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Tema: Godoy: amante de reinas y abuelo de reyes

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    Respuesta: Godoy: amante de reinas y abuelo de reyes

    Un modesto hidalgo de escasa fortuna, pero de limpio linaje, don José de Godoy, casado con la dama portuguesa doña María Antonia Alvarez de Faria, después de vivir un tiempo en el pueblo extremeño de Castuera, donde le llevaran sus obligaciones de coronel del ejército español, instalóse en Badajoz.
    En Castuera un mayo de 1767 nació el segundo hijo del matrimonio, al que se llamó Manuel; de Badajoz salió para la Corte, en busca de mejor fortuna, el primogénito Luis, que ingresó en los guardias de Corps del rey Carlos III.

    Manuel Godoy tuvo en su niñez un buen educador en su padre, hombre culto, muy versado en ciencias y en la filosofía que entonces se creía avanzada. Su madre ocupóse con ternura del cultivo de sus creencias religiosas, y del modo de comportarse en sociedad, donde en seguida fue halagado por su belleza varonil y su exquisita finura. A los 17 años —1784— Manuel, deslumbrado por los éxitos de su hermano en Madrid —se decía que era amante de la princesa de Asturias— y sintiendo dentro de si una ambición comparable en su nacimiento con la que por aquel mismo tiempo embravecía en la Escuela Militar de Brienne a un joven francés llamado Napoleón Bonaparte (el destino los unió más tarde) decidió trasladarse a la Corte, donde, trabando amistad con sus compañeros de hospedaje, los hermanos Joubert, pronto aprendió francés e italiano. También aprendió a intrigar, y así llegó —con el pretexto de preguntar por su hermano— a intimar primero con una camarera de la princesa de Asturias, y más tarde —expulsado Luis de España, por Carlos III— ocupó sin grandes dificultades el sitio del mismo cerca de María Luisa, ya reina por defunción de Carlos III y matrimonio con Carlos IV.

    El señorito de Badajoz, al que mimaban las damas amigas de su madre, y adulaban los subordinados de su padre, no pudo entrar en Madrid con mejor pie. La fama de su hermano, su arrogante figura, su arrolladora simpatía juvenil que en tertulias y reuniones lo mismo contaba acertijos picarescos que tañendo la guitarra entonaba seguidillas amorosas, le abrieron muchas puertas. Y una, muy importante: la que comunicaba la habitación de una azafata de Palacio, con la cámara privada de la reina María Luisa.
    Como la espuma subió el joven guardia de Corps a capitán de la guardia flamenca; y de salto en salto, a los 24 años Manuel Godoy era teniente general de los ejércitos españoles.

    LA PASIÓN DEL PODER
    Parece que su rápida elevación militar, su influencia en Palacio y su aumentada fortuna por dádivas y regalos, debían satisfacer plenamente al joven provinciano que nunca pudo soñar tales mercedes. Pero Manuel de Godoy llevaba dentro la pasión del mando, que no se contentaba con charreteras y doblones. La política y sus engranajes, de grandeza y miseria, absorbía completamente la voluntad y el deseo de Godoy. En la situación privilegiada que ocupaba, no le fue difícil avanzar. La reina era quien virtualmente mandaba en España, y Godoy acabó asistiendo a los consejos de ministros que alternativamente eran presididos por el conde de Aranda o por Floridablanca.
    Nombrado consejero de Estado se hace dueño de todos los resortes del Gobierno, colocando en los sitios clave a parientes y amigos incondicionales, estableciendo una verdadera dictadura porque encuentra al país en un estado de desorientación confusa, y dividido en fracciones ideológicas de la más variada especie.

    A la labor constructiva, ordenada y hasta cierto punto intelectual, de Carlos III, sigue —muerto este monarca— la abúlica, despreocupada y simplista de su hijo Carlos IV que, no siendo su pasión por la caza, todo lo demás le trae sin cuidado, permitiendo y casi agradeciendo a su mujer que se ocupe de la gobernación y de los gobernantes.
    María Luisa, mujer frívola, soberbia y poco entusiasta del escrúpulo, pacta con los jefes Aranda y Floridablanca se inclina decididamente a las clases conservadoras; con lo que la masa del pueblo asiste inquieta, pero callada, a una sorda lucha social de principios religiosos y de estamentos opuestos. Como para ser totalmente malos, o rebeldes, les falta la inteligencia, Godoy, que posee ambas facultades, se erige en árbitro de todos los destinos nacionales.

    Desde su ministerio defiende a Luis XVI contra la Convención francesa, y a lo largo de toda su actuación, preciso es registrar:
    Creación de la primera Escuela de Veterinaria.
    Inspección oficial farmacéutica.
    Escuela Superior de Médicos.
    Campaña nacional de cultura contra la ignorancia.
    Fundación de las Academias.
    Protección y exaltación del pintor Goya, encargándole la decoración de palacio.
    Instituto de Cosmografía y Astronomía.

    Instituto del Fomento de la Cultura.
    Gabinete geográfico.
    Depósito hidrográfico.
    Creación del jardín botánico de Sanlúcar.
    Ampliación de todas las Universidades.
    Resolución de permitir la vuelta de los judíos a España.

    Toda esta labor, a vuela pluma indicada, da idea de la potencialidad intelectual de este hombre y de los proyectos realizados en pro del progreso nacional interno. Pero es que en el exterior también desarrollaba una extraordinaria misión. Prusia y Austria se unen contra la Revolución francesa —1792— y España —con la oposición de Godoy, aunque luego le culparon de ello— acuerda en las Cortes unirse a la guerra, que es cruel y desastrosa. Godoy labora con fe, deseando una inteligencia, y, por fin, se intenta la paz en Basilea. A ella se debe el título de Príncipe de la Paz, que le reconocen dentro y fuera de España.
    La merced de los reyes le había concebido antes el Ducado de Alcudia. Como a Federico el Grande, como a Napoleón, como a Mussolini y como a tantos otros personajes de la Historia, puede aplicarse a Godoy la clásica frase: “Los acontecimientos los crearon. No fueron ellos los que crearon a los acontecimientos”.

    PEPITA TUDÓ

    La reina María Luisa tuvo dos hijos con Manuel Godoy; una ironía del destino hizo que ambos fueran la reproducción exacta de los rasgos, gestos y maneras del favorito. Fueron los oficialmente infantes, Isabel —luego, reina de Nápoles— y Francisco de Paula —cuyo hijo seria rey consorte de Isabel II de España, décadas después—.

    Pero el gran amor de Manuel Godoy fue la hija de un oficial de artillería, Pepita Tudó, que vivió con él primero en el Pardo y luego en Madrid, en el mismo palacio del príncipe. Ello originó un pequeño drama. Carlos IV aprobaba naturalmente tales amores que le alejaban sospechas e inquietudes, pero María Luisa, frenéticamente opuesta a ellos, preparó con malicia una boda oficial —razón de Estado, casi—, creyendo que así arrancaba al favorito de los brazos de Pepita Tudó.

    Efectivamente, en consejo real de familia, acordóse el matrimonio del Príncipe de la Paz, duque de Alcudia, con la infanta María Teresa hija del infante don Luis, hermano de Carlos III, que había casado morganáticamente con una señorita de Villabri, a que concedió el título de condesa de Castillofiel.
    La Princesa de la Paz dio a luz en 1800 a una niña —Carlota Luisa—, y a poco el matrimonio obligado se distancia, porque Pepita Tudó del lado del corazón y la reina María Luisa de la parte de la conveniencia, dominan completamente al hombre que domina a todo un país, dentro y fuera de su territorio.

    NAPOLEÓN, ALI-BEY Y LA CORONA DE PORTUGAL

    En 1798 dimite Godoy, un poco asqueado del ambiente hostil que percibe en su derredor —los enemigos de Godoy están dirigidos por la celosa reina— y otro poco porque su sagacidad política le aconseja un descanso figurado, para volver con más fuerza, como así sucede.
    Ocupa la presidencia Saavedra, que no es más que un muñeco de Godoy; y éste, entabla muy cordiales relaciones con el general Bonaparte que regresa de Egipto, y con el político francés Talleyrand.

    Al año siguiente —1799— una conspiración internacional, a la que no es ajeno Godoy, provoca el golpe de Estado en Francia que designa a Napoleón como primer cónsul y director omnipotente. Godoy recibe de él valiosos regalos, y de Tailleyrand una carta que es todo un tratado político.

    Entonces Godoy vuelve a tomar el poder en España. Y de acuerdo con Francia, declara la guerra a Inglaterra porque cuatro fragatas españolas que traían oro de América, habían sido apresadas por buques ingleses a la vista de Cádiz.
    También Godoy mira a África, como expansión de riqueza para España; e instruye a un catalán amigo suyo y de su misma edad, llamado Badía Castillo, para que vaya a Londres, adquiera conocimientos técnicos y luego viaje por Marruecos como simple investigador científico, bajo el nombre de Ali-Bey príncipe abásida de la familia de los Califas, para lo que le entrega amplia documentación.
    El plan es destronar a Muley Solimán, emperador desprestigiadísimo y hacerse con el mando de la zona. Ali-Bey llegó a Tánger en 1803, y no realizó el plan, a pesar de hallar todo fácil, por causas que no se han sabido nunca, ya que le habían ya reconocido los moros como príncipe musulmán. Luego, en 1808 aparece Badía junto a Napoleón y sigue a José Bonaparte en su viaje a España, ocupando el gobierno de Córdoba. En 1813 expulsado el rey José de España, Ali-Bey vuelve a Marruecos, y se pierde su pista.

    A todo esto, Napoleón sueña con Portugal y ofrece a Godoy la corona de aquel país mediante una ayuda directa. Quizás esta nueva aventura distrae a Godoy de los proyectos africanos. Lo cierto es, que le deslumbra el ofrecimiento, y publica una proclama de resonancia mundial, que de nada le sirve pues conquistado Portugal por el general Junot, se firma el tratado de Fontainebleau y a Godoy no se le tiene para nada en cuenta, despertando su odio a cuanto fuera francés; y empezando a envenenar al pueblo madrileño con anuncios de invasiones, que luego llegaron efectivamente.

    Napoleón, desde lo alto de su cima, no ve ya en Godoy más que a un posible sirviente. Godoy, español de cepa, mira a Napoleón con el desprecio del desengaño y la ofensa de su dignidad, que no le perdonará jamás.

    LA CAÍDA

    Una disposición real dispone que el primogénito Fernando será mayor de edad a los 30 años y que a la muerte del rey, su esposa María Luisa y el Príncipe de la Paz asumirán las obligaciones de la Corona.
    Es 1808, y Fernando tiene 24 años y una camarilla que encabezan los duques de San Carlos e Infantado, enemigos de Godoy, y que cuentan con la adhesión de las clases clericales del país, indignadas por la vida licenciosa del Príncipe de la Paz; y además cuentan también con un estado latente de rebeldía en el pueblo.
    En las habitaciones del príncipe Fernando se conspira sin recato, y mientras el ejército francés va avanzando hacia la península con un pretexto fútil, el hijo del rey organiza la revolución contra su padre para apoderarse de la corona.

    El motín inicial estalla en El Escorial a la puerta del palacete de Godoy, cuando una dama tapada sale del mismo amparada por un oficial de la guardia. La turba, colocada allí con intención manifiesta, grita que es Pepita Tudó, pretenden detenerla y el oficial dispara contra la muchedumbre, que asalta sin más la mansión de Godoy rompiendo muebles, quemando paredes y buscándole para matarle como culpable, dicen, de todos los males del país.

    Godoy, después de hacer salir a la Princesa de la Paz y a su hija por puerta excusada para que se dirijan a palacio, logra ocultarse en un desván, pero a las pocas horas de hambre y sed, comete la imprudencia de pedir un vaso de agua a un guardia al que había colocado y que creía adicto, y éste le denuncia entregándolo a las masas, que lo arrastran hasta el cuartel de Fernando entre gritos, insultos, palos y navajazos.
    La reina exige a su hijo que se persone en el cuartel para librar a Godoy; y éste, en un estado lamentable, es llevado al castillo de Villaviciosa, de donde sale para Bayona a reunirse con los reyes —Carlos IV ha abdicado y Napoleón le ofrece asilo—.

    En Bayona se acuerda el traslado a Compiegne, donde aparece Fernando, que por presión de Napoleón ha tenido que abdicar en Valencay, dando paso en España al hermano de Napoleón, José Bonaparte, que usurpa la corona.
    A Godoy, le esperan nuevas amarguras. Pepita Tudó ha ido a reunirse con él. Todos los bienes y casas de Godoy en Madrid han sido confiscados. Por otra parte, el hermano de la princesa de la Paz, cardenal Borbón arzobispo de Toledo ha recogido a la esposa legítima de Godoy y después de internarla en un convento de su diócesis, ha procedido en querella canónica contra el esposo adúltero.
    Como los reyes van a Niza, Godoy les sigue hasta Marsella desde donde cambiando de opinión todos van a Roma, amparándose en el Estado Vaticano que les acoge gustoso.

    Allí, en 1819, morirá María Luisa, y a los pocos días Carlos IV. Ambos, dejan todos sus bienes al príncipe de la Paz, pero el rey de España Fernando VII —que al fin desde 1814, había podido entrar triunfante en Madrid— estorba la ejecución de los testamentos, por vía diplomática.
    Godoy, de 52 años de edad, queda en la miseria. Decide ir a París, donde el rey Luis Felipe, en recuerdo del generoso acogimiento que Godoy dispensó a los refugiados franceses cuando la revolución francesa —entre los que estuvo su madre, oculta en Barcelona y protegida por Godoy— le ha concedido una pensión de cinco mil francos, para poder vivir decorosamente. Y cuando va a París, Pepita Tudó le abandona regresando a Madrid donde espera liquidar las joyas que pudo esconder.

    Godoy vive en la calle de la Michodiere en un cuarto modestísimo. Desengañado de todo, abandonado de todos, triste viejo —acaba de cumplir 80 años— y pobre, va a los jardines de las Tullerias donde los niños juegan con él llamándole «Señor Manuel». El pobre hombre que les parece un actor retirado y sin contrato, es en aquel momento el bisabuelo de los hijos de la reina de España, el padre de la reina Isabel de Nápoles, el tío y familiar de los reyes Fernando II y Francisco I de Sicilia, de la emperatriz Teresa de Brasil, y de Fernando IV de Toscana.
    De todos ellos no tiene el menor consuelo. Escribe a sus amigos de Madrid —quedan pocos — pelea en consulados y cancillerías...

    Por fin, en mayo de 1847 la reina Isabel II de España firma un decreto concediendo a Godoy — abuelo de su marido consorte y bisabuelo de sus hijos, entre ellos el futuro Alfonso XII— su rango, sus dignidades, y su fortuna.
    La rehabilitación llegará tarde. Cuando va a cumplimentarse, Godoy muere a los 84 años, en 1851, en brazos del portero de su chamizo.
    Desde la iglesia de San Roch —rue Saint Honoré— es trasladado al cementerio del Pére Lachaise. Delante de la humilde carreta que, tirada por un escuálido jaco, sostenía la caja de pino que encerraba los restos de un hombre que de la nada llegó a todo y de todo a la nada, iba un sacerdote exiliado vasco, al que Godoy había expulsado de España porque desde el pulpito había condenado el «favoritismo» inmoral del valido de la reina, y que al enterarse de que moría en un sotabanco fue a confesarle y absolverle en nombre de Cristo.
    Detrás, iban dos o tres compatriotas, el portero y su perro. Más allá París, con la espléndida perspectiva de su belleza y su poder, acariciada por los últimos rayos de un sol que —como el príncipe de la Paz— se hundía en el horizonte.

    Última edición por ALACRAN; 04/05/2009 a las 16:58
    Pious dio el Víctor.
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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