ya puedes dejar a tu siervo irse en paz porque sus ojos llegaron a ver lo que tanto deseaban ver”. ¿Y qué desean ver estos hombres cansados de ver y de mirar a lo largo de su larga vida? Las estrellas. Sí, esas dos estrellas brillantes como las del cielo. O quizá más, para ellos. Esas estrellas que les obsesionan.

    Lo han pedido muchas veces. A todo el mundo: a generales, a la Hermandad de Supervivientes de las Campañas de Ultramar, al mismo Gobierno. El 1 de abril de 1964, por citar un caso más, elevaban una instancia nada menos que a su Excelencia, como Caudillo de España y Generalísimo de sus Ejércitos, en nombre de unos veinte, abajo firmantes, como representantes de todos ellos: “Que teniendo como la mayor ilusión y deseo de su vida el obtener el título de Tenientes Honoríficos del glorioso Ejército Español, como les fue concedido el 15 de mayo de 1945 a los supervivientes de los hechos de armas gloriosos de El Canney, Lomas de San Juan y Cascorro, en Cuba, y los de la iglesia de Baler, en Filipinas; por haber combatido bizarramente y con el mismo espíritu, pasando análogas penalidades y sufrimientos…

    El Gobierno les contestó: “No es posible concederles a ustedes la categoría de Tenientes Honorarios, de conformidad con el informe emitido por el Ministerio del Ejército. Lo que se comunica para su conocimiento y efectos. El Jefe de la Oficina”. La misma derrota final en la campaña, yo creo que no les abatió tanto. Se pusieron tristes. Hasta les entró complejo. ¡Hasta se quejaron! “¡Pero no hicimos la guerra entre todos! ¡Pero no pasamos tanto como los de Baler, y quizá algunos más…!”

    Ahora (1969) son pocos. Ahora no se puede denegar. Además el Estado Español hoy día es fuerte y generoso. Yo creo que ha llegado el momento. Si todos ponemos nuestro granito de arena; si toda España se lo pide al Gobierno, los más veteranos soldados de España, los últimos de Filipinas y Cuba, podrán tener las estrellas al alcance de la mano.

    Un homenaje sería la despedida, porque se nos van. Cada año que pasa se lleva a más de la mitad, y en estos últimos años a estos últimos héroes hay que mimarles, volcarnos con ellos: “El Estado, vendido a la masonería, os despreció, y vosotros seguisteis amando a la Patria. Llegabais a ella con una gran preocupación. Por volver derrotados temíais no ser dignos de vuestro pueblo. Volvisteis humillados a vuestro pequeño mundo, a trabajar sin protesta… víctimas de una política antiespañola que corroía las entrañas del poder. Sin queja ni protesta supisteis transmitir a vuestros hijos el amor a España eterna y a sus tradiciones religiosas”.

    “Aún por tus calles roídas
    por pasos nobles, sencillos,
    va Felipe el Chiribitas
    luchando a brazo partido
    para prolongar a España
    más allá del mar latino.”

    Dice España de sus hijos. Y ellos le contestan:

    “Por flores vengo a tu pelo,
    por besos vengo a tu boca;
    cariño traigo del cielo
    para que te vuelvas loca”.

    C. B. P.
    Última edición por ALACRAN; 29/10/2024 a las 15:14
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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