Aunque por cierta ambigüedad de expresión de algunas frases en particular y del contexto en general se podría inducir una interpretación falsa sobre el verdadero pensamiento de Santo Tomás de Aquino en materias astronómicas, sin embargo creo que es interesante colgar este texto de Mariano Artigas.
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Fuente: “Filosofía de la Ciencia”. Mariano Artigas. Ed. EUNSA, 1999 (páginas 29, 30 y 31)
II. El Desarrollo histórico de la ciencia.
2. Elementos científicos de la antigüedad
2.4. Ciencia y sabiduría en Tomás de Aquino.
La filosofía de la ciencia en Tomás de Aquino se encuentra, principalmente, en sus comentarios al De Trinitate de Boecio y a los Analíticos Posteriores de Aristóteles (1). En líneas generales, Tomás de Aquino se sitúa en la línea de Aristóteles, pero en este campo como en otros, integra las ideas aristotélicas en un contexto más amplio y profundo.
Aristóteles mostró un vivo interés por las ciencias naturales y dedicó una gran atención al estudio de los vivientes, que era el ámbito de la naturaleza más asequible a los medios conceptuales e instrumentales de que se disponía en la Antigüedad. Tomás de Aquino comentó las obras de Aristóteles dedicadas al estudio de la naturaleza, pero él mismo no realizó estudios de este tipo. Sin embargo, la profundidad que le proporcionaba su sutileza lógica y su perspectiva metafísica le permitió proponer una gran síntesis de los saberes y algunas observaciones particulares de gran interés para la epistemología moderna.
Entre estas últimas se puede destacar que Tomás de Aquino advirtió claramente el carácter hipotético de las teorías astronómicas antiguas. En su comentario al De Caelo de Aristóteles, alude a los intentos de establecer una teoría astronómica sobre el movimiento de los planetas, y comenta en concreto las propuestas de Eudoxio, Calipo y Aristóteles, que se habían visto obligados a complicar el sistema de las esferas celestes para dar cuenta de las variaciones en el movimiento de los planetas; advierte que muchas de esas complicaciones no encuentran justificación en la física aristotélica; y también alude a las excéntricas y los epiciclos introducidos por Hiparco y Tolomeo. Tomás de Aquino relativiza esas teorías astronómicas, señalando las diferencias que existen entre ellas, y escribe: “No es necesario que las hipótesis que ellos (los astrónomos) han propuesto sean verdaderas: en efecto, aunque esas hipótesis permitan salvar los fenómenos observables, sin embargo no es necesario decir que son verdaderas, porque quizás los fenómenos referentes a las estrellas se pueden explicar de algún otro modo que todavía no conocemos” (2). En la misma obra ya había expuesto una consideración con anterioridad, al discutir si todos los cuerpos celestes se mueven circularmente: alude a las opiniones de Aristóteles, Hiparco y Tolomeo, subraya que se trata de intentos de explicar los fenómenos observables, y concluye: “Por tanto, esto no está demostrado, sino que es una cierta hipótesis” (3).
En un contexto completamente diferente, hablando en la Suma Teológica acerca de nuestro conocimiento de las personas divinas, Tomás de Aquino se refiere también al carácter hipotético de las teorías astronómicas. Dice que existen dos tipos de argumentos a favor de algo. El primero consiste en probar de modo suficiente la verdad de un principio de donde se deriva, y el segundo, en cambio, consiste en mostrar que, admitido lo que se intenta probar, de ello se siguen determinados efectos: es lo que sucede en la astronomía, cuando se formulan hipótesis y, a partir de ellas, se intentan explicar las apariencias sensibles acerca de los movimientos de los cuerpos celestes. Y añade: “Pero esta explicación no constituye una prueba suficiente, porque quizás esas apariencias también podrían explicarse mediante otra teoría” (4).
Pierre Duhem afirmó que estos principios permitieron a los autores de la Baja Edad Media utilizar sin escrúpulos las hipótesis de Tolomeo, a pesar de que su metafísica era contraria a ellas; cita como ejemplo un texto de Jean de Jendun, de la Universidad de París, escrito en 1330 (5), y lo hace en una obra a cuyo título antepuso, en griego, la frase “salvar las apariencias”; se trata de una frase clásica utilizada desde la Antigüedad para designar aquellas teorías que proponemos para dar cuenta de los fenómenos observados sin pretender que sean verdaderas. La tesis de Duhem es que las teorías físicas tienen como finalidad principal “salvar las apariencias”, sin negar, por ello, que la ciencia proporcione un conocimiento auténtico de la realidad. Este problema se encuentra en el centro de la epistemología contemporánea. Por el momento, basta señalar que Tomás de Aquino era consciente de la existencia del problema, que saltó al primer plano cuando, en el siglo XVII, se discutió la validez de la teoría heliocéntrica propuesta por Copérnico en 1543, que implicaba un cambio profundo en la cosmovisión generalmente aceptada.
Aunque la ciencia experimental estaba poco desarrollada, en la época de Santo Tomás, la síntesis tomista proporciona una marco válido para la integración de los saberes en nuestra época, ya que permite integrar de modo armónico la teología, la filosofía y las ciencia particulares. En efecto, respeta la distinción de los distintos ámbitos del saber y su autonomía propia, y al mismo tiempo proporciona una perspectiva metafísica que sirve de fundamento para los distintos tipos de conocimiento. Sin duda, la filosofía de la ciencia debe incluir en la actualidad aspectos que se han desarrollado junto con el progreso científico de los últimos siglos, pero los principios filosóficos del tomismo pemiten formular una epistemología que reconoce el valor del conocimiento científico y afirma, frente al relativismo y el pragmatismo tan difundidos en nuestros días, la existencia de una verdad científica que se integra dentro del saber sapiencial propio de la metafísica y de la teología.
(1) Se encuentra un estudio sistemático de este tema en: J. J. Sanguineti, La filosofía de la ciencia según Santo Tomás, EUNSA, Pamplona 1977.
(2) Tomás de Aquino, In Aristotelis libros De caelo et mundo expositio, 1. II, lect. XVIII (Marietti, Torino-Roma 1952, n. 451, p. 226).
(3) Ibíd., 1. I, lectio III (n. 28, p. 15)
(4) Tomás de Aquino, Summa Theologiae, p. I, q. 32, a. 1, ad 2m. (Marietti, Torino 1963, p. 169)
(5) P. Duhem, Essai sur la notion de théorie physique de Platon à Galilée, Hermann, Paris 1908, pp. 49-50.
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