Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 2 de 2
Honores2Víctor
  • 1 Mensaje de ALACRAN
  • 1 Mensaje de ALACRAN

Tema: Godoy: amante de reinas y abuelo de reyes

Ver modo hilado

  1. #1
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,289
    Post Thanks / Like

    Godoy: amante de reinas y abuelo de reyes

    El caso de Godoy es uno de los más extraordinarios del mundo moderno. Por su ejemplaridad, por su rapidez, por su violento contraste de gloria y de ignominia no tuviera semejante en aquel siglo, ni en otros mas lejanos, a no haber coincidido con Napoleón, junto a quien palidecen los mayores encumbramientos.
    En la familia de los grandes advenedizos, Bonaparte es el más estupendo: su fulgor apagó el de cuantos brillaban en torno, que ser contemporáneo suyo equivalía a reflejar su luz o a morir en aquella «oscuridad por deslumbramiento» de que su presencia todo lo rodeaba.

    Pero venida en otros días y lejos de tal precedente, la historia del Príncipe de la Paz fuera pasmosa. Quien la emprenda habrá de considerar ante todo que pone su pluma en materia de ascetismo, apto para desenvolver una «filosofía del desengaño», a estilo de Boecio y como si se tratara de un libro de piedad.
    Porque, mejor que a las letras profanas, pertenecen a la tradición religiosa esas expiaciones de la felicidad temporal y esas mudanzas de fortuna simbolizadas en su ejemplo: la historia de Job, cubierto de inmundicias y a quien cada nuevo mensaje anunciaba una calamidad.

    Como no sea el caso de María Antonieta, nada comparable pudiéramos encontrar en la historia de las difamaciones célebres. Siglo y medio de diatriba soez, furibunda, implacable, con una persistencia que desentona en la índole del pueblo español, esencialmente desmemoriado y voluble; medio siglo de expiación a manos de los libelistas clandestinos o públicos, impulsivos o reflexivos, que agotaron a su costa la enciclopedia del insulto y enriquecieron la bibliografía del odio con una de sus más señaladas aportaciones modernas.
    Y no es que fueran en España poco frecuentes los ataques contra el poderoso. En el tajo, en la horca dejaron su vida favoritos y privados, condestables y ministros famosos, desde don Alvaro de Luna a don Rodrigo Calderón.

    Sepultados en un castillo purgaron otros su soberbia o el humor del rey. Los cordeles del tormento rompieron los brazos de Antonio Pérez, a cuyo nombre la tierra temblaba meses atrás; y al cambio de gobernantes llamábase en el lenguaje antiguo “caer en desgracia”, porque solía venir acompañado de destierro, de cárcel, de confiscación. Así salieron Moñino y Aranda, poco antes de Godoy; así Jovellanos y Saavedra.
    Pero semejantes reveses apenas transcendían ni en ellos tomaban parte más que los bandos y clientelas de los desposeídos o de los agraciados. El perdón y el olvido no se hacían esperar casi nunca;hubo indulgencia para todos.

    ¿Cómo se explica, pues, el rigor despiadado por lo duradero, que observaron los españoles con el príncipe de la Paz, y aun con su memoria una vez fallecido? Todos hablaron, escribieron, acusaron, mientras él calló; desde 1808 hasta 1834 en que publica los primeros volúmenes de las Memorias, no se oye otra voz que la de sus detractores; a la tranquilidad de los reyes padres, Carlos IV y María Luisa, sacrificó su defensa, empeñando el juramento de no exculparse mientras viviesen y viviese su hijo Fernando VII.
    De ese silencio inexplicable no conociéndose la causa, aprovechóse todo el mundo para redoblar los ataques contra quien no salía a rechazarlos, para descargar a veces la propia responsabilidad sobre las espaldas del universal responsable, que acontecía además estar ausente y silencioso.

    En la total bancarrota española de 1808 mediaron errores y culpas de todo género: recientes y antiguos o inveterados; individuales y difusos; de los reyes, de Godoy, de sus antecesores, de sus rivales, de la nación misma. Era un caso enorme de responsabilidad indivisa y común que vino a liquidación con la presencia de los ejércitos franceses, con el motín de Aranjuez y el 2 de mayo.
    Entonces se presentó a muchos el instante propicio de saldar cuentas particulares, englobándolas íntegramente en la del privado.

    Como el chivo expiatorio, de la Biblia, él pagó por todos y expió las culpas de todos: las inmediatas, las inmemoriales, las propias, las ajenas y hasta lo que hubo de fatal e incoercible en aquel ciclón de los años revolucionarios.
    De aquí que se le dirigieran, por un mismo asunto, acusaciones absolutamente inconciliables, según de qué lado procedían: de haber provocado la guerra de Napoleón o de no haberla declarado antes con tiempo; de haber sido causa de las vergüenzas de Bayona, o de querer evitarlas poniendo en salvo a los reyes; de haber exasperado al temible corso o haberle entregado la patria por codicia e ineptitud.

    ¿Fue verdaderamente Godoy ese hombre ambicioso, insaciable y siniestro que se complacieron en pintar no pocos contemporáneos suyos?
    Afirmarlo equivale a falsear la psicología del personaje. Tratóse de un hombre envanecido por sus juveniles triunfos, pero débil de carácter, y sin aquel impulso violento y desenfrenado que suele ser distinto de las ambiciones. Fue prisionero de su propia suerte: halló escalones para subir, alfombrados de rosas, mas no para retroceder cuando quiso (y quiso sin duda en multitud de ocasiones). Imposible volver atrás sin despeñarse: o seguir hasta el fin, o todo perdido, incluso la cabeza.

    Hay que reconocer un acento de profunda sinceridad en las protestas de Godoy, cuando asegura que cada nuevo favor de los soberanos vivamente le contrariaba; y esto es lo humano y lo conforme a la lógica de su temperamento. No pertenecía a la estirpe de los héroes sin duda, y careció de alientos para triunfar o para huir; pero vivió espantado de su propia suerte.
    No una vez, sino muchas arrojó al mar la sortija dorada, en holocausto a los dioses y a fin de aplacar su cólera; pero cada vez, a guisa de presagio fatal, volvía a encontrarla en el vientre del pez servido en sus convites. Secretario de la reina, brigadier, capitán general, duque de Alcudia, grande de España: antes de los veinticinco años escaló la mayor cumbre de la nación y en un salto pasó de guardia de corps a hombre de Estado y ministro universal.

    Los reyes quisieron buscar un servidor leal y adicto, una hechura fabricada por ellos y que todo se lo debiera, como se busca un buen mayordomo o un apoderado incorruptible. La Revolución de Francia les había trastornado la cabeza, y decidieron salvar su corona y la tranquilidad de su reino con fórmulas caseras. La reina creyó descubrir ese hombre en Godoy: tal como hacía trescientos años que el espíritu de los validos se enseñoreara de los reyes.

    Aquel joven hallóse árbitro de los destinos de una vasta monarquía, sin ninguna preparación, sin la experiencia más leve. Fábula es lo de la guitarra y el tañer de la flauta, como lo fue asimismo la afición al vino de José Bonaparte; pero su instrucción no pasaba de la que recibían los muchachos de su clase. Mozo, gallardo y enaltecido con tantas distinciones, ¿qué había de suceder? Viose aclamado, asediado de todos; fue más corrompido que corruptor y la misma sociedad, aparentemente escandalizada a ratos, pidióle albricias por su buena fortuna.

    Si no hubiera recaído en Godoy, hubiera recaído en otro: tratábase de una predestinación. Pero incauto y deslumbrado el guardia de corps, cayó en la red y, como pudo, trató de habilitarse para el papel a que se le destinaba y de dominar la marcha de los negocios.

    ¡Lástima que muchas de sus experiencias y ensayos se hiciesen en carne viva! De todos modos, hay que decir cuan rápidamente se asimiló una porción de nociones, ya que no pudo profundizarlas. Tenía intuiciones felices y vio más claro que obró, con clarividencia a que la acción no solía corresponder, por intermitente, inconexa o tardía. Muchos que le reprochaban su ineptitud, o habían compartido sus puntos de vista en los consejos o dieron traspiés tan formidables como los suyos, si no andaban aún más a oscuras.

    No fue, no pudo ser este de Godoy un siglo de oro: ni lo consentían los doscientos años de decadencia que ya entonces arrastraba España, ni él era, —hombre de plena decadencia también— el llamado a conducir un resurgimiento decisivo. Pero al lado de lo que vino a sustituirle, al lado de los fernandistas, al lado de la camarilla que gobernó desde 1814 había 1833, claro está que descuella como un verdadero Pericles.
    Perdióle a Godoy en la conciencia del país, en la sana, el supuesto origen de su privanza, ofensivo para una nación, cuyos destinos y magistratura suprema creyó convertidos en ofrenda de amor o galanteo. Pero en el corazón de los cortesanos y de los ambiciosos, de los rivales y de los despechados, prevalecieron otros móviles. Ellos no podían indignarse sinceramente, porque sobre ser tan corrompidos como Godoy, habían sido a menudo sus cómplices, sus medianeros o sus asalariados.
    El mundo perdona con más facilidad el crimen que la fortuna, escribió Larra a este propósito, cosa de treinta años después. Y Godoy fue inmensamente afortunado y no fue criminal, es decir, ni fue sanguinario, ni vengativo, ni malvado.

    La sociedad que le rodeaba no sólo transigió con él mientras estuvo en candelero sino que allanó sus caminos cuando amenazaban cerrarse, y puso aceite en las cerraduras de las puertas secretas para que no rechinasen con indiscreción, y escribió en su honor versos gratulatorios donde por manera sobreentendida se celebraban y envidiaban sus éxitos galantes, y obtuvo sus mercedes sin reparar que conservaban todavía el perfume de la impureza.
    Pero así que lo vieron vencido y derribado, con la indignidad de cómplices o copartícipes que eran la víspera, empalmaron casi todos la de fiscales y acusadores, y dieron uno de los espectáculos más memorables que el tránsito de la fortuna a la adversidad haya promovido aquí abajo, en la tierra.
    Última edición por ALACRAN; 04/05/2009 a las 16:59
    Pious dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. Marcelino Menéndez Pelayo
    Por Ordóñez en el foro Historiografía y Bibliografía
    Respuestas: 5
    Último mensaje: 23/07/2013, 21:04
  2. Por qué García Moya no tiene credibilidad
    Por Hug de Llupià en el foro Regne de Valéncia
    Respuestas: 55
    Último mensaje: 21/05/2010, 08:48
  3. Del Sudoeste Español a la Conquista de los Andes
    Por Ordóñez en el foro Hispanoamérica
    Respuestas: 2
    Último mensaje: 22/11/2009, 00:12
  4. Respuestas: 0
    Último mensaje: 31/08/2007, 02:36

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •